/ una reseña de Javier Mateo Hidalgo /
En la sala 15A del Museo Del Prado, junto a Mercurio y Argos y Las hilanderas o la fábula de Aracne, luce ante los visitantes otro lienzo memorable de Velázquez: Marte. La idea de humanizar la mitología por parte del genio sevillano será un leitmotiv de su producción. En este caso, el elegido se presenta desposeído de toda prenda representativa que lo convierta en un personaje etéreo y legendario, volviéndolo de carne y hueso. A pesar de mantener los atributos bélicos en el lienzo, los presenta amontonados por el suelo, mientras que aquel que debería llevarlos y adoptar una actitud desafiante queda caracterizado con una personalidad melancólica. Según los estudios realizados en torno a la obra, parece prevalecer la derrota sobre el triunfo de las armas, siguiéndose el tópico del «amor» que «todo lo vence». Y es que la desnudez de Marte es más bien la de un hombre dominado por la sensualidad y el reposo del guerrero, en lugar de por ese otro ardor previo a la batalla. Esta idea del mito desmitificado, vuelto cotidiano, lo supo ver muy bien Ramón Gómez de la Serna, cuando en su paseo nocturno dentro de la pinacoteca —allá por 1921— desnudó la estatua de Carlos V de los Leoni de sus prendas de batalla.
La idea de acercar a los personajes de la historia, tanto ficticios como reales, representa una costumbre literaria ya presente en la antigüedad —con los diálogos satíricos de Luciano de Samósata o la Historia natural de Plinio el Viejo—, pasando por las manieristas Vidas de Giorgio Vasari y cobrando mayor fuerza a partir del siglo XIX. Aquí encontramos las Vidas imaginarias de Marcel Schwob (1896) —fabuladas aunque con pretendido rigor científico, modelo para la ceremonia de la confusión histórica ideada por Borges—. Pero, sobre todo, el tiempo decimonónico allanó el camino para las llamadas historias de vida. Una tradición con precedentes en filósofos como Hegel —que ya consideraba el arte como parte integrante del proceso histórico— o historiadores como Hipólito Taine —que relaciona la obra de arte con el medio en que se produce—. Con ello, se estudian más certeramente las obras, enclávandolas en un tiempo y sociedad e incluso explicándolas desde la propia biografía de sus autores. El historiador Gareth Stedman Jones —ya a finales del siglo XX— indica como método de investigación cualitativa ideal para comprender cómo los individuos crean y reflejan el mundo que les rodea el biográfico. En el ámbito artístico —y, concretamente visual—, se separa iconografía de iconología, ocupándose la primera de la combinación de objetos, motivos, temas o conceptos, y la segunda concretando de forma más especifica los detalles del contexto de la obra estudiada. Se trata de analizar la obra como una manifestación de una tendencia histórica, la cual expresa la mentalidad básica de una nación, época, clase social, creencia religiosa o filosófica matizada desde una personalidad y condensada en una representación.
En este sentido, una de las editoriales que más ha ahondado en la publicación de estudios biográficos en los últimos tiempos ha sido la sevillana Renacimiento. Tanto desde la autobiografía a través de las memorias, como mediante el retrato exterior —llevado a cabo por especialistas en el personaje estudiado o por quienes vivieron en su tiempo y le conocieron personalmente—. Este será el caso del reciente volumen dedicado al poeta valenciano de la Generación del 50 Francisco Brines, escrito por su amigo, el poeta madrileño de la generación novísima posterior Luis Antonio de Villena. Brines: la vida secreta de los versos (Historia de una amistad) representa un rara avis dentro de este género literario de las biografías, por cuanto se convierte no solo en un libro biográfico sino también en uno autobiográfico. Al menos, referente a un periodo compartido entre dos personas muy cercanas que forjaron una amistad absolutamente íntima. Se trata, además, de un libro donde la armadura del retratado —su mirada mítica, aquella que separa la figura pública de la privada— cae para mostrarnos una intimidad que ya no es bronce ni pintura, sino carne.
En las «palabras preliminares» a la obra, David Pujante Sánchez —gran conocedor del poeta, al que llegó a tratar y cuya obra estudia pormenorizadamente en Belleza mojada: la escritura poética de Francisco Brines (publicada también por Renacimiento en 2004)— afirma que otros países poseen una «mayor tradición de desnudamiento personal» que España, donde los «testimonios sobre grandes personalidades han pecado siempre de excesivamente oficialistas». Y sigue: «Se ha hecho de todo prócer de la patria» una «estatua de mármol». Para el cartagenero, «Villena en este libro se atreve a dar la imagen más humana» de Brines, con sus «perezas, descuidos, negligencias e incluso lo que se podría llamar la vida escandalosa, si se mira desde el lado burgués bien pensante».
En este sentido, el propio Villena achaca esta ausencia de literatura del yo a «otro excesivo influjo católico: la confesión y el confesor»: «Se cuenta la intimidad en el confesionario y no ante los demás». En su prólogo o «Inicio con cautela» del libro, explica que al ultimar, contar o dejar algún capítulo «a personas que conocieron mucho pero más convencionalmente» a Brines, había «podido percibir» que «el libro final no les iba a gustar»: «Se sigue prefiriendo la fría estatua de mármol blanco, al hombre espléndido de carne y hueso —como todo, con luces y sombras— que se encumbraba en su obra que también es y refleja su vida si los poemas se leen con cuidado». Así lo comprobamos cuando Villena analiza, en los capítulos centrales del libro, algunos de los poemas más conocidos de Brines, contextualizándolos dentro de su vida privada. El contenido aparentemente abstracto de los mismos acaba adoptando un sentido nuevo y concreto, ligado a vivencias o experiencias que marcaron su biografía. Ejemplos citados serán «Canción de los cuerpos», «Huerto en Marrakech», «Magreb», «Polvos y lodos» o «Amor en Agriento».
En su artículo publicado el pasado 23 de abril en The Objective y titulado «Valor y sentidos de la intimidad», Villena explica cómo, a su juicio, «ese respeto a la intimidad del otro —si se trata de una figura pública— acaba cuando el personaje ha fallecido». A renglón seguido, amplía dicho pensamiento, recordando una frase que le dijo al propio Brines en vida: «Ya no serás mi amigo Paco, sino el poeta Francisco Brines», y concluye: «mucho de la intimidad que yo viví con él ayuda a explicar hombre y obra. […] Pronto Brines será un total poeta y hombre con el esplendor bicolor pero brillante de la vida… Nos falta mucho. Las memorias, los recuerdos, la intimidad no son chismes sino razón de la obra viva. “Post mortem”, si así se quiso».
A través de los recuerdos de Villena, va trazándose el retrato de un hombre hecho a sí mismo —también contradictorio, como la misma esencia humana, pues tenía sus «neurosis» y «debilidades»—, que supo ir desprendiéndose de su formación moral primera más puritana para superar su conflicto «social» con el entorno y con él mismo, para vivir con absoluta naturalidad su homosexualidad. No fue fácil en un tiempo donde canalizar toda necesidad homoerótica seguía sin estar normalizado en un país y en un mundo todavía reprimidos, que condenaban a la «costumbre nocherniega» y obligaban a correr riesgos —chantajes, extorsiones e incluso a poner en riesgo la vida, como le sucedió a figuras de la cultura tan relevantes como Winckelmann, Ramón Novarro o (tal vez la más tristemente conocida) Pier Paolo Pasolini—. Todo ello queda profusamente documentado en el libro, lo que sirve a su vez de crónica social e histórica de un tiempo no tan lejano.
Así, a través de la escritura, Brines irá conformando y asumiendo su personalidad, ligando vida y obra. No se tratará de un «ángel fieramente humano» —Blas de Otero dixit— sino de un hombre que supo trascender las limitaciones mortales a través de su poesía. Por todo ello, merece la pena acercarse a este libro «secreto», para rescatar de él aquello que se considere necesario en el enriquecimiento de la figura del Premio Cervantes (2020) y autor de libros decisivos como Las brasas (Premio Adonais en 1960), Palabras a la oscuridad (1966), Aún no (1971), Insistencias en Luzbel (1977) o El otoño de las rosas (1986). Como diría el propio Brines, citado por el propio Villena a modo de cierre: «Y puesto que nunca podrás dejar de ser el que eres, secreto y jubiloso, ama. No hay otro don en el engaño».

Luis Antonio de Villena
Renacimiento, 2023
264 páginas
21,90 €

Javier Mateo Hidalgo (Madrid, 1988) es doctor en bellas artes por la Universidad Complutense de Madrid (2019), donde cursó sus estudios de licenciatura en la misma especialidad (2012); titulado asimismo en sucesivos másteres en formación del profesorado en la especialidad de artes plásticas y visuales, guion cinematográfico y lenguajes y manifestaciones artísticas y literarias. Ha publicado diferentes artículos en revistas académicas como Archivos de la Filmoteca, Femeris, Aniav, Re-visiones, Asri o Síneris, así como pronunciado conferencias en espacios como el Instituto Cervantes, las universidades de Salamanca, Huelva, Valencia o la Universidad Complutense y la Autónoma de Madrid, ejerciendo asimismo como profesor de educación plástica, visual y audiovisual y dibujo artístico en varios colegios de Madrid. Debido a su formación multidisciplinar, su trayectoria ha abarcado diversos ámbitos relacionados con la cultura, tales como el arte, el cine, la música, la escritura o el teatro.
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