/ por Pablo Batalla Cueto /
Martes, 1/11/2022. Un dato de las elecciones brasileñas: en Miami, Jair Bolsonaro ganó con el 81,18% de lo votos a Lula da Silva, que obtuvo solo el 18,82%. Cuando el nivel del mar suba debido al cambio climático y devore las localidades costeras, lo que llore por Gijón y Tazones lo compensaré con creces saltando de alegría por Miami.
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Un poema precioso de Currículum, el último poemario de Azahara Palomeque:
CELEBRACIONES (I)
enhebrar, rebaja tras rebaja, una factura
de alquiler a medias, copagos,
transacciones médicas, hacer el amor
cuando la ansiedad lo permite.
ahora que hemos confirmado un estatus,
una pared donde asusta colgar diplomas,
una tragedia hilvanada con esquirlas
de animal antibiótico, potentes virutas,
a veces nos miramos:
te quiero
y casi parece una consigna soviética,
o una declaración de impuestos.
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Daniel Castro: «El dinero donde mejor está es en el bolsillo del ciudadano. A no ser que el ciudadano vaya por una calle mal iluminada de un barrio inseguro. En ese caso, tal vez preferiría haber pagado más impuestos para alumbrado, policía y reducción de la pobreza. Y llevar menos pasta encima».
Miércoles, 2/11/2022. Llegan de Brasil imágenes de reuniones y manifestaciones de bolsonaristas, con los asistentes alzando el brazo y coreando consignas fascistas, demandando un golpe militar contra el triunfo de Lula. Hay mucha gente joven. Una cosa que se dice a veces para rechazar la posibilidad de un nuevo fascismo en Europa es que somos sociedades envejecidas, en las que no puede darse ese componente de juventud exultante que fue característica importante del fascismo histórico. Pero no es tan así en América.
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«El rey Juan Carlos tenía una relación quíntuple», comenta Corinna Larsen, que anuncia que va a lanzar un podcast. A mí, pensar en mantener una relación quíntuple, en cinco relaciones duraderas a la vez, me da, antes que nada, una pereza sobrehumana. Claro: cuando no tienes otra cosa que hacer en la vida…
Jueves, 3/11/2022. Israel se fascistiza. Dirían algunos que es imposible —y decirlo, una frivolidad— que un Estado judío se fascistice, como si no existieran en la historia ejemplos de sionismos fascistas o fascistizantes, desde el Jabotinsky que admiraba a Mussolini hasta el siniestro Kach del rabino Kahane en los ochenta. Dirían otros que Israel es un Estado fascista, fundamentado en la opresión del pueblo palestino, desde su misma fundación; que hablar de «fascistización» significa reconocer la posibilidad y la existencia de versiones distintas y mejores de un país para el que solo cabe una condena absoluta: no se le buscan matices a Satanás. Ambas posiciones son estúpidas y peligrosas. Debemos ser capaces, los unos y los otros, de entender Israel como un Estado no excepcional, sino normal, atravesado por las mismas fallas y tendencias que cualquiera de los nuestros, y analizar sus derivas con ojos desprejuiciados en un momento en que su deleznable presidente, Benjamin Netanyahu, es una de las piezas clave de la ultraderecha mundial, y acaba de ganar unas elecciones que confieren un papel destacado a Sionismo Religioso, una coalición de fuerzas heredera del kahanismo, movimiento ultrasionista vinculado al asesinato de Isaac Rabin en 1995.
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Hace José Ovejero en su novela Mientras estamos muertos una definición precisa y luminosa: ser de derechas es estar de acuerdo todo el rato contigo mismo.
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Un párrafo estupendo de Mientras estamos muertos:
«Algunos de los sucesos que me rodean me convierten en erizo. Otros en tortuga. Otros en perro de presa. Nuestra postura política no es otra cosa que el residuo de nuestras indiferencias: me da igual lo que está sucediendo en el Congo pero me preocupa y escandaliza lo que sucede en Venezuela; escribo una carta de protesta porque los barrenderos no pasan por mi calle cuando deben pero no me quejo a nadie de que en mi barrio hay gente sin un lugar donde dormir. Me manifiesto contra la violencia de género pero me da pereza sumarme a quienes se oponen a los recortes en la sanidad. Escribo artículos contra la extrema derecha sin haber escrito ninguno contra el terrorismo vasco. No saquéis conclusiones apresuradas, a veces es solo que hay cosas que te rozan, otras te arañan, otras no llegas a sentirlas porque el cuerpo es limitado, tanto como la conciencia».
Viernes, 4/11/2022. A punto por tercera o cuarta vez en estos meses de quedarme en tierra en la estación de autobuses por olvidárseme la jodía mascarilla; por tercera o cuarta vez me salva una amable pasajera del mismo autobús que tiene una de repuesto y me la da. ¿Cuándo va a terminarse este absurdo de que la mascarilla ya haya sido desterrada de todas partes, y hasta de las discotecas, pero no del transporte público? ¿Tiene algo que ver este disparate con el hecho de que los encargados de legislarlo no lo utilicen?
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Debería hacerse más énfasis en que no se le retiran los honores a Queipo de Llano porque matara a mucha gente, sino por en nombre de qué la mató. Cuidado con dejarse llevar por el antifascismo neoliberal, construido en torno a la víctima de en lugar de al combatiente por. Si la piedra angular es la víctima, de todo hay víctimas; de cualquier causa noble o innoble las ha habido, y por tanto no hay causa justa, ni nada homenajeable: solo cabe un perpetuo lamento paralizante por la averiada condición humana, y en esa parálisis prosperarán los monstruos. La resistencia republicana mató a mucha gente, inocente a veces. Hay que reconocerlo y pedir todo el perdón que haga falta, pero sin que eso signifique dudar de que lo que había detrás era la misma causa justísima por la que los Aliados mataron a mucha gente entre 1939 y 1945.
Sábado, 5/11/2022. Leo en Twitter esta observación luminosa de una cuenta anónima: «Una de las grandes confusiones en las que han incurrido los marxistas en los últimos cincuenta años ha sido ver la disolución de la clase obrera fordista (sindicalizada, integrada, disfrutadora de derechos, relativamente protegida) como el final del proletariado, en lugar de como su regreso».
Domingo, 6/11/2022. Me gusta Alberto Garzón, y me gusta la Izquierda Unida de Alberto Garzón, que ha acabado representando un curioso término medio entre el anguitismo y el llamazarismo. Ni el seguidismo acrítico al PSOE del llamazarismo, ni la excesiva rispidez a ese respecto del anguitismo. No quiero ser crítico con mi admirado Anguita: tenía enfrente a Felipe González. Puedo ser algo comprensivo con Llamazares: tenía enfrente a Zapatero, y eso dificultaba marcar distancias. Pero me gusta esta disposición siempre grande a pactar, pero no a cualquier precio, ni de cualquier manera; esta actitud exigente, ambiciosa; esta no conformidad con las parcelitas tradicionales dejadas por el PSOE a la IU muleta, sin tampoco convertirse —parafraseando una metáfora afortunada de Xandru Fernández— en muleta para atizar, que siga construyendo su identidad en relación con el PSOE.
También me gusta el contramodelo que IU representa frente al actual Podemos, un partido menguado y fanatizado, que ha acabado convirtiéndose él mismo en lo que Pablo Iglesias criticaba hace años con razón: el izquierdista gruñón y cenizo apegado a sus símbolos, siglas, identidad y rituales. IU, asumidas aquellas críticas justas, que hicieron grande y valioso al irreverente Podemos de los años dorados, es ahora el partido abierto, generoso y creativo. Podemos se presenta en cambio como un espacio endogámico, autorreferencial, devoto del líder mesiánico y sacrificial que atruena la cabeza de una masa fanatizada bramando contra el mundo exterior y los traidores internos.
Pablo Iglesias se ha vuelto un personaje tóxico, dispuesto a acabar con todo si no se sale con la suya; a pinchar el balón si no se juega con él al deporte que él nos indique. Últimamente, en sus artículos y diatribas radiofónicas, cada vez más llenos de insultos soeces, no se le cae de la boca la acusación de neocarrillistas para quienes simpatizamos con el proyecto de Yolanda Díaz. Dice de nosotros que aspiramos a ser la izquierda domesticada del régimen. Pero tiene gracia cuánto recuerda él al Carrillo iracundo con el Gerardo Iglesias que se negó a ser un títere en sus manos; aquel hombre amoral que, después de años promoviendo el abandono de símbolos queridos y las claudicaciones dolorosas en pos de una victoria mayor que nunca se produjo, se convirtió en furioso adalid, primero en el PCE y luego desde su propio partido nuevo, de la sacrosantidad del mantenimiento de la hoz y el martillo y el nombre comunista cuando Gerardo impulsó la fundación de Izquierda Unida, y acusaba a este de constituir un submarino del PSOE (siendo finalmente él, cuando su opa hostil fracasó, el que acabó integrándose en el PSOE). Apela Podemos, frente al Sumar yolandista, a la historia, a la necesidad de preservar su identidad, tal como lo hacía el viejo secretario general del PCE. Carrillo, al menos, defendía la identidad de un partido con sesenta años de historia heroica que incluía guerras, cárceles, torturas, no de uno que no llega a los diez. Bien se dice que la compresión de los períodos históricos es una característica de la posmodernidad.
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En la Gran Vía de Madrid —publica El País—, 121 de los 185 comercios tienen nombre en inglés. Parece que sí hace falta una Oficina del Español, después de todo.
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Fernando Songheim: «Pablo Iglesias es el líder de Napster y Yolanda Díaz colecciona vinilos».
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Gonzalo Torné: «No tengo pruebas ni dudas que la supuesta “crispación” de las redes se debe a que la red ha facilitado traspasar las barreras y entrar en contacto con otras maneras de pensar tan convencidas de tener razón como las nuestras. Estoy absolutamente seguro que todo era más cerrado e intelectualmente homogéneo antes de las redes cuando el mundo se confundía con tu barrio que ahora. Lo sé, tías, porque estuve allí».
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Juan Fernández: «Los que estáis a tope con Elon Musk sois los mismos que lo estabais con Ruiz-Mateos».
Lunes, 7/11/2022. Vida adulta: un vago y permanente cansancio, una vaga y permanente tristeza. También, a veces, alegría, entusiasmo, pero siempre humedecidos por ese sirimiri. Una cansada alegría, un entusiasmo triste.
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La historia, ese desconsolado consuelo del decaído noble arruinado entre las ruinas de su inteligencia. Cuantísimo conozco esa melancolía: soy asturiano y del Sporting. Llevo escuchando la letanía del «¡con lo que fuimos!» desde que nací.
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Solo voy a hoteles de cuatro estrellas cuando me invitan a algún sarao y me lo pagan. Y en ellos siempre hago dos cosas: pegarme un baño y asaltar el bufé libre para montarme un desayuno ridículamente copioso; huevos, choricillos, donuts, cruasanes… La impronta de la clase. Mi abuela, cuando iba a una boda o a una comunión, guardaba los filetes que sobraban cerca de ella en servilletas que llevaba en el bolso, y yo la ayudaba. No éramos pobres para nada, no nos apretaba la necesidad, no era eso. Era la impronta de la clase. Los filetes seguramente acabarían perdiéndose en casa. Yo, hoy, puedo darme un baño en casa y tiro comida comprada de más que caduca, no soy pobre. Pero siempre hay en el fondo de ti esa cosa de «recuerda que estás aquí (en la prosperidad) de prestado, y aprovéchalo al máximo». Te pegas el baño o asaltas el bufé libre, no exactamente porque te apetezca, sino porque sientes que tienes que hacerlo; porque «hay que aprovechar».
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Me encuentro un tuit que, desde posiciones de supuesta izquierda, expresa indignación con que solo el 10% de los beneficios que rinde un libro vayan a parar al autor, calificando de robo el que corresponde a la editorial, la distribuidora y los puntos de venta. Me molesta. Las editoriales no son monstruos taimados que piratean nuestro talento: son el editor, el corrector, el maquetador, el portadista, los impresores, los encuadernadores, etcétera; esforzados trabajadores que agarran el original (y a veces los originales son inimaginablemente calamitosos) y lo convierten en un libro. Un libro es —¿hay algo que no lo sea?— una creación colectiva. Y también lo es su éxito, que deberá al almacenista, la secretaria o la contable de la editorial o los empleados de la distribuidora o la librería tanto como al genio del autor. Un libro es un hijo de la alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura. Y si uno es de izquierdas, debe reconocerlo así en lugar de ocultar esas plusvalías tras la pantalla neoliberal del genio individual.
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El Carrillo de 1985 nos acusa de ser el Carrillo de 1977 en lugar del Carrillo de 1968 mientras enfrente viven convencidos de que todos somos el Carrillo de 1936.
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Un chiste soviético: se encuentran tres presos en el gulag. Uno dice: «Soy Vorovski, me condenaron a diez años por apoyar a Kipinski». El segundo responde: «¡Imposible, soy Trifovski, me condenaron a veinte años por discrepar de Kipinski!». El tercero y más sombrío dice: «Me pusieron 30 años. Soy Kipinski».

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).
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“Las editoriales no son monstruos taimados que piratean nuestro talento: son el editor, el corrector, el maquetador, el portadista, los impresores, los encuadernadores, etcétera; esforzados trabajadores que agarran el original (y a veces los originales son inimaginablemente calamitosos) y lo convierten en un libro.”
En ese párrafo faltan tres palabras: “Las editoriales HONESTAS Y COMPETENTES no son monstruos…”. Pero en España abundan las editoriales deshonestas y competentes, las editoriales honestas e incompetentes y las editoriales deshonestas e incompetentes.
En cuanto a los autores que quieran pasar de ganar el 10 % a ganar un 50 % o más (aprendiendo de paso en qué consiste el trabajo de editor), que se autoediten. Ahora, con Amazon, es muy fácil.
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