Mirar al retrovisor

Entre la Melones y la Truss: la inteligencia de ayer y la de ahora

Joan Santacana escribe sobre los encumbramientos de sendas mujeres a la gobernación de Italia y el Reino Unido.

/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /

La Meloni, la de los Melones (déjenme llamarla así, porque es una influencer, y yo a las influencers las llamo sin ningún tipo de ceremonias) gobernará Italia con el permiso de los que mandan de verdad. Ella tiene permiso para decir lo que quiera y contentar así a sus votantes, «gritando y hablando claro».  Pero no me asusta especialmente, porque poco podrá hacer; si la pobre Meloni se saliera del guion, quienes realmente mandan, que son los que tienen los bonos de la deuda pública italiana, la echarían a los perros en menos tiempo del que tarda en salir en Instagram o en TikTok. Hay unas líneas rojas que ella no puede pisar: ha de seguir las pautas que ha decidido el Tío Sam y declarar que la OTAN es fundamental para Italia; tampoco puede desafiar a la Comisión Europea, que la tiene agarrada por donde más duele a base de 200.000.000.000 euros (¡he necesitado once ceros para escribir la cifra!). Tampoco creo que se líe la manta a la cabeza y vaya a la cama con Putin, porque seguramente tendría que dormir el resto de sus días en un camastro carcelario.

Mucha gente aquí habla de la Meloni como del retorno del fascismo en Italia; bueno, esto suponiendo que el fascismo se hubiera marchado alguna vez del todo. Pero, si se trata de un retorno, hay que acordarse del viejo Marx, cuando comentaba a raíz de la repetición de la gistoria que, si la primera vez es una tragedia, la segunda es una comedia. Y esto es una tragicomedia, que tan solo demuestra el cansancio, el hastío de la gente, el desconcierto y el aburrimiento hacia una política que no puede ofrecer ya alternativa alguna. Parece como si el ciclo político que se abrió en Europa desde la revolución democrática de 1848 se hubiera ya agotado. Si los teóricos de la democracia del siglo XVIII sostenían que la voluntad popular no se puede equivocar, hoy vemos claramente que sí se puede engañar. Lo vemos cotidianamente, cuando gente sensata, inteligente e incluso culta vota contra sus propios intereses. Cuando observamos el panorama político del mundo, con poblaciones inmensas que eligen a bolsonaros, trumps o putins, por citar tan solo a los más emblemáticos (no hablo de acólitos e imitadores), uno duda de la aseveración rousoniana. El caso de Liz Truss es, creo, significativo porque se trata de una persona, también influencer (aunque solo entre los viejos de su partido), que, a los quince días de inaugurar mandato, inicia una loca carrera hasta dispararse un tiro en el pie y hacer tambalear no solo a la City, sino a todo el sistema económico basado en la libra esterlina. ¡Y se ha pegado tal trompazo que ha tenido que retroceder!

No, no es la primera vez que vemos cosas así; ha ocurrido muchas veces en el pasado, cuando gobernantes enloquecidos conducían a sus países hacia el precipicio; pero se trataba de autócratas, gente a quien nadie había elegido. Pero a los que yo he mencionado los han elegido millones de ciudadanos. Ya sé que ustedes me dirán: ¡también a Hitler lo eligieron millones de alemanes! Y es cierto, pero Hitler estableció un brutal y férreo control de los medios de comunicación, amordazó a la prensa, controló totalmente la red de emisoras del Reich, deportó a campos de concentración a sus oponentes y liquidó el sistema democrático alemán. Esto no es, todavía, lo que pasa entre nosotros; cierto que el poder controla la información, pero nunca la puede controlar toda.

¿Qué es lo que atrae a tanta gente a votar a máscaras funerarias como Berlusconi? ¿Qué tienen los demagogos de siglo XXI para que tantos millones jaleen sus palabras? Gritan, gesticulan, mienten, prometen, roban a mansalva, buscan la popularidad entre las masas y todo esto es más eficaz que los razonamientos, los análisis críticos, la reflexión sobre lo que me conviene y lo que no. Y es que, en el fondo, está cambiando la mente; la inteligencia de las personas. Hace ya tiempo que alguien escribió y demostró aquello de que «el medio es el mensaje». Por ello, cuando la humanidad todavía no sabía leer ni escribir, la memoria era la facultad más apreciada de la mente humana; por ello los ancianos eran respetados, porque guardaban en su cabeza la memoria del grupo; pero cuando la gente empezó a leer, a operar con números y a escribir, la memoria dejó de ser la facultad más cotizada de la mente y, a partir de este momento, lo fue la capacidad de abstracción, porque la lectura y el cálculo, las matemáticas, se basan en abstracciones; sin una mente abstracta no se puede hacer matemática de alto vuelo. Y en esta etapa de la historia que va desde el siglo XVI hasta finales del siglo XX, fue la capacidad de abstracción lo que determinaba quien era más inteligente, y mucha gente asimilaba al conocimiento matemático con la inteligencia. El medio escrito llevaba aparejada una inteligencia abstracta. Por ello resulta claro que los mensajes escritos relegaron a la memoria como una facultad secundaria de la inteligencia; ser un memorión dejaba de asimilarse a un «inteligente». El mensaje estaba, pues, en el propio medio.

Hoy los mensajes ya no se transmiten mediante libros; los medios audiovisuales priorizan las imágenes; todos estos medios actuales son hijos del cine y de la televisión y la web los ha elevado a la categoría suprema y los ha multiplicado. De esta forma, millones de personas visualizamos hoy series más o menos emotivas; vemos en Instagram que lo único que se procesa son imágenes que duran escasos segundos; vemos en TikTok como adolescentes de todo el mudo deja su huella visual, vemos que aquellos quienes tienen más likes, los y las influencers, son más importantes que los científicos que avanzan en la dura lucha contra el cáncer y cómo titiriteros sin más gracia que su extravagancia se imponen en Facebook. Este es el nuevo medio, basado en imágenes, que utiliza muy poco la escritura, un medio que no requiere razonamiento profundo, no requiere capacidad de abstracción, no requiere juicio crítico, no requiere saber historia, ni matemáticas, ni filosofía; se basa tan solo en fomentar emociones, ya sean de naturaleza visual o sonora. Y con este medio, llega el mensaje: un mensaje acrítico, a veces estúpido y el resultado son los personajes que hoy empiezan a regir el mundo. Y si esto no cambia, es como si una negra tempestad se cierne sobre nosotros sin posibilidad de librarnos de ella.


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

2 comments on “Entre la Melones y la Truss: la inteligencia de ayer y la de ahora

  1. Siempre tan clarividente. Tiene usted toda la razón! La posmodernidad se impone y no hay mas verdad que la que a cada uno le da la gana. Qué hacer ante esto?

  2. confiar en la Razón y el mėtodo

Responder a AlfonsoCancelar respuesta

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