El runrún interior

El runrún interior: un dietario (32)

Pablo Batalla Cueto registra en su dietario pensamientos propios y notas de libros leídos y cosas vistas en Internet, escribiendo sobre una sucia polémica desencadenada por un bulo sobre Alberto Garzón o la lectura de 'El siglo soviético', de Karl Schlögel.

/ por Pablo Batalla Cueto /

El runrún interior: un dietario (31)

Martes, 4/1/2022. Jair Bolsonaro, presidente ultraderechista de Brasil, tuitea una foto en cama de hospital, recuperándose de una obstrucción intestinal provocada por la ingesta de gambas sin masticar (razón por la cual los brasileños de izquierda han convertido a la gamba en símbolo libertario, y hacen memes y coñas con ella tales como una bandera comunista en la que la hoz ha sido sustituida por un camarão). Al instante, Lula da Silva, su rival, probablemente victorioso, en las próximas elecciones, tuitea una foto suya, sano, fuerte y sonriente, haciendo ejercicio en un gimnasio. En los tiempos del populismo (dicho sea sin afán peyorativo), la salud y la lozanía del líder son un argumento electoral más.

Todos somos peronistas hoy, y me refiero a cómo Perón emergió como caudillo en una Argentina que se parecía bastante al presente general del mundo: una sociedad criolla, líquida, inasequiblemente diversa, cuya población crecía vertiginosamente a través de una inmigración muy variopinta. Se hacía imposible el tejimiento paciente, que solo puede serlo para conseguirse, de una politeia (suma de legislación y costumbre) que armonizara esos retales; esos intereses e identidades dispares. En ese tipo de contexto, la dunasteia (prestigio) del líder populista compensa la carencia de politeia y logra ligar lo inligable, coaligar lo líquido,  haciendo a todos sentirse representados por una parte de su discurso. Un discurso contradictorio y equívoco, pero que el embrujo carismático del caudillo hace que no parezca un engendro, sino un sueño. En los sueños, contrarios se armonizan y la lógica sólida, mecánica, de la conciencia se disuelve. Tiene todo el sentido del mundo aquello a lo que despiertos no se lo encontraríamos. Todos se sienten representados en el discurso populista. A unos les seduce una parte (el orden, la autoridad) y a otros otra (el programa social), pero esa lógica onírica consigue hacerlo de tal modo que esas dos almas no sean almas enfrentadas. El líder y su perorata se convierten en una especie de esperanto universal capaz de sobreponerse a la disparidad creciente e inasequible de idiomas políticos y sociales. Su mismo cuerpo se convierte en la nueva ágora en la que se dirimen y se resuelven todos los desencuentros. Pero, para ello, tiene que estar sano, tiene que ser fuerte. En cierto modo, hemos vuelto a aquello del mito artúrico: el monarca que, al enfermar, agostaba los campos de su reino, que reverdecían cuando el monarca sanaba (aunque, en realidad, ¿no ha sido siempre así? Un presidente tan capaz y popular como Franklin Delano Roosevelt se esforzó muy mucho en ocultar su minusvalía a la sociedad norteamericana, persuadido de que el conocimiento de esa condición perjudicaría sus expectativas electorales).

Insisto en que mi afán no es peyorativo al escribir todo esto. Simplemente, las cosas son así. Con estos bueyes hay que arar, con estos mimbres hay que hacer el cesto, y Lula —cuya victoria es prácticamente un deber de la civilización entera, muy comprometida si un repugnante fascista sigue gobernando el quinto país más grande del planeta y su amazónico pulmón— hace bien en bajar a ese barro. Para el viaje de refugiarse en melindres aristocráticos no hacen falta hoy alforjas.

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El sistema capitalista, sus bacanales y sus vomitonas. En el desierto de Atacama, leo, hay un gigantesco vertedero de ropa. Al menos cien mil toneladas de prendas, muchas de las cuales tienen etiqueta y nunca fueron utilizadas. Todo se vuelve aún más aberrante cuando se sabe que la industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo. La producción de textiles causa con sus químicos, sus tintes, etcétera, el veinte por ciento de la contaminación de agua potable en todo el mundo. Para fabricar una sola camiseta de algodón hacen falta 2700 litros de agua: los que bebe una persona durante dos años y medio. Pero el ¡85%! de las prendas fabricadas acaban en vertederos o incineradas. Esto, sencillamente, no puede ser. Y hay que acabar con ello por lo civil o por lo criminal.

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Un error grave del PCE en la Transición fue hacer virtud de la necesidad; vender como victorias sus derrotas. No hay nada deshonroso en la derrota frente los elementos si se ha luchado con tesón y honestidad y se ha obtenido lo que se ha podido. Pero hay que comunicarlo así. Lo de la bandera, por ejemplo: creo que tragar con la rojigualda fue justificable en tanto que peaje doloroso para la ganancia mayor de la legalización, pero Carrillo llegó a venderlo desdeñando la tricolor. Y eso hizo daño, donde no creo que lo hubiera hecho una pedagogía honesta de que no siempre es posible ganar. Creemos que lo es; que hay un conjuro mágico que posibilita la victoria total en cualquier momento si uno da con él, y no: a veces, sencillamente, el viento de la historia y de la sociología soplan en contra y tan solo se puede resistir o arañar migajas. No pasa nada con el solo arañar migajas cuando se está en un momento en que la cosa no da para más, y si acaso va de discutir si se han arañado las migajas suficientes. Pero creo que hace menos daño reconocerlo que tomar a la gente por pardilla. Esto, obviamente, va por la reforma laboral, que yo creo francamente buena y defendible a tenor del panorama. Pero defendible en estos términos, no con el triunfalismo pasado de vueltas que veo proclamar a algunos cargos de Unidas Podemos (y no precisamente a Yolanda Díaz).

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Rüdiger Safranski en El mal:

«La diferencia entre la religión y sus sucedáneos podría definirse como sigue. La religión conserva una veneración ante lo inexplicable e insondable del mundo. A la luz de la fe, el mundo se hace mayor, pues conserva su misterio, y el hombre se entiende como parte de todo eso. Se mantiene inseguro para sí mismo. En cambio, para el ideólogo el mundo se encoge, lo busca para encontrar una confirmación de sus opiniones. Quiere explicar y curar el mundo desde un punto».


Miércoles, 5/1/2022. Una cuenta de Twitter es a la vez un bloc de notas, un diario, un púlpito del Speakers’ Corner del Hyde Park, uno del Club de la Comedia, un perfil de LinkedIn, un bajo con los colegas y el diván de un psicólogo (y, para algunos, también un perfil de Tinder). Y a veces eso genera fricciones tremendas. En eso, Twitter expresa bien cierto Zeitgeist. Habitamos un tiempo paradójico que, a la vez, multiplica las separaciones y las suprime. Todo es lo mismo, nada lo es, y esa contradicción hace chispear cortocircuitos que llenan al tiempo las consultas psiquiátricas y los partidos fascistas.

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El trending topic del día es una polémica imbécil en torno a un bulo sobre unas palabras de Alberto Garzón sobre la ganadería española en una entrevista para The Guardian. Dijo el ministro que había que privilegiar la ganadería extensiva (sostenible, productora de carne de calidad) sobre la intensiva (tremendamente contaminante, arrasadora del tejido de pequeñas empresas ganaderas, productora de carne de calidad ínfima) y Alfonso Fernández Mañueco, presidente en campaña electoral de la Junta de Castilla y León, tergiversó sus palabras —en las que, de hecho, Garzón alababa explícitamente la ganadería extensiva castellana y leonesa, además de la asturiana, cántabra o extremeña— para convertirlas en un ataque a la ganadería y la industria cárnica en su conjunto. A raíz de ello, el circo de tres pistas habitual, de esos que piden a gritos un Berlanga millennial que haga una película con ellos: catarata de fotos de chuletones y barbacoas repletando las redes; Carlos Iturgaiz compartiendo una de un entrecot recortado con la forma de la península ibérica; Javier Lambán y Emiliano García-Page no desaprovechando, como no podía ser de otro modo, esta nueva ocasión para exhibirse mediocres, miserables y desleales, en lugar de para agradecer al ministro que ponga el foco en cómo, por ejemplo, un 30% del suelo de Aragón y decenas de acuíferos vinculados al Ebro están envenenados por purines de macrogranjas; consejeruchos autonómicos de toda laya aprovechando para grabarse selfivídeos dándose bombo y haciendo la pelota de la manera más burda a los ganaderos de su terruño; toda la claque de meningíticos del macarthismo hispano saliendo en tromba a pedir la dimisión del ministro de una manera que se parece a cuando un perro empieza a ladrar y todos los que están a su alrededor se ponen a ladrar también antes de saber de qué va la cosa. La escopeta nacional, siglo XXI.

Es todo de una cutrez desatada y desasosegante. En las redes se hace viral un vídeo de un niño levantando una bandera rojigualda al son de la Marcha real y descubriendo un jamón, con todos sus familiares cuadrados. Podría hacerme gracia, pero no me la hace. Y no porque fascismo, sino porque me da pena, una pena sincera, por los niños. Por los niños en general. Por cómo nacen limpios y candorosos y vaciamos en esas cabecitas inocentes nuestra basura. Si uno lo piensa, es de una crueldad inusitada. Son seres totalmente dependientes de nosotros, que confían ciegamente en nosotros, que nos admiran, que ponen sus cerebrines en nuestras manos sin hacer preguntas. Y, fuera de cuatro padres cabales que deciden aprovechar la paternidad para revisarse, autocriticarse y esforzarse por hacerse mejores en aras de constituir un buen modelo, lo que suele hacerse es todo lo contrario: regodearse en la cutrez propia, perpetuarla. Escribo esto pensando en el vídeo ese de la bandera, el himno y la paletilla, pero podría haberlo escrito a partir de un clip de MasterChef Junior o de uno de esos partidos de alevines en los que los padres insultan al árbitro, a los niños rivales o hasta al suyo.

Ojalá todos los padres fueran como el mío. Esto me ha hecho recordar una escena de mi infancia. Acompañaba a mis padres a votar. Tendría diez, once años. Sabiendo que votábamos a la izquierda, pero dándome cuenta de que no sabía en realidad qué cosa era la izquierda, se lo pregunté a mi padre: ¿qué es la izquierda? Me respondió: repartir la riqueza, corregir la desigualdad, que aunque seas pobre puedas ir al colegio o al hospital, etcétera. «¿Y la derecha no quiere eso?». «No: la derecha dice que tú tengas o no tengas lo que te hayas esforzado por tener o no tener, y que si eres pobre, pues es tu culpa». Le dije: «Entonces la izquierda es lo bueno, ¿no?». Y recuerdo perfectamente cómo entonces se quedó pillado y, preocupado por haberme condicionado, trató de compensarlo buscando a toda prisa algo bueno que decir de la derecha: «Bueno, eh… La derecha se preocupa mucho por la familia, baja los impuestos…». No sé si yo sería o seré tan generoso con el enemigo cuando tenga que explicarle a mi hija qué es la izquierda y qué la derecha. Sí lo sé: no lo seré. Pero procuraré aplicar de otras maneras y en otros lugares aquella lección de ecuanimidad y de inconformismo con las inercias propias.

Estoy seguro de que mi padre no se acuerda de aquello. Y me acuerdo de algo leído, creo recordar, a Richard Louv: las cosas que más huella dejan en nuestros hijos no son las preparadas, no son las deliberadas, no son las cuidadosamente diseñadas. Un comentario ligero, espontáneo, involuntario, puede marcarlos mucho más que la charla más solemne. Otra cosa a tener en cuenta.

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Comparte Jorge Tamames, al rebufo de la garzoniana polémica, un reportaje de El País sobre una amenaza que se cierne sobre nosotros, y con la que las dichosas macrogranjas tienen mucho que ver, que me desazonó muchísimo cuando lo leí, hace unas semanas. Titular: «La siguiente pandemia ya ha empezado: la covid ha acelerado la aparición de superbacterias». Subtitular: «Las autoridades alertan de que los antibióticos están dejando de funcionar y de que la humanidad se dirige a un futuro en el que cualquier herida podría ser letal». Un párrafo:

«Pasarían cosas que ni se nos ocurre pensar, como que se caiga un niño, se abra la rodilla, lo lleves al hospital y el médico te diga que no hay nada que hacer, que lo siente mucho”, explica. Algunas enfermedades bacterianas —como la neumonía, la tuberculosis, la gonorrea y la salmonelosis— ya se están quedando sin tratamientos eficaces. La quimioterapia, que favorece las infecciones microbianas en los enfermos de cáncer al bajar sus defensas, también sería una práctica de alto riesgo en ausencia de antibióticos. “Dejaríamos de curar a las personas, pero también a los animales. No podríamos producir alimentos sanos”, advierte Muñoz. Al regreso de las enfermedades del siglo XIX habría que sumar las hambrunas».


Jueves, 6/1/2022. Nos invita Guillermo Zapata a pensar en la que se montaría si mañana el Gobierno tuviera a bien sacar el anuncio de «Pezqueñines no, gracias», de 1983. Es fácil imaginarlo: toda la horda de pacos arnau barritando que si la infantilización de la sociedad, que si ataque sin precedentes al sector pesquero, crucial para nuestra economía, que si con la que está cayendo preocuparse de unos putos peces, que si el jodío posmodernismo. Añade Zapata: «Peña comiendo peces diminutos con la bandera de España. El PP que si la libertad. Artículos sobre que el Gobierno le quiere prohibir el pescado a la clase trabajadora y que si solo se comen peces grandes serán una cosa cara y elitista, etcétera». Añade otro tuitero: «Y luego estarían los que las pillan al vuelo sacándose una foto con un pescado de medio metro en el plato dedicándoselo al ministro». Otro: «Y Alvise [Pérez, conocido bulista de extrema derecha] tuitearía que mientras nuestros pescadores se arruinan, Marruecos esquilma nuestros mares debido a un pacto secreto entre Mohamed VI y Sanchez para arruinar el país e instaurar un califato comunista». Sí: todo sería exactamente así.

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El tenista Novak Djoković, retenido en Australia, adonde había viajado para jugar el Open, por no cumplir los requisitos covid. Defensores y detractores. Yo me cuento, por supuesto, entre los segundos y quienes celebran esta pequeña impugnación sin precedentes de la sacrosantidad incontestada del deporte, religión de nuestro tiempo, disciplinado aquí por la política como no suele serlo. Djoković, además, es un ser humano particularmente despreciable; un niñato que ya ha demostrado serlo en otras ocasiones. Que se fastidie.

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Leo El siglo soviético, de Karl Schlögel, un libro cuyo subtítulo es Arqueología del mundo perdido y que hace un subyugante recorrido por los mundos todos de la vieja URSS, desde las kommunalkas hasta los conservatorios, pasando por el gulag o los jardines botánicos. Hoy subrayo, en un capítulo sobre la construcción de Magnitogorsk, capital de la industria soviética, estos interesantes párrafos sobre los vasos comunicantes, más de los que parece, que hubo entre la primera URSS y el Estados Unidos del New Deal, expresiones al final de una misma cosmovisión que atravesaba sin demasiada dificultad los muros entre sistemas: solemos parecernos mucho más, y con los regímenes políticos también sucede, a nuestros contemporáneos, incluso adversarios, que a nuestros hijos.

«[…] es posible que Ernst Jünger diera con la “figura” central de la época con su «trabajador» de la obra homónima de 1932. Su fisonomía, su emoción y su estilo nos salen al encuentro en ambos hemisferios. Tiene nombres diferentes y distintos profetas: Henry Ford y Alexéi Gástev. El tono de su discurso está marcado por la certeza de que no hay nada que no pueda superarse con la acción adecuada y un esfuerzo heroico. La época heroica tuvo su propio lenguaje y un tono. No había problemas de traducción. La Historia de un gran plan de Yákov Ilyín fue un superventas en la America del New Deal. Las esculturas de bronce en honor a los ingenieros y obreros que se colocaron en las crestas de las presas de Boulder y Dneprogres son del mismo tipo —una más de estilo art déco, la otra más bien del naturalismo clásico—, a pesar de que los escultores no sabían nada el uno del otro. Después de la gran crisis, la idea de que había que trabajar y vivir de otra manera era casi un lugar común. Y esa nueva manera era la planificada. Todo el mundo hacía planes: a dos años vista, a cuatro, a cinco e incluso a diez. En estos planes no sólo se manifestaba la confianza propia de la época, sino también cierta desesperación, odio al viejo mundo y desconcierto. El concepto del plan y los “aisajes planificados” fueron la respuesta al caos social de la posguerra y la crisis económica mundial. Ofrecían un punto de referencia en un momento en que todo lo firme era incierto.

Subrayo también esta otra cita preciosa, en la que veo condensados todo el horror y toda la grandeza de la URSS:

«[…] La naturaleza no era simplemente materia con la que había que apañarse […]; era un adversario, un enemigo al que había que derrotar, vencer y matar. Las obras de Magnitogorsk, Novokuznetsk y Dneprogres fueron los campos de batalla donde se aniquiló y se reforjó la Rusia campesina. En esa batalla había comandantes y mariscales en el “frente del trabajo”, un estado mayor de la “batalla por el acero”, brigadas de choque y una lucha contra los “espías y parásitos”, es decir, víctimas mortales, heridos, torturados y traumatizados. Incluso la estepa debía dominarse. El país entero se convirtió en la retaguardia de este frente, en el que “nacieron héroes” y “se aniquiló al enemigo”. Los informes del “frente económico” eran los del “corresponsal de guerra”. Nunca se trataba sólo de una obra o de un alto horno. En las obras del nuevo mundo imperaba el lenguaje bélico, el de las órdenes militares. El estilo de mando se inspira en las jerarquías de los ejércitos. Así, los ingenieros se convirtieron en estrategas, y las cuadrillas, en batallones. La falta de disciplina laboral se consideraba una traición a la gran causa y se castigaba en consonancia: como deserción. Todo acaba enmarañado en la vorágine del gran enfrentamiento con un enemigo omnipresente.

[… L]a fábrica de tractores de Stalingrado, las fábricas de coches de Nizhni Novgórod, el metro de Moscú, el canal Moscova-Volga, la fábrica de tractores de Cheliábinsk y el complejo industrial de Novokuznetsk [… s]ólo han caído en el olvido porque se les superpusieron otros campos de batalla, los de la Segunda Guerra Mundial: Stalingrado, Kursk, la antesala de Moscú. En pocas palabras: de aquellas batallas surgió la Unión Soviética moderna. [… Pero] en algún momento, el ser humano heroico de la sociedad movilizada se transformó en el consumidor de los tiempos de paz, sedentario, a quien tener un frigorífico en su casa le parecía más importante que la producción de acero en el complejo metalúrgico, y que necesitaba más un coche que un camión. […] Toda la Unión Soviética posestalinista puede entenderse como el apaciguamiento y la consolidación de una sociedad agotada por la hipermovilización y la guerra, como la transformación de millones de migrantes desarraigados en habitantes urbanos sedentarios, como la desmovilización de una sociedad tras décadas de turbulencias y movimiento excesivo. El material de la nueva época […] no es el acero, la materia prima de los medios de producción, sino el plástico como materia prima de los bienes de consumo masivo. […] La importancia que tuvieron en la época de Stalin los conglomerados metalúrgicos la tuvieron los químicos en la época de Jrushchov.

[… Sesenta años después, e]l universo metalúrgico y su visión del mundo no son lo único que se ha disuelto en el periodo postsoviético, sino también el ser humano que habitó dicho universo y vivió con dicha visión. Hace tiempo que bajaron del escenario el trabajador heroico y el ingeniero como modelo de toda una época. Su última gran intervención tuvo lugar el 26 de abril de 1986 y los días posteriores. Los «liquidadores», es decir, aquellos 430.000 hombres que cavaron el túnel bajo el reactor de Chernóbil, que recogieron a mano los bloques de grafito y apagaron el reactor en llamas, salvaron Europa. Sacrificaron la vida, la salud y la felicidad. La próxima vez Europa tendrá que arreglarse sin ellos».

Comparto esta cita en Facebook, y Xur Piñera me responde: «Un horror, como todas las dictaduras». Yo veo algo horroroso y hermoso a partes iguales. No más hermoso que horroroso, pero no más horroroso que hermoso. Y creo que no se entienden la URSS y todas estas proezas alucinantes de la abnegación humana sin comprender que no fueron fruto solo de la represión o del miedo.

*

Leo una enumeración, hecha por Alejandro Dumas, de diez titulares de la prensa de París en 1815, durante la marcha de Napoleón desde la isla de Elba. Es divertido ver cómo se van volviendo más favorables a medida que el emperador se acerca:

1. El caníbal ha salido de su guarida.

2. El ogro corso ha desembarcado en Golfe-Juan.

3. El tigre ha llegado a Gap.

4. El monstruo ha pasado la noche en Grenoble.

5. El tirano ha cruzado León.

6. El usurpador ha sido visto a 60 leguas de la capital.

7. Bonaparte avanza a grandes pasos, pero nunca entrará en París.

8. Napoleón estará mañana debajo de nuestras murallas.

9. El Emperador ha llegado a Fontainebleau.

10. Su Imperial y Real Majestad hizo ayer Su entrada en las Tullerías, en medio de Sus súbditos fieles.

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Escenas del capitalismo tardío. En la cabalgata de Los Palacios (Sevilla), los Reyes Magos tiran una caja de PS5 vacía y los asistentes se pelean por ella.


Viernes, 7/1/2022. Me topo por ahí con un impagable texto de la revista Lecturas sobre el nacimiento de Juan Carlos I:

«María [de las Mercedes de Borbón] había ido al Olimpia con su suegro, a ver una película de Errol Flynn, cuando sintió los primeros dolores de parto. Aun así, logró llegar hasta su casa en medio de una tormenta horrible que tumbaba árboles y hacía descarrilar tranvías. El marido, Juan, príncipe de Asturias, haciendo honor a su genética, estaba pasando unos días con compañía femenina a cien kilómetros de Roma, y fue Pepe, el mecánico, quien la condujo a la clínica angloamericana sacando un pañuelo por la ventanilla y haciendo sonar el claxon. Cuando al fin llegó Juan, el niño ya había nacido y el rey Alfonso decidió gastarle un bromazo: fue a la puerta de la clínica con el bebé del delegado chino en brazos y se lo presentó: “Este es el heredero”. Cuando el príncipe vio los ojos rasgados y el pelo negro casi se desmaya. María comento al respecto, entre risas, mientras encendía su primer cigarrillo: “Nuestro hijo es tan feo que Juan casi prefería al chino”».


Sábado, 8/1/2021. Lista Karl Schlögel en El siglo soviético algunos nombres curiosos de persona que se pusieron de moda después de la Revolución rusa. Los hay divertidísimos. He aquí algunos: AVANGARD («vanguardia»). VILEN, VLADLEN (acrónimos de Vladímir Ílich Lenin). VOLT («voltio»). ISTMAT (por istoricheski materialism). DZHONRID (por John Reed). ZHORES (por Jean Jaurès). GUELI («helio»). RADI («radio»). KARLEN, MARLEN (formado a partir de Karl Marx y Lenin). KIM (acrónimo de Kommunisticheski Internatsional Molodiozhi, la Internacional Juvenil Comunista). LIUBLEN (a partir de Liubov Lenina, «por amor a Lenin»). MAGNITA (por Magnitogorsk, capital de la industria soviética). NINEL (Lenin al revés). PRAVLEN (amalgama de Lenin y ‘pravda’, la Verdad). OKTIABRINA (por Octubre). MAUSER (la pistola más utilizada durante la guerra civil). MARAT (por el revolucionario francés). MELS (por Marx, Engels, Lenin y Stalin). REMARK (acrónimo de Revolutsionny marxism). REVOLT («revuelta»). REM (a partir de Revoliutsia, Elektrifikatsia, Mir: «revolución, electrificación, paz/mundo/comunidad campesina rusa»). ELEKTRIFIKATSIA a secas. SPARTAK (Espartaco). TORES (por Maurice Thorez). TROLEN (por Trotski y Lenin). STALEN (por Stalin y Lenin). ELEM (por Engels, Lenin y Marx). ERLEN (por la Era de Lenin). TRAKTOR/TRAKTORINA, TURBINA, ELEKTRINA, DINAMIT, TEKSTIL, INDUSTRIA, DINAMO (no hace falta traducir). FED (por Félix Edmúndovich Dzherzhinski). EVIR (reunión de Epoja, Voiná, Revoliutsia: «época, guerra, revolución »). DETSENTRALIZATSIA («descentralización»: la Revolución también fue de eso…). BARRIKAD, GUIOTIN, BASTIL, KOMMUNA, PARIZHKOMUNA, MARSELESA (el referente francés). SERPINA (a partir de serp, «hoz»). MOLOT («martillo»). RASSVET («amanecer»). LUCH («rayo»). ZVEZDA («estrella»). TRAVIATA, AIDA (por las óperas de Verdi). AVANCHEL (Avangard Chelovechestva, «vanguardia de la humanidad»). SLACHELA (Slava Cheliuskintsam, gloria de los héroes de Cheliuskin). NOVERA (Nóvaia Era, nueva era). DOLKAP (Doloi Kapitalism, abajo el capitalismo). VANTSETTI (por Bartolomeo Vanzetti). ENGELINA, BUJARINA, LIEBKNECHT, LUXEMBURG, ROSA, ROBESPIERRE, ENERGIA, SIVREN (acrónimo de sila, «fuerza»; volia, «voluntad»; rasum, «inteligencia» y energia)…

Risas aparte, me parece un compendio precioso de la Revolución soviética. De su memoria (memoria ancha: del jacobino Robespierre al socialista Jaurès, pasando por el anarquista Vanzetti) y sus esperanzas (paz, electrificación…). Me acuerdo, también, de Sigfrid Grimau, un sastre catalán al que conocí en Chile, cuya familia se había exiliado en 1939. Su padre era libertario, masón, teósofo y naturista. Y sus hermanos se llamaban Campoamor, Rizal, Armonía, Platón, Vida, Mario y Fermín. Otra época, otro mundo, una generación dispuesta a cambiarlo todo y que acompañaba ese anhelo de su propio santoral. En estos tiempos, enredados como estamos en la seguridad del advenimiento de la Catástrofe, cuesta verdadero trabajo meterse en los zapatos de aquella fe en el Progreso.

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Me pasan un anuncio del siguiente producto: «Cápsulas para cagar purpurina», con una foto de una especie de supositorios transparentes, con confeti de distintos colores dentro.

«Si siempre has querido cagar purpurina, ahora es posible. Si siempre has querido convertirte en un ser dulce y fabuloso más parecido a un unicornio que a una persona de carne y hueso, ahora, tu sueño está más cerca. Alguien ha tenido la genial idea de inventar una cápsulas para cagar purpurina, convirtiendo este rutinaria costumbre tan poco elegante en toda una fiesta de cumpleaños. El invento consiste en una cápsula corriente que está rellena de pequeños papelitos de colores con purpurina no digeribles, por lo que el cuerpo los acabará expulsando. Al expulsar tus excrementos, tu baño se transformará en un lugar maravilloso donde, mas que tirar rápido de la cadena para que tu chico no vea tu caca, querrás llamarlo para haceros un selfie juntos con ella».

No sé si es verdad o fake. En estos tiempos, nunca se sabe.

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En las eras clasicistas, el romanticismo es barroco. En las eras barrocas (y la nuestra es una), el romanticismo es clasicista.


Domingo, 9/1/2022. Una pintada catalana: «No som vulnerables: som pobres». Eufemismos suavizadores de la vesania desigualitaria. Llamemos a las cosas por su nombre.

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Vemos en casa Cuatro horas en el Capitolio, un documental sobre el asalto de hace un año. Tremendo mal cuerpo. Esas caras, los rostros de la multitud. Retrasados mentales, gente drogada y otra perfectamente en sus cabales y que sabe perfectamente lo que está haciendo. Esa combinación.


Lunes, 10/1/2022. Finalmente, un juez ordena la liberación inmediata de Djoković, que jugará el Abierto de Australia. Contra lo que parecía en un principio, gana, como siempre, el deporte; pierde, como siempre, la política. «La ley», decía Foucault y recuerda Mario Martínez Zauner, «es la gestión de los ilegalismos».

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Sigue coleando el asunto de Garzón y la carne. Pablo Casado publica hoy un vídeo cargando contra «estos urbanitas que piensan que las salchichas las imprimen en impresoras 3D». Y tiene gracia, porque, si hay algo parecido a imprimir salchichas en impresoras 3D, es la ganadería intensiva y macrogranjera, enormemente maquinizada. Es decir, aquella contra la que carga Garzón.

Es curioso cómo el Ministerio de Consumo está generando los debates sociales más intensos de la legislatura (carne, juguetes, apuestas…). Tiene sentido: aunque el ministerio sea pequeño, el consumo (su calidad, su logística, su precio, su fetichismo, sus estragos…) es el gran asunto de nuestros días. Lo pensé el otro día escuchando una tertulia de Onda Cero sobre el tema. Los tertulianos, básicamente, ponían a Garzón a caer de un burro, pero, en cualquier caso, debatían lo que él había propuesto que se debatiese, e incluso le daban la razón a regañadientes en cuanto al fondo.

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Leo en la semblanza de un escritor que «nunca ha buscado los elogios, pero ha tratado de merecerlos». Un buen ideal de vida.

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Los juicios de Núremberg, de Laura Knight (1946):

El runrún interior: un dietario (33)


Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, NevilleCrítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea y CTXT; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).

3 comments on “El runrún interior: un dietario (32)

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  2. J M Ferrandez

    Garzón es un buen ministro, y no desea que abunde la mala leche, inútilmente por desgracia

    Si España se vacía porque el campo es aburrido, las vacas no se aburren
    Y si las vacas están en el campo darán mejor leche que la que tienen muchos, porque siempre tienen algo en que pensar (las vacas)

    Tanto terreno para nada

    Clarín escribió Adiós Cordera porque lo veía claramente

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