Narrativa

Celebración de la luz

Rodrigo Guijarro reseña 'Entra sin miedo en la luz más antigua', de Javier Lasheras, una novela guiada por cuatro puntos cardinales: el viaje, la idea de Europa, la experiencia amorosa y la reflexión sobre la memoria.

/ una reseña de Rodrigo Guijarro Lasheras /

El viaje, la idea de Europa, la experiencia amorosa y la reflexión sobre la memoria son los cuatro puntos cardinales que guían la brújula de Entra sin miedo en la luz más antigua, tercera novela de Javier Lasheras (1963). La primera escena nos presenta a Vagga McKenna, mujer del narrador, protagonista y escritor Ulises Cruz, que embarca en un avión para ir a un lugar a hacer algo que solo se revelará al final del libro. Pero lo que leemos es el monólogo interior de Ulises, dirigido a ella y por tanto a menudo en segunda persona. En este monólogo, el narrador va recordando distintos momentos de su vida, que constituyen el segundo nivel narrativo y ocupan la mayor parte de páginas del libro, sin que sepamos qué sucede exactamente en el primer nivel, ese viaje de Vagga que reaparece puntualmente.

Este planteamiento tiene al menos dos consecuencias reseñables. Primero, hace que la novela sea un haz de historias que van surgiendo y entreverándose naturalmente de la mente del narrador en forma de recuerdos. Segundo, genera una voz narrativa desmaterializada que es uno de los aciertos del libro. Porque ¿dónde está el narrador, desde dónde nos narra, desde dónde monologa, si sabemos que no está con ella en el vuelo? La pregunta se construye como un hilo subterráneo que estimulará el deseo de saber del lector y lo llevará hacia delante.

Como he señalado, esta es una novela sobre el proceso y la actividad de recordar la propia vida. Y así, Entra sin miedo en la luz más antigua plantea una visión de la memoria como río interminable, «que a veces llega exuberante y otras acontece esquiva y vaga», dentro del cual los recuerdos son peces escurridizos, difíciles de capturar. El narrador habla de la dificultad de recordar y poner en orden lo rememorado, consciente de una idea muy frecuente en la novela de los últimos cien años que aquí aparece con nitidez: recordar (y por tanto narrar) es siempre ficcionalizar, por muy verídicos que sean los hechos relatados. El recuerdo deforma o adultera lo vivido: «el pasado es un barrizal de ficciones», se lamenta el narrador, que tiene la sensación de «dejarlo todo enmarañado de recuerdos». El monólogo de Ulises nos habla también de lo voluntario e involuntario del recuerdo: pero sobre todo de cómo el recuerdo es algo que se forja de manera involuntaria y, cuando así sucede, es cuando más significativo resulta.

Con todo, lo más destacado a mi juicio es que no solo se trata de reflexiones y de metáforas que buscan ajustar cuentas con la memoria, sino que la novela nos permite verla en acción, presenciar el proceso de recordar o de tratar de hacerlo, de armar los recuerdos para hilarlos cronológicamente, para darles consistencia, con los consiguientes titubeos sobre lo recordado y la consciencia de los vacíos que uno deja. Las reflexiones explícitas sobre el acto de recordar sirven además, en un nivel estructural, como ancla narrativa. Son el elemento recurrente que recuerda la situación de partida, a saber: que estamos leyendo un monólogo dirigido a Vagga McKenna, mujer del narrador, mientras esta viaja con un propósito secreto en mente.

Viajes es justamente lo que no falta en la novela, que transcurre por toda Europa (y no es un decir). Trieste, Viena, Luxemburgo, Madrid, Ámsterdam, Berlín, Budapest, Lisboa, San Petersburgo, Oviedo son solo algunas de sus ciudades, de tal manera que la vida del narrador y la de Europa confluyen: el viaje por el continente es el viaje de la propia vida y por sus escenarios. La memoria, como este, es una errancia, un vagar, lo que genera una sutil correlación entre el funcionamiento de la mente y el desplazamiento físico por los países. No en vano, el viaje es una de las metáforas primarias de la vida y de la literatura, y esta novela se nutre abiertamente del periplo fundacional que narra Homero.

Uno de los propósitos de Lasheras es interpretar Europa no como espacio político ni geográfico, sino como cultura o, aún más, como civilización: Ulises Cruz, es decir, el nombre de la Antigüedad y el apellido del cristianismo. En la novela contemporánea, es frecuente encontrar lo que el antropólogo francés Marc Augé denomina no-lugares. Se trata de lugares de paso, como los aeropuertos, los centros comerciales o los ascensores, donde los individuos permanecen anónimos y en los que las interacciones están limitadas, pautadas o restringidas a un puñado de fórmulas estereotipadas. Son también espacios sin identidad, casi idénticos en todas partes, ya estemos en París, en Beijing o en Nueva York. Es frecuente que la literatura actual tienda a convertir en no-lugares lo que tradicionalmente han sido lugares, hasta el punto de que muchas novelas caracterizan todos los espacios públicos como un gran no-lugar hostil y agresivo. Bienvenidos a la ciudad posmoderna.

Pues bien, la visión que traslada esta novela de todos los sitios en los que transcurre es justo la contraria: son lugares antropológicos, culturalmente connotados, en donde el sujeto halla unas raíces y un sentido. Los viajes de Vagga y Ulises nos hacen percibir Europa como un conjunto cultural heterogéneo pero unido. Y como un hogar: «un europeo puede echar de menos su país, pero nunca llegará a sentirse del todo extraño o ajeno en cualquier otro país de Europa», afirma el narrador. Europa es un gran catálogo de historias, de modo que la estructura de la novela también se asemeja a la idea de Europa que presenta. Porque la novela es un gran mosaico de historias de distintos tiempos y lugares engarzadas por el recuerdo de Ulises Cruz. La memoria de Europa se funde con la memoria personal y los lugares tienen vestigios del pasado europeo igual que los de la vida del narrador.

Si Entra sin miedo en la luz más antigua está poblada de ciudades, también lo está de obras artísticas y literarias. Pero no se trata de una mera enumeración, sino que textos, obras y autores están enraizados en la narración y en sus procedimientos. Me limito a comentar algún ejemplo: la novela presenta, al final, un monólogo interior de la mujer del protagonista, lo que nos remite directamente al Ulises de Joyce. Vagga aparece mencionada como Maga en alguna ocasión, lo que se suma a las reuniones de individuos con inquietudes culturales, la Orden del Círculo (los amigos escritores de la pareja protagonista), en las que resuenan las que tantas páginas ocupan en Rayuela. El monólogo final, de hecho, no solo se construye sobre la base del Ulises, sino que guarda muchas semejanzas de contenido con el monólogo que constituye Así que usted comprenderá, de Claudio Magris, a su vez autor de El Danubio, un texto híbrido de viajes, historia y ficción del que esta novela también es pariente.

El monólogo de Ulises, como escritor y lector que es, destaca no solo por la alusión a otras obras, sino ante todo por un tono poético sostenido, eso que algunos llaman «calidad de página», es decir, un trabajo con el lenguaje que rehúye las frases inocuas o triviales y presenta abundancia de imágenes, figuras literarias y, particularmente, metáforas y símiles. El propio protagonista lo señala respecto de una de las novelas que escribe y dice que lo que él buscaba era «una obra con la que aspiraba a que los lectores guardaran el estallido de una frase o el golpe de una imagen». Curiosamente, esta idea no pone el foco en elementos globales, en los grandes temas del conjunto de la obra, sino en lo más pequeño, en una imagen suelta, en una metáfora puntual perdida en alguna página del libro. Y esto es algo en lo que la novela es pródiga: «la fuente teclea sobre el agua efímeras palabras», «la felicidad trae bajo su capa púrpura un forro de esparto», «las fotografías son el ámbar del pasado», «el vino es sangre delatora», «los días pasados quedan atrás como la silueta de un amante en el andén».

Gran número de ellas remite a percepciones sensoriales: la luz, la apariencia del sol, la comida o incluso el tacto. Uno de los motivos clave del texto es justamente la luz. Tenemos así al primer viajero, Ulises, y al que seguramente sea uno de los primeros símbolos del ser humano. El tratamiento que de él hace Lasheras le otorga un carácter poliédrico que no agota su sentido en una correlación directa y unívoca con otra cosa. La luz es el amor, es la luz antigua de la infancia, es la que trae la memoria, es la celebración de lo vivido y es también la celebración del presente. Es, en suma, el símbolo aglutinador que engloba las principales inquietudes de la obra.

Porque esta novela es también una historia de amor de la que se desprende una suerte de hedonismo retrospectivo que celebra lo vivido, una efeméride del presente que nos da la clave de un desenlace que alcanzamos cuando Vagga llega a su destino. La historia de amor entre los dos protagonistas, el viaje por Europa, la memoria y el propio libro se cierran conjuntamente en una única escena emocionante y climática, es decir, luminosa, que se hará recuerdo en la mente del lector.


Entra sin miedo en la luz más antigua
Javier Lasheras
Algaida, 2022
296 páginas
20,95 €

Rodrigo Guijarro Lasheras (Oviedo, 1989) es profesor ayudante doctor en el Departamento de Literatura Española y Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Valladolid. Durante sus estudios de licenciatura en Oviedo (Premio Extraordinario y Accésit del Premio Nacional), grado superior de música en la misma ciudad, máster y doctorado en la UCM (Doctorado Internacional y Premio Extraordinario), y en sus estancias en la Universidades de California, Berkeley y Cambridge, ha profundizado en diversos aspectos de la literatura y sus relaciones con otras disciplinas.

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