/ por Andrés Montes /
Historia, identidad, lenguaje y símbolos. En torno a esos cuatro elementos estrechamente imbricados libra la derecha rearmada lo que llama su guerra cultural, eufemística cruzada contra lo que considera paradigmas que la izquierda ha impuesto en el marco sociopolítico. Es un combate que distorsiona todo debate público al sustituir la argumentación por las falsas razones de un constructo ideológico cargado de viejos venenos. En Los nuevos odres del nacionalismo español, título ya de por sí explícito sobre lo que nos aguarda tras la aparente novedad, el periodista e historiador Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) aborda el nutriente ideológico de esa guerra cultural en todas sus formas.
Batalla acota lo que denomina la «década prodigiosa del nacionalismo español —de la que la eclosión de Vox es el efecto más escabroso—» e identifica sus «desencadenantes»: «En primer lugar, la inyección de autoestima provocada por la victoria de la selección española de fútbol en el Mundial de Sudáfrica de 2010 y la Eurocopas de 2008 y 2012; en segundo, el proceso soberanista catalán, y tanto las iras por él despertadas como la retroalimentación a que siempre dan lugar los apogeos nacionalistas en sus naciones rivales». «Es posible que la oleada de patriotismo popular que recorre el país en las semanas siguientes (al triunfo en el Mundial) no tenga precedentes desde la guerra de Independencia», apunta el autor.
La esencia de todo nacionalismo la aportan los historiadores: «La materia prima es el pasado; sus acontecimientos, que el relato nacional transforma, desbastándolos, refinándolos, depurándolos, comercializándolos finalmente». «Una nación es, ante todo, una narración» y ese cuento lleva de la idealización sublime al rastrero materialismo. Por esa condición ficcional resulta «absurdo interrogarse sobre si las naciones existen o no: como las novelas o las películas, no son verdaderas o falsas, sino verosímiles o inverosímiles». Cabría añadir que además han de ser provechosas, dioses útiles, por tomar el título del libro de Álvarez Junco, prolongación de una cita de Gibbon. No hay patria sin negocio. Lo saben bien Abascal, Espinosa de los Monteros o Monasterio, líderes de la reconquista de la ultraderecha que han salvado su ruina personal con los réditos de la fe patriótica.
Los nuevos odres del nacionalismo español deja al descubierto también esas líneas de comercio en las que picotean pseudohistoriadores, tertulianos secundarios, adelantados de la mercadotecnia y oportunistas en general. El autor se marca un objetivo «simple y ambicioso, quizá demasiado: un inventario de los nuevos odres del nacionalismo español durante la última década». Hay un afán de exhaustividad en ese rastreo casi extenuante en el que «se trata de señalar, no cada trampa, sino que las hay». El lector de provecho que es Batalla se cruza con el buen conocedor de las redes con sustancioso resultado.
En esa vasta nómina de nombres sobresale Gustavo Bueno en su faceta de adalid del pasado imperial. La biografía que sintetiza el autor muestra que esa inclinación del filósofo hacia la España grande no fue una deriva tardía: estaba ya en su historia intelectual y cierra el círculo en su momento de mayor popularidad. Sus discípulos perpetúan «la alquimia de convertir el colapso del Imperio en su apoteosis», concluye.
Sobresale también Elvira Roca en su fructífero, en la doble vertiente de lo ideológico y lo comercial, empeño en reavivar el oprobio de nuestra leyenda negra no como un éxito de la propaganda contra el Imperio español sino como el producto de la inquina protestante. Estaríamos ante la demolición de nuestro tiempo más apoteósico en la historia, que se prolonga hasta el presente en forma de estereotipo sobre la tendencia española a lo inquisitorial y a la rudeza ideológica. Roca reacciona ante lo que considera tibieza de los historiadores profesionales al abordar ese capítulo con el bagaje de una aficionada imbuida de una misión. «El desprecio por la historiografía académica y la alabanza de la historia amateur fueron característicos» de todo un «fenómeno editorial», escribe Batalla. Que las limitaciones de la autora hayan quedado en evidencia no obstaculiza el enorme éxito de Imperiofobia, del que se anuncia ahora una edición ampliada. Esa permanencia es la excepción en un ámbito de negocio en el que proliferan los libros de consumo rápido para los urgidos del sustento emocional de la patria. Son, en la mayoría de los casos, libros de perennidad extrema ligados también a las circunstancias culturales de la época. Batalla considera que «en la renovada popularidad de la ficción histórica puede verse un subproducto de la ensalada de tendencias que se ha dado en llamar posmodernidad».
El muy clarificador epílogo de Antonio García Santesmases inscribe Los nuevos odres del nacionalismo español en una visión generacional, lo que es un reconocimiento del derecho de cada tanda de coetáneos a hacer su propia lectura de la historia. Ese proceso comporta el riesgo de incurrir en contrafácticos, añorar lo que pudo ser y no fue, una forma de reescritura del pasado que también aqueja a quienes interpretan el presente como una decadente desviación de las glorias añejas. Por esa vía nos encaminamos, por ejemplo, a dejar que las derechas patrimonialicen la Transición que trataron de frustrar con contumacia y sin ocultación. Hay un autodenominado constitucionalismo que es ahora la actualización de inmovilismo posfranquista.
En esta línea, el libro de Pablo Batalla nos habla también de la falta de una historia compartida, de la ausencia de una aceptación de un acontecer común, que convierte al pasado en un arma arrojadiza siempre a mano. Un mínimo acuerdo sobre lo que fuimos y lo que somos diluiría esa abstracción de la patria grande circunscrita a tiempos heroicos, a la proeza militar, a la vocación imperial, algo muy ajeno al patriotismo menos visible, sujeto a tantos deberes incómodos y oscuros, como cumplir con la hacienda pública. Por ahora, seguimos atrapados en el fuego cruzado de los prescriptores de en qué consiste ser español y los que hacen de la singularidad de cada yo una trinchera identitaria.

Pablo Batalla Cueto
Trea, 2021
406 páginas
24 €

Andrés Montes Fernández (Aramil, Siero, 1960) es periodista. Licenciado en Filosofía, fue redactor jefe de La Nueva España y responsable de su suplemento de cultura.
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