Estudios literarios

Todos inocentes, pero no tontos: en el 40.º aniversario de ‘Los santos inocentes’, de Miguel Delibes

Javier Pérez Escohotado, prologuista de una reciente reedición de la aclamada obra del escritor vallisoletano, diserta sobre ella cuatro decenios después de su publicación.

/ por Javier Pérez Escohotado /

Ahora que de todo hace más de cuarenta años, Radio Nacional de España (RNE) ha comenzado a emitir la adaptación radiofónica de la novela de Miguel Delibes Los santos inocentes, publicada en 1981. O sea, que tras el centenario del nacimiento de Delibes (17 de octubre de 1920), que acaba de pasar con pandemia y gloria, resuena en eco el cuarenta aniversario de una obra singular y extraordinaria, que además tuvo las consecuencias cinematográficas que todos conocemos gracias a la película de Mario Camus. Por algunas entrevistas que oigo y veo en los mass media (me he puesto a dieta estricta de cualquier otro medio instantáneo de comunicación, incluido el prometedor clubhouse), parece ser que la noticia sea que unos actores de reconocido prestigio y larga trayectoria han grabado el texto de esta novela para difundirla y colgarla en los ricos fondos sonoros de la Radio Nacional de España (RNE). ¿Recuperamos la histórica radionovela en la que RNE y la SER tuvieron el papel de pioneras? La versión radiofónica de Los santos inocentes devuelve a la radio actual un cierto sabor de época, aquella que, en los cincuenta y sesenta convirtió este género en un auténtico fenómeno social. Cada casa, cada patio de comunidad latía e hipaba con el melodrama Ama Rosa, El criminal nunca gana o se identificaba secretamente con algún personaje del relato costumbrista Matilde, Perico y Periquín.

El camino, a veces, también ha sido inverso: un programa escrito para la radio se convierte en libro. Recuerdo, por ejemplo, la traducción y edición que se hizo al castellano, en 1989, del programa que tuvieron los hermanos Marx en la radio: aquella disparatada sátira de un despacho de abogados de nombre Flywheel, Shyster, and Flywheel, que se había emitido en 1932.1 Días de radio, diría Woody Allen. El audiolibro, en cambio, es un fenómeno que parece que vaya a consolidarse y por eso, los que no saben leer dirán: we too. Nosotros también.

Pero ¿por qué la gente estaba tan aferrada a su radio de válvulas en los cincuenta y sesenta? ¿Respondía a un secreto temor de que se produjera un levantamiento popular y querían tener la despensa bien abastecida? ¿Estaban enganchados a la voz del supremo dirigente que aparecía por todos los partes? ¿Era la radio de una población en parte analfabeta? En 1950 se creó la Junta Nacional contra el Analfabetismo y en 1963 se inició la Campaña Nacional contra el Analfabetismo, que duraría cuatro cursos escolares, en un intento de saltar de una cultura de base oral a otra mixta o escrita. El resultado fue que de un 17% de analfabetos que se calculaba en 1950 se redujo, en 1970, a un 9%. El eco de esta campaña aparece en una de las escenas de Los santos inocentes. La marquesa en persona toma la iniciativa maternal de intentar que los criados aprendan a leer y escribir. Un tal señorito Lucas, que ha venido de la ciudad y ejerce de improvisado maestro (Libro segundo: Paco, el Bajo) se ríe de que Paco no acabe de entender el uso de la hache. Tampoco el señorito lo sabe, pues le parece «cuestión de estética», pero la ignorancia de Paco le causa una risa incontenible que provoca la reacción de un Paco envalentonado que le suelta al señorito Lucas aquello de que los criados «eran ignorantes, pero no tontos». Eso, ignorantes, pero no tontos. Inocentes, pero no tanto.

Los actores que en la radionovela interpretan los papeles protagonistas no son moco de pavo ni caca de milana bonita: José Sacristán (El narrador), Antonio de la Torre (Paco el Bajo), Roberto Álamo (Azarías), Carmen Machi (Régula), el señorito de la Jara (Juan Megías) y los demás, igualmente competentes.2 Los lunes, a las 18 h, El ojo crítico irá emitiendo los sucesivos capítulos de la novela hasta seis, como seis son los libros de que consta la obra. Patrocinada por la Fundación Cultural del BBVA, se trata, pues, de una adaptación radiofónica de la obra de Miguel Delibes Los santos inocentes, cuyo texto firma Alfonso Latorre, guionista y adaptador de prolongada experiencia. Con el asesoramiento literario del profesor Domingo Ródenas, dirige Benigno Moreno.

Hoy mismo en que proso esta crónica (20 de abril de 2021) mientras hago tintinear con el dedo los hielos de un whisky alto, he contemplado en televisión una entrevista a José Sacristán en la que todo parecía indicar que se iba a hablar de Los santos inocentes y su adaptación radiofónica con motivo del cuadragésimo aniversario de su aparición; pero, a la segunda pregunta, la presentadora ha decidido interrogarle por la obra de teatro que el veterano actor tiene en cartel; y ya de ahí hemos saltado a lo necesario, seguro e incluso saludable que es ir al teatro, lo jodidos que estamos con esto de la pandemia y «a vacunarse todos». O sea, el discurso general y queja que escuchamos del alba al ocaso ha tapado la noticia primera y principal, el titular y el motivo que justificaban la entrevista: la versión radiofónica de Los santos inocentes. ¿Dónde ha quedado la obra de Delibes? ¿Qué valor tiene y qué vigencia al cabo de cuarenta años? ¿Cuál es su mérito literario? ¿Dónde están hoy esos tontos inocentes? ¿Dónde los señoritos? ¿Qué aporta la versión radiofónica a la obra impresa? ¿La radio mata la estrella del libro? Oh-a oh-a, Oh-a oh-a, canta el coro de The Buggles en Video killed the radio star.

La táctica periodística de tapar una noticia con otra es una práctica algo frecuente, cuyo resultado, en mi opinión, es que arruina ambas noticias, pues se anulan entre sí. En este caso, con seguridad José Sacristán había pactado con la entrevistadora que también le preguntarían por su obra en cartel («Yo he venido a hablar de mi libro»), pero la realidad es que Los santos inocentes se quedaron sin contenido, a pesar de que era la noticia que justificaba la entrevista. Nadie dijo apenas nada sobre aquellos inocentes, que, dada su beatitud, se elevaron, etéreos y sin rencor, hacia sus celestes tronos y dominaciones.

A la espera de que a mi franja de edad le toque una vacuna sin trombos, sigo lo imprescindible la televisión, pero veo que solo existe un monotema y cuarenta opiniones, y lo peor es que las opiniones suelen estar administradas por periodistas opinadores que responden a periodistas preguntadores, pero ¿sobre qué hablan? Sobre el/la covid-19 y la necesidad de vacunarse porque sus ventajas son mayores que padecer la infección, etcétera, etcétera, etcétera. Se trata de una realimentación endémica de un mecanismo periodístico en el que no entra nadie que no pertenezca al mismo sistema, más o menos experto, más o menos mediático. Suele aparecer algún médico consentido o un científico de elevado prestigio que desde su casa confinada o su laboratorio entra en la media pantalla para insistir en lo mismo o, a veces, también en lo contrario. Los ensayistas de guardia americanos, todos ellos muy bien vacunados, ya habrán diagnosticado precozmente que se trata de un caso de hipertrofia periodística, de un nefasto inbreeding o endogamia que pone en riesgo la salud de la información, puesto que la independencia informativa, como la república, no existe, tonto. Todos los informativos saturan su tiempo repitiendo cantidades y tontos [sic] por ciento, mezclando churras con merinas y comparando lo incomparable cuantitativo y estadístico (lo dijo el profesor Sebastián, del ICAE) en una suerte de corriente confusa de conciencia y datos que no la entiende ni un tonto shakesperiano lleno de ruido y furia. Es la tercera vez que, en pocas líneas, se me desliza la palabra tonto, sin ánimo de molestar, pues me refiero a mí mismo.

Justicia poética o el equilibrio ecológico

Francisco Umbral, en una conferencia que dictó en 1992, le dedicó a esta obra de Delibes unas palabras que pretendían explicar la muerte del señorito Iván, quien, en esta versión radiofónica, se ha convertido en el señorito de la Jara, y que rescato de mi prólogo a la reciente edición de Los santos inocentes:

«Sin duda el tirano está pagando por todos los abusos cometidos, pero la sutileza de Delibes está en concentrarlos en la muerte banal y gratuita del pájaro y dejar la venganza a la iniciativa del tonto Azarías. A esto es lo que yo llamo justicia poética (¡nada más lejos del realismo!), porque en Delibes no se vengan los pobres, sino los tontos y los ángeles».3

Miguel Delibes y Francisco Umbral

Justicia poética es una nueva y vieja expresión que a veces se usa como estrategia para eludir el tratamiento directo de algo o como justificación de que algo se haya conseguido a pesar de la oposición de todos. Pero digamos de antemano que la justicia poética es también justicia, una justicia que estuviera pensada y escrita para compensar la que no siempre se aplica ni se logra en la realidad. Por acuerdo cultural, todo lo que sucede en una novela o en cualquier obra literaria pertenece a la Poética, que no es precisamente un juzgado de guardia, aunque últimamente se tiende a confundir el juzgado de guardia con la crítica literaria. Los partos, los amores, la tortura, los abortos clandestinos, la explotación, la pobreza, la tontería, el matrimonio, la humillación, la violación, el incesto, el parricidio, la muerte, el asesinato, los abusos, el abandono, todo puede ser tratado como parte de una poética, que no es otra cosa que un pacto entre lector y autor, un trato literario que implica siempre una deliberada expectativa de verosimilitud. También en esa gran historia de la humanidad que es la Biblia se tratan todos estos desmesurados temas, además de la ira de Dios o la paciencia, la benevolencia, la caridad y el sermón de la montaña… ¿Llevaremos por eso la Biblia al supremo juzgado de guardia?

Umbral, que ha acuñado muchas expresiones memorables y casi se inventó una lengua, es recordado por aquella frase que dijo en una entrevista de televisión, en un programa de Mercedes Milá, al que había sido invitado para presentar La década roja, allá por 1992: «Yo he venido aquí para hablar de mi libro». Justicia poética. La justicia poética no pretende sustituir ningún código penal ni siquiera el pensamiento racional, sea político, económico o social. Ni tampoco un código moral. Sin embargo, la muerte de Iván, el señorito de la Jara, que es un hecho trascendental y determinante en la obra, la ejecuta Azarías, un personaje literario que Delibes puso en marcha —¿programó?— para que ahorcara a su señorito. Como todos ya hemos visto la película de Camus, espero no haber estropeado el final, que ahora, además, podremos escuchar en RNE-

«—Pero ¿qué demonios pretendes, Azarías? ¿Es que no has visto la nube de zuritas sobre los encinares del Pollo, cacho maricón?

Y así que el Azarías pasó el cabo de la soga por el camal de encima de su cabeza y tiró de él con todas sus fuerzas, gruñendo, babeando, el señorito Iván perdió pie, se sintió repentinamente izado, soltó la jaula de los palomos y,

—¡Dios…! ¡Estás loco, tú!,

dijo ronca, entrecortadamente, de tal modo que apenas si se le oyó y, en cambio, fue claramente perceptible el áspero estertor que le siguió, como un prolongado ronquido y, casi inmediatamente, el señorito Iván sacó la lengua, una lengua larga, gruesa y cárdena…».

Cuando la gente, en la Edad Media, no sabía leer, podía aparecer algún letrado o clérigo que leía en voz alta al grupo o simplemente recitaba pasadas historias, relatos bíblicos o mitológicos. Otras veces, alguien contaba un cuento, un suceso, un crimen, un milagro. Era una cultura fundada en la oralidad. ¿Nos estamos medievalizando? ¿Estamos entrando en un proceso en el que ,conforme se avanza en la tecnificación de la comunicación, se va regresando con la misma rapidez hacia estados previos a la escritura y hacia mayor incomunicación? A esto lo llamaba Delibes «el retroceso del progreso». ¿Retrocedemos a la oralidad? ¿Se está extendiendo el fenómeno del analfabetismo funcional? Espero que a estas alturas todos sepamos, de acuerdo a los criterios de la Unesco, que analfabetismo funcional es aquella situación en la que alguien, aun sabiendo leer y escribir, no es capaz de entender ni asimilar la información que recibe para usarla como parte de sus habilidades y capacidades dialécticas o en el campo de la interacción social.4

La laboriosa preparación del asesinato del señorito Iván no supone, como propone Umbral, la venganza de un tonto angelical al que le han matado su milana, una mascota que le come en la mano y le picotea el sarro y las migas de pan entre los dientes. Esa ejecución es el resultado de una historia acumulada de vejaciones y humillaciones que Iván lleva incorporada de clase, como un traje sastre, y ejerce en persona: la de un rico heredero, terrateniente desocupado, machista, zángano de colmena, rentista, despreocupado, chulo, faltón, un tanto amoral, un poco donjuán, la mejor escopeta nacional… Pero Umbral llama la atención sobre el hecho de que no sean los pobres de la novela los que ahorquen al señorito, a pesar de que, según parece implícito, tendrían motivos, sino que lo ejecuta un pobre inocente con nombre de azote bíblico: Azarías. Se distancia así Umbral de una interpretación, digamos, política, a la vez que evita una alusión a la lucha de clases, para derivarla hacia una interpretación literaria y confinarla en la justicia poética. Pero, de pasada, adjunta un recado para el lector avisado y para la crítica textual: «¡Nada más lejos del realismo!». Esas pocas líneas contienen toda una propuesta en clave para la lectura de Los santos inocentes.

Entre nuestros clásicos ya tenemos algunos casos célebres de justicia poética; por ejemplo Lope, en Fuenteovejuna (1619), pueblo en el que todos a una se inculpan colectivamente de la muerte del pérfido comendador. Justicia poética. No obstante, la expresión, al parecer, fue propuesta por Thomas Rymer hacia 1678, un severo crítico del teatro isabelino, que llamaba la atención sobre un principio constante de aquel teatro, según el cual las acciones buenas tenían que acabar bien y las malas, debían terminar mal, dejando claro que eso no sucedía siempre en la vida real. En esta misma tradición, Oscar Wilde, en La importancia de llamarse Ernesto, también se plantea la misma justicia poética cuando sentencia que «los buenos terminan felices; los malos, desgraciados», pero añade: «Eso es la ficción».5 Más tarde, desde la cárcel de Reading, más de una vez reclamaría también un poco de justicia poética, por favor.

Como alternativa a esta teoría de Umbral, propongo una interpretación del asesinato del señorito Iván que también resulta si no poética, al menos literaria y, por supuesto, verosímil. Está, además, muy en sintonía con el Delibes ecologista, defensor de la tierra, empeñado en sujetar a la gente en el territorio, partidario del mantenimiento de los oficios, contra el vaciamiento de la España rural… Su discurso de ingreso a la Real Academia, El sentido del progreso desde mi obra (25 de mayo de 1975), es el ideario de un utopista humanitario y, además, un texto profético en el que ya avanza que «los mundos de pesadilla imaginados por Huxley y Orwell han sido prácticamente alcanzados». Esta pandemia que estamos pasando va a dejar muy claro que esto ya está sucediendo y que la permanente vigilancia del individuo acabará con su libertad en nombre de la Libertad. Este tal vez es el virus adjunto que nos trae la pandemia, sus daños colaterales, sus previsibles y prolongadas secuelas, que vamos viendo, por ejemplo, en la inmediata implantación de los sistemas tecnológicos de control social que nos llegan de Oriente. Los técnicos, por su parte, ya discuten sobre el dominio o el control del espectro, sobre la subasta del espectro. Esas son las técnicas y el discurso del Gran Hermano que se anuncian en la distopía de Orwell. Mientras tanto, seguimos hablando del calendario de vacunación, del ser o no ser de los bares y «en la sala las mujeres van y vienen hablando de Miguel Ángel».

La decisión de Azarías de tomarse la justicia por su mano evidentemente no necesita el respaldo del código penal vigente. Pero dicho eso, Azarías se convierte en el brazo ejecutor y ciego, la mano inocente y el emisario de un medio rústico, incluso bucólico, en el que ya no caben las sevicias ejercidas por un señorito botarate y una clase paternalista y feudal. Por su mano inocente se restablece una suerte de equilibrio ecológico. A través de esa oscura y ciega fuerza del tonto Azarías, la Naturaleza habría actuado por sostenibilidad agropecuaria y por propia supervivencia liquidando el chancro social y comiéndose la carroña resultante.

Delibes, además, puso todo el cuidado moral para que la ejecución de la venganza, el ahorcamiento ritual, quedara en manos de un personaje al que por inocente, por tonto, no se le pudiera exigir ninguna responsabilidad; sus actos, así, entran en el limbo de una impunidad reservada solo a los seres celestes, a los ángeles, por ejemplo, que suelen ejercer el bien, pero que pueden también aplicar el castigo merecido, como emisarios ejecutores de otra justicia, poética, superior. Delibes, a quien preocupaba la solución Azarías, también dijo que ese vasallaje, ese sometimiento de los humildes puede sublevar tanto «a una conciencia cristiana como a un militante marxista». Pues parece que no.

Los santos inocentes en su sitio

No obstante, para que la noticia no quede tapada, para no solaparla, habría que llevarla a su sitio, como a los toros, y empleo la comparación recordando algunas capeas recientes, con todo el arrojo torero del que soy capaz, que no es demasiado. Cada toro, dicen, tiene un sitio en el que torearlo, que es donde más se entrega, donde más coopera; y ese, además, es el lugar donde será sacrificado. Este es, al parecer, uno de los secretos o misterios del oficio de torear, nunca diría del arte del toreo. Como la de muchos, mi cultura escolar sobre el toreo se reduce al frecuentado poema de García Lorca «Llanto por Ignacio Sánchez Mejías», a El arte de birlibirloque (1930), de Bergamín, y a consultas esporádicas a Los toros. Tratado técnico e histórico (1943-1961), de José María Cossío,6 pariente de Manuel Bartolomé Cossío, uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza, dato que me viene a los dedos por puro oportunismo voluntario.

Dicho todo lo anterior y para llevar la noticia a su sitio, arrimemos la obra a su querencia y su contexto. Los santos inocentes han quedado etiquetados como novela, pero, en realidad, es otra cosa bien distinta, aunque funcione como tal y en el imaginario colectivo se haya impuesto el discurso narrativo y el realismo de los actores de la película de Camus. Pero ahí sigue el texto escrito, que no puede ser completamente sustituido, en el fondo ni en la superficie, por ningún otro género. Todo palabra. El pacto aquí sucede, en la íntima penumbra de la lectura, entre la palabra, o mejor, la letra del texto y la imaginación del lector. Hoja a hoja. Mano a mano.

La obra está elaborada en dos momentos distintos. Delibes había escrito en 1963 un relato o cuento, que tituló «La milana». Con algunas variaciones, lo reeditó en 1965, pero acabó dormido y durmiendo en un cajón. Este mismo año Delibes está encerrado con Cinco horas con Mario, novela que aparecerá en 1966 y que desde entonces no ha parado de leerse y de representarse.7 Muchas de las obras de Delibes, que son un éxito como obra escrita, han acabado saltando las barreras del libro para hacerse teatro, cine o, como ahora, novela radiofónica. De aquel dilatado sueño, «La milana» despertó en 1981 y se convirtió en Los santos inocentes, que apareció pocos meses después del golpe de Estado del 23-F. Delibes habló entonces de la seca, o sea, la sequedad literaria, el parón creativo, pero también era responsable de toda aquella espera de casi veinte años el hecho de que la historia respondía a un suceso y a unos personajes que Delibes había conocido de cerca, y eso pudo retraer su escritura y su publicación. La fértil vida literaria de Los santos inocentes produjo el que la obra fuera incluida en la Trilogía del campo, compuesta por estos santos inocentes y, además, El camino (1950) y Las ratas (1962). Las tres convergen en una misma idea fuerza: la denuncia de la miseria y la incultura, que son los estados previos a la alienación y la explotación. Pero si concretamos más el contexto, aterrizamos en la degradación progresiva de la vida rural, mejor, del campo, pues Delibes mantenía que una de las causas de esa degradación consistía en haber convertido la Naturaleza en campo. ¡Qué nada se habla ya de alienación!

En su mencionado discurso de ingreso en la RAE, Delibes, además, ataca una determinada idea de progreso recurriendo a su experiencia de cazador y habla del culatazo del progreso, que se refiere al retroceso que causa, como un arma de fuego, cualquier detonante que nos proyecta con fuerza hacia adelante, hacia otro lugar, que también puede ser un lugar sin retorno. Expone, además, el interesado y desigual enfrentamiento que se da entre Técnica y Naturaleza. Por supuesto, no niega la ciencia ni la tecnología, pero rechaza la violencia que la técnica puede ejercer sobre la Naturaleza, palabra que le gusta escribir con mayúscula.

Realismo y experimentación

Digamos, para rematar estas páginas sobre la importancia de esta obra de Delibes, que, en un momento en que, durante la década de los sesenta, los escritores en España se habían lanzado hacia la experimentación novelística, él concibió en esa clave experimental, entre otras, Cinco horas con Mario (1966) y Los santos inocentes (1981), un drama urbano y otro rural. En realidad, este periodo de experimentación pretendía superar una etapa en la que el realismo, social o no, había quedado encerrado en sí mismo, encorsetado en sus propias fórmulas y soluciones narrativas, pero cuando Martín Santos dio su pistoletazo de salida con Tiempo de silencio (1962), todos los demás fueron entrando en aquellas vías del experimento narrativo.

Los santos inocentes, releído ahora, desprende no solo ese aire de experimento formal, sino que es también un texto poemático de largo alcance. Es un experimento con los mecanismos narrativos, pero sobre todo es una apuesta por el lenguaje, por el rescate de un lenguaje que se pierde a la vez que van desapareciendo las condiciones sociales que lo sujetaron. Y ese es un acelerado proceso de pérdida que sucede en la España de los años sesenta. En la maestría para la manipulación del lenguaje, este Delibes de Los santos inocentes me recuerda El Jarama (1955) de Sánchez Ferlosio, por unas razones, y el Alfanhuí (1951), por otras. Si Ferlosio trataba de emular, de imitar el lenguaje de un grupo de jóvenes que hubiera sido grabado con un magnetofón —era el realismo behaviorista—, Delibes consigue recrear la lengua del campo español de una franja de latifundios que bordea la raya de Portugal, pero que puede hacerse extensivo a otras zonas, pues Delibes logra elevar la anécdota para convertirla en categoría, como suele decirse. En ambas obras, la espontaneidad, la naturalidad del habla urbana y de la rural son magistrales, pero no porque estuvieran reproducidas ni siquiera imitadas, sino porque estaban recreadas, reelaboradas. Y esa es la habilidad del escritor, del oficio de escribir, que tanto Ferlosio como Delibes poseen en altas dosis. Y además, como dijo Manuel Sacristán hablando de Alfahuí, debemos saber que «la naturalidad es algo de difícil conquista» y «la espontaneidad cotidiana es lo más antinatural que existe». Ambos escritores son, en cualquier caso, maestros en crear su propia naturaleza, su propia naturalidad. Naturalidad y Naturaleza mientras «en la sala las mujeres van y vienen hablando de Miguel Ángel».


Notas

1 Hermanos Marx: Groucho & Chico, abogados (ed. Michael Barson, trad. Olivia de Miguel Crespo), Barcelona: Tusquets, 1989.

2 Reparto: Narrador, José Sacristán. Paco el Bajo, Antonio de la Torre. Régula, Carmen Machi. Azarías, Roberto Álamo. Señorito de la Jara, Juan Megías. Rogelio, Jon Rod. Maestro, Ricardo Peralta. Quirce, Rodri Martín. Nieves y la Niña chica, Adriana Jordán. Facundo, Juan Suárez. Ceferino, Cesar Gil. Crespo, Pedro Muñoz. Marisol, Berta Tapia. Lupe, Tere Vilas.

3 Miguel Delibes: Los santos inocentes (pról. J. Pérez Escohotado), Barcelona: Austral, 2018, p. 20. Coincide esta crónica con la aparición de la correspondencia cruzada entre Delibes y Umbral, «el octavo hijo» del autor de la novela: Miguel Delibes. Francisco Umbral. La amistad de dos gigantes. Correspondencia (1960-2007), Barcelona: Destino, 2021.

4 Cuando trasladamos la idea de analfabetismo funcional al ámbito de los medios, «podríamos aceptar que tal circunstancia se produce cuando las audiencias, aun siendo capaces de entender el discurso narrativo, carecen de criterios de lectura crítica y, consiguientemente, son susceptibles de manipulación, inducción, persuasión subliminal, desinformación e instrumentalización por parte de intereses ajenos». Ver B. Díaz Nosty: «Analfabetismo mediático funcional», Infoamérica: Iberoamerican Communication Review, núm. 5 (2011), pp. 1-4.

5 Así en una colección de aforismos, Oscar Wilde: Paradoja y genio (trad. y ed. Olivia de Miguel), Barcelona: Edhasa, 2020, p. 157.

6 El poeta Miguel Hernández fue su secretario y quien colaboró con él en la documentación de sus distintas obras. En la obra de Hernández la metáfora del toro está muy presente.

7 Tiene incluso su adaptación al cine en Función de noche (1981), de Josefina Molina.


Javier Pérez Escohotado, ensayista, poeta y crítico, es doctor en filología hispánica por la Universidad de Barcelona y profesor del Máster de Traducción Literaria del IDEC/Pompeu Fabra. Sus investigaciones se orientan hacia la gastronomía, la Inquisición y la vida cotidiana. Autor de los poemarios Laura llueve (2000) y Papel japón (2002), ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Sexo e Inquisición en España (1998), Antonio de Medrano, alumbrado epicúreo. Proceso inquisitorial, Toledo 1530 (2003), Donjuanes, bígamos y libertinos. El filo de la Historia (2005), Crítica de la razón gastronómica (2007) y El mono gastronómico: ensayos de arte y gastronomía (2014). Asimismo, ha colaborado en Poemas memorables: antología consultada y comentada 1939-1999 (1999); ha editado y prologado Jaime Gil de Biedma. Conversaciones (2002) e Inventario de disidencias, suma de calamidades (2010). Ha publicado artículos de opinión y crítica en diversos diarios y revistas.

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