/ por Pablo Batalla Cueto /
Martes, 16/5/2023. Me cuenta un amigo la siguiente situación, que parece un gag de la serie El pueblo. Aldea asturiana. Colocan una farola que llevaba años pidiéndose en un lugar empinado, peligroso de noche, siendo que además está al lado del bar del pueblo, por lo que se masca la desgracia cada vez que algún parroquiano sale ebrio de él. Vecina madrileña que pasa allí veinte días al año se queja porque le impide ver las estrellas en la parte de atrás de su casa, invocando como argumento la «contaminación lumínica».
Escucho también esta otra situación. Va mi amigo a segar una finca de la familia y se encuentra un viejo fresno que hay a la entrada completamente pelado. Un vecino extranjero, establecido hace unos años en la aldea, no tarda en decirle que ha sido él: es un aviso, un toque de atención. Mi amigo no ha hecho caso de la indicación de ese vecino de que debía cortarlo, cosa que mi amigo se niega a hacer, porque el árbol tiene un alto valor sentimental: es muy antiguo y tiene grabados los nombres de varios paisanos del pueblo —alguno de ellos fallecido ya— cuando eran niños. ¿Cuál es la razón mayor que invoca el vecino? Que el fresno le arroja sombra justo en el lugar en el que él tiene una hamaca…
La repoblación del agro comportará estos rifirrafes rústico-urbanitas. Esperemos que ninguno acabe en desgracia, pero, verdaderamente, es para temerlo.
*
Una conversación real en Twitter, bastante ilustrativo del grado de deforestación neuronal que manejan los conspiranoicos:
—El multimillonario George Soros salió a desmentir su propia muerte.
—No le creo nada a ese tipo.
Miércoles, 17/5/2023. «¡Nos fumigan!», claman los adeptos a la delirante teoría de la conspiración de los chemtrails o estelas químicas, según la cual se nos está constantemente fumigando con agentes químicos aspersados desde aviones, con lo que se persigue toda una batería de efectos que van desde la modificación del clima hasta la manipulación psicológica o el control de la población humana. Así de pochas están algunas cabezas, incluida la del lunático de Iker Jiménez, la existencia de cuyo programa de televisión es un buen indicativo de la corrupción de esta sociedad decadente. ¿Qué se hace con gente así? ¿Qué puñetas se hace? ¿Cómo se la devuelve a la condición de adulta funcional? «¡Nos fumigan!». Ojalá realmente fumigasen a estos peligrosos orates.
Jueves, 18/5/2023. El PP —leo en Público— califica la ley de vivienda que el Gobierno pactó con EH Bildu y ERC en los siguientes términos: «Los cimientos de esta ley se levantan sobre las cenizas del centro comercial Hipercor». Como dice Xan López, que en una legislatura en la que ha habido una pandemia, la erupción de un volcán, un dispararse de la inflación, etcétera, el leitmotiv de la campaña de esta sórdida derecha que padecemos sea ETA es para caerse de culo. Por otro lado, deben de tener unas encuestas del todo fúnebres para estar así de ridículamente histéricos. Tal vez no estemos tan mal.
Viernes, 19/5/2023. La mente conspiranoica es voraz. Busca compulsivamente nuevos bulos de los que alimentarse, como el que necesita nuevos capítulos de una serie a la que está enganchado, y todos le valen; los engulle todos acríticamente. En esa compulsión, apanda los embustes presentes y, al acabar con ellos, se abalanza también sobre los pasados. Por eso siempre acaba topándose, aunque de partida no lo incluya en el menú, con el antisemitismo. Yo conozco a tres o cuatro conspiranoicos —tiene uno amigos hasta en las aldeas más insospechadas—, y son conspiranoicos de obediencias diversas, que van del anarquismo al comunismo tankie, pasando por las verborreas orientales. Divergen en muchas cosas, son distintos los acentos particulares de sus chifladuras, tienen algún punto en común. Pero, sobre todo, tienen uno: el antisemitismo. No hay uno solo que, a los tres minutos de cháchara alucinada, no empiece a mencionarte que si a los Rothschild, que si la gripe del dieciocho…, y, si los rascas un poco más, algún grado de negacionismo o de justificación del Holocausto.
*
Xan López: «Es más fácil imaginar el fin del capitalismo que el fin del ethos de la izquierda como pedagoga y reveladora de la verdad».
*
Baudrillard: «La historia que se repite se convierte en farsa. La farsa que se repite se convierte en historia».
Sábado, 20/5/2023. Me cuenta un amigo que los operarios que se encargan del mantenimiento de las autopistas tienen derecho, por convenio, a parar media hora si, al desbrozar, destrozan una botella con orín y les salpica: parece que es muy habitual que los camioneros orinen en una —típicamente, de Solán de Cabras, con la boca ancha, que permite mear cómodamente mientras se conduce— y luego la arrojen por la ventana. Verdaderamente hay trabajos y trabajos.
Domingo, 21/5/2023. Publica hoy Nortes una de mis largas entrevistas biográficas, que esta vez tiene como protagonista al sindicalista Manuel Sánchez Terán, líder de las emblemáticas movilizaciones de los noventa de un colectivo de despedidos de Duro Felguera, que llegó hacer una huelga de hambre y a encerrarse durante 318 días en la torre de la catedral de Oviedo. Terán tiene un discurso muy duro contra los sindicatos establecidos, de los que considera que les traicionaron, a ellos y a la clase trabajadora en su conjunto. Ello no ha impedido que uno de los comentarios a la entrevista en redes sociales, hecho por un troll ultraderechista, sea el siguiente, respuesta al titular «Me pegué con los grises y los marrones, pero quienes me quisieron matar fueron los azules»: «Son los golpes que da la vida cuando quieres comer marisco y que te lo paguen los demás». Así de consolidado está el estereotipo idiota, procedente de una anécdota concreta del caso de los ERE andaluces, de los sindicalistas y las mariscadas. Nada tan poderoso como un bulo al que le ha llegado su hora.
Lunes, 22/5/2023. Leo en El socialismo y los anarquistas, de Cristóbal Botella, un libro de 1895 que consulto para un artículo que estoy escribiendo, la siguiente cita de Guglielmo Ferrero en La reforma sociale, que me parece atinadísima y muy vigente:
«Hay en toda sociedad una cantidad de gentes que tienen necesidad de admirar el martirio, de entusiasmarse con él y aun de sufrirle en ocasiones; que gozan con ser perseguidos y con creerse víctimas de la tiranía y la maldad humanas; que escogen el partido político que más peligros presenta, imitando en esto á los alpinistas que buscan para una ascensión la montaña en que son mayores los precipicios, y en que es más inaccesible el camino. Para todos ellos no hay excitante mayor, para que abracen las teorías anarquistas, que las persecuciones severas y fuertes de que se hace gala. Nada hay más peligroso que proporcionar á su fantasía el cadáver de un ajusticiado».
*
Cautivado por esta evocación de Antonio Turón, entrevistado por Manuel Rivas en uno de los reportajes recogidos en El periodismo es un cuento:
«Poblenou era como una placenta anarquista. Había más anarquismo por metro cuadrado que en cualquier parte del mundo. Ateneos, corales, grupos excursionistas, naturalistas, de todo. Y luego estaba el sindicato. No era necesario el proselitismo. Bastaba con ver y escuchar. Yo trabajaba en los trenes de laminación. En los turnos de descanso se leía, se debatían las cosas del mundo. Sí. Bastaba con ver. Había unos hombres que eran los más cultos, una cultura de la vida, te hablaban de una novela de Gorki o de Víctor Hugo a la hora del bocadillo; que se preocupaban por los problemas colectivos, que no bebían alcohol, que no fumaban y que además eran los mejores operarios. Y resultaba que esos eran los anarquistas. [… Y]o abrí los ojos a la realidad del mundo en aquella placenta que eran la fábrica y el barrio. Y cuando nos dimos cuenta, en plena adolescencia, vino el 36 y ya estábamos en una trinchera. No tuvimos miedo. En los trenes de laminación trabajabas con hierro incandescente. Cuando salimos a parar a los golpistas el 19 de julio, el primero que veías en la calle, con mono azul de faena, era a Buenaventura Durruti. ¿Cómo ibas a tener miedo?».
*
Ignacio Huarte: «En mi generación, los que no podíamos estarnos quietos en clase solo teníamos tres opciones: el alpinismo, la droga o ETA. La escalada […] fue para nosotros un templo al que podíamos huir y en el que podíamos crear una vida a nuestra medida». Qué frase.
*
Hay gente tan incoherente consigo misma que es pasmoso que no se dé cuenta. Un ejemplo: supuestos materialistas a machamartillo creen que el problema es que hay una Idea Maligna que seduce y anestesia a la población, y que eso se soluciona pregonando una Idea Revolucionaria que es posible hacer arder en cualquier momento y lugar si se le aplica la chispa adecuada.
*
Leo en Nunca vencida: una historia de la idea d’Asturies, el estupendo ensayo de David Guardado (¡hacía tiempo que no disfrutaba tanto de un libro!) que José María Pemán decía que Asturias era «un reloj adelantado» dentro de España: «cuando España aún era católica, ya ella era laica; cuando España fue laica y republicana, ya ella era roja; cuando España ha sido roja… ella ha sido, como veterana, tierra de feroz resistencia».

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).
Pingback: El runrún interior (104) – El Cuaderno