Narrativa

Los trabajos (felices) de un infatigable narrador

Manuel Fernández Labrada reseña 'El trabajo está hecho', una recopilación de relatos de Alberto R. Torices, caracterizados por su cuidada y atractiva prosa.

/ una reseña de Manuel Fernández Labrada /

Es habitual que las antologías recojan en sus páginas los textos más destacados de un determinado autor, periodo o género literario: recopilaciones en las que suele primar el criterio de calidad (siempre tan subjetivo) o de popularidad. Pero existe también otro tipo de colecciones en las que se pretende, además, ofrecer al lector una panorámica más amplia, incorporando textos quizás menos conocidos, pero que contribuyen a dibujar un perfil más detallado del escritor. A esta segunda categoría creo que pertenece El trabajo está hecho, de Alberto R. Torices, un volumen que reúne una extensa y variada selección de relatos de muy diversa data, aunque ―me apresuro a señalarlo― sin renunciar en modo alguno a la excelencia literaria. Con la aparición de este nuevo volumen, Ediciones Trea da una merecida segunda vida a un conjunto de textos, en su mayoría ya publicados, que andaban dispersos en libros colectivos, revistas y publicaciones diversas, no todas de fácil acceso. Unos textos que nos permiten conocer nuevas facetas del hacer literario de su autor, Alberto R. Torices, poseedor de una amplia obra narrativa de la que solo destacaré sus dos títulos más recientes, también publicados en esa misma editorial: Trata de olvidarlas (2017), un conjunto de relatos, y Como un perro en la tumba de un cruzado (2019), su tercera novela. A estos textos, sin duda notables, vienen ahora a sumarse los treinta y cinco que integran El trabajo está hecho, exponentes de muy diversos grados y modos de elaboración literaria, pero dotados todos de una admirable solidez e intensidad. Creo que cualquier lector que se acerque a este libro tiene garantizada una lectura continuada y placentera, tanto por la cuidada y atractiva prosa de Alberto R. Torices como por el interés y variedad de asuntos que se desarrollan en sus páginas.

Como ya anticipábamos, los textos y relatos recogidos en El trabajo está hecho cubren un amplio espacio de tiempo, que se extiende desde 2004 hasta la actualidad, y figuran en el libro ordenados cronológicamente, en orden inverso a como fueron compuestos. La oportuna nota que el autor añade al final del volumen da cuenta detallada de la procedencia de cada uno de ellos: un variadísimo elenco de fuentes que incluye, además de libros colectivos y revistas, textos acompañantes de una exposición fotográfica, ponencias, antologías navideñas o concursos literarios, entre otras. Esta variada tipología no solo explica la generosa amplitud de motivos y registros narrativos que soporta el libro, sino que también da cuenta de la maestría de su autor, que se desenvuelve con singular acierto en los más diversos ámbitos literarios, incluso en aquellos que podríamos considerar más coyunturales. El trabajo está hecho no es, quizás, una antología en el sentido estricto del término (así lo señala el editor en la contraportada del libro), pero no carece por ello de su propia coherencia como conjunto. En el hacer literario de Torices hay, sin duda, unas constantes temáticas y formales que se repiten, que son precisamente las que articulan y dan unidad a El trabajo está hecho, y que me servirán para adentrarme, de manera ordenada, en su singladura.

Una parte significativa de los textos recogidos en El trabajo está hecho pueden ser encuadrados, a mi manera de ver, en el ámbito de la literatura fantástica. Es el caso de F**k politics!, una divertida y muy imaginativa distopía protagonizada por unos políticos que participan en unos juegos televisivos grotescamente descacharrantes y violentos, al estilo de algunos concursos japoneses extremos; símbolo quizás de las bajezas a que obliga, en ocasiones, el ejercicio de la política. Una alegoría que no resulta nada difícil de descifrar en nuestros días, cuando vemos tantas veces a la política convertida en un espectáculo bochornoso. Parecido carácter distópico comparte Apenas pensar, un breve pero intenso relato escrito bajo la influencia del pasado confinamiento. La falta de recursos provocada por una (supuesta) pandemia ha transformado la ciudad en una peligrosa selva en la que sus desesperados habitantes ―otrora inofensivos vecinos― actúan como lobos al acecho, atentos solo a garantizar la supervivencia de los suyos. Un acierto del relato reside en el contraste que media entre la brutalidad de la acción planeada por el narrador y el riguroso discurso con el que la expone y justifica. La barbarie civilizada es siempre la que más nos espanta.

También podemos considerar distópicos aquellos otros relatos que exploran la figura del autómata femenino, un motivo de larga tradición, tanto fílmica como literaria (Hoffmann, Villiers, Von Harbou…), que Torices desarrolla con gran habilidad, añadiéndole nuevos matices y significados, como es el caso de Modelo de sustitución o Soft Love. Son relatos que nos sitúan en un futuro en el que los androides femeninos («ginoides») compiten, como símbolo de estatus, con los coches de lujo, y donde los atavismos machistas y violentos, lejos de desaparecer, han encontrado un seguro refugio en la tecnología, que en su delirio consumista parece potenciar la visión del cuerpo femenino como un objeto desechable. Aunque ejercida sobre un autómata, la violencia de género no puede sino asquearnos y horrorizarnos; como tampoco deja de envilecer a quien la practica, aunque sea virtualmente. Así parece denunciarse en relatos tan espeluznantes como Todo limpio, todo legal o Más que a nada en el mundo, en los que se hace visible la degradación moral de quien se complace en ejercer la violencia sobre un objeto artificialmente animado, que parece concebido para estimularla.

Tras el examen de estos relatos distópicos nos adentraremos en otros textos que también comparten el elemento erótico, aunque no tan inhumano ni perverso. Eros (que recibe un significativo homenaje en el colofón del libro) tiene una notable influencia en el hacer literario de Torices, que gusta de presentarnos su figura bajo una amplia variedad de disfraces. Junto a algunos relatos de factura más tradicional, como Mi profundo Sur o Boucher, encontraremos en el libro otros declaradamente transgresores, como Azul; o singularmente imaginativos, como Trayectoria de un jarrón chino, protagonizado por un soñador lunático. El autor no se conforma, parece evidente, con ofrecernos un ars amatoria convencional, como tampoco incurre, al retratar las pasiones que instiga Eros, en la nota falsa o inauténtica: un peligroso escollo que salva felizmente mediante la transformación imaginativa. Una buena muestra de cuanto digo se puede apreciar en esa divertida parodia titulada Te lo cuento sin palabras: una estupenda fantasía para adultos construida sobre la figura y peripecias de Alicia en el país de las maravillas. Un relato muy cómico, que mantiene despierta nuestra atención gracias a los juegos literarios con los que Torices transforma situaciones y personajes ya conocidos. Ese interés siempre vivo ―no descubro nada nuevo― es la verdadera seña de identidad del relato breve, un valor difícil de alcanzar que el lector hallará, logrado por muy diversos medios, en todos y cada uno de los relatos que integran El trabajo está hecho.

Aunque dotadas de una carga erótica más leve, las relaciones de pareja también ocupan un lugar importante en el libro de Torices. Es el caso de Lana, otro estupendo relato en el que merece la pena detenerse, crónica de los apuros que sufre un joven tímido (bastante reprimido) a la hora de entablar una relación amorosa con una chica, a la que desea casi tanto como teme. Un cuento con final feliz en el que parece respirarse esa entrañable humanidad y fino humorismo que caracteriza a muchas historias de O. Henry. Pero el erotismo no siempre es cuestión de reciprocidad. Algunas veces reside solo en la mirada del observador, voyeur extasiado en la contemplación del encanto femenino. Una excelente muestra de este erotismo visionario es Verano Zero, un bello texto de aires casi arcádicos, tocado por una suerte de panteísmo. La belleza trascendente que impregna nuestro mundo parece condensarse en esas féminas que la representan a modo de teofanía, y que el ojo del narrador contempla con arrobo y describe con acendrado lirismo. Desde las sofisticadas autómatas de los relatos distópicos hasta estas jóvenes bañistas, cuyos cuerpos no son necesariamente perfectos, la distancia recorrida por el autor no puede ser mayor: la que media de lo inanimado a lo divino. También en El afortunado late algo de esa admiración por la figura femenina, cuyo formidable poder se le manifiesta al narrador a través de los crueles juegos eróticos de la adolescencia, anticipo de las férreas ataduras que se nos impondrán en la madurez. En el polo opuesto de esta visión tan exaltada de Eros, tocada por el entusiasmo o las pulsiones en alza, se agazapa el desencanto de los momentos bajos. El desamor también tiene su cuota en el libro de Torices, como se expresa en Sin drama, un texto escrito con una ironía bastante sutil. El abandono de Eros (cuando no le encontramos un sustituto más benévolo) nos condena a la rutina de las pasiones ya apagadas, insustanciales pero dolorosas, que se mueven por la más pura inercia.

Alejados ya del erotismo, más o menos acusado, de los anteriores relatos, encontramos en El trabajo está hecho otros textos escritos en un tono más reflexivo, imbuidos de una preocupación que me atrevería a denominar existencial. Así me parece verlo en La vida, profesor, retrato de una madurez desengañada y solitaria en la que Eros representa ya solo una inquietante amenaza. También el relato que encabeza el libro, E. T. E. H. (siglas de su título), refleja en sus breves páginas la complejidad de la vida, con sus agotadoras exigencias de cada día; tal como si esa dura jornada de que nos hablaba Borges en su famoso poema dedicado a Joyce tuviera como preludio inevitable una duermevela inquieta, cargada de tensión. En esta misma línea de atención al infortunio ajeno podemos situar La falta del padre, una emocionante y original historia familiar que contrapone la inocencia infantil al complejo mundo de los adultos, una realidad de la que la niña protagonista comienza a tener sus primeros atisbos. Este relato, ambientado en la ciudad de León (Gémina), comparte escenario con otros textos también recogidos en el libro, como Sueño y memoria o La llaman Gémina. En este último, un logrado ejercicio de prosopopeya, el nombre latino de la ciudad (asentamiento de la Legio VII Gemina) se traduce en un imaginado carácter bifaz de la urbe, tan complejo y variable como el de los propios seres humanos. Sin título I es otro cuento de gran belleza, moldeado en alegoría, en el que una fortaleza asediada representa los avatares de la existencia humana, entendida como una pérdida progresiva e inevitable. Para finalizar con este capítulo particular de textos me referiré a Sombras, ángeles, una fábula que combina la meditación humanista con el componente fantástico, protagonizada por un misterioso feriante que recorre los pueblos comerciando con los años de vida que les sobran a sus vecinos más desencantados: «carcasas vacías» que solo viven para el recuerdo, y a los que una breve pero intensa vivencia de la felicidad perdida les parece pago suficiente. Se impone, a modo de despedida, un retorno a lo que nos dio felicidad en el pasado; y que puede ser, ¡por qué no!, una última comunión con la madre.

Cada relato de Alberto R. Torices merece seguramente una reflexión, como comprobará el lector que se sumerja en las páginas de este libro, en el que descubrirá, aparte de los textos reseñados arriba, otros igual de atractivos, en los que se exploran, incluso, ámbitos narrativos diferentes a los señalados. Es el caso de La alcantarilla, un intrigante relato de aires kafkianos protagonizado por un obrero de hábitos muy particulares, una especie de Wakefield del subsuelo. Incluso los cuentos escritos bajo la prescripción de un concurso, lema o requisito determinado (a veces tan caprichoso como el de incorporar al texto un conjunto de palabras dadas) denotan un trabajo cuidadoso y rinden resultados muy apreciables. Un buen ejemplo de cuanto digo es Demasiado, colaboración de Torices a la causa de los refugiados, donde el drama del exilio se condensa en la dolorosa estampa de dos hermanos huérfanos que peregrinan hacia un incierto destino. Algunas reelaboraciones de temas propios de la Navidad, como Alfa & Omega o Demasiado grande, demasiado pequeña, manifiestan también la habilidad del autor para darle la vuelta a los asuntos más trillados. De todo lo dicho se desprende con claridad que El trabajo está hecho es el testimonio de un escritor entregado en cuerpo y alma a su tarea, que prodiga su talento con generosidad y no teme arriesgarlo en los más variados registros y proyectos literarios, seguro de que su destreza le permitirá mantenerse siempre en el nivel de excelencia deseado. «El trabajo está hecho», no cabe duda (las musas no aman a los descuidados), y yo añadiría que muy bien hecho.


Extracto del libro

«Cada mañana subo y me asomo a la torre de este castillo que mengua o se hunde o desaparece, parece, y ya no para contemplar el valle herboso, no para llenarme del primer aire del día ni para escuchar a los pájaros: mi mundo fantástico, mi mundo perdido. Subo temeroso, despierto y aunque no quiera subo y me asomo y contemplo el avance de mi enemigo entrañable, sus blancas huestes que ya casi tocan mis muros, mis viejas defensas dormidas, tan viejas y achacosas como yo bajo las corazas mordidas por la herrumbre, mientras en las bodegas, en algún sitio, espera mi gente escondida, mi pobre gente desatendida. Oigo cada día (pero cada día un poco menos) sus sonidos negros, las bellas oraciones, el esforzado clamor de mi pueblo asediado, pero ya está ahí el frío, ya aquí la helada transparencia, la invasión del ejército blanco del silencio y los gritos evanescentes de mis últimas palabras desgreñadas, escuálidas, que lloran y rezan y se abrazan, se despiden, y no sé qué podría yo, astroso rey, qué más puedo yo decir…»

(Sin título I)


El trabajo está hecho
Alberto R. Torices
Trea, 2021
200 páginas
15 €

Manuel Fernández Labrada es doctor en filología hispánica. Ha colaborado con la Universidad de Granada en el estudio y edición del Teatro completo de Mira de Amescua. Es autor de diversos trabajos de investigación sobre literatura española del Siglo de Oro. Entre sus últimos libros de narrativa publicados figuran: El refugio (2014), La mano de nieve (2015) y Ciervos en África (Trea, 2018). También escribe en su blog de literatura, Saltus Altus (http://saltusaltus.com).

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