Narrativa

Algunas migajas de metaliteratura (a propósito de un libro de José Ignacio García)

Mariano Martín Isabel reseña 'La memoria de los crisantemos', un libro de relatos cortos de José Ignacio García, de temática muy variada.

/ por Mariano Martín Isabel /

La memoria de los crisantemos es un libro de relatos cortos (José Ignacio García utiliza la palabra «cuentos»). Se trata de historias muy variadas: un amante burlado que intenta rehacer su vida (La vecina del pezón tímido), las aventuras de unos cubanos desterrados en España (Una sonrisa para mis lágrimas), un hombre al que van a presentar a la familia de su futura mujer (Retrato de familia y Martin Scrooge, con homenaje a Charles Dickens y Marcial Lafuente Estefanía); un portal de Belén entre chabolas (El milagro del buey mago), una carta a Papá Noel (Chucky), un hombre que se atraganta con jamón (La nevada), una investigación detectivesca (Ninguna noche es buena para morir): y así, hasta veinticinco historias para celebrar los veinticinco años que el autor lleva escribiendo relatos cortos; son también el anuncio del veinticinco de diciembre, día de navidad.

No es éste un libro de relatos navideños; sí de paisajes invernales (Santiago Redondo llega a hablar, p. 14, de «literatura invernal»). Incurre en etnocentrismo puesto que la navidad sólo es invernal en el hemisferio norte, y eso es escribir desde los climas templados o fríos: literatura europea, norteamericana o rusa, tal vez española, pero, con toda seguridad, en el caso que nos ocupa es literatura castellana.

El último de estos relatos, el que da título al libro, hace que todos los cuentos sean siempre intentos de escritura que se corrigen continuamente, hasta admitir las correcciones que quiera hacer el lector (con permiso del autor, se entiende). Este último relato consigue que lo que empezaba siendo literatura acabe siendo intento metaliterario; que es cuando el escritor se descubre escribiendo sobre el proceso de escritura en el que está.

También (p. 13) menciona Santiago Redondo a algunos de los más afamados autores que han escrito sobre la navidad: Dickens, Andersen, Wilde, Galdós o «Clarín». Uno echa en falta a Allan Poe, que escribe cosas ambientadas en el mes de diciembre. Pero en los títulos de crédito, en la última hoja, dice así: «La memoria de los crisantemos, de José Ignacio García, […] terminó de imprimirse el 7 de octubre de 2022, 173 años después de que, en la misma fecha de 1849, Edgar Allan Poe, el primer gran maestro del cuento de misterio y de terror, falleciera en un hospital de Baltimore, Maryland, Estados Unidos. Al creador de El gato negro y El señor Valdemar se le cita en alguna de estas páginas. Quizás, a modo de homenaje por parte del autor».

La inspiración

La inspiración  funciona a veces como un líquido comprimido y otras como un tren. «Las historias […] (son) como el líquido comprimido a presión en un embalse o en un barril, y (basta) con abrir la esclusa o una espita para que (desalojen) con furia su contenido» (p. 256); la creación es «alumbramiento» y el escritor no es más que «el instrumento intermediario del que se han servido (los relatos) para acabar impresos en el papel» (p. 262). Siempre es una creación atropellada, «con el ímpetu del toro que irrumpe en el ruedo sin ser consciente de lo que allí le espera» (p. 261). No hay diferencia, pues, entre las cataratas creadoras del realismo y las del escritor romántico; la diferencia está en la concepción de la mente, que en el primero es penumbra y en el segundo tinieblas; en ambos casos crear es abrir compuertas y dejar escapar relatos, «atropellados e impulsivos».

Otras veces las historias que pugnan por salir se asemejan a «trenes que emprenden viajes interminables, deteniéndose a lo largo de su recorrido en cada apeadero y cada estación» (p. 256). Es de suponer que los episodios se van encadenando unos a otros, de tal manera que el primero es punto de partida para el segundo y así sucesivamente; la creación sería aquí obra de una mente racional más que de un pensamiento intuitivo, y se manifestaría, más que en el relato, en el estilo.

Siempre se ha dicho que después de crear el escritor tiene que corregir. También podemos ir corrigiendo el texto mientras lo escribimos, no después, y aquí viene a cuento la metáfora de los crisantemos: crear es escribir, arrugar el papel si no nos gusta y tirarlo a la papelera para volver a escribir otra vez: así sucesivamente; hasta que salga de nuestra pluma el escrito definitivo o por lo menos el menos provisional (p. 256). «Esos escritos frustrados que terminan en la basura o en el fondo de una papelera»  son «los crisantemos de la desesperación»; tales crisantemos son las «ideas, argumentaciones, secuencias y conversaciones que una vez escritas se desestiman y se condenan a las calderas de la nada» (p. 256). De ahí el título de este libro. Cada uno de sus relatos es un compendio de intentos fallidos que han ido a la papelera como crisantemos de papel.

Solemos acordarnos de la inspiración cuando sentimos su ausencia; es lo que sucede con el «bloqueo», con el «dique seco» o con la musa ausente; quedarse uno sin agua en el manantial es verse convertido en un «tetrapléjico de la palabra» (p. 243). El personaje del último relato siente que no puede «sobrevivir a la pérdida de la mujer que da sentido a todo» (p. 248). Y lo mismo que un coche sin batería se carga, después de arrancarlo, rodándolo, también hacen falta pinzas para arrancar cuando escribimos; «preocúpese únicamente de la primera palabra. Esa es la importante. La fundamental. La que lidera la manada. Todas las demás vendrán detrás» (p. 251). Dice Santiago Redondo (p. 14) que toda creación es «vocación de la palabra en vilo», porque la palabra viene a nosotros cuando ella quiere, no cuando queremos nosotros.

La forma

También dice que José Ignacio García es un escritor «meticuloso en las formas» y «profundo en los argumentos» (p. 15). La forma tiene para él un fuerte agarre en lo sensorial, está anclada a la realidad y, aunque se trate de temas urbanos, prefiere los del campo. Veámoslo.

1. Lo sensorial. Si lo sensorial es la presencia de las cosas y lo espiritual es su ausencia (que se hace presente en las ensoñaciones y los recuerdos), el estilo de José Ignacio García está fuertemente anclado en los sentidos; y eso nos lleva a la cuestión del estilo. Así, un personaje provoca al hablar «un escozor semejante al que causa el humo que se mete por los ojos» (p. 27), los días se consumen «como un cirio que derrite su cera lentamente» (p. 39) y los besos suenan «en sensurround, como una botella de champán que se descorcha con un estrépito casi pirotécnico» (p. 41).

2. La realidad. Las sensaciones retratan el mundo en el que vivimos: no en el que soñamos. La literatura sensualista tiene que ser realista por necesidad puesto que nos habla de presencias exteriores; y la realidad exterior, con su materialidad, se impone para caracterizar hasta los relatos que son «tan insustanciales como una dieta baja en sal» (p. 246) A veces lo material amenaza con espiritualizarse, como cuando se dan consejos «para navegar y sobrevivir sin ahogos en los mares de tinta que surcábamos» (p. 247); pero el espíritu se vuelve materia cuando «la casita que había elegido […] era ideal para que un hombre solo se lamiera los sabañones del rencor a escondidas» (p. 25). Concluyamos con otro ejemplo la caracterización de este realismo sensorial:

«Cuando empecé a estampar de besos el nacimiento de su cuello supe que iba a ocurrir lo mismo que sucedía cuando era niño y robaba a hurtadillas las tabletas de chocolate Nestlé que mi madre guardaba en la despensa. Entonces me hacía la firme promesa de comerme una sola pastilla. Pero la tentación era tan irresistible que terminaba por comerme la tableta entera […] Dulce y empalagosa como el chocolate Nestlé. Así era María. Un manjar no apto para diabéticos» (p. 41).

3. La naturaleza. También la realidad se define como naturaleza aunque se trate de reflejar la vida en sociedad. La desilusión del hombre enamorado («así me sentía yo, como un polluelo recién salido del cascarón, a merced de la intemperie»: p. 22). La vida cotidiana de la mujer casada («la esperaban un marido y  un par de chiquillos hambrientos como esas crías de aves rapaces que aguardan impacientes en el nido la llegada de la madre con los restos de un conejo»: p. 27).  El cuerpo respondiendo a la llamada del erotismo («la teta derecha de María había respondido a mis caricias erizando provocativamente un pezón que se embravecía ante las acometidas de mi lengua»: p. 42). Y la sorpresa que remueve de su sitio a la mujer («¡no puede ser! –exclamó y huyó despavorida, como la liebre acorralada por un depredador que encuentra una vía de escape, dejándome a la deriva en una torrentera de desconcierto»: p. 44).

La ficción como radiografía de la realidad 

Uno de sus personajes viene a decir que ser escritor es ser mentiroso (p. 247), aunque luego se desdice recomendando sustituir la imaginación por la experiencia; si tenemos en cuenta que la experiencia no es sino sensación recogida en la memoria, entenderemos que las sensaciones sean tan importantes como el recuerdo. Santiago Redondo ha caracterizado los «retazos de memoria» como «semilla activa» (p. 15): y si la mujer amada, la verdadera musa, «ocupaba toda mi memoria», entonces no es de extrañar que la inspiración del escritor haya entrado en dique seco, puesto que la energía creadora tiene su base en los recuerdos. 

Hay realidades aparentes y ocultas. Todo el barroco español, nuestro Siglo de Oro, gira en torno a la relación entre realidad y apariencia: Don Quijote cree que los molinos son gigantes, confunde aldeanas con princesas, pellejos con enemigos,  y toma una bacía por casco; Alarcón nos habla de la verdad sospechosa, en Tirso hay mujeres vestidas de hombre, en Calderón y Lope los héroes parecen villanos, la vida parece un sueño, se insiste en que no basta con que la mujer sea honrada sino que tiene que parecerlo, y hasta Erasmo se permite hacer un elogio de la locura: este empeño de asociar la literatura con la mentira parece enraizado en lo más profundo de nuestra tradición. Lo propio de la literatura es la ficción, entendiendo por ficción el universo donde las cosas que suceden no tienen por qué haber sucedido pero podrían suceder: la experiencia, y no la imaginación, aparece como garante de que lo que dice el escritor (que, en tanto que escritor, es mentiroso) y la ficción es más verdad que la verdad verdadera: ahí está la grandeza de la literatura.

Para concluir

Y como éste es un libro de cuentos, bien podríamos entretenernos en los ingredientes de los cuentos. Toda buena historia debe tener planteamiento, nudo y desenlace y José Ignacio García lo precisa un poco más: «planteamientos esperanzadores, argumentos macizos y desenlaces […] inesperados» (p. 259); dejando claro que hay que ser «meticuloso en las formas», Santiago Redondo ha insistido en que el escritor también debe ser «profundo en los argumentos» (p. 15). ¿En qué consiste eso? En la capacidad de «provocar mágicos finales» (p. 17). 

El autor opone «la narrativa breve» a «la de largo recorrido», como ser un esprínter no es lo mismo que un «maratoniano de la prosa imaginativa» (pp. 245, 247): son formatos diferentes para contar historias, cada uno  con su espacio. En lo tocante a la narrativa breve, éste es un libro recomendable por varios conceptos: por sus historias que a nadie dejan indiferente; por la conexión entre el sensualismo de la forma y el realismo del contenido; por la rima interna que dinamiza algunos párrafos; y por el acertado dominio del lenguaje… Eso le hace merecedor de una despedida cervantina; pues queriendo citar uno de sus cuentos tiene que decir, cuando le falla la memoria (esa misma memoria que no le falla al narrador), que está hablando de «uno de los cuentos, de cuyo nombre ahora no me acuerdo»; después de este guiño sólo le faltaba decir: «de cuyo nombre no quiero acordarme». Con esto queda completada la cuadratura del círculo.


La memoria de los crisantemos y otros cuentos de Navidad
José Ignacio García
Castilla, 2022
268 páginas
16 €

LagunaDeLibros | Biblioteca IES Andrés Laguna

Mariano Martín Isabel es doctor en filosofía y profesor del instituto Andrés Laguna de Segovia. Vivió catorce años en Francia. Ha escrito artículos de filosofía en Francia, España, Italia, Finlandia, Ecuador y Méjico, y ha hecho algunas incursiones en la novela, como Las caras del mar. Su teoría de la razón viva concibe la novela como expresión viva de la razón. Es coautor del libro Andrés Laguna, humanista y médico, y ha escrito sobre Ortega y Gasset, Miró Quesada, Miguel Hernández y María Zambrano, entre otros. Desde hace algo más de un año anima un blog en el que intenta ahondar en el concepto de filosofía literaria; de periodicidad semanal, publica textos agrupados en cuatro secciones: filosofía, literatura, educación y el rincón de «el mirador» (atalaya desde la que desmenuza la realidad con objetividad apasionada).

2 comments on “Algunas migajas de metaliteratura (a propósito de un libro de José Ignacio García)

  1. Profundo y pormenorizado trabajo de lectura crítica sobre “La memoria de los crisantemos” este que realiza el filósofo, profesor y escritor Mariano Martín Isabel, a quien, en la parte que me como prologuista del libro me toca, sinceramente felicito. Si alguna precisión hubiera que hacerle desde mi modestia, por decir que digo, sería acaso el del título con el que antecede a su trabajo. Sí, ese de “Algunas migajas de metaliteratura”, que pudiera dar a entender a quienes aún no han degustado sus páginas, que la recreación de un todo literario se resumiera únicamente en la ínfima parte de un candeal de Castilla. Aún así, merecería la pena. Pero creo yo que hay más, mucho más que migajas de metaliteratura en este festín de letras. Y es que esto de los títulos también acostumbra a tener su miga. Felicidades, pues, al autor y al crítico.

    • Mariano Martín Isabel

      Totalmente de acuerdo. El libro tiene tanta altura y tal capacidad de suscitar placer en los lectores, que desde el mismo título de mi comentario me he planteado ser modesto; lo que yo podía hacer no pasaba de ser unas migajas, y lamentaría haber dado la impresión de que lo que son migajas son los relatos del libro: para nada. José Ignacio García es uno de esos autores con los que hay que contar, sin ninguna duda, y cada vez que me asomo a sus líneas experimento admiración y fruición al mismo tiempo. Acabo de leer “Algunas historias no sirven para escribir canciones de amor” y todavía bullen sus escenas en mi cerebro.

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