/ una reseña de Nuria Ruiz de Viñaspre /
¿Dónde queda la identidad del escritor en esa labor laberíntica que es la traducción? ¿Dónde el yo y dónde el otro? ¿Pura alteridad?
En la antigüedad, Sócrates firmó la frase «Conócete a ti mismo». En 1844 Nietzsche incorporó algo más a aquel socrático «conócete a ti mismo». En 2021 otra formulación similar.
Nuria Barrios, autora de La impostora: cuaderno de traducción de una escritora, añade: «para conocerte a ti misma tradúcete a ti misma». Y así, del mismo modo que a través de las épocas queda demostrado que el lenguaje está vivo, que va por debajo de todos nosotros, en La impostora, galardonado con el Premio de Ensayo de Málaga 2021 y publicado por Páginas de Espuma, Barrios mantiene con acierto que el lenguaje es un pez vivo y coleante, aunque a veces su propio vigor haga que se te resbale de las manos. Ella lo ha experimentado en sus carnes, en sus manos, en su cocina, «centro nuclear de la vida familiar, estómago de la casa», como dice ella. Y es en este viaje de encrucijadas donde habremos de detenernos en dos grandes hitos: traducir y destraducir, siendo destraducir traducir y retraducir de nuevo.
¿Pero acaso existe el yo? ¿Cuántos yo hay en el traductor que escribe, de existir alguno? Lo mismo ocurre con lo intraducible. ¿Existe lo intraducible? ¿Existe lo intraducido? Existe la vacuidad. ¿No es la vacuidad la ausencia de existencia inherente del ser individual? Google Translate maneja 108 idiomas y traduce en tiempo real 44. ¿Hay vacuidad en Google Traslate? ¿Hay corazón? ¿O es, como dice la escritora, una máquina de contabilidad disfrazada de avatar de Dios? En palabras de la autora, «Ser Nadie es condición imprescindible para poder ser cualquiera. Nadie. Niemand. No one. Nessuno. Esa gran N define nuestra oculta identidad: su anonimato y su infinita plasticidad». Para obtener un entendimiento de la vacuidad necesitamos concentración. He ahí el verdadero y arduo trabajo del traductor, de la traductora. La vacuidad no significa la nada, significa la carencia de un estado en los fenómenos que vemos. La ausencia de una existencia inherente.
Barrios, como otros tantos traductores, pone una lengua en la página derecha y otra en la izquierda, pliega el libro y ambos textos se enfrentan, se confrontan. Así, la traductora lee, coteja, traduce, se enamora, se desespera pero también se enfrenta y se confronta. Se ahoga en el suelo de la cocina anegada de agua. Se depura a sí misma en matices de otros, capta insinuaciones, se abre en canal a ese otro y entre lo uno y lo otro determina que traducir es una manera de escribir y escribir es una manera de morir. Nadie muere.
La impostora dice: «Me gusta la definición de la traducción como ejercicio de trashumancia, tal como hace René Char. “Así sucede con los caminos trashumantes de la traducción, ese lento y paciente tránsito, abolidas todas las fronteras, de un país a otro, de una cultura a otra, de una lengua a otra”». René Char habla de trashumancia y Blanchot habla de intervalo, ya que para este la traducción consiste en un acto de escritura en el intervalo de las lenguas, en diferir el desdoblamiento de la alteridad de la obra. Y si tenemos en cuenta que la definición de trashumancia es esa porción de tiempo o de espacio que hay entre dos hechos, bien pudieran ser esos dos hechos los intervalos de Blanchot. El espacio del intervalo y entre ambos, Nadie.
«¿Traducir es una traición?», se pregunta la traductora. ¿Traición a quién? si partimos de un Nadie. Y si partimos de la base de que traducir es leer, como también mantiene la impostora en aquella primera definición de traducción, «único modo humano de leer y escribir al mismo tiempo». Pero aquella primera vez de la impostora acabó con su inocencia con la que encaramos nuestro primer amor. «Leer por primera vez con ojos de traductora puso fin a la confortable inocencia en que había vivido» (Barrios). La impostora aquí lee y se calza ese sutil juego de máscaras, juega a intercambiar identidades, y ahí es otra además de ella misma. Porque aquí hablamos de la ley de incorporación. Una cosa se suma a otra. Una escritora se suma a otro escritor, a otra escritora. Nadies.
¡Babel! grita una y otra vez Barrios en este libro. Babel. He aquí la cosa: «todo aquel que se oponga al castigo divino de la confusión de las lenguas es enemigo de Dios». De ahí que el filósofo Miguel Morey escribiera que para Maurice Blanchot el traductor es ese enemigo de Dios, ya que se opone a ese castigo cuando el ser humano se empeñó en construir aquella Torre de Babel. Barrios se encara a esta maldición, se mueve entre lenguajes desmembrados tratando de restituirlos. ¿Acaso no es el lenguaje la transmisión de su propia imposibilidad? Escribir es morir de nuevo. Esa es la verdadera impostura de la impostora.
Mira la página y una extraña sensación de irrealidad le absorbe. ¿Qué es real? ¿qué irreal? ¿Quién es real? ¿La página? ¿Ella? ¿Nosotros? Qué más da qué o quién sea o no real. Ella no es una mujer. No es un hombre. Es un neutro. Un paso hacia el azar o la ruina. Nadie.
«Una traducción literaria implica siempre una transformación», mantiene Barrios, y el espacio habitado por la traductora también está en constante transformación. Ella mueve mesas, las cambia de sitio. Transforma espacios constantemente, como si estuvieran vivos, coloca calaveras que acompañen acompañadas a su vez de una taza de té («Debería tener encima de mi mesa de trabajo, además de una taza de té, una calavera. el hombre mantiene con ella una relación de afecto»). La mesa es la cama del cuerpo que traduce. Así, ella ambienta su ambiente, para afrontar los nuevos textos, los textos de otros y transformarlos a su lengua, a su idioma.
Ya el título del primer capítulo nos habla de una historia de amor. Mi primera vez. Mi primer amor, mi primera experiencia, el primer miedo. La angustia de no llegar. El temblor. «Tiemblan las palabras y, con ellas, las estrellas, la noche, los rostros, el viento, el canto de los pájaros… Tiembla el universo entero». ¿Llegaré?, ¿gustaré?, ¿me querrán?, ¿me odiarán? Toda una historia de amor y desamor al tiempo. «Amor retribuido palabra por palabra» que pone la mano de Newman en boca de Barrios. Ahí nos introduce Barrios en el primer amor, tan deslumbrante como frustrante. Aquí la impostora es honesta cuando dice: «La única traición en una traducción es la falta de amor […] La traducción, como el amor, es a la vez posible e imposible».
Un libro totalmente recomendable. Un viaje ensayístico por los pasillos de la escritora, por el primer amor, los miedos, las mesas, las otras patas familiares, las calaveras, las experiencias, la propia pandemia, la realidad del traductor, de sus datos, sus 0,07 euros por cada cebolla, sus 0,07 euros por cada palabra, la torre de Babel y sus 7 pisos, Google Traslate y sus 108 idiomas, la vacuidad, la defensa del género femenino. Una invitación a adentrarnos en su cocina. Núcleo de todo. Un ensayo-error donde por debajo no hay Nadie, no está ni la escritora ni la traductora, está la persona junto a ese Nadie llenos de otros Nadie.
La impostora es Nadie.

Nuria Barrios
Páginas de Espuma, 2022
168 páginas
15 €
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