/ por Mariano Martín Isabel /
Ha muerto Francisco Miró-Quesada Cantuarias, uno de los principales filósofos del Perú (y, posiblemente, de toda Iberoamérica). El que ha sido calificado como el último renacentista («un omnívoro del saber»). El que ha hecho de la defensa de la razón su principal caballo de batalla. Y el que ha utilizado la razón: primero, para saber cómo es el mundo; y segundo, para saber cómo tiene que ser. Es filósofo de la lógica, de la ciencia, de las matemáticas, de la ética, del derecho, de la política, y ha sobrevolado desde la lógica clásica hasta la lógica deóntica pasando por la lógica paraconsistente.
Buscaba, siguiendo a Kant, la unidad de la razón; porque no podía admitir que la razón que utiliza el científico no fuera la misma que la que utilizamos en la ética. Su primer trabajo importante fueron unos Apuntes para una teoría de la razón. En ellos parte de Gödel y Löwenheim-Skolem para concluir que la razón supera con creces sus posibilidades deductivas y que, más allá de la formalización, descansa sobre las intuiciones. Pero algunas intuiciones intelectuales han demostrado ser inauténticas: ¿cómo saber cuáles son las auténticas? ¿Las hay, acaso? Acaba comparando la razón con una nebulosa cuya estela de intuiciones iniciales se va contrayendo hasta formar un sólido núcleo de intuiciones cada vez más auténticas y menos numerosas.
Corolario de todo ello es que la lógica clásica no es ya la única lógica posible: hay otras muchas y entre estas lógicas heterodoxas encontramos las polivalentes, combinatorias, intuitivas y paraconsistentes; la lógica jurídica (deóntica) surgió de la mano de Miró Quesada al mismo tiempo que en Europa (pero él carecía de las bibliotecas suficientes para poder avanzar en su desarrollo). Su familia era dueña de El Comercio, el principal periódico del Perú, y desde sus páginas, igual que hiciera Ortega y Gasset desde el periódico El Sol, se expresó lo más destacado del pensamiento del momento: Bertrand Russell, por supuesto, y el propio Ortega, pero también José María Arguedas, Fernando Lázaro Carreter… El periodismo cultural lo obligó a ser claro a la hora de expresarse, y ese es otro rasgo que comparte con Ortega, otro filósofo-periodista.
El problema de la razón no lo empieza a resolver desde las matemáticas, sino desde la ética (como le ocurrió a Kant). Descubre que la razón, tanto teórica como práctica, es simétrica y no arbitraria; simétrica porque las conductas que manifestamos hacia los demás es justo que los demás las manifiesten hacia nosotros (es el viejo imperativo categórico, que él, en la estela de William Stern, prefiere llamar principio de autotelia); y no arbitraria porque no depende del arbitrio de cada uno sino que es la misma para todos, universal y necesaria. Pertrechado con este concepto de razón se lanza a la política, seguro ya de poder justificar filosóficamente los derechos humanos. Pero para eso necesita elaborar previamente una teoría de las ideologías: no, como en Marx, como construcciones engañosas y manipuladoras sobre la realidad, sino, en la estela de Destutt de Tracy, como ideales de transformación que parten de un análisis de la realidad, construyen caminos para transformarla y se proponen firmemente llevarlo a cabo. Para evitar caer en errores totalitarios asigna a la filosofía el papel de clarificación ideológica, absolutamente necesario en la labor del político.
Su ideología es lo que él llama el ideal de vida racional, al que identifica como humanismo. Su objetivo es convertir al ser humano en dueño de su propio destino, mirando a un tiempo a la sociedad y a la ciencia. En la sociedad hay que suprimir la explotación, el imperialismo y el colonialismo, buscando una sociedad sin clases (pero se topa con una paradoja: que no se puede construir una sociedad no violenta sin emplear la violencia). Y en lo relativo a la ciencia y la técnica, su desarrollo nos hará cada vez más dueños de la naturaleza (y aparece otra paradoja: que el ideal de vida racional nos lleva a una vida irracional, porque la misma robotización que nos irá liberando del trabajo nos hace esclavos de las máquinas). La primera de estas paradojas no tiene solución, pero la segunda se resuelve abandonando la razón mecánica en aras de una razón creadora («poética», dice Miró Quesada): aquí resuenan lejanamente algunos ecos zambranianos.
Se lanzó a la arena política de la mano de Fernando Belaúnde Terry, líder del partido de Acción Popular: fue su ideólogo, tomando para su ideal el nombre de uno de los libros de Belaúnde (El Perú como doctrina) y defendiendo una política de mestizaje económico: de Occidente había que rescatar la técnica, y de los pueblos precolombinos la cooperación popular (la minka). El proyecto fracasó, pero le dejó a Miró Quesada dos satisfacciones: la primera fue que le permitió axiomatizar su ideología (publicó varios folletos que fueron discutidos, y a veces memorizados, por los militantes, y un Manual ideológico que es su libro de referencia); y la segunda fue que, como ministro de Educación, se empapó a fondo de la realidad del Perú y llegó a ser considerado por muchos campesinos indios como uno de los suyos. Era políglota y entre las numerosas lenguas que habló no pudo faltar el quechua.
Llegó a la conclusión de que las teorías sobre el ser humano eran peligrosas, y que valía más ser bueno que doctrinario: «Hay hombres —dijo— que luchan contra el hombre para defender una teoría, y hombres que luchan por el hombre a pesar de todas las teorías». No cree en el marxismo pero tampoco en el cristianismo, porque el uno ha llevado al Gulag y el otro a la Inquisición; del nazismo ni hablamos; y sin embargo tiene nostalgia de Dios. Es el suyo un ateísmo nostálgico: ateísmo porque dios no existe, nostálgico porque le gustaría que existiera. En esta constatación del absurdo cuando se está defendiendo la razón, algunos han querido ver la huella de Albert Camus, más que la de Kant.
Miró Quesada ha fallecido en junio del 2019. Tenía más de cien años. Cuando todavía tenía setenta confesaba que su teoría estaba aún en vías de desenvolvimiento. La verdad es que nunca acabó de desarrollarla, y como le pasó a Descartes con la ética, quizá no es que estuviera inacabada, sino que no la podía acabar: porque toda la filosofía de Miró Quesada es la historia de un fracaso, el fracaso de la razón; aunque también de un éxito, porque sin la razón, como les pasaba a las matemáticas a pesar de Gödel, no somos nada. De la razón podría decir nuestro filósofo, glosando a Churchill, que es lo único que tenemos para resolver nuestros problemas; la razón es la peor de las herramientas que tenemos… excluyendo todas las demás.

Mariano Martín Isabel es doctor en filosofía y profesor del instituto Andrés Laguna de Segovia. Vivió catorce años en Francia. Ha escrito artículos de filosofía en Francia, España, Italia, Finlandia, Ecuador y Méjico, y ha hecho algunas incursiones en la novela, como Las caras del mar. Su teoría de la razón viva concibe la novela como expresión viva de la razón. Es coautor del libro Andrés Laguna, humanista y médico, y ha escrito sobre Ortega y Gasset, Miró Quesada, Miguel Hernández y María Zambrano, entre otros. Desde hace algo más de un año anima un blog en el que intenta ahondar en el concepto de filosofía literaria; de periodicidad semanal, publica textos agrupados en cuatro secciones: filosofía, literatura, educación y el rincón de «el mirador» (atalaya desde la que desmenuza la realidad con objetividad apasionada).
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