/ por Pablo Batalla Cueto /
Martes, 19/9/2023. Astracanada de Vox en el Congreso, a cuenta de la traducción a las lenguas cooficiales. Se han ido del hemiciclo y han amontonado sus dispositivos de audio sobre la mesa de Pedro Sánchez. En tres meses de legislatura en la Comunidad Valenciana, Compromís lleva 416 iniciativas presentadas. Vox, 3 (tres). Hablamos de gente con una alergia al trabajo sin parangón en esta u otras galaxias. Organizar vistosas payasadas que no supongan ningún verdadero esfuerzo es su manera de compensarlo.
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Circula por las redes un vídeo del abogado sevillano David Bravo, comentando su «decepcionante» paso por la política y el Congreso. Fue diputado por Almería con Podemos en la efímera legislatura que nació de las elecciones del 20 de diciembre de 2015. El vídeo tiene gracia; Bravo la tiene. Y explica algunas cosas sonrojantes. No solo no es almeriense, sino que nunca había estado en Almería, «ni siquiera de vacaciones», cuando fue nombrado cabeza de lista por esa provincia, y cometió algunos errores garrafales durante la campaña, de los que, como es lógico, corrió a hacer sangre la prensa local. Decir en una entrevista, por ejemplo, que era crucial —como había leído en el argumentario que le habían pasado desde el partido— terminar la autopista A7, que ya llevaba dos años terminada. Bravo habla con gracia de estos y otros absurdos y traslada su reflexión de que el Congreso es un espacio de discusiones de ámbito estatal al que él iba o debería ir en calidad de experto en derecho informático y propiedad intelectual. La representación provincial le parece un paripé, una pantomima. En Podemos se negó, por ejemplo, a decir «no sé qué cosa sobre la recogida de la fresa en Almería»: «Yo no iba a engañar a la gente. Yo no sé ni de dónde salen las fresas, si del suelo o de un árbol. No he visto fresas que no sean las que hay envasadas en el Mercadona», explica con sorna. Y acaba bromeando que las dos cosas de las que está más orgulloso es haberse pasado el Dark Soul 3 «tras ocho meses intentándolo» y haber conseguido escaño en Almería «sin haber recogido ninguna fresa pero habiendo dicho que la A-7 había que terminarla».
Reírte, te ríes, porque el hombre tiene gracia. Pero yo no empaticé con Bravo, ni suscribo su visión, que me ofendió como trabajador por algo parecido a lo que hace que me parezca ofensivo el clamor de las derechas, ahora, contra la traducción a lenguas cooficiales y el pinganillo: la pretensión de que ser diputado sea una labor cómoda, que no comporte esfuerzos. David Bravo, por lo que se, pretendía que ser diputado consistiera simplemente en estar ahí sentado con lo que sabes, con lo que traes sabido, no estudiar nada a mayores. Una cosa como tecnocrática: yo sé de este pequeño tema y de él vengo a hablar, y ya. No voy a preocuparme de saber de nada más, de informarme de nada más. Yo he venido aquí a hablar de mi libro.
Me viene a la cabeza Manuel García Fonseca, el Polesu, diputado asturiano por Izquierda Unida en los noventa, de quien siempre he escuchado contar que, cada vez que venía a Asturias, organizaba una maratón de reuniones con toda clase de colectivos a fin de conocer sus inquietudes y sus demandas, que luego trasladaba al Congreso. Más tarde, se fueron estilando los diputados que, cuando venían a Asturias, venían a descansar, de vacaciones. Se ha ido instalando una cultura de lo que significa ser diputado que, además de tecnocrática al modo que he comentado, es también como patricia, aristocrática: yo estoy aquí por mi cara bonita y me lo tienen que poner fácil. Nada de ponerme a empollar. Nada de usar pinganillo. Que me hablen en mi idioma, que ponerse un pinganillo cansa. La enloquecida rueda de hámster que es el mercado laboral contemporáneo te exige constantemente que te reinventes, que innoves, la formación continua, que «salgas de tu zona de confort», pero al brazo político del capital le parece intolerable que su curro implique ponerse unos simples cascos. ¡Quiá!
Miércoles, 20/9/2023. Leo en El País que el programa «El Conquistrador de TVE incluirá el juego de los caníbales, que consiste en arrancar con la boca piezas de un animal muerto, sin cocinar ni despiezar, con sus vísceras en crudo. El equipo que más gramos logre recopilar, gana la inmunidad». ¿Queremos una televisión pública para esto, para emitir esta basura indistinguible de la basura de las privada? Yo no. En lo que a mí respecta, si es para esto, mejor desmantelarla.
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El arzobispo de Valladolid pide «no juzgar con la mentalidad de hoy» los abusos sexuales cometidos «hace cuarenta años». El viejo y socorrido truco de que «era la época», que lo mismo te justifica un genocidio que la violación de niños. Lo que nunca había visto es el cuajo de aplicarlo, no al siglo XV, sino al remoto e ininteligible año de gracia de 1983.
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Mourinho no reconoce que perdió la Europa League contra el Sevilla: «Sigo y seguiré diciendo hasta el último día que no hemos perdido la final de Budapest». Un portugués sebastianista de sí mismo.
Jueves, 21/9/2023. Un momento descacharrante. Los ultras del Inter desfilan por San Sebastián, adonde su equipo ha ido a jugar, cantando «puta España, puta Sociedad». Como dice Niporwifi, un estudio de mercado de cánticos erróneo. Podría perfectamente ser la letra de un himno del rock radical vasco.
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Sarao de Felipe González y Alfonso Guerra —reunidos después de treinta años sin hablarse, parece que por Rodríguez Ibarra— en el Ateneo de Madrid, para presentar el último libro del segundo. Críticas al Gobierno entre aplausos de un público abrumadoramente derechista, que aplaude enfervorizado a Nicolás Redondo Terreros. Leo contar a Moriche que, hace ya años, le contaba un conocido socialista cómo «discreta, silenciosamente, iban desapareciendo los retratos de Felipe de sus sedes, primero desplazándose hacia paredes de salas menos transitadas, al final desvaneciéndose en algún inhóspito altillo o armario». Y que ese es el asunto. Pues sí.
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En El Salvador, Nayib Bukele, que ha impuesto un estado de excepción con el que ha logrado militarizar la seguridad y suspender las garantías ciudadanas, pero también aplacar el flagelo de las maras, y que convirtió a su país en el primero en adoptar el bitcoin como divisa oficial, ve sus niveles de popularidad rondar el 90%. Los modelos políticos del siglo XXI.
Viernes, 22/9/2023. Leo en El Cuaderno, en la última entrega de la espléndida serie de Álvaro Acebes sobre escritores olvidados, que en este caso versa sobre Agustí Bartra, que Serge Mestre, hijo de un español confinado en Argelès, contaba que durante los años siguientes al desmantelamiento del campo no hubo conchas en la playa de esa localidad francesa: los prisioneros las habían recogido con la esperanza de dárselas más tarde a sus hijos y sus mujeres.
Y otra cosa curiosa. Este poema de otro republicano confinado en Argelès, Juan de la Pena, en el que Dios es don Quijote: «Padre Don Quijote/ que estás en los Cielos,/ líbranos del odio y el abandono./ Padre don Quijote,/ líbranos, Señor,/ de la cobardía y el deshonor./ Padre Don Quijote,/ altísimo y perfectísimo,/ líbranos de una vida sin ideal».
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Leo en La Vanguardia, a Teresa Sesé, una historia que no conocía. En un momento dado, Picasso adoptó con Fernande Olivier una niña de trece años, Raymonde. Cuatro meses después, Olivier la llevó de vuelta al orfanato:
«Nunca explicó los motivos de la decisión, pero según sugiere John Richardson, autor de la monumental biografía del pintor, la explicación se encuentra en un dibujo explícito donde Raymonde aparece desnuda, sentada con las piernas abiertas y lavándose los pies: “Las chicas jóvenes excitaban a Picasso. También le inquietaban: le recordaban a su hermana muerta, Conchita. Fernande tenía razones para alarmarse”, escribe. Y aún: “Probablemente, devolver a Raymonde al orfanato fue menos cruel que mantenerla en el estudio”».
Terrible. Y como dice Deborah García, «es interesante que el gesto de Fernande Olivier de devolver a Raymonde al orfanato fuera leído por la historia del arte tradicional como el gesto de una mujer celosa, cuando lo que hizo fue proteger a la niña de un depredador; un depredador que a ella la encerraba en casa mientras él se iba a la calle, porque no quería que nadie la mirara». Qué importante es la mirada de género…
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Paul Virilio: «Inventar el barco es inventar el naufragio».
Sábado, 23/9/2023. Leo al final de Todo, a todas horas, en todas partes: cómo nos hicimos posmodernos, de Stuart Jeffries, que iTunes —aplicación pionera de la descarga de música, que yo pensaba desaparecida, desplazada por Spotify— sigue existiendo, pero como lo que algunos llaman «una app de patrimonio cultural»: el equivalente digital, dice Jeffries, de los elepés, los casetes o las cintas de VHS, que siguen existiendo gracias a la tecnología antigua.
Domingo, 24/9/2023. Retomo la lectura de La casa eterna: saga de la Revolución rusa, de Yuri Slezkine. Qué obra monumental. 1400 páginas tiene. Pero se lee bien. Es un portento de erudición sobre la experiencia soviética, que Slezkine lee en términos de un milenarismo cristiano. Lo que leo estos días es un largo excurso sobre el propio milenarismo; la historia de la utopía cristiana. Me gusta esta aguda observación:
«La Revolución […] es una imagen especular de la Reforma, o tal vez la Revolución y la Reforma sean reflejos de la misma cosa en espejos diferentes. La primera se refiere a la reforma política que afecta a la cosmología; la segunda, a la reforma cosmológica que afecta a la política. La idea de que las revoluciones aspiran a la creación de un mundo enteramente nuevo mmientras que las reformas intentan volver a la pureza de la fuente original es difícil de sostener: Thomas Müntzer y los anabaptistas de Münster intentaban promover el cumplimiento de una profecía que aún no se había cumplido. Creían que el camino a la perfección pasaba por la restauración de la secta de Jesús, pero no tenían dudas de que lo que estaban construyendo era “un nuevo cielo y una nueva tierra”, no el antiguo jardín del Edén. La nueva Jerusalén era a la inocencia prelapsaria lo que el reino de la libertad al “comunismo primitivo”».
Lunes, 25/9/2023. Cuca Gamarra: «Mañana Feijóo será el primer candidato a la investidura que, pudiendo obtener los votos para ser presidente, renuncia a conseguirlos». Yo quería un coronel, pero renuncié a que me quisiera él. La fábula aquella de la zorra y las uvas.

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).
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Hoy has estado verdaderamente acertado al ofrecer motivos de reflexión. Guillermo
Sus comentarios me parecen muy acertados y brillantes.
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