Poéticas

Ricardo Martínez-Conde: una antología

Una selección de poemas de iluminación cuidada y versos acomodados a los brazos del silencio que nos envuelve a pesar de todo.

Una cuestión elemental de pudor y otras razones del carácter propio me impide escribir libremente acerca de lo que, en su día, he escrito, así que (timidez mediante) he elegido estas palabras del poeta portugués José Viale Moutinho —a quien considero un buen lector, lector por dentro— para presentar esta breve antología de algunos libros propios. Quede el lector con mi gratitud por su silencio:

«Hay una iluminación especialmente cuidada en estos poemas, y al estar seleccionados de varios libros, nos damos cuenta de que el poeta (filósofo, digo)  mira a su alrededor y su voz se torna aprensiva en lo que piensa, en lo que escribe. Y la motivación reside en la persona, en el reloj de disturbios.

Leí en alguna parte —y así me lo sugiere el poema titulado “La playa”, cosa que se nota con ganancia al acercarnos al poeta que lo decía—, nos dice Martínez-Conde: “El mar tiene un componente dialéctico muy importante, esencial: a veces se enfurece, a otros les gusta… como respondiendo filosóficamente a cuestiones vitales”.

Veamos, pues, qué podemos extraer de esta hipótesis dejada por Paul Eluard: “Victime de la philosophie, l’univers élégant”. El universo del asombro.

Versos en los brazos del silencio que nos envuelve, a pesar de todo. El silencio que restringe la palabra a la apariencia y, al final, la libera con la mayor libertad».

Del libro Esa manera lenta (Madrid, 2015)

Hube de estar atento a
la penumbra,
al tren,
al designio del viento,
a los tonos azules…
Hube de estar atento a
cuanto acontecía y meditar su contenido
para otorgarle condición humana
y entenderlo.
Tal vez, quererlo.

Se ha ido el día,
voy a merced del tiempo y
se ha ensanchado mi horizonte;
¿de vanidad, tal vez?

*

Lo que se alarga es la evocación, y en ella
esa parte inasible que se ha pensado
como un sentir pero que en realidad
es hábito. Hábito de las cosas comunes
que también contribuyen a nuestra identidad
como pudiera hacerlo la propia voz,
el mirar sencillo.

La lentitud, al fin, es quien más celebra el vivir
toda vez que escancia con mayor detenimiento
la pereza poética de cuanto acontece, el
equilibrio oculto; el vivir en el morir.

*

El pájaro perfecciona su atención. Al fin,
cuanto transcurre en la naturaleza
es un azar anodino salvo
las esperables transgresiones.
¿En qué reparar con firmeza? ¿Y por qué?
Su comida sí tiene una razón,
es una garantía de continuidad
para favorecer, después, la curiosidad
impertinente, y lo que lleva al canto
¿Tal vez en favor de Algo, ese Algo
que repite la ceremonia cada día
y nunca es igual? ¿Tal vez por ser?
Así parece haber acomodado
el pájaro su mirar.
Más, ¡no pensará que es libre!

Tampoco el hombre que le mira.

*

El barco derivó de nuevo; su juego con algo invisible retenía no solo el mirar, sino también la memoria. Yo he nacido en un paisaje rocoso, de pinares, bañado por el mar, un mar donde habita ese algo invisible que anima el juego de los barcos de vela. Un juego infantil que me gusta por su libertad, porque no tiene reglas; ahora vira a barlovento y el sol se refleja, intenso, por un momento, en su amura.
Ahora vira hacia sotavento y la vela ahonda su blancura. Más lo que permanece es el silencio. Siempre el silencio. Es lo más subyugante, a la vez que pienso en ella.

*

Es aquí donde vivo. Es aquí donde descanso
y dormito en el objeto de mi filosofía, donde
espero y vigilo las células que mueren, donde
anido el pudor, donde sonrío a veces pensando
en los efectos de la luna (en las charcas
ya frías, sin agitación, más allá de ese poso
que es vida perenne y movimiento y
un axioma de transcurso y acabamiento,
el mismo que ahora me guarda aquí, donde
vivo y, a veces, sonrío para mí, para
mi sino).

*

La playa.

En la playa, el brillo resalta el significado
de cuanto nos mira (¿Por qué esa sensación,
allí, de ser observado? Y ello como un don)
El ser-no ser de la ola, la altura próxima
e infinita del sol, el nacimiento de algunas
palabras cuando se mira y piensa (hasta ahí
en el espacio solo hay sonidos o voces) La
oquedad azul donde se vive a solas…

El origen, sí, el origen.


Del libro Paisaje (Madrid, 2016)

Una misma sombra puede tener varias significaciones
Olvido por parte de la luz, que se ha ido a saber
cuál sea el motivo, si el azar o la aventura.
Decisión meditada de dejar el vacío a su albedrío.
Una virtud premeditada: ofrecer una imagen
perfecta de la soledad (una re-presentación),
acicate para un posible melancólico paseante.

En ello se encierra una didáctica: la realidad
es fría, muda, ajena a nuestra voluntad.

En cada sombra habita al menos un ser humano.

*

Oíd. Oídme. Escuchadme.
¿Qué ha sido del tiempo antiguo,
el del agasajo y la tristeza,
el de la fiesta y el recuerdo?

¿Éramos como niños o eran niños las cosas
y nosotros sus dueños, sus poseedores?

Teníamos miedo y esperanza,
principio y fin.

Ahora las palabras están secas
y no se oye la música.

Solo hay rumor, un rumor
que aumenta el silencio.

*

Es el ritmo —a veces la quietud— de aquello
que miramos lo que estimula el aleteo de las hojas
del arce y convoca a la música.
El caso es que no es tiempo todavía:
el que sueña finge en ocasiones
que rebasa el vivir en su viaje imaginario.

¿Qué es la música o el estar quieto sino
una forma de percepción, de esperanza y
amor, de inquietud y atavío para la fiesta,
de confianza y advertencia?

El arce, hasta ahora, nos ha sido ajeno
en su camino de árbol, más no del todo.
Ha propiciado algo, ha estado a nuestro
lado sin premeditación.

Como la apacible serenidad del Otoño;
pronto vendrá también el tiempo acomodado
de sentir-mirar. El ritmo lento
de la soledad.

*

… tiene lugar en un momento en que las
pequeñas olas parecen haber acomodado
su ritmo y ya es acorde el rumor
a lo que se piensa; el cielo es una
construcción frágil y la quietud algo indeciso
(con su sencilla parte de hermosura
y sorpresa en lo aniñado de las olas)

Después se va guardando todo cuando el sol
vencido se entrega, memorioso, lánguido,
al horizonte.

Nada queda afuera. Se piensa incluso
que tal inquietud no volverá a repetirse.

*

¿Quién escribe?: el que ha dudado
¿Quién piensa?: el interior que ha sido
¿Quién sueña?: sólo uno mismo

¿Quién ama? El que ha perdido la noción
del tiempo por convicción (pero le aguarda
un poco de tiempo todavía, pues
acaso mañana…).

*

El mundo es pequeño
El mundo es como una flor
cuyo aroma llega a alcanzar
más allá de donde la vista
alcanza; incluso un pensamiento.

Mi mundo es pequeño.


Del libro Verum in nubibus (Madrid, 2017)

¿Y qué pensar si la veleta apenas dice,
quieto como se guarda el rubor del aire
a que llegue la noche?
Es entonces cuando los árboles atildan
su estatura y abordan el acomodar
de su armonía.

¿Y qué pensar de la venida del frágil mensaje
que significan los primeros rumores
de lo que ha de ser noche?

Ay!,
¿quién no ha hecho su nido a la memoria?

*

Oigo las campanas que ayudan al día
a entrar en la sombra. La jornada ya se ha sido.
A partir de aquí prevalecerá la memoria
y su reino vivirá serenamente.

Siento vagamente el lento paso que trae la noche
y amaina la sorpresa, más la sombra pudiera
traer aún pasiones al corazón, que
no querrá guardar silencio.

Adolecen pájaros en el aire.
El verano ha acompañado esta jornada
que nos ha tenido, una vez más, a sus expensas,
al borde —inacabado— de la duda.

*

A la hora en que haya de acercarse
habré de prevenir a la musa más sencilla
—la que se ocupa de lo inmediato y la sorpresa—
que no aguarde el milagro ni espere
algún efecto eterno, a modo de una falsa estética de lejanía.

El encuentro suscitará algo sabido y viejo,
el momento acordado.

Los signos serán breves y su hondura
vendrá del gesto y su significado.

Así, discreta,
la muerte acaso ni sorprenda.

*

Apenas se repara en la maceta que expone
el elegido contraste de sus flores, al otro lado
del cristal, y la penumbra interior, una penumbra
que sosiega la espera.

(Las flores viven el silencio que las distingue
entre ese lugar interior donde se afanan las manos
tibias que cuidarán con amor su crecimiento
y el sol exterior que llama al cristal y
ha ido madurando el paisaje más próximo.
La maceta ocupa ese intermedio donde ocurren
las cosas, a donde va el pensamiento)

El día de verano ha dado paz al mar y desde aquí,
sentados a la mesa, el tintineo de la vajilla es toda
la seriedad que, en el fondo, se espera de la vida.

*

El caballero de elaborado gesto
no caminaba solo: portaba, como confidente
ante la esquiva realidad, bastón de puño
oblongo afín a su mano enguantada.

Desde la firme ala del sombrero
hasta la vertical certeza de su andar
era apreciable la venida del invierno
(Ahondaba el vivir la serena firmeza
de su discreción)

«Los días se irán rompiendo, caballero, como
hilo de lana». Y usted se dirá, probablemente,
«¿hasta dónde alcanza mi conocimiento
de la fragilidad?».

Escuche. Escuche cómo se avienen
el mar y la inocencia.

*

Lo importante es entender la función
que el silencio otorga a lo que miras.
Su forma o su color van ya implícitos
en su significado, pero lo secreto
o insignificante u oculto
—esto es, lo poético—
están en lo que no expresamos al ver,
en lo que callamos pero existe.


Del libro Con la lluvia (Madrid, 2018)

Con el consentimiento del cielo ha caído
una gota de lluvia, y ahora yo quisiera permanecer
expectante acerca de cuál sea su destino.

Pasa un gorrión de vuelo casi triste,
pasa un clérigo (¿débil sonrisa?),
pasa un ciclista y un hombre de ciencia
le mira, curioso.

El cielo, mudo, exhibe su hidalguía
con ese silencio…

¿Yo?: escucho el mirar.

*

Aludiendo a todo. Así actúa la pasión.

El mundo, se piensa, no da cobijo cierto
sino a aquel que ha querido vivir todo
el fervor de la realidad, de cuanto existe:
a él es a quien favorece, desde siempre,
el amor. De ahí que no le sea posible
—ni deseable, piensa— eludir el amor,
pues desde el sentimiento más pequeño
hasta la quieta frialdad del monte
le alude, le engloba y acoge
como una necesidad perenne, como
una forma de ser en la Naturaleza.

Ella, siendo tan frágilmente bella,
hace tanto en favor de nuestra soledad.

*

He meditado con demorada lentitud
acerca de lo que siente el gorrión. Es para mí
un asunto de seria importancia porque su figura
pequeña, que parece confundirse siempre con
la realidad cotidiana como si formase parte inseparable de ella, atrae mi atención de una manera humana
(le miro, y para mí es algo más que mirar su figura
inquieta y animosa que repara en algo buscado,
o en aquel que le mira) Es así como me hace compañía, de una manera más emotiva incluso de como pudiera hacerlo el gesto delicado en alguien que pasa.

Quisiera saber a veces, discretamente, cuál es el sentir
de su pequeño corazón, qué piensa de su entorno,
cómo querría confiar, a su modo solitario.

y he meditado, tal vez, porque algo me azora;
le veo tan semejante a mí, tan próximo y afín.

*

Sea que el cielo, en su alta ironía, alude solamente
a su viaje y no solo me ignora, sino que no se vuelve
siquiera para mirar; pura casualidad.
Pero bien, sea. El caso es que ahora habría
de exponer aquí, de nuevo, mi soledad, y ya comienzo
a sentir lo inoportuno de esta situación. Por pura ironía,
por puro requiebro de orgullo.

(Considero que el origen de esta desazón radica en que, a mi modo, quisiera mirar a la otra orilla como hombre libre)

¿Libre? Tal vez, pero sin eludir ese sentimiento:
¿cómo podría yo ignorar el gesto distinguido
del tiempo hacia mí? (¿es que nunca juega?
¿es que nunca se equivoca?)
Le miraré (admiraré) con sentido del humor

Ahora pienso: en cuanto pueda, le devuelvo el espejo
(y me pregunto si advertirá su soledad, la propia,
la que camina a su lado sin respuesta).

*

Más que estar en la conciencia del que desea
amar quiere aludir, confiar en los sueños, dejarse
mecer por las hojas, o el destino; un acto
de cesión, es verdad, pero a la vez de cordura,
pues ¿qué esperar de las palabras, ahora
tan viciadas por el ansia de tener, por la oculta
venganza, por el descreimiento…?

Sin embargo amar, esperar amar, es
un gesto tan ingenuo, tan…insomne;
como poner una flor en el cielo

Ay!, todo se ha guardado antes de revelarse;
y más aún el amor.

*

La tarde no se defiende, es
como pueda serlo un mirlo o la piedra
no del todo olvidada (nada de la vida
real ha sido olvidado, eso es
la trascendencia).

Digo la tarde porque al sentirla, es
(ella sabe de su eficiente peso espiritual).

Todo es, todo pasa, todo se oculta
esencialmente (una forma de ese aguardar
que somos) y si el río corre
es para recordar que yo, que le tengo
presente en mí como algo propio,
—porque él y yo nos pertenecemos,
significamos algo juntos, con otros
fragmentos más o menos espirituales—
comparto lo racional y, sobre todo, lo inconsciente;
una forma de representación de cuanto nos hace
pensar. (Sí, de cuanto nos hace pensar)

¡Qué rara tendencia acogedora
posee la luz rosada antes del frío
del ocaso!


Ricardo Martínez realizó los estudios de filosofía y letras en las universidades de La Laguna y Valladolid, concluyendo su carrera universitaria con los estudios de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Su obra como escritor es bilingüe, habiendo publicado tanto en gallego como en castellano. Como ensayista y crítico literario ha colaborado tanto en prensa (La Voz de Galicia, El País) como en revistas especializadas (Clarín, Revista de Occidente). Ha cultivado distintos géneros como autor. En poesía podemos citar: Lento esvaece o tempo (Milladoiro, 1990), Los argumentos de la tarde (A.G., 1991), De cuanto nos es dado (Calima, 2006) y Na terra desluada (Espiral Maior, 2009). Su obra Orballo nas camelias pasa por ser la primera obra de haikus en la literatura gallega. En prosa ha publicado varios libros de aforismos: Debullar (Galaxia, 1996), Cuentas del tiempo (Pre-textos, 2004), Alusión al paisaje (Calima, 2006), Ecos da néboa (Trifolium, 2012). Es autor, asimismo, del libro de relatos La luz en el cristal (Calima, 2011). Ha obtenido el premio Benasque de poesía y diploma de honor en el concurso internacional de relatos breves Jorge Luis Borges y en 1997 le fue otorgado el premio Reimóndez Portela de periodismo. Colabora en prensa y revistas especializadas. Desde el año 2014, la Fundación Jorge Guillén es la depositaria de la obra del autor. Dispone de su propia página web.

Acerca de El Cuaderno

Desde El Cuaderno se atiende al más amplio abanico de propuestas culturales (literatura, géneros de no ficción, artes plásticas, fotografía, música, cine, teatro, cómic), combinado la cobertura del ámbito asturiano con la del universal, tanto hispánico como de otras culturas: un planteamiento ecléctico atento a la calidad y por encima de las tendencias estéticas.

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