/ por Pablo Batalla Cueto /
Martes, 20/12/2022. Igual que hay mayúsculas mayestáticas (Él, Su Majestad, la Razón, la Fe, etcétera), debería haber lo contrario: ultraminúsculas injuriosas; minúsculas más minúsculas que las minúsculas para subrayar el desprecio a algo. Micrúsculas.
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La ira contra lo woke también es la ira contra que valga para todos lo que siempre valió para el Rey: pronombres propios (Alteza, Su Majestad), nombres sentidos (llamarse Bertie pero reinar como Jorge), discriminación positiva (no se puede entrar en un tren antes que el Rey)… Es lo woke, al final, es una democratización de la majestuosidad y de la monarquía. Que todo hijo de vecino merezca ser tratado como un Rey (que, ojo, igual no lo merece, y tenemos que ser republicanos y regicidas también de esa monarquía generalizada).
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Recoge Rancière en La noche de los proletarios —leo contar a Miguel Martínez— que el zapatero Charles Pénnekère relataba que, cuando era niño en los 1820, esperaba impaciente que su madre llegara con el grano embalado en hojas de viejos libros. Leía hasta donde podía y le pedía que comprara las lentejas en el mismo sitio. Hacerse una bibioteca hoja a hoja.
Miércoles, 21/12/2022. Leo, recogida por Antonio Maestre en Los rotos: las costuras abiertas de la clase obrera, esta cita de un obrero murciano en la película-documental El año del descubrimiento, que todavía no he visto: «Algunos, con 14 años, descubrimos antes un accidente laboral que el sexo».
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Otra cita interesante de Los rotos, esta del Realismo capitalista de Mark Fisher sobre las diferencias entre el fordismo y el posfordismo:
«Al trabajar en lugares ruidosos, vigilados con celo por administradores y supervisores, los trabajadores tienen acceso al lenguaje solo en las pausas, en el baño y al término del día. O bien cuando emprenden el sabotaje: la comunicación interrumpe la producción. Pero en el posfordismo, cuando la línea de producción se convierte en un “flujo informativo”, la gente trabaja precisamente comunicándose».
Escribe también Fisher que
«La vida y el trabajo, entonces, se vuelven inseparables. El capital persigue al sujeto hasta cuando está durmiendo. El tiempo deja de ser lineal y se vuelve caótico, se rompe en divisiones puntiformes. El sistema nervioso se reorganiza junto a la producción y la distribución. Para funcionar y ser un componente eficiente de la producción en tiempo real, es necesario desarrollar la capacidad de responder frente a eventos imprevistos; es necesario aprender a vivir en condiciones de total inestabilidad o (feo neologismo) “precariedad”. El periodo de trabajo no alterna con el de ocio sino con el de desempleo. Lo normal es pasar por una serie anárquica de empleos de corto plazo que hacen imposible planificar el futuro».
Eso también es muy interesante:
«Tanto Marazzi como Sennett afirman que la desintegración de los patrones de trabajo estable se debió en gran medida a los deseos de los propios trabajadores: fueron ellos los que comprensiblemente no quisieron que su único plan de vida fuera desempeñarse en la misma fábrica cuarenta años seguidos. Y la izquierda nunca logró procesar este golpe; quedó mal parada y no entendió la forma en que el capital pudo dar movilidad y metabolizar el deseo del trabajador de emanciparse de la rutina fordista. Especialmente en el Reino Unido, los representantes tradicionales de la clase trabajadora, los sindicalistas, eran ellos mismos demasiado afines al fordismo: de alguna manera, la estabilidad de sus conflictos garantizaba su razón de ser. Así fue que los voceros del capital posfordista pudieron presentarse con éxito como los valientes adversarios del statu quo, capaces de afrontar una “insensata inercia” en la organización del trabajo que servía solo para reproducir los antagonismos de los que vivían la clase política y los líderes sindicales, pero que no favorecía en lo más mínimo a sus representados. Hoy en día, el conflicto y el sindicalismo no se alojan en el interespacio de dos nítidos bloques de clase, sino en la psicología del trabajador, que, en tanto tal, todavía se interesa por la lucha de clases tradicional, pero como titular de un módico ahorro de jubilado también se interesa en maximizar el beneficio de sus colocaciones. El enemigo externo clásico, en definitiva, ya no existe. De manera que los trabajadores posfordistas, siguiendo la metáfora de Marazzi, son como el pueblo judío una vez dejó la casa de la esclavitud en el Viejo Testamento: liberados de una sujeción a la que ya no quieren volver, abandonados en el desierto, confundidos respecto del camino por seguir».
Jueves, 22/12/2022. Cuenta en La Razón una voluntaria de prisión de la entidad Justícia i Pau Barcelona, Roser García, que, tras cumplir su pena de cárcel por el crimen de Alcàsser, a Miguel Ricart, a quien ahora se acaba de detener por regentar un narcopiso, «no lo querían en ningún sitio», y que «fue a un pueblo y se hicieron manifestaciones ante el Ayuntamiento para echarlo». Habla García del «gran trabajo que tenemos socialmente: una persona que haya cumplido condena, haya hecho lo que haya hecho, ha cumplido con la sociedad y hay que ayudarle, aceptarlo e incorporarlo en lugar de rechazarlo. Si al final, cuanto más cerca lo tengamos, mejor». Un tema en el que pensar, ciertamente. Por un lado, ¿qué otra salida que la ilegalidad le queda a alguien como Ricart, si yendo por lo legal lo van a rechazar allá donde vaya? Por otro, no quiero cargar las tintas contra las turbas: no dejo de comprender que se rechace a, que se recele de, una persona como Ricart, autor de un crimen espantoso. Pero darle una salida va en el interés de todos. Uno puede estar tentado de decir: «Me la suda Ricart, que se muera de hambre». Pero, si como de hambre no se va a morir, la consecuencia de esa indiferencia es que vuelva a delinquir, el problema ya no es solo de Ricart, sino de toda la sociedad. Hay que resolver esa ecuación. Doctores tiene la Iglesia: que se pongan a pensarla.
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Pedro Vallín: «La venezuelización que iba a traer Podemos a la política española la han traído los millonarios de Little Caracas (ex barrio de Salamanca) con su modelo caraqueño de medios, su rapto de la derecha madrileña y el choque institucional. Falta que el Tribunal Constitucional nombre Presidente Encargado».
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Cuenta Antonio Cazorla en Las políticas de la victoria: la consolidación del Nuevo Estado franquista (1938-1953) —y se lo leo citar a Edgar Straehle— que, en una ocasión, Franco preguntó lo siguiente a Laureano López Rodó: «Veo que usted ha estudiado el sindicalismo. Dígame: ¿qué es, en su opinión, el Sindicato Vertical? Yo nunca he llegado a saberlo, como no sea que unos están arriba y otros están abajo».
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Veo un viejo vídeo de una entrevista a Chirbes en el que el fallecido escritor hacía esta reflexión sublime sobre la cultura: «Vivimos en una contradicción tremenda. Sin cultura eres un burro, eres un torpe, etcétera, etcétera; cualquiera puede hacer contigo lo que quiera, te engañan. Y con cultura estás a punto de ser un hijo de puta siempre, porque siempre estás a punto de venderte al poder, porque siempre estás en disposición de manejar a los que no la tienen, porque sabes los mecanismos y puedes pulsarlos o no pulsarlos y siempre estás con la tentación de pulsarlos».
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Entrevistan en Vozpópuli a Edmundo Bal y el titular es este: «No habrá entre los 350 diputados nadie a quien le caiga peor Pedro Sánchez que a mí». Pienso que toda esta imagen que la derecha está construyendo de Sánchez como un ogro abominable es contraintuitiva y ridícula, y no les va a hacer sumar ni medio voto. Pero que sucede lo que con los Abogados Cristianos y sus querellas perdidas: sirve para engorilar a la tropa; para proporcionar excusas a su radicalización.
Viernes, 23/12/2022. Leo que, un mes antes de morir en 1832, a la edad de ochenta y dos años, Goethe le dijo a un joven estudioso: «Tomé y utilicé todo lo que se presentó ante mis ojos, mis oídos y mis sentidos. Miles de personas contribuyeron a la creación de mis obras: sabios y locos, intelectuales e idiotas, niños, hombres en la flor de la vida y ancianos… A menudo coseché lo que otros habían sembrado. La obra de mi vida es la de un colectivo».
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Acabo de ver que el campo de Son Moix ahora se llama Visit Mallorca Estadi. Convirtamos en tendencia esto de los estadios con nombres imperativos: Estadio Prueba los Bígaros, Haz la Declaración de la Renta Stadium, Come Cinco Piezas de Fruta al Día Arena…
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Sabía que Sara Montiel fue amante de Ramón Mercader, el asesino de Trotski. Veo ahora una vieja entrevista en la que Saritísima contaba lo siguiente: «Huy, no, no, no. A mí nunca me habían dicho que había sido un asesino. Que había matado a Trotski, sí».
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Aborda Antonio Maestre, en un capítulo de Los rotos: las costuras abiertas de la clase obrera, las desfachateces de la caridad, esa falsa generosidad que no busca la igualdad ni la justicia social, sino perpetuar la desigualdad; subrayar la posición de unos y otros en el reparto jerárquico del mundo: el rico necesita que haya pobres, que siga habiéndolos, para que sigan recibiendo la caridad que subraya su riqueza y le permite hacer ostentación de su magnanimidad. Maestre comenta la indignación de quien «no tolera que el gasto del donativo sea para otra cosa que la exigida por el dador: la subsistencia». Cuenta esta anécdota:
«Una mujer con velo se encontraba delante de mí en la caja de un supermercado. La madre, con su hijo a cuestas en un hatillo y otro un poco más grande a sus faldas, comenzaba a dejar todas las compras en la cinta: una bolsa de patatas de cinco kilos, arroz, macarrones, tomate frito, unas compresas, leche y galletas, y un par de pizzas precocinadas, entre otros productos de primera necesidad. Al pasar la dependienta todo y decirle el importe, ella entrega un bono, uno de esos vales que el Ayuntamiento da a familias vulnerables para hacer la compra. La dependienta le dice que se ha pasado y que tiene que dejar algún producto, y se atreve a decirle que quite las pizzas. Ella la mira con vergüenza y la coge para dejarlas, pero el niño, que hasta ahora estaba en sus faldas en silencio, se queja y empieza a llorar cuando ve que su madre va a quitarlas de la compra. Las lágrimas del niño paran a la madre y decide dejar uno de los paquetes de arroz. La dependienta mira con sorna a la mujer y hace un comentario clasista sobre la comida que pueden permitirse aquellos que compran con bono, hablando con su compañera de atrás para decirle que el Ayuntamiento tendría que poner un límite a los productos que puedan llevarse. Pizzas precocinadas, clasismo y racismo como menú del día».
Es un libro estupendo, este de Maestre. Le veo, sobre todo, una gran virtud. Trata el elefante en la habitación de la clase, pero lo hace sin incurrir en dos vicios que suelen ser característicos de los pocos trabajos que lo abordan: por un lado, los imaginarios obsoletos, plastificados, desvitalizados, el cartón piedra de cartelería soviética de un obrerismo vulgar; por otro, los análisis sociológicamente pulcros, pero fríos, distantes, una entomología desapasionada. Maestre habla aquí de la clase sin idealizaciones, la explora en su complejidad, la reivindica sin dejar de hacerse cargo de sus zonas oscuras. Pero lo hace con pasión, intercalando en sus reflexiones documentadas relatos en primera persona, vívidas vivencias del miembro de la clase trabajadora que él mismo es, aunque la vida le haya sonreído. Cosas a veces sobrecogedoras, como esta:
«La muerte es especialmente grotesca allí donde el desarrollo llega tarde a la clase trabajadora y la civilización es un privilegio que no alcanza a dotarnos de esa evolución que la cultura puso sobre algunos de nosotros. Morir en casa era una de esas querencias ancestrales que, para muchos de los nuestros que nos precedieron, formaban parte de la cultura de la muerte. Yo era un adolescente cuando vi a mi abuelo paterno morir entre terribles estertores por un cáncer de pulmón, una dolencia que le fue diagnosticada muy tarde debido a que curarse o ir al médico de manera preventiva no entraba en los aprendizajes de la vida de labranza y pastoreo. No estaba dentro de sus estructuras mentales visitar a la doctora para que le examinara cuando no le dolía nada. Aquel olor a dolor y muerte en la habitación de mi prima en casa de mis tíos nunca me abandonó. Mi abuela paterna, una mujer tosca, dura, poco cariñosa y no muy querida por los nietos, no soportó bien su pérdida. No conocía la vida sin él, a pesar de que cualquiera que presenciara su relación no diría que lo que había entre ellos era amor. Tras el funeral en Mirabel (Cáceres) se fue a su pequeña casa de adobe moruno, cogió una soga de esparto de la leñera, la echó sobre un pilar y se ahorcó el mismo día que despidió al que había sido su marido durante más de setenta años. No le quedaba nada que hacer entre miseria y soledad».
Sábado, 24/12/2022. Hay a quien la Navidad no le gusta por hipócrita: esa falsa cordialidad, esos buenos deseos mentirosos… Yo pienso que la hipocresía es uno de los precios de la civilización. Mejor una sociedad hipócritamente amable, aunque sea unos días al año, que honestamente psicópata las veinticuatro horas del día, los siete días a la semana.
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En un centro comercial, veo niños haciendo cola, neviosos y emocionados, ante un Papá Noel. Pienso en lo entrañable de que no se den cuenta de lo clamorosamente falso que es todo: la barba postiza, el acento gallego… Y luego, en cuántas cosas igual de clamorosamente falsas no creemos y nos ponen nerviosos y emocionan de adultos.
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Se cuenta en Ellos, los fascistas: la banalización del fascismo y la crisis de la democracia,de Javier Rodrigo y Maximiliano Fuentes —y se lo leo citar a Edgar Straehle— que
«La hemeroteca del diario catalán La Vanguardia (con el adjetivo española, entre 1939 y 1978) nos muestra algo interesante. Según su buscador, por el término “franquismo” entre 1933 y 1942 aparecen tan solo siete entradas. Entre 1943 y 1952, cuatro. De nuevo siete entre 1953 y 1962, y veinte entre 1963 y 1972. Como tal, el término empieza a tener recorrido solamente en la década de la muerte de Franco: 2200 apariciones entre 1973 y 1982, 2699 entre 1983 y 1992, 3900 entre 1993 y 2002, y 5256 entre 2003 y 2009. Parecido es el recorrido del sintagma régimen franquista: anecdótico en guerra y posguerra, inexistente (tres apariciones) en los años cincuenta y sesenta, floreciente y casi constante tras la muerte de Franco».
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Un grafiti en un váter público, del que veo por ahí una foto: «We buy things we don’t need with money we don’t have to impress people we don’t like» («Compramos cosas que no necesitamos con dinero que no tenemos para impresionar a gente que no nos gusta»). Debajo, otro, escrito por otra persona, «We vandalize things that aren’t ours with quotes we didn’t write to impress people taking shits» («Vandalizamos cosas que no son nuestras con frases que no escribimos para impresionar a gente que está cagando»).
Domingo, 25/12/2022. El desplazamiento de los Reyes por Papá Noel ya lo llevo regular, pero lo puedo aceptar; pero que haya gente que ya llame «Santa» al gordo luterano de los cojones me tiene tarifando.
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En septiembre de 1989 —leo en A contracorriente: las disidencias ortodoxas en el comunismo español (1968-1989)—, de mi amigo Eduardo Abad, en una reunión del pleno del Comité Central del Partido Comunista de los Pueblos de España, Jaime Ballesteros leyó este informe, sorprendentemente elogioso visto desde hoy, sobre la Perestroika:
«Desde el primer momento, nuestro Partido ha dado su apoyo a la perestroika revolucionaria. Y ha sido así porque estamos convencidos de la necesidad de las reformas en la Unión Soviética y los países socialistas. Reformas que tengan en cuenta el desarrollo que la revolución científico-técnica ha impulsado en las fuerzas productivas, que supere fenómenos de burocratismo, que corrija fallos de épocas anteriores. La Unión Soviética, el conjunto de países socialistas y el mundo en general se adentran en una nueva fase histórica que requiere cambios para lograr un mayor dinamismo en las sociedades socialistas, mayor democracia, mayor juego de opiniones en la sociedad socialista. Porque somos conscientes de ello, en ningún momento hemos vacilado en dar nuestro apoyo a la perestroika y los procesos de reforma, siempre que estos se orienten a fortalecer el socialismo, a situarlo en condiciones de avance hacia una etapa superior de su desarrollo».
En diciembre, el Comité Central del mismo partido hacía esta declaración sobre el derribo del Muro de Berlín:
«Esta medida ha sido posible como consecuencia de los procesos de reforma que tienen lugar en los países socialistas, procesos contradictorios […] La apertura del muro de Berlín podrá constituir, también, un paso que cree mejores condiciones para avanzar en la Casa Común Europea, en la que cada pueblo sea plenamente soberano, sin armas nucleares, superándose la actual vía monopolista de integración europea organizada en la Comunidad Económica Europea».
Lunes, 26/12/2022. El fenómeno de los oligarcas rusos, gente que hizo fortuna siendo avispada en un momento de tránsito tumultuoso entre eras y privatizaciones caóticas, es la versión más brutal de algo que pasó en más sitios. En España se llamó felipismo, y su expresión más cruda fueron las sociedades anónimas deportivas.
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Pienso, leyendo algunas críticas, que el discurso de Nochebuena del Rey y su característica previsibilidad es régimen del setenta y ocho tanto como las reacciones adversas estereotipadas a él. Un régimen es su anverso y su reverso; un reparto de funciones; que unos rijan, los otros se opongan y ambos necesiten al otro para sostenerse. Si realmente quieres cargarte al Rey, no lo criticas por no mencionar la violencia machista o la valla de Melilla en su discurso, porque eso significa reconocerle la función de decir cosas; la validez de esa función; la posibilidad de un buen rey que sí mencione esos asuntos.
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En el bar del pueblo, escucho a un vecino cazador del que sé que milita en Vox (y que es de derechas de siempre: antes estuvo en el PP) contar una anécdota con la que descubro, esto no lo sabía, que es un activo sindicalista de Comisiones Obreras. Tengo también, y me he acordado de él, un conocido que es policía nacional y un tipo racista y homófobo, que en redes usa el nick Blas de Lezo, lleva bandera rojigualda en el avatar y suelta andanadas contra las feministas, pero vota a, y creo que hasta milita en… el PACMA. La ideología, decía Stuart Hall, no es una construcción ingenieril, que se pueda venir abajo si se le descubre y se le señala un tornillo mal colocado: su lógica es la de los sueños. En ella pueden simultanearse o sucederse cosas aparentemente contradictorias, inmiscibles. Pero ojo: como puntualiza Jónatham Moriche, «la “lógica de los sueños” no equivale a simple ausencia de lógica, sino a otra lógica distinta, y a su manera también muy exigente, el “ben trovato” de “se non è vero, è ben trovato”».
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Decía Hobsbawm —leo en Los rotos— que la venganza, en períodos revolucionarios, deja de ser cosa privada para convertirse en un asunto de clase.

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).
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