Martes, 9/5/2023. Leo en El País que «el hipercentro de datos de Meta en Talavera consumirá más de 600 millones de litros de agua potable en una zona en peligro de sequía». El contraste entre la etérea metáfora de la «nube» y la realidad obscenamente material de su forja.
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Un tuitero anónimo: «¿Os acordáis de la cuarentena, cuando todo el mundo estaba horneando pan y bailando y haciendo arte y cuidando plantas y aprendiendo cosas nuevas y entrevimos por un instante lo que la vida debería ser?».
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Comparte Mikel López Iturriaga una nota de prensa que ha recibido, en la que se anuncia un cava «comprometido, 100% vegano, ecológico y orgánico, glamuroso, femenino y sostenible». O tempora, o mores. Cada era, sus chácharas, su serrín semántico.
Miércoles, 10/5/2023. Cancelan Sálvame, y El Mundo lo anuncia como «el fin de la telebasura». Pero lo sustituye Ana Rosa Quintana, y parece que todo obedece, no a un súbito prurito de excelencia televisiva, sino a una prosaica pugna política. Defenestrar al progresista Jorge Javier Vázquez, en cuyo programa, con ser telebasura —que lo es—, se deslizaban valores muy positivos, como la sensibilidad pro-LGTBI o la confianza en la palabra de las mujeres maltratadas, y que llegó a decirle en una ocasión a un invitado ultraderechista que «este programa es de rojos y maricones». Encumbrar a la (muy) conservadora Quintana. Y conquistar, así, para la derecha un altavoz crucial, una forja de opinión pública de potencia imposible de subestimar, que yo no subestimo porque lo vi en directo, en mi difunta abuela. O sea, no cancelan Sálvame por ser telebasura, sino por la única pequeña parte de lo que es que no es telebasura. Y ello sería parte —razona Antonio Maestre en un artículo en La Marea— de una estrategia de más largo aliento que persigue obliterar con la cuota de mediático de la izquierda. El objetivo final, ya intentado en alguna ocasión y paralizado por Moncloa, es comprar el Grupo PRISA. La guerra fría de nuestro tiempo combate en muchos frentes.
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Leo en La sociedad ingobernable: una genealogía del liberalismo autoritario, de Grégoire Chamayou, sobre una memorable protesta ideada por el movimiento negro estadounidense en 1964:
«Dos años después de los disturbios que habían estallado en 1964 en el gueto negro de Rochester, se crea una organización, FIGHT, para presionar a Kodak, la flor industrial de la ciudad, para que contratara trabajadores negros. Pero ¿cómo actuar? “Lanzar un boicot era lanzarse de cabeza al fracaso. Era pedir a toda la nación que dejara de tomar fotografías. Por lo tanto, hacía falta encontrar otra táctica”. Se imaginaron varias, entre ellas la siguiente: comprar cierta cantidad de entradas de concierto para la ópera filarmónica de Rochester, sanctasanctórum cultural de la burguesía blanca encopetada de la ciudad y joya de las obras filantrópicas de Kodak; al centenar de militantes que asistirían al concierto se les había servido previamente un gran “banquete comunitario compuesto exclusivamente de grandes porciones de alubias con salsa de tomate. Con las consecuencias que cualquiera puede imaginar en plena sala de un concierto sinfónico”. Nuestros adversaarios, precisa Alisky, “han aprendido a lidiar con las manifestaciones, las protestas masivas o los piquetes de huelga, pero nunca, ni en sus sueños más delirantes, podrían imaginar una blitzkrieg de pedos en medio de su orquesta sinfónica sagrada […]; con gran frecuencia, las tácticas más ridículas resultan ser las más eficaces”».
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Comenta un tuitero anónimo que «la gran fortaleza de Bernie Sanders fue su capacidad para, de alguna manera, rearmar a la izquierda manteniendo a buena parte de sus lunáticos fuera». Qué importante es conseguir eso. Y qué difícil.
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Publico en Jot Down una larga entrevista a Rodrigo Cuevas, de quien vuelve a parecerme maravillosa esta respuesta a mi pregunta de cómo fue su proceso de salida del armario: «Nah, bueno, bastante tranquila. Fue… Fíjate, salíamos muy tarde del armario, hace veinte años. Yo salí concretamente con mi madre, gracias a la ley del matrimonio igualitario, en una discusión sobre ella. Creo que le pasó a mucha gente. Parece que no, pero esa ley nos hizo avanzar. […] No fue solo toda la gente que se pudo casar, que tampoco fue tanta, sino la legitimación». Difícil encontrar un ejemplo mejor de cómo las leyes tienen aura; de cómo no son solo lo que estrictamente permiten o prohíben, sino también la atmósfera que generan a su alrededor, lo que animan a hacer, lo que prestigian o desprestigian.
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Leo sobre una corredora, Tamara Torlakson, que, durante una maratón, decidió cagarse encima para poder seguir corriendo y bajar su marca personal. El Zeitgeist y sus variopintísimas manifestaciones.
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En mi entrevista a Rodrigo Cuevas, me hacen un comentario muy interesante, al hilo de la parte en la que hablamos de los peligros de hacer trabajo de campo para recoger folclore sin tener criterio, y pudiendo, por tanto, tomar por tradicional lo que no lo es. A veces sucede: informantes que le cantan al folclorista una determinada canción que piensan que se ha recibido de padres a hijos desde tiempo inmemorial y en realidad la aprendió, y no recuerda que la aprendió, o la aprendió así aquel de quien él la aprendió a su vez, de la radio, en la escuela, etcétera. Joaquín Díaz me contaba por ejemplo, en la entrevista que le hice hace años en Urueña, que una vez le cantaron en un pueblo un determinado romance del que él supo al instante que era la versión de Pidal, confeccionada como un pastiche de varias otras, y no otra. Por eso es crucial que quien haga el trabajo de campo tenga un conocimiento del tema que le proporcione el criterio necesario para cribar lo valioso de lo no valioso. Bueno. Cuenta la persona que me hace el comentario que esa parte de mi entrevista a Rodrigo Cuevas le ha hecho acordarse de otro razonamiento que le abrió los ojos sobre ese tema hace muchos años:
«Para quien no lo sepa, aclaro que muchas pandereteiras jóvenes en Galicia cantan con voz de vieja, [y] eso es algo que desde Leilía (DEP) et al. el público ve con naturalidad porque se ha venido haciendo así, y punto. Hoy, al leer a Cuevas, he recordado una conferencia de Anxo Pintos, en los años en que Berrogüetto era Dios para los folkies gallegos, en la que dijo algo muy básico y muy obvio pero que yo no había pensado nunca: cuando los jóvenes recuperan folclore lo recuperan de las viejas, y las viejas cantan con su voz de viejas, pero cuando eran jóvenes cantaban con voz de jóvenes, por lo que es como mínimo ridículo que una pandereteira joven cante con ese sonsonete impostado».
Denis Soria me cuenta a su vez que sabe de cierto grupo folclórico que se empeñaba en alzar los brazos a media altura bailando la jota, porque se lo había enseñado así tal paisano: lo que pasaba «yera qu’esi homacu tenía noventa y picu años y nun podía colos coyones».
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Germán Huici: «Los establecimientos de hostelería son como las personas. Se pone un nombre de moda, y se lo ponen a un montón. Igual que de los ochenta nos han quedado los Café Acuario y las Discoteca Tropical, de estas décadas quedarán las La Revoltosa, y yo me pregunto: ¿cómo pasa esto?».
Otra reflexión de Huici: «Por un lado, la búsqueda de verdades es una de las bases de la filosofía. Por otro, muchas de las grandes ideas filosóficas son falsas, incluso delirantes, sin dejar, por ello, de ser filosóficamente valiosas. Tal vez esto es porque la relación con la verdad siempre es tangencial».
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Hay un ingrediente crucial e inefable de la buena poesía que no se puede simular: la verdad. Un poema puede tener un virtuosismo estilístico descomunal y no verdad. Es algo que simplemente se nota. Pasa también con los ensayos (y no me refiero a que lo que cuenten no sea cierto). Esa verdad puede ser desagradable, malvada, sórdida, espantosa. Pero yo, como lector, la prefiero con mucho a una verdad impostada con la que en principio me identifique más. Es algo que me saca completamente del ensayo; que, cuando lo veo, no puedo obviar.
Jueves, 11/5/2023. Un bulo es un estribillo. No triunfa por verosímil, sino por pegadizo.
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Germán P. Montañés: «Puede la cencia política™ declarar oficialmente a Podemos un single-issue party? Como el PACMA o los partidos de pensionistas pero con Ferreras».
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En Mieres, en Requexu, hay una placa con esta frase de José Hierro, pronunciada en 1999 durante una visita del poeta para unas jornadas de literatura celebradas en la Casa de Cultura Teodoro Cuesta: «Hay tres lugares en el mundo donde uno puede encontrarse realmente a gusto porque supieron no perder su sabor al pueblo: la isla de Mahnattan en Nueva York, el barrio romano del Trastevere y la plaza de Requexu de Mieres». ¿Habrá una placa igual en Nueva York y en el Trastevere?
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ABC: «Unos niños de primaria obligan a otra alumna de 6 años a tener sexo y lo graban con un iPad del colegio». Por lo que sea, mencionar que pasó en Texas no les cabía en el titular. Y después de ver la tromba de comentarios echando pestes de Irene Montero, la educación sexual y la izquierda en general, no se han molestado en especificarlo para que los comentaristas dispongan de la información de que ha ocurrido, no en un lugar gobernado por la izquierda, sino por la derecha más demente del hemisferio occidental, enemiga furibunda de la educación sexual, y reorienten su furia.
Viernes, 12/5/2023. Leo en Nunca vencida: una historia de la idea d’Asturies, el espléndido libro, recién publicado, de David Guardado, que Eugenio Noel escribía en 1919 que Asturias es un país «consumido por una morriña exquisita» y, aunque no lo parezca, no una tierra cariñosa con los extraños, sino que se ama tanto a sí misma que irradia cariño. Certerísimo.
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Es curioso cómo en la izquierda y la derecha se generan cantilenas mellizas; parejas de denuncia de las mismas trapacerías atribuidas a culpables distintos. «Destruyen los pantanos»: la izquierda carga contra Iberdrola; la derecha contra Sánchez. «Expulsan a la gente de sus casas»: la izquierda carga contra los bancos que desahucian; la derecha contra los okupas. Por debajo de las diferencias, de la pretendida intraducibilidad de las cosmovisiones, rebulle un mismo espíritu de época: el miedo a que nos roben el agua que todos vemos que empieza a escasear; el terror a no tener cuatro paredes y un techo que nos refugien de las catástrofes que vienen…
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Ada Colau estaba, me parece, de capa bastante caída y han venido a rescatarla dos oponentes de caricatura: por un lado, la viva encarnación de la burguesía catalana de toda la vida que es Xavier Trias mucho más que otros perfiles convergentes más jóvenes y equívocos; y por otro, los nazis de Desokupa, que el otro día desfilaron por la ciudad llamando «puta» a la alcaldesa. Trias dice que están en juego dos modelos antagónicos de ciudad, el suyo y el de Colau, y con esa enemistad frontal devuelve el aura contestataria a quien llegó a la alcaldía diciendo exactamente eso, pero luego desilusionó a la parte más idealista de su electorado. Los nazis y su sórdida procesión de matones vigoréxicos, escuadristas de la propiedad, transmiten por su parte que hay un enemigo que no es para tomarse a broma, ni al que beneficiar con maximalismos abstencionistas. Creo ahora, no lo creía antes, que Colau revalidará. Veremos.
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Veo un vídeo de unos militares ucranianos que, al excavar una trinchera, descubren los restos de soldados de la segunda guerra mundial. Qué imagen.
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La sobriedad, la frugalidad —pienso viendo una ristra de imágenes propagandísticas de políticos en campaña usando el metro—, también tienen que ser sobrias y frugales en su exhibición. Espectacularizar la frugalidad, preocuparse de que todos sepan que eres frugal, es no ser frugal en absoluto.
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Leo a Alfredo González-Ruibal sobre uno de los mejores lost in translation de la historia: cuando los británicos propusieron al sultán de Sokoto (Nigeria) un salario a cambio de incorporar su territorio, aquel creyó que le estaban ofreciendo tributo como vasallos.
Sábado, 13/5/2023. Escribía Sennett que «la creencia cristiana en la claridad y la perfección como cuestiones divinas ha reaparecido en forma secular como el culto del objeto perfecto». Y yo me he acordado de ello al colocar un cristal templado a mi nuevo móvil, limpiando con una minúscula toallita húmeda y luego otra seca y sumo cuidado y atención cada microscópica motita de polvo, cual si estuviera purificando un cáliz o una patena. Los smartphones son ciertamente el gran objeto sacro de la religión moderna, cuya deidad es la propia humanidad. A través de ellos, accedemos a ese dios, nos comunicamos con él, entramos en contacto con toda su Creación: la historia, el arte, la ciencia, todo lo que uno puede consultar en Internet. Y tiene esta religión su catolicismo y su protestantismo: llevar el smartphone a un experto que te ponga el cristal templado frente a comprarlo en los chinos, ponerlo tú mismo en casa, seguir escrupulosamente las instrucciones… y que quede mal.
Germán Huici me dice que le gusta muchísimo el ejemplo del cristal templado, y añade la reflexión de que hay otro paralelismo con la religión en la memorización de palabras técnicas que no entendemos, como el epíteto templado, que tiene resabios metafísicos.
Domingo, 14/5/2023. En una joyería de Villaviciosa, una curiosa oferta: «RECICLAMOS MAGAYA. Patricia y Pedro utilizan el residuo de mayar la manzana y hacer sidra para crear en su taller de Villaviciosa joyas auténticamente orgánicas». Me divierte eso de «reciclamos magaya». Podría ser el lema del programa de absorción de cargos de Ciudadanos por el PP.
Lunes, 15/5/2023. Una pregunta en Twitter: «¿Cuál es la mejor cosa del Reino Unido?». Mi respuesta: sus marxistas (Hobsbawm, Thompson…) y sus católicos (Chesterton, Tolkien…).
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Vemos Toy Story 3 en casa, y vuelve a emocionarme. Es una película preciosa. Pero de pronto me doy cuenta de algo: es una fábula anticomunista. En primer lugar, por lo obvio: la guardería Sunnyside a la que los juguetes protagonistas llegan viendo en ella una utopía de redención colectiva, un mundo para la felicidad perpetua de los juguetes organizado por ellos mismos, donde no existe el miedo a que sus dueños dejen de jugar con ellos, porque no existen tales dueños, sino un flujo constante de niños que se suceden; pero acaban encontrándose que, en realidad, aquello es un gigantesco campo de concentración gobernado con mano férrea por Lotso, un peluche cuya apariencia bondadosa esconde un fondo malvado. Cada juguete ocupa en Sunnyside el lugar que Lotso ordena, y la pretensión de escapar se castiga con dureza. Lo interesante es comprobar qué volvió malvado a Lotso: el rencor de haber sido extraviado en una excursión por su dueña, la niña Daisy, regresar a duras penas a su casa, y al hacerlo encontrar que la cría no lo echaba de menos, sino que lo había reemplazado por un peluche idéntico. Lotso desarrolla su odio a la idea de que los juguetes deban tener dueño, y organiza su utopía de juguetes sin amo en Sunnyside, al darse cuenta, como los trabajadores de la revolución industrial, de que los amos no lo consideran especial, valioso en sí mismo, sino una mercancía intercambiable. Y ese rencor malogra inevitablemente la utopía levantada a partir de él.

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).
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