Creadores de conciencia: fotografía periodística a través de cuarenta miradas
/por Miguel Antón Moreno/
Recientemente asistimos a la exposición Creadores de conciencia, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Una exposición comisariada por Juan Manuel Castro y Chema Conesa, en la que nos enfrentamos a un recorrido compuesto de cuarenta autores,* y a una selección de su fotografía periodística. Y digo que nos enfrentamos porque las situaciones que se nos muestran a través de estas fotografías conmocionan. El objetivo que se persigue en la exposición es dar voz a todos aquellos que no la tienen porque se les ha arrebatado, o porque nunca la tuvieron. La mayoría de las fotografías fueron realizadas en zonas de conflicto, en países en guerra o en crisis extrema de recursos. Otras retratan conflictos personales ocultos ante los ojos de la mayoría y que acontecen en nuestro entorno, como las fotografías de las mismísimas calles de Barcelona, entre las cuales se esconden fábricas abandonadas y esqueléticas, que sirven de cobijo a muchos inmigrantes que sufren condiciones lamentables, inadmisibles para cualquiera. Con algunas de estas fotografías fue inevitable recordar el cine de Iñárritu, por su película Biutiful, en la que también se muestra con una estética igual de cruda las penurias que soportan los inmigrantes que malviven en Barcelona. Otras fotografías se centran en aquellos conflictos que, precisamente por ser de sobra conocidos, se obvian y quedan reducidos a mera anécdota. Por ello sus protagonistas ya no lo son más que puntualmente, y sus dramas siguen aconteciendo (de forma paradójica) con sorprendente indiferencia mediática, a pesar de ocupar en ocasiones primeras planas. Hablamos de ablaciones del clítoris a niñas, de mutilaciones cotidianas en cárceles, de prostitución forzada de menores, de heridas por vallas armadas con cuchillas, de fosas comunes, de ahogados en las costas a las puertas del (ficticio) paraíso, del infierno de las favelas. De nuevo recordamos imágenes del cine más duro, con aquella película que, tal como merece, ya podríamos empezar a denominar clásica: Ciudad de Dios, que además de abordar la tragedia brasileña, también nos presta los ojos de un fotógrafo. Todas ellas son imágenes impactantes que nos lo remueven todo, y que de esa forma nos exigen con efecto volver a pensar la realidad, que (recordemos) es solo una.

Algunos textos acompañan al trabajo fotográfico. Pequeños carteles incluyen la fecha y el contexto de las fotografías, así como breves historias personales de los que aparecen en ellas. Esto es algo que indudablemente enriquece la exposición en tanto que labor periodística, y que la acerca al fin que explicita su título, pero que quizá reste interés artístico a la obra de los autores, que aislada del contexto para el que fue concebida debería hablar por sí sola. Un fotógrafo está condenado a soportar sobre sus hombros el peso de la consigna «una imagen vale más que mil palabras».

Parece que un fotógrafo también está condenado a ser silencioso. La exposición Creadores de conciencia ha vuelto a suscitar el debate moral que salpica a los autores como espectadores pasivos del drama que retratan. Lo cierto es que en muchos casos se pasa por alto que el fotoperiodista en ocasiones se juega la vida para poder desempeñar su labor, y que su supuesta inacción en realidad no es para nada silenciosa. El silencio del fotógrafo es momentáneo, dura solo lo que tarda el obturador de la cámara en abrirse y cerrarse, un parpadeo. Después, su obra es un grito hacia todo aquel que acceda a ella. Podría ser que la postura crítica del que censura al fotoperiodista fuese la del que vierte sobre la obra y el autor las tendencias morbosas que él mismo padece, algo del todo comprensible en un escenario mediático que sin duda se aprovecha de ello, y que a su vez lo alimenta, hasta el punto de banalizar las imágenes más impactantes y hacer de ellas algo familiar y cotidiano. En cualquier caso, habría que analizar pormenorizadamente hasta qué punto la estética debe estar necesariamente en consonancia con la moral del tiempo en el que surge. La censura siempre fue en la historia del arte una motivación para los autores, y esto es algo que puede apreciarse bien en la literatura, con Flaubert, Baudelaire, Nabokov, Miller, Joyce o Clarín, y que incluso afectó a la obra de Homero; o en la pintura, con Miguel Ángel, Courbet o los camerinos privados/onanísticos de la realeza, y que arrastra sus consecuencias hasta el presente, con la intentona prohibitiva hacia Balthus o la censura de Facebook a los desnudos de Modigliani.

La crudeza del mundo es una parte insoslayable de él, y estos fotógrafos nos lo recuerdan. Sin duda esta exposición fotográfica habrá servido para que muchos de los que acudimos nos sintiésemos concienciados, al menos durante el breve paseo por los pasillos de la exposición, y quién sabe si quizá también unos metros más allá de la puerta de salida del Círculo de Bellas Artes, hasta llegar caminando a la Gran Vía.

* Los fotógrafos son Samuel Aranda, Bernat Armangué, Walter Astrada, Sandra Balsells, Lurdes R. Basolí, Javier Bauluz, Clemente Bernad, Pep Bonet, Manu Brabo, Olmo Calvo, Sergi Cámara, José Cendón, José Colón, Javier Corso, Ricky Dávila, Juan M. Díaz Burgos, Ricardo García Vilanova, Antonio González Caro, Diego Ibarra Sánchez, Sebastian Liste, JM López, Andoni Lubaki, Kim Manresa, Enric Martí, Andrés Martínez Casares, Maysun, Fernando Moleres, Alfonso Moral, Emilio Morenatti, Daniel Ochoa de Olza, Ana Palacios, Santi Palacios, Judith Prat, Abel Ruiz de León, Rafael S. Fabrés, Gervasio Sánchez, Carlos Spottorno, Rafael Trobat, Guillem Valle y Mingo Venero.
Miguel Antón Moreno (Madrid, 1995) es estudiante del doble grado en filosofía e historia, ciencias de la música y tecnología musical en la Universidad Autónoma de Madrid, escritor y músico.
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