El runrún interior

El runrún interior (90)

Pablo Batalla Cueto registra en su dietario pensamientos propios y notas de libros leídos y cosas vistas en Internet, escribiendo sobre lombrices o la 'lisztomanía' del siglo XIX.

/ por Pablo Batalla Cueto /

El runrún interior (89)

Martes, 14/2/2023. Yves Bonnefoy: «Las sombras y los sueños pesan lo mismo».

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Hay lecturas que noquean, que se le quedan a uno retumbando en la cabeza durante días. Con la entrega mensual de Los cuadernos pálidos de Tomás Sánchez Santiago, me pasa siempre; siempre alguna de sus notas me dejan deslumbrado como ninguna otra cosa que lea. Hoy me pasa con esta: «En el entresueño de esta noche, una escena fugaz flotando desgarrada: mi madre nos había traído fruta. Por un momento, las naranjas brillaron como astros en las ácidas tinieblas de la noche».

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Le leo a Edgar Straehle una anécdota, quizás apócrifa, pero ben trobata, de Ranke, el gran historiador. Ya ciego y nonagenario, Ranke pidió a su hijo que le leyera libros de historia, pero solamente o ante todo los pies de página. Como dice Edgar, a veces, el paratexto no es menos importante que el texto.

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Veo una encuesta según la cual más del 60% de los votantes de PP y Vox defiende el derecho al aborto. Confirma una impresión mía que he comentado en estas páginas en otras ocasiones: para muchos votantes de orden, el derecho al aborto, al menos el del ochenta y cinco, ya forma parte de ese orden, y con las mismas que se indispone contra la izquierda por ampliarlo, bien puede indisponerse contra la derecha por querer prohibirlo.

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Fallece José María Gil-Robles, quien fuera presidente del Parlamento Europeo entre 1997 y 1999. Era hijo del líder de la CEDA. Pero en la web de LaSexta publican que el líder de la CEDA fue él. Y en El Español, que fue «ministro de la Guerra de Franco en 1935». Una buena píldora del estado calamitoso del periodismo. De la falta de formación de los periodistas, por el lado menos honroso para ellos; por el más, de la vorágine creciente de trabajo en que la era digital los mete y los estragos de la primacía de la cantidad sobre la calidad (hay que publicar la noticia antes que los demás, para que la enganche el algoritmo; lo importante es el titular, por lo demás puede vestirse el muñeco de cualquier manera, fusilando a toda prisa de la Wikipedia y así, etcétera). En cualquier caso, qué desoladora foto. Cuando entregue la cuchara Pablo Iglesias, quieran los dioses que dentro de muchos años, ¿dirán que fue fundador del PSOE y de la UGT?

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Una reflexión interesante y certera de David Frum (un tipo que fue escribano de los discursos de George W. Bush, pero no se lo tengamos en cuenta aquí), que leo en inglés, y traduzco:

«El antisemitismo es, en el fondo, una teoría de la conspiración. Es la historia de un pequeño grupo maligno que planifica todos los acontecimientos mundiales, desde el asesinato de Jesús hasta la creación del capitalismo y el comunismo. Quienes echan a andar por la senda de cualquier tipo de conspiranoia, llegan muy a menudo al antisemitismo. No es estrictamente inevitable, pero cuesta trabajo resistirse a ese tirón. La noción de los judíos como titiriteros últimos de todas las cosas es un recurso cultural tremendamente poderoso. Si, por ejemplo, un locutor carismático monta el podcast más popular de Estados Unidos sobre conspiraciones, probablemente sea solo cuestión de tiempo que introduzca en él la imagen de los judíos como gentes codiciosas. Ni siquiera tiene por qué hacerlo con malicia: sencillamente, es una veta tan rica de la mina que horada que está casi condenado a explotarla. Nuestro buscador de conspiraciones comienza con la idea de que la industria farmacéutica nos engaña con las vacunas. Ello no es una forma específicamente antisemita de paranoia, pero, a medida que profundiza en ello, el mundo va pareciendo una serie de secretos dentro de otros secretos, y al final de todo está el gran jefe. Los 39 escalones, la novela de John Buchan, pone en un momento dado las siguientes palabras en boca de uno de sus personajes: “El judío está en todas partes, pero tienes que bajar por las escaleras de atrás para encontrarlo”. Así es la cosa del buscador de conspiraciones. Comienza por rechazar las explicaciones racionales del funcionamiento del mundo. Ante la aseveración de que “el Gobierno promueve las vacunas porque salvan vidas”, piensa: “¡No! Tiene que haber una razón más profunda”. Desciende. Y va descendiendo hacia fantasías cada vez más turbias y enajenadas. Tarde o temprano, llegará al mito fundamental de la cultura occidental: la culpa de los judíos del asesinato de Dios. Si uno cava lo bastante hondo en el barro, la pala no dejará de chocar con eso».

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En Valencia quieren declarar el Valencia (el club de fútbol) Bien de Interés Cultural (asunto del que cabe preguntarse si, de conseguirse, implicará que haya que ayudar al Valencia, convertido en patrimonio cultural, si se ve amenazado de desaparición por deudas). También se han propuesto la paella y el feminismo [sic]. Asumiendo que este tipo de declaraciones de protección cultural se han convertido en un cajón de sastre en el que todo cabe, yo propondría los ríos de papel de plata del belén, Saber y Ganar y el placer de quitarse unos zapatos apretados al llegar a casa.


Miércoles, 15/2/2023. Vivimos una especie de «guerra de Secesión» global, en la que las fuerzas democratizadoras combaten contra una suerte de Confederación internacional, que excusa —con la aprobación de cierta izquierda— el esclavismo y el despotismo como «derecho/soberanía de los Estados».

Parece que no soy el primero al que se le ha ocurrido este paralelismo. Me pasa Jónatham F. Moriche un cartel de una organización ultraderechista estadounidense que, bajo una pintura del Ejército Confederado marchando por una ciudad en llamas, dice: «The Southern States were the first victims of US imperialism».

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Leemos hoy que la pastilla anticonceptiva masculina está más cerca de ser una realidad: un fármaco experimental logra paralizar los espermatozoides durante horas sin efectos en el deseo sexual. Será interesantísimo ver cuántos hombres aceptan de buena gana tomarla en lugar de ser su pareja quien tome la píldora. Preveo discutinios ardorosos por esto.

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Veo, compartido por Víctor Muiña, el mapa de una encuesta europea sobre si se considera que es deber del hijo cuidar del padre enfermo. El porcentaje más alto se da en Georgia: 93%. El porcentaje más bajo, en Holanda: 16%. España está a medio camino: un 53%. En general, en los países protestantes el porcentaje es más bajo que en los católicos y ortodoxos. ¿Mi opinión? No: no es deber del hijo cuidar del padre enfermo. No en todos los casos, ni en cualquier circunstancia. Si tu padre fue un canalla contigo (y pienso, no necesariamente en situaciones de abuso o violencia extremos, sino en una paternidad negligente de cualquier manera), es legítimo desentenderse de él. Es deber de un padre cuidar de los hijos que decidió engendrar; no es deber de un hijo cuidar de los padres que lo engendraron.

Pienso también una cosa: es comprensible que, en países con muy buenos sueldos y Estados del bienestar más vigorosos, sea más habitual, y exista menos remordimiento a la hora de, mandar a un padre a una residencia (será una residencia fastuosa, equipadísima) o pagar a alguien para que lo cuide (se podrá pagar a los mejores profesionales). Y no me parece que sea, ni malo, ni incompatible con una relación estrecha y amorosa con él. Todo lo contrario. Garantiza su autonomía y la de uno y facilita que no se generen malos rollos. Personalmente, pongo muy en cuarentena toda la cháchara, que tiene un público cada vez más grande en la izquierda, sobre la frialdad nórdica y el calor católico. A mí, que me den el Estado del bienestar noruego con todos los efectos secundarios de individualismo que se quiera, y que no pretendan convencerme de no quererlo o no necesitarlo por no sé qué de la famiglia y el Mediterráneo azul de Algeciras a Estambul.

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Leo en Historia de la ultraizquierda, de Christophe Bourseiller, sobre La Vieille Taupe, una librería y editorial de la ultraizquierda francesa, fundada en 1965, que, adepta al anti-antifascismo bordiguista, acabó comprando el negacionismo del Holocausto y haciendo esto:

«En 1986, La Vieille Taupe publica la edición francesa de un libro del alemán Wilhelm Stäglich: Le mythe d’Auschwitz. La traducción se debe a un tal Michel Caignet, que no es ningún desconocido. Se trata de un antiguo militante de la Federación de Acción Nacional y Europea (neonazi), de Marc Fredriksen. Tras la prohibición de esta organización, en 1980, participa en la creación de diversos fascios nacionalistas europeos. El 29 de enero de 1981, un comando sionista le arroja ácido en la cara. Por otro lado, funda una atípica revista homosexual de extrema derecha, Gaie France, muy implicada en la cuestión de la pedofilia. Al final termina juzgado en París por el caso de una red pedófila…».

El anti-antifascismo de Bordiga rechazaba en los años treinta la conformación de frentes populares y las alianzas antifascistas con burgueses, entendiéndolos como un instrumento al servicio del capitalismo al significar la postergación de su derrocamiento, centrada la atención en el mal mayor del fascismo. En el contexto del sesenta y ocho y los lustros posteriores, algunos grupos de ultraizquierda —cuenta este interesante libroq ue estoy leyendo— lo recuperaron y acabaron pasando cosas como que se produjera un atentado contra una sinagoga y esta gente cargara las tintas, no contra los autores, sino contra los antifascistas que lo condenaban. Así lo cuenta Bourseiller:

«El 3 de octubre de 1980, estalla una bomba frente a la sinagoga liberal de la calle Copernic (distrito XVI de París). Los amigos de Pierre Guillaume distribuyen enseguida una octavilla, Notre royaume est une prison [Nuestro reino es una cárcel], que se presenta como suplemento al número 3 de La Guerre Sociale. Los autores arremeten muy en particular contra los antifascistas, que se levantan contra un atentado que, para ellos, proviene del “terrorismo pardo”: “El antifascismo sigue siendo una barrera que evita la crítica al Estado”. El texto alude también a la cuestión de las cámaras de gas: “El rumor de las cámaras de gas, oficializado por el tribunal de Nuremberg, ha desalojado una crítica real y profunda del nazismo”».

Anti-antifascistas que acaban siendo fascistas. Una historia que empieza a sonarnos. Por cierto: La Vieille Taupe significa en francés «El Viejo Topo». Un nombre maldito.


Jueves, 16/2/2023. Un artefacto sospechoso obliga a evacuar la sede de la Alianza de la Izquierda finlandesa; la Izquierda Unida de allá, por decirlo a lo bruto: un partido fundado a partir de la coalición de varios otros, entre ellos el Partido Comunista de Finlandia, en 1990. Pasitos hacia el abismo.

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Tristán de Usera: «Por supuesto, tras toda esa chochá sobre batucadas o contenedores ardiendo se esconde un subtexto pringoso y esmegmático donde radical es sinónimo de masculino. La crítica no se dirige a los tambores, obvio, sino al supuesto “amariconamiento” de la izquierda».

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Ángel de la Cruz, sobre Macarena Olona: «Para entender las derivas tan peculiares y al mismo tiempo comunes de los exdirigentes políticos es útil dejar a un lado las cuestiones más estrictamente políticas o ideológicas. Todos somos psicológicamente previsibles, y sencillos: necesitamos reconocimiento».


Viernes, 17/2/2023. Hay una añagaza retórica que consiste en justificar una toma de posición muy concreta esgrimiendo una alternativa muy abstracta. La toma de posición significa algo, tiene un efecto tangible en la realidad; la alternativa abstracta es mera literatura y carece de él. Lo pienso leyendo a un joven líder comunista español, que dice que «es penoso ver cómo hay comunistas celebrando la subida del SMI como si fuera una victoria de la lucha independiente de las trabajadoras frente a la ganancia capitalista» y que «frente a la defensa socialdemócrata de la sanidad pública, organicémonos de manera independiente contra la barbarie capitalista y, frente a ella, reivindiquemos un sistema de sanidad socializada como única alternativa». Toma de posición muy concreta: rechazar, o al menos distanciarse de, la defensa de la sanidad pública y la subida del SMI. Qué se ofrece a cambio: ¡socializar la sanidad! ¿Qué puñetas significa socializar la sanidad? ¿Que te opere de apendicitis el vecino del 2ºA en la mesa de formica de la cocina? ¿Diagnósticos asamblearios en el patio de luces? ¿Qué te ausculte los bajos un sóviet de ginecólogos? No. No significa eso, porque no significa nada. Es un eslogan, una entelequia, un arrebato lírico. Humo. Lo que no es humo es que has disentido de la defensa de la sanidad pública. Recuerda a cuando Arturo Pérez-Reverte dice: «¡no soy monárquico! Pero soy republicano de la República de Cicerón, y mientras no sea posible, me veo obligado a defender la monarquía». Y uno piensa: no me toques los cojones, Reverte: eres monárquico, y ya está; allá tú y tus pajas para justificártelo. Creo que frente a estos «regüeldos de faba de lata ideológica», como dice Moriche, hay que reivindicar, si no el marxismo-leninismo, al menos su espíritu: análisis concreto de la realidad concreta; mirar la materialidad del personal y no su discurso, ni sus parpayuelas superestructurales; no fiarse de las apariencias. ¿Estás en la mani por la sanidad pública, poniendo todas las peguitas que quieras, o no estás? Punto.

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Conceden a María Elvira Roca Barea el Premio Primavera de Novela por Las brujas y el inquisidor. De nada menos que cien mil eurípides va dotado. Desde luego, si realmente hay cultura de la cancelación, la estamos haciendo fatal.


Sábado, 18/2/2022. Irene Vallejo, en El infinito en un junco:

«La imagen de los adolescentes gritando, sollozando y desmayándose a la llegada de sus ídolos musicales no nació con Elvis y los Beatles. En realidad, ni siquiera es un fenómeno surgido con el rock’n’roll, sino con la música clásica. Ya los castratti del siglo XVIII despertaban pasiones desde los escenarios. Y en las civilizadas salas de conciertos del siglo XIX, un pianista húngaro que agitaba la melena al inclinarse sobre el teclado provocó un auténtico delirio de masas conocido como lisztomanía, o “fiebre Liszt”. Si a las estrellas de rock sus fans les lanzan la ropa interior a la cara, a Franz Liszt le arrojaban joyas. Fue el icono erótico del siglo victoriano. En la época se decía que sus balanceos y sus estudiadas poses al interpretar producían en la audiencia éxtasis místicos. Primero niño prodigio y después joven histriónico, protagonizó giras multimillonarias por el continente. Durante las apariciones públicas de Liszt, sus fans se arremolinaban, chillando, suspirando y sufriendo mareos. Lo seguían por las sucesivas capitales donde ofrecía conciertos. Intentaban robarle sus pañuelos y guantes, y llevaban su retrato en broches y camafeos. Las mujeres trataban de cortarle mechones de pelo, y cada vez que se rompía una cuerda del piano estallaban auténticas batallas campales por conseguirla para fabricarse una pulsera con ella. Algunas admiradoras lo acechaban por la calle y por las cafeterías, provistas de frascos de vidrio donde vertían los posos del café de su taza. Cierta vez, una mujer recogió los restos de su puro junto al pedal del piano, y los llevó en el escote, dentro de un medallón, hasta el día de su muerte. La palabra celebrity se usó por primera vez para referirse a él.

A pesar de ello, todavía podemos retroceder más en el tiempo. Seguramente, las primeras estrellas internacionales fueron un grupo de escritores de la época imperial romana (Tito Livio, Virgilio, Horacio, Propercio y Ovidio).

De hecho, el primer fan conocido de la historia fue un hispano de Gades, obsesionado por conocer a su ídolo, el historiador Tito Livio. Nos cuentan que a comienzos del siglo I emprendió un peligroso viaje “desde el rincón más remoto del mundo”, o sea, la actual Cádiz, hasta Roma para ver de cerca, con sus propios ojos deslumbrados, a su artista favorito. Suponiendo que hiciese la ruta por tierra, el devoto gaditano necesitó más de cuarenta días de trayecto para realizar su peregrinación idólatra, sufriendo las pésimas comidas y el suplicio de los piojos en las fondas polvorientas, traqueteando a lomos de jamelgos y en carros viejos, temblando por miedo a los salteadores de caminos en los bosques solitarios. Recorrió las calzadas del imperio, bordeadas por los cadáveres de bandidos ejecutados que se pudrían empalados en estacas allí donde habían cometido su delito. Por las noches rezaba para que los esclavos que lo escoltaban no huyesen o se volviesen contra él en tierra extranjera. Vació varias bolsas de monedas por el camino. Él mismo adelgazó a causa de unas gigantescas diarreas provocadas por el mal estado de las aguas. En cuanto llegó a Roma, preguntó por el famoso Livio. Consiguió verlo de lejos, tal vez se fijó en su forma de peinarse y vestir la toga para imitarlo y, sin atreverse si quiera a dirigirle la palabra, dio media vuelta, de regreso —otras cuarenta jornadas de viaje— a su hogar. Plinio el Joven contó la anécdota en una de sus cartas, sin saber que estaba describiendo al primer perseguidor de celebridades conocido».

Está todo inventado. No somos nuevos en nada (lo discutía el otro día con Á.). Solo en la forma, en la velocidad de las cosas. El fondo es el mismo desde hace milenios.


Domingo, 19/2/2022. En el montón de tierra al lado de la fosa rectangular recién cavada, el sol de la mañana relampaguea en la piel viscosa de un par de gruesas lombrices, que en escorzos desconcertados tientan la consistencia nueva de su mundo y el horror ignoto y sublime de la insondable luz que las va abrasando.

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Acabo de leer que en Parque Principado (un enorme centro comercial próximo a Oviedo) hay un restaurante que se llama La Mina, que está decorado como una mina y donde los camareros van disfrazados de mineros. Denme alegorías menos evidentes.


Lunes, 20/2/2022. Cumplo años. Treinta y seis. Por alguna extraña razón, recuerdo con singular viveza el día que mi padre cumplió treinta y seis años; y que, después, me pasé algunos pensando, diciendo, que tenía esa edad. Ya pasaba de los cuarenta y yo seguía diciendo que tenía treinta y seis; treinta y seis era para mí la edad fija de la adultez.

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El nuevo planeta, de Konstantin Iuon (1921):

El runrún interior (91)


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Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, NevilleCrítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).

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