Mirar al retrovisor

Los fracasos de la idea de Europa

«Si Alemania, hoy columna vertebral de la Unión Europea, empezara a cansarse de desempeñar su papel de garante de la moderación y la democracia, y su nacionalismo ancestral despertara, ¿qué ocurriría? Tal vez entonces los demás nacionalismos se darían cuenta que la idea europea no había sido una mala idea después de todo», escribe Joan Santacana en su columna 'Mirar al retrovisor'.

Mirar al retrovisor

Los fracasos de la idea de Europa

/por Joan Santacana Mestre/

A menudo, los periodos de crisis en la historia van acompañados de dos fenómenos: en primer lugar, surgen los arbitristas, es decir, los profetas de las desgracias, que prometen soluciones variadas. En segundo lugar, surgen movimientos de tipo nacionalista. Los dos fenómenos van parejos y ha ocurrido en numerosas ocasiones. Hoy esta singularidad se repite en Europa y por consiguiente en España.

Los arbitristas que pululaban por la corte madrileña de Felipe IV hoy se denominan economistas. Aparecen siempre en similares circunstancias y sus profecías y soluciones se desvanecen en cuanto ha transcurrido suficiente tiempo. Los fenómenos nacionalistas, en cambio, perviven. Por eso vamos a reflexionar sobre ello. En relación con este tema se han vertido torrentes de tinta y no es fácil decir algo original. ¡Hay tantos tipos de nacionalismos…! Un experto en el tema fue, sin duda alguna, Napoleón I. Cuando estaba en Santa Elena, confinado en esa isla remota del Atlántico por las potencias vencedoras, comentó que «el primer soberano que en medio de la gran pelea abrace de buena fe la causa de los pueblos, se verá a la cabeza de Europa y podrá tener cuanto quiera». La idea principal que subyacía bajo estas palabras era que aquel gobernante que abrazara el nacionalismo triunfaría. A Bonaparte, el tiempo le dio la razón, ya que las revoluciones que continuaron produciéndose a lo largo del siglo XIX tuvieron como base movimientos nacionales, y al parecer el lema sigue siendo válido en este siglo XXI, a juzgar por la debilidad que atraviesa a la Unión Europea.

Napoleón en Santa Elena, por Franz Josef Sandmann

La idea europea que ha resurgido en diversas ocasiones después de la crisis del Imperio romano siempre ha fracasado debido al surgimiento de ideales identitarios. Las identidades pueden basarse en elementos muy diversos: unas veces es la religión, otros es la lengua, otras veces son construcciones culturales más o menos sólidas, pero siempre acaban revistiéndose de particularidades nacionalistas. Así, el imperio de Carlomagno, sobre el que se quiso fundar un ideal protoeuropeo, acabó fragmentado, como ocurrió posteriormente con el Sacro Imperio. También el Papado intentó fomentar una cierta idea europea basada en la cristiandad, pero cayó fulminada por las doctrinas reformadas de Lutero, Calvino y los demás, y fue liquidada definitivamente con las guerras de religión. La idea de Europa resurge después precisamente con Napoleón, quien consiguió unir bajo su cetro casi todo el continente, con excepciones notables. Pero también sucumbió: aquella unidad de Europa bajo la batuta de Francia quería establecer sistemas liberales en todas las naciones, pero sujetas al imperator. Napoleón aprendió la lección demasiado tarde, cuando estaba en Santa Elena. Después de él, vemos renacer la idea de Europa con el nazismo: también Hitler tenia una idea de la unidad europea, basada en la raza y bajo la égida alemana. En este caso, una nación se autoerigía en superior a todas las demás.

Y así llegamos al Tratado de Roma, que con sus altibajos llega hasta nosotros y ha posibilitado uno de los periodos más largos de paz y prosperidad en el viejo continente. Es hasta la fecha el último intento de fundamentar la idea europea, pero no está basado en las naciones de Europa, sino en sus Estados; y hoy observamos cómo ha sido un movimiento nacionalista el que ha alejado la Gran Bretaña de la Unión Europea, y son movimientos ultranacionalistas los que la desgarran por el Este, en Polonia, Hungría, Austria y los indómitos estados balcánicos. También vemos asomar nacionalismos teñidos de xenofobia en Italia, en Francia y, ahora, también en España.

Estamos asistiendo a la primera fase de un fenómeno que intenta socavar las bases de la idea europea. Por un lado, aparecen nacionalismos centrífugos que pretenden disgregar Estados, como los casos triunfantes de Croacia, Eslovenia, Eslovaquia o Chequia o los intentos de Escocia, Cataluña, Euskadi, junto a los del norte de Italia o Córcega. Pero también hay nacionalismos centrípetos que pretender aglutinar territorios bajo la hegemonía de una zona, como es el caso del español o del ruso. En todo caso, todo forma parte de un mismo proceso que intenta reforzar determinadas identidades nacionales en detrimento de otras.

En el puzle europeo, hay solamente un nacionalismo que parece que no existe, que está oculto: el nacionalismo alemán. Como está oculto, los demás nacionalismos creen que no existe. Pero olvidamos que es el más potente de todos, el que tiene más capacidad y, por supuesto, más recorrido. La letra del himno alemán lo proclama:

Alemania, Alemania sobre todo,
sobre todo en el mundo,
si siempre se queda unida fraternalmente
para la protección y la defensa.
Desde el río Mosa hasta el río Niemen,
desde el río Adigio hasta el Belt:
Alemania, Alemania sobre todo,
¡sobre todo en el mundo!

Si Alemania, hoy columna vertebral de la Unión Europea, empezara a cansarse de desempeñar su papel de garante de la moderación y la democracia, y su nacionalismo ancestral despertara, ¿qué ocurriría? Tal vez entonces los demás nacionalismos se darían cuenta que la idea europea no había sido una mala idea después de todo.


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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