Poéticas

Cabos delgados que desde un punto común se separan para afianzarse convenientemente

Pedro Luis Menéndez reseña 'Araña', de Esther Zarraluki, poemario de hilos tejidos y destejidos y versos rotos, abiertos, con vacíos que ayudan a abrir imaginarios de infancia, familia, adolescencia, juventud, bares, playas, lugares.

/ una reseña de Pedro Luis Menéndez /

Cuando repetimos el tópico de que leer es un viaje por el espacio y el tiempo, las más de las veces se trata solo de una frase que subraya la amplitud del acto lector, pero en ocasiones es una idea exacta y literal. No conozco personalmente a Esther Zarraluki, y sin embargo he viajado con ella desde el año 1982, en que publicó su primer libro de poemas Ahora, quizás, el juego.

Desde entonces, no han sido muchas las oportunidades de repetir ese encuentro porque se prodiga poco: tan poco que su obra puede haber quedado diluida en el aluvión que cada año —¿cada mes?— inunda de novedades el mercadillo poético en un tiempo proclive a las inundaciones. Como la misma Esther Zarraluki señalaba en 2019: «Dicen que es una buena época para ella, que gracias a la fácil comunicación actual el verso se ha popularizado. Dicen que hay libros de poemas que se venden como churros, y que conviven con las fotos de gatitos y los amaneceres. No voy a detenerme en este fenómeno. También hay música, arte cómodo, el like rápido que nos convierte en consumidores. Estamos hablando de otra cosa. También de resistencia ante la banalización y el ruido”.

Pues eso, estamos hablando de otra cosa; de resistencia ante la banalización y el ruido. Como un buen ejemplo, Esther Zarraluki acaba de publicar Araña en la colección Balbec, una coedición del Café Central de Barcelona y Llibres del Segle de Girona. Y esta Araña es, en la séptima acepción de la RAE, un «conjunto de cabos delgados que desde un punto común se separan para afianzarse convenientemente, pasando a veces por los agujeros de una telera».

El libro aparece dividido en tres partes —«Mar de afuera», «Mar de fondo» y «Mar en calma»— que sirven para situarnos en las geografías sentimentales por las que Zarraluki quiere llevarnos, acompañados, y esto es muy poco común, por algunos mapas que nos desvelan las claves de lectura que la autora ha considerado necesarias. Entre los poemas, junto a ellos o casi formando parte de los mismos, aparecen páginas en prosa que ayudan de modo directo no tanto a la interpretación sino a la situación. Tal parece que la autora, aplicándose su propia definición de la poesía —«un poema es un decir exacto abierto a la ambigüedad»— reserva para los versos lo que la prosa no podría mostrar. Versos rotos, abiertos, que juegan con la linealidad y la estructura física de las páginas, y en los que los vacíos —el silencio interior de la propia página— ayudan a abrir ese imaginario de la infancia, la familia, la adolescencia y la juventud, los bares, las playas, los lugares, y por supuesto el tiempo, que ata o que rompe, o que deshace, o que construye:

Con un dedo repaso las grietas.
No tengo oro, solo puedo
imaginar que soy una araña
y tiendo mis hilos.

Y esos hilos tejen y destejen, según el momento o la circunstancia, tal vez porque no hay respuestas para tantas preguntas, o si las hay nunca las encontramos: «Los poetas juegan con fragmentos, con restos. A veces levantan torres imprevistas, a veces consiguen recordarnos el latido de una palabra. Como adolescentes despistados». Estas tres líneas son mucho más que el cierre de una anécdota viajera, que trascienden lo que se narra para llevarnos así al territorio de la poesía, ese territorio ambiguo y no banal.

Espera,
la vida en las cosas, la mancha en un pliegue,
en el borde de la taza una salpicadura en el espejo
aquí está lo que no puedes nombrar,
algo que madura y no puedes detener.

Por sus páginas, como en un mundo que bulle, se cruzan un profesor de inglés que no sabe inglés, Egon, Ibiza o la Gran Vía, el Bauma, Mazara del Vallo, Marta y María, Goethe, Rilke, Platón o Vallejo. Y todo porque se pueden escribir poemas memorables y «nomemorables»:

No hay poema memorable
que no avergüence
un poco al poeta.
Por convincente.
Por redondo.
Aunque mienta.
Escribir poemas nomemorables:
un poema olvidadizo,
la ropa que lleva días colgada
y ves desde tu ventana,
un libro abandonado a medio leer,
aquel amor ¿cómo se llamaba?

De este modo, la sutileza y la sensibilidad van de la mano en un libro mosaico, unas páginas en las que el dominio técnico no supone —con toda la intención— el estallido de unos esplendorosos fuegos artificiales, sino lo contrario. Nos movemos en el territorio de la confidencia, de la palabra en voz baja, hasta del secreto. Y detrás, la madurez de una poeta muy poco destacada en el panorama actual —obviamente por todo lo dicho antes—, que solo publica después de períodos muy largos de decantación. Y de silencio. De ahí su fuerza cuando lo hace.

El paisaje del silencio, ya lo sabes,
es helado y blanco. Cielos
altos. ¿Noche o mediodía?
Piénsalo. ¿Noche o mediodía?

Introduce Esther Zarraluki la tercera parte del libro —«Mar en calma»— con esta cita de Ausiàs March: «Veles e vents han mos desigs cumplir/ faent camins dubtosos per la mar». Porque ni siquiera el mar en calma aporta más certezas que las de enfrentar el misterio, los vacíos, o la belleza, y para nocontarlo nace el poema, o al menos su búsqueda. Como la propia Zarraluki subrayó en 2019 con una referencia a una historia de Theodor Kallifatides: «Cuando lleguen al final del camino, entonces continúen de frente».

No quiero cerrar estas líneas sin aludir a otros libros de Esther Zarraluki que se encuentran todavía con facilidad. Se trata de Cerca (2017) y de Cobalto, que en su primera edición de 1996 inauguró la colección de poesía de DVD, y que ha sido reeditado en 2018 por Tigres de Papel en la colección Genialogías, imprescindible para rellenar algunos de esos agujeros negros que muchos lectores tenemos aún de la poesía escrita por mujeres. Si, además, es usted de quienes gusta hurgar por librerías de viejo, busque Dónde (2006), o Peces que duermen (2012), en donde cada poema establece un diálogo con una escultura de Jordi Roura. Incluso puede que encuentre, si se afana, algún que otro título perdido en el espacio o en el tiempo. En cualquier caso, le aseguro que el viaje merece la pena.


Araña
Esther Zarraluki
Llibres del Segle / Café Central, 2022
58 páginas
18 €

Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016), la novela Más allá hay dragones (2016), y el libro de prosas cortas Postales desde el balcón (2018). Recientemente ha dado a la luz en Trea el libro de poemas La vida menguante (2019) y el poema-libro Ciudad varada (2020) en los cuadernos Heracles y nosotros. Desde 2017 colabora de modo asiduo en El Cuaderno y mantiene una sección semanal sobre poesía y cuentos en el programa La Buena Tarde de la Radio del Principado de Asturias.

1 comment on “Cabos delgados que desde un punto común se separan para afianzarse convenientemente

  1. Sergio Gaspar

    Sí, Araña merece la pena, como la poesía de Esther Zarraluki en conjunto. Buena reseña. Quise inaugurar DVD Ediciones con un libro de Esther y sigo pensando que fue una decisión acertada.

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