/ por Pablo Batalla Cueto /
Martes, 23/5/2023. Leo la siguiente anécdota sobre Julio Anguita: estaba tan determinado a no aprovecharse de su capital simbólico que, cuando su mujer y él querían cenar en algún restaurante de Córdoba, le pedía a ella que llamase y reservase mesa, porque, si no, en Córdoba siempre había sitio para Anguita.
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Jónatham Moriche: «La historia es un Falcon verde con cuatro tipos con gafas de espejo dentro que está siempre aparcado a las puertas de nuestra casa. Nadie de izquierdas debe dejar de tener presente eso, en ninguna parte, ni un solo día de su vida».
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Documentándome para un artículo sobre montañismo anarquista, encuentro este pasaje delicioso de Necesidad del excursionismo y sus influencias libertarias en los individuos y los pueblos, de Joan Padreny, un folleto de 1934, editado por el colectivo de excursionismo popular barcelonés Sol y Vida. Los clubes de montaña como escuela de la revolución: «No pretendemos redimir a la humanidad por medio del excursionismo, pero sí creemos que es un factor que ayudará a ello y por lo tanto debemos propagarlo. Nadie ignora que durante las excursiones, y en los momentos de parada, organizamos charlas y juegos de acuerdo con el ideal de Acracia. Y es así como formaremos hombres fuertes y rebeldes, capaces de contribuir al derrumbamiento de la tiranía».
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Dice Sergio C. Fanjul que no recuerda la última vez que hizo algo sin tener prisa. Yo tampoco. O tempora.
Otra lúcida observación de Fanjul: «El mundo físico tridimensional se está convirtiendo solo en un engorroso interfaz mediante en cual operar en el digital. Todos los outputs de los que hago en mi vida de carne y hueso están en el espacio virtual, excepto los del cuarto de baño».
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La política de pueblo pequeño pintoresco es una cosa. El candidato del PP que antes lo fue del PSOE y de Ciudadanos; el colectivo vecinal que ofrece a Izquierda Unida, que nunca se presenta, ser su lista en el pueblo y, como IU, considerándolos poco de fiar, dice que no, se va a Ciudadanos; los sondeos hechos de memoria, calculando en una servilleta el voto por familias; el candidato de Vox a alcalde pedáneo que dice presentarse para evitar que la del PSOE acabe con la caza e imponga su agenda feminista (ya podía una junta vecinal tener semejantes competencias)…
Veinte minutos después de escribir esto, llaman al timbre, en casa. Bajo a abrir cagándome en san pito pato, porque estamos durmiendo a la cría. La candidata del PSOE y otro tipo. «¿Cuántas mujeres hay en la casa?», preguntan. «¿Eh…? Una», respondo. Y me dan un clavel rojo mientras los perros ladran enloquecidos. «Je, je, qué fieras…». Antes, ha venido también el candidato a alcalde pedáneo del PP, antes de Ciudadanos, antes del PSOE. Sabe que vamos a votar al PSOE y nos dice que los votos al PSOE son votos para Vox. Que el voto antifascista (no lo dice con esas palabras, pero es lo que viene a decir) es él. Ay, Señor.
Miércoles, 24/5/2023. Me topo con el siguiente tuit de Joshua Abbotoy, un capitoste republicano estadounidense: «Básicamente, lo que necesita Estados Unidos es un Franco protestante». Franco, nuestro Franco. Es curiosa —ya me la he topado otras veces— esta admiración de la ultraderecha estadounidense por Franco. Tiene mucho sentido, en realidad. Un fascista cristiano, no pagano; militar, no civil, y sin la mácula mussoliniana y hitleriana de un paso previo por la izquierda o un anticapitalismo siquiera retórico: socialismo, ni el nacional. Un príncipe cristiano del Antiguo Testamento, flamígera espada que arrase sin contemplaciones, sin amagüestos, la Sodoma progre. El eslogan aquel del «primer vencedor del comunismo en el campo de batalla» tiene que ponerles aquello como el barrote de un penal. Puede que investigue un poco sobre el tema y escriba algo.
Jueves, 25/5/2023. Habría que darle una vuelta a las connotaciones subtextuales de que, en el vocabulario de algunos, un licenciado universitario que se va de Gijón a Madrid o Londres sea un exiliado, pero un senegalés que viene a España sea un migrante. Exiliado —palabra que tampoco nadie usa para sus abuelos que dejaron la aldea para irse a la ciudad—es una palabra dura que evoca arrancamiento de raíces, dolor, injusticia, mientras que migrante (sin e-, ni in-) sugiere un poético y plácido nomadeo. Y me parece que ahí anida una cosa que siempre me molestó del 15-M: ese clasismo sustil del preparao, que se enfurece contra el sistema, no por ser profunda, ontológicamente injusto, sino por no premiar sus títulos, por no otorgarle la posición que considera que se merece, de una manera que implica considerar que no tener estudios no merece la misma compasión para las penurias que de ello se deriven. Es decir, algo que no es igualitarismo, sino la demanda de una jerarquía bien organizada. Los nadies —escribía Galeano— no tienen arte, sino artesanía; no practican cultura, sino folclore; no hablan idiomas, sino dialectos… y no se exilian, sino que migran, como las cigüeñas. No tienen patria, no tienen una casa de la que ser injustamente desahuciados, sino que pertenecen al viento. El derecho a la certidumbre de una porción de suelo, y a que no verla concedida sea un intolerable atentado a la dignidad humana, te lo ganas, se conoce, acumulando rimbombantes nombres de grados y másteres en el currículum. O sea, pagando.
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Leo citado en Compasión: una historia, del historiador católico Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña, este hermoso aforismo de Nicolás Gómez Dávila, contra la idea de que todo acto de bondad, de generosidad, tiene un fondo egoísta: «No solo lo sórdido es auténtico».
Viernes, 26/5/2023. Pienso, viendo el penúltimo capítulo de Succession, en la inquietante sofisticación de Jeryd Mencken —un candidato ultraderechista a la presidencia de Estados Unidos— y su contraste con los nazis chuscos, chabacanos, cutres a rabiar (y no por ello menos peligrosos) que habitan la realidad. La chocarrería fascista es irreproducible sin chirriar, y hace que el drama busque esa corrección elegantizadora. Chirría hasta cuando está bien imitada, véanse los Franco y Millán-Astray de Mientras dure la guerra, la película de Amenábar: personajes impecablemente interpretados por dos buenos actores y que, sin embargo, violentan nuestro sentido de la verosimilitud; nos parece que incumplen, con lo caricaturesco del histrionismo desquiciado de Millán y la gelidez atiplada del Caudillo, el pacto ficcional.
Contaba hace años no recuerdo qué escritor en la Semana Negra que renunció a contar, en una novela sobre Mandela, que el futuro presidente de Sudáfrica escapó una vez, en los tiempos de su actividad clandestina contra el Apartheid, de la policía que llegó a registrar su piso franco escondiéndose, a la desesperada, en un armario, a falta de otra opción al no haberse enterado a tiempo de la llegada de aquella. Los policías registraron toda la casa, menos el armario. Y la anécdota era rigurosamente cierta, pero era inverosímil y malograría —razonaba aquel escritor— la novela, porque violentaría el pacto ficcional: esa suspensión de la incredulidad en que penetramos cuando leemos un libro o vemos una película. Bien: con la chabacanería fascista ocurre lo mismo. Es tan singular y tremenda su cochambre que solo es reproducible por la comedia, aunque no sea cosa de risa. Si se escribe o se rueda drama, hay que renunciar a reflejarla, e inventarse a esos fascistas elegantes, cultos, cautivadores. Jeryd Mencken no es cierto, pero es verosímil. Y Martínez el Facha no es verosímil, pero es cierto.
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Visto en un meme:
—El comunismo suena bien en teoría, pero no funciona en la práctica.
—El capitalismo ni siquiera suena bien en teoría.
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Me he acordado hoy, sin que haya mayor motivo para ello, de una profesora de lengua que tuve en el instituto. Berenice. No era buena maestra. Era perezosa y errática. Llegaba tarde, pasaba olímpicamente de dar clase y se dedicaba a contarnos historias no relacionadas con la materia, a leer y comentar el periódico, cosas de esas, pero ni siquiera hechas con la gracia y la habilidad de un profesor excéntrico pero que, por vías extravagantes, no deje de transmitirle a sus alumnos los conocimientos que está llamado a proporcionarles. Pero hubo un par de semanas que le dio por dedicar a hablarnos de La Regenta. Y lo hizo con tal pasión contagiosa que conservo aquellas cuatro o cinco clases, desde las cuales siento como si hubiera leído la gran novela de Clarín sin haberla leído, muy vívidas en la memoria, recordándolas como uno de los nueve o diez momentos de mayor disfrute y aprendizaje de toda mi vida escolar. Tuve profesores mucho mejores, más regulares, más honestos, más profesionales, a los que recuerdo menos. Y no sé. Es curioso. ¿Vale más el breve momento de genialidad de un mediocre, o una medianía correcta, estable y sin sobresaltos?
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Leo en Compasión: una historia este pasaje bíblico que me divierte:
«¿A mí qué, tanto sacrificio vuestro? —dice Yahveh—. Harto estoy de holocaustos de carneros y de sebo de cebones; y sangre de novillos y machos cabríos no me agrada, cuando venís a presentaros ante mí […] Y al extender vosotros vuestras palmas, me tapo los ojos por no veros. Aunque menudeéis la plegaria, yo no oigo. Vuestras manos están de sangre llenas: lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda».
Me hace gracia, porque parece un Yavé hasta las narices de los pelmas de sus súbditos, y rogándoles que dejen de rallarle con sus mierdas. «Haced el bien y la justicia y lo de los huérfanos, que no se hace solo, hay que hacerlo, e iros a dar la brasa a vuestra puta madre».
Sábado, 27/5/2023. Termino Compasión: una historia, de Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña; un libro que me ha interesado mucho, con independencia de las posiciones reaccionarias del autor. Termina con un estupendo epílogo sobre Simone Weil, Jacques Maritain, René Girard y el mysterium iniquitatis, el misterio del mal. Me cautiva en él, no porque esté de acuerdo, pero sí por su fuerza, este pasaje de Maritain:
«El cristiano sabe que el corazón del hombre, como dice Pascal, está huero y lleno de inmundicia; esto no le impide reconocer su grandeza y su dignidad espirituales. Pero ¿en qué se ha convertido el Hombre de nuestros días, para el pensamiento racionalista y naturalista? Tan bajo ha descendido el centro de gravedad del ser humano, que ya no hay, propiamente hablando, personalidad para nosotros, sino tan solo el movimiento fatal de las larvas polimorfas del instinto y del deseo —Acheronta movebo, dice Freud mismo—, y toda la bien regulada dignidad de nuestra conciencia personal parece una máscara engañosa. En definitiva, el Hombre no es sino el lugar de cruce y de conflicto de una libido, ante todo sexual, y de un instinto de muerte […] El Hombre, primeramente concebido como figura heroica y casi divina y, al mismo tiempo, como ser puramente natural, cae así, según la ley de todo paganismo, en una caricatura antinatural de su propia naturaleza, tanto más cruelmente flagelada cuanto más complacencia y piedad sentimental se ha tenido para ella. Trastornado, se hace un monstruo, un monstruo grato a sí mismo».
Domingo, 28/5/2023. Muere Antonio Gala, a quien nunca he leído, pero de quien voy leyendo cosas interesantes. Moriche lo elogia como un «escritor formidable —igual cuando se dirigía a lectorados selectos o de masas— e intelectual público a su singular manera carismático, libérrimo y tercamente instalado en el lado bueno de la historia», y recuerda este pasaje de Texto y pretexto, una antología de textos periodísticos de los años de la Transición: «Según me contaron, Fraga recibió la noticia [de mi supuesto asesinato por escuadristas de Fuerza Nueva] por un flash emitido desde San Sebastián. “Joder, otro Lorca”, dijo, y vomitó el desayuno. Algo es algo».
A José Manuel Ruiz le leo esta interesante observación:
«Antonio Gala cumplió en su momento un papel muy importante en el sistema literario español y dio lugar a un fenómeno que intuyo se dio en España de forma única: la novela bestseller que estructural y estilísticamente bebía de las fuentes de la mejor literatura. Quizá desde cierto gusto especializado su obra pueda aparecer como kitsch, pero, viendo los bestsellers descuidados y degradados de hoy día (en “su” Planeta), creo que tuvo algo de educación de cierta sensibilidad y gusto que pudo propiciar una transición a otras obras. Por lo demás, también marca un momento único donde en televisión se veían personas (no ya escritores, ¡que también!) que no se avergonzaban de ser elocuentes y refinados en su expresión y sus temas: ¡y a la gente le gustaban! “Qué bien habla Gala” era un dicho común. Y por último, desde esa expresión noble y elevada, contribuyó a naturalizar, no ya la homosexualidad, sino directamente la pluma. Había parodias legítimas de Gala por humoristas, pero ni el más cuñado se habría atrevido a despreciar a alguien con su autoridad retórica».
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Empiezo a leer Lo santo: lo racional y lo irracional en la idea de Dios, el clásico de 1936 de Rudolf Otto, que vi referenciar en Compasión: una historia. Es una delicia. Lo es, en primer lugar, por la belleza de su escritura, mérito mitad de Otto y mitad de Fernando Vela, el egregio traductor. Yo quiero escribir así:
«El tremendo misterio [mysterium tremendum] puede ser sentido de varias maneras. Puede penetrar con suave flujo el ánimo, en la forma del sentimiento sosegado de la devoción absorta. Puede pasar como una corriente fluida que dura algún tiempo y después se ahíla y tiembla, y al fin se apaga, y deja desembocar de nuevo el espíritu en lo profano. Puede estallar de súbito en el espiritu, entre embates y convulsiones. Puede llevar a la embriaguez, al arrobo, al éxtasis. Se presenta en formas feroces y demoníacas. Puede hundir al alma en horrores y espantos casi brujescos. Tiene manifestaciones y grados elementales, toscos y bárbaros, y evoluciona hacia estadios más refinados, más puros y transfigurados. En fin, puede convertirse en el suspenso y humilde temblor, en la mudez de la criatura ante… —sí, ¿ante quién?—. Ante aquello que en el indecible misterio se cierne sobre todas las criaturas».
O así: «[E]n todas las formas y manifestaciones más diversas muévese, hondamente arraigado, un impulso fortísimo hacia un bien que solamente la religión conoce; un bien absolutamente irracional, del cual el sentimiento sabe por una sospecha vehemente y lo reconoce tras símbolos de expresión oscuros e insuficientes».
Es impresionante, también, el estudio introductorio de Manuel Fraijó. Siempre lo son los prólogos de los clásicos de Alianza, que a veces uno disfruta más que el propio libro. Me encanta, en él, este comentario: «No hay resumen posible que dispense de la lectura del libro. Las páginas de este prólogo solo pretenden “ambientarlo”». Sí, qué bueno, esa es ciertamente la misión de un prólogo bien hecho: no resumir, sino ambientar. Fraijó hace una exposición impecablemente sintética de los debates teológicos del tiempo de Otto y de sus tesis, consistentes «en rescatar la categoría de lo santo» y la pretensión de que «se convierta en una categoría autónoma, más allá de la esfera de lo ético y lo racional», entendido como «algo que aterra y estremece al ser humano» pero, a la vez, «singularmente atrayente, cautivador, fascinante», cuya presencia «hace dichoso»; la mezcla de lo tremendo y lo fascinante. Para Otto —expone Fraijó—, «la experiencia religiosa es algo más que un sofisticado proceso de autoescucha. No todo se reduce a percibir el eco de la propia voz en un vacío insondable».
Subrayo un comentario interesante de Fraijó: el teólogo W. Pannenberg decía, cuando todavía se consideraba al marxismo como el gran contrincante del cristianismo, que el auténtico adversario de este serían las restantes religiones. Como dice Fraijó, «hay que reconover que no se equivocó». Por eso yo me estoy interesando tanto por leer sobre la religión. Conocer sus mecanismos es comprender los de un futuro que se avecina y en el que creo que, desacreditada la política, la fe va a ganar enteros como articuladora de los anhelos humanos.
Me divierte, también, un pasaje sobre el teólogo Karl Barth, quien —relata Fraijó—
«compartía el rechazo de la teología liberal hacia las religiones no cristianas. Es más: Barth aceptó el veredicto de Feuerbach sobre la religión como proyección. Eso sí: dicho veredicto no afectaba al cristianismo que, según Barth, no es religión, sino fe. Por religión entiende Barth el esfuerzo humano para acceder a Dios. Un esfuerzo que el cristianismo nos ahorra, ya que en él es Dios quien toma la iniciativa y se nos hace cercano. El cristiano solo tiene que saber que “Dios ha hablado”. El camino para conocerle no pasa por la reflexión, sino por la obediencia».
Qué cosa, la disonancia cognitiva. En fin, un libro estupendo.
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Sigo el recuento electoral en lo de Ferreras, que pide, como siempre, «un titular» a sus contertulios. El mío sería este: «Hay más hijos de puta que perros descalzos».
El mejor resumen de esta calamitosa jornada se lo leo a Xan López:
«A nivel de gobiernos municipales y autonómicos catástrofe total. Para unas generales, si agregas números parece que el PSOE resiste bastante bien y lo que hace falta es alguien a su izquierda que sea capaz de hacer la o con un canuto. Está complicado pero no es imposible. Lo que es imprescindible es pasar página de psicodramas sobre lo cuqui y lo valiente y las campañas montadas para fieles abonados. Una estructura común con reglas claras y un relato común solvente en el que quepa toda la diversidad. A ver si se puede».
En Gijón gobernará Foro, que seguramente ha absorbido mucho voto socialista que jamás apoyaría al PP. Es un tema interesante, pienso, ese de los partidos nuevos que juegan el papel de desatascador de una derechización interior que no pueden desatascar los viejos.
Me fijo, también, con envidia en el exitazo de EH Bildu. Nos caiga bien, regular, mal o fatal, organizativamente hablando es un modelo a seguir: un paradigma de la unidad en la diversidad y la armonización de sensatez e inconformismo, y hay que mirar con atención lo que hacen y aprender de ello.
Lunes, 29/5/2023. Día de resaca electoral y de un pensamiento inquietante: caminamos, pasito a pasito, hacia una izquierda italianizada, refugiada en centros sociales, editoriales, librerías cuquis, saraos anticapis y otros confortables monasterios en los que se escudriñe con suma lucidez hasta el más microscópico engranaje del capital, mientras el enemigo vence, no deja de vencer y ni los muertos están a salvo. Por utilizar otra metáfora religiosa, crece, la veo crecer en este doloroso y caníbal fin del ciclo que empezó con el 15-M, la tentación de renunciar a la conquista de la Jerusalén terrena, marcharse al desierto, subirse a una columna de santón estilita y, desde allí —desde ese lugar terrible, pero a la vez confortable, porque en él uno no se mancha ni enfrenta contradicciones—, destituir e impugnar a gusto este mundo sucio y pecaminoso y cantar las alabanzas de la imposible Jerusalén celeste:
Sion, la ciudad única, mansión mística en el cielo escondida,
en ti me regocijo, a ti clamo, me entristezco, anhelo;
a ti corro presuroso, puesto que no puedo con el cuerpo, con el corazón.
Pero, carne terrena y tierra carnal, en seguida caigo.
Nadie puede dar noticia ni nadie declarar con la boca
cuánto relumbran tus muros y cómo están llenos tus castillos.
Yo puedo decir tan poco como no puedo tocar el cielo con las manos,
o correr sobre el agua, o dejar parada en el aire la flecha.
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Sánchez convoca elecciones anticipadas. Un movimiento temerario, pero inteligente, que se ha hecho, creo, pensando en varias cosas. La primera, mantener caliente el susto antifascista de aquellos a quienes nos horroriza la perspectiva de un gobierno PP-Vox con Abascal de vicepresidente; susto que se enfriaría de aquí a diciembre, y animar al voto útil. Las elecciones se celebrarán el 23 de julio, reciente la constitución de gobiernos municipales con el partido ultraderechista, y mientras exige contrapartidas aberrantes para su apoyo a los autonómicos. Por otro lado, se obliga a la izquierda a ponerse las pilas: hay diez días para no pensar en otra cosa un Sumar unido y sólido, en lugar de seis meses para el aquelarre caníbal del echamiento mutuo de culpas. Sánchez se adelanta también a la matraca «convoca elecciones ya» y evita que, si finalmente las convocase, pareciera que claudicó a la presión del enemigo; esto es, controla él los tiempos.
Hay una cosa killer que, en España, solo tienen él y Pablo Iglesias, y que es per se una virtud en un país de cagones. Sabe, como Andreotti, que el poder desgasta a quien no lo tiene. La fortuna sonríe a los audaces, y a Sánchez ya le ha sonreído otras veces. Veremos qué pasa. Tal y como están las cosas, esa audacia y su baraka son un activo inestimable.
La Brunete mediática ya comienza, en otro orden de cosas, a disparar sus cañones. El titular del infame El Mundo es: «Pedro Sánchez somete a España a un nuevo plebiscito en busca de su salvación». Si no convoca elecciones, es un autócrata. Si las convoca, somete a España a. Qué gente tan deleznable.
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Una observación aguda de Graham Gallagher: «Tendría gracia que la Europa continental acabara llena de gobiernos de derecha ineficaces y rebuznantes, mientras que el Reino Unido y Estados Unidos los tuvieran ostensiblemente de izquierdas, como en unos ochenta inversos».

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).
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