Todas las esquinas del Averno

El ensayista Germán Huici traza en 'Desde el Infierno' (Trea, 2020) los confines del subsuelo del capitalismo caníbal, por el que penamos los seres humanos, incapaces de ofrecer formas de resistencia ni de rebeldía.

/ una reseña de César Iglesias /

Si hemos expulsado a Dios de nuestras vidas, ¿qué nos queda?: asumir que somos habitantes de los dominios de Lucifer. Esta es la reflexión troncal que Germán Huici (Madrid, 1981) desarrolla en Desde el Infierno (Trea, 2020), un diario filosófico en el que alumbra con los rescoldos encendidos en su anterior ensayo, El Dios ausente (Elba, 2016), las distintas sendas por las que pena el mundo reglado por el capitalismo caníbal del siglo XXI.

Germán Huici forma parte de una generación de pensadores ajenos a las escatologías canónicas y donde la escritura filosófica surge de la biografía y de las experiencias ajenas. Sus objetivos: reflexionar sobre lo que nos pasa y examinar con detalle la anatomía de la dogmática del capitalismo y sus tinieblas. «La subjetividad, la interioridad, es la verdad», es la cita de Søren Kierkegaard que encabeza su Desde el Infierno a modo de declaración de intenciones de este filosofar diarístico, capaz de enmendar al mismo Descartes: «Existo, luego pienso», anota.

Germán Huici

Los antecedentes bibliográficos de Germán Huici certifican la originalidad y el riesgo de sus incursiones en las catacumbas del turbocapitalismo. De ello ha dejado constancia en tres libros (desconozco la letra del cuarto, la novela La espera), pero ya en los ensayos de Entre miradas (Elba, 2013) da muestras de su capacidad analítica al abordar la pintura en una época en que el diluvio de imágenes y la fugacidad consumista condena el arte a las estercoleros de la intrascendencia, incapaces como somos de dominar el consumo polífago y de dar protagonismo al mirar placentero y sosegado que reclama la creación artística.

El Dios ausente, su penúltimo ensayo, partía de un diálogo con el Walter Benjamin de El capitalismo como religión, un breve texto cargado de dinamita ideológica, donde el suicida de Portbou realizó una aproximación a la divinización de un sistema capaz de sofisticar todas las maneras posibles de explotación. La referencia a la dogmática en la que se sustenta el sistema que ha levantado altares al librecambismo y al consumismo patológico llevó a Huici a una conclusión: el capitalismo es una religión con millones de fieles y muy pocos herejes.

Con Desde el Infierno da el siguiente paso en esa línea de pensamiento: ese Dios que permanece en lo oscuro necesita el Averno para certificar su absoluto dominio. Nunca compasivo, ni siquiera ofrece purgatorios. Hemos expulsado la misma idea del inframundo de nuestras vidas, cuando somos incapaces de reconocer que ardemos en él, nos advierte.

El ensayista madrileño escribe con mayúsculas el Infierno, absoluto de nombre propio y omnímodo, y relata los parajes de este espacio «donde el gusano no muere y el fuego nunca se apaga» con los recursos de la literatura de los textos clásicos. Pero no se trata de un tratado teológico. Tiene la valentía de asumir en su discurso la batería escatológica de ciertos doctrinarios religiosos, con devoción calculada por los frecuentadores del humo del tormento. Aquí es donde los caminos de Huici se cruzan con los de los tres últimos pontífices de la Iglesia católica romana, que han definido, no sin polémicas mediáticas, que el infierno no es el horno de fuego del llanto y del crujir de dientes, sino la separación eterna de la presencia y de la gloria de Dios.

Ese Dios ausente es el todopoderoso creador de una realidad plutócrata, que convierte al ser humano en una de las variantes de la esclavitud, el homo oeconomicus, doblegado a los dogmas de la depredación mercantilista y entregado a la gula consumista. Es un capitalismo que rentabiliza su camuflaje teocrático y actúa con idéntica crueldad que la divinidad veterotestamentaria. Donde Germán Huici diverge con Juan Pablo II, Benedicto XVI y el papa Francisco es cuando sostiene que el Infierno sí ocupa una geografía material, tangible, donde la mayoría de las mujeres y los hombres habitan un mundo en el que no hay lugar para el reposo, donde ninguna esperanza conforta.

Jack el Destripador está metafóricamente en el origen de este libro. El serial killer más mitificado de la historia concluyó la nota que remitió al Scotland Yard con una frase lapidaria: «Desde el infierno». Tres palabras suficientes para constatar una realidad y advertirnos del nombre de nuestro hábitat. De ahí parte Huici, que se confiesa incapaz de «armar libros largos […] desde la angustia». Su opción es el fragmento, las notas ensayísticas, los testimonios de un otear con diferentes prismáticos los paisajes del inframundo que ha abandonado las cloacas para acampar en la superficie.

El Hades griego y el Sheol hebreo son nuestras patrias. Es la tesis que Huici detalla en los dieciséis capítulos del libro. No ha tenido necesidad alguna de descender a los nueve círculos de Dante Alighieri para explorar la sociedad infernal que nos hemos dado y tolerado, desarmados de toda capacidad de resistencia y revuelta frente a los cadalsos satánicos. En el mismo momento en que salimos del útero materno llamamos a las puertas del Averno. El llanto del recién nacido es la advertencia de la temporada en el Infierno que nos aguarda. El consejo del florentino en la Comedia («Lasciate ogni speranza, o voi che entrate») debería estar cincelado a las puertas de todos los paritorios.

Los parajes del Infierno de los que da cuenta Germán Huici están poblados por distintas manifestaciones de esa cotidianeidad sufriente sumisamente aceptada y heridos en nuestra impotencia para vislumbrar alternativas y articular rebeldías. Pero que nadie se engañe: su aparente trivialidad oculta la guarida donde acechan todos los temores. Estos son algunos:

  • La dictadura del Big Data, «una nueva fase del capitalismo en la que saben todo de nosotros: nuestro consumo, nuestra ubicación, nuestra tendencia política».
  • La sociedad de la avería es «una constante de la vida moderna y aún así nuestra fe en la máquina no se tambalea».
  • La dictadura de las pantallas nos hace vivir «constantemente derrotados por la imagen encuadrada».
  • El incremento aterrador de las personas demenciadas, sabedores de que la locura, «aún más que la muerte, nos hace comprender que no somos nada».
  • La tipificación del malismo como ideología del espectáculo, donde destaca el acierto de Donald Trump: «entendió que para ganar las elecciones la moral es hoy intrascendente».
  • El absolutismo mercantilista: «ni nuestras casas son nuestras, ni el Estado del bienestar tiene los mismos recursos. ¿Qué nos van a quitar ahora? ¿Cuánto más pretenden tirar de la soga?».
  • Chernóbil como metáfora del capitalismo de tierra quemada, donde el industrialismo de la catástrofe le lleva a formular «dos previsiones del desenlace de esta tragedia»: la destrucción de todo tipo de vida sobre la Tierra o la del «escarmiento a nuestra arrogancia», cuando la humanidad haya sido borrada del planeta y sólo quedarán seres «sin ambiciones alquímicas», es decir, «ruinas y vida».

Si había dudas de que somos huéspedes adoctrinados y sumisos de este «infierno tan temido» que Juan Carlos Onetti narró, la COVID-19 irrumpió cuando el libro estaba a las puertas de la imprenta. Huici reaccionó con un texto, Cuarentena, con fecha del 10 de abril último. Entonces los muertos se contaban a diario por centenares y el miedo y el dolor compartían mesa, mantel y cama en el confinamiento. El epílogo resolvió al autor las dudas propias del vértigo de conclusión de toda escritura. «¿Vivimos realmente en el Infierno?», se pregunta Huici, que no se va por las ramas: «El estado decretado por la epidemia del coronavirus ha despejado mis dudas; la cuarentena reafirma el carácter infernal del presente».

Los datos que vamos conociendo, entre el ruido de la política y la casquería mediática, delimitan los confines de esta tragedia. Dos apuntes de que las tinieblas son nuestro medio natural: el senecticidio de la pandemia (dos tercios de los muertos en España son personas mayores de setenta años, la mayoría usuarios de residencias entregadas a fondos buitres u otras sociedades anónimas de rapiña) o el liderazgo de óbitos que ostentan Madrid y Cataluña (el 55% de los fallecidos oficialmente con el 9,5% de la población española), territorios de desigualdad social abrasiva donde el modelo de sanidad pública ha sido demolido para enriquecer el capitalismo viral y sus cómplices políticos. Son dos manifestaciones de la estrategia luciferina de bunkerizar el Infierno. La pandemia del año veinte del siglo XXI nos ha recordado, sostiene Huici, que nuestra condición es la de ser pobladores del Infierno.

Ver el activismo de los legionarios del odio y de los rentistas del dolor, dos de los batallones del malismo-satanismo, colaboradores necesarios de Belcebú, podría tentarnos a aceptar que no andaba errado el Jean-Paul Sartre del «infierno son los otros». Encontramos, sin embargo, en la sabiduría machadiana y krausista de don Gregorio, el maestro republicano de La lengua de las mariposas, más acierto cuando le dice a Monchiño, su alumno: «a veces el infierno somos nosotros mismos». No sé si lo compartirá Germán Huici que, pese a ser fedatario de tanto azufre y eterno fuego, abre resquicios a ciertas esperanzas cuando confiesa que ha sabido dar con algunos refugios particulares y comprender que la única forma de «ser feliz en el Infierno es tener suerte y no tener vergüenza». Pese a todo, Huici, como tantos otros, padece de momento las llamas de una doble condena: permanecer en este presente infernal y asumir la incapacidad de revertirlo.

[EN PORTADA: Infierno, de Chatel]


Desde el Infierno
Germán Huici
Trea, 2020
120 páginas
15€

César Iglesias es licenciado en filología española por la Universidad de Oviedo. Ha trabajado desde 1982 como periodista en diferentes medios de comunicación (Cadena SER, La Nueva España La Voz de Asturias) y en gabinetes de comunicación de instituciones públicas. Es autor de la plaquette Las casas pechadas (Trea, 2011) y de los libros Lengua del duelo (Trea, 2016), Piazza del bacio (Trea, 2016),  en colaboración con el artista plástico Federico Granell, y Suena la nieve (Isla de Siltolá, 2019)

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