La verdad del cuentista

Garbage in, garbage out

«Se pretende que funcionemos, mentes y cuerpos, corazón y cabeza, según esquemas establecidos de antemano y con resultados absolutamente predecibles». Un artículo de Antonio Monterrubio

/ La verdad del cuentista / Antonio Monterrubio /

El debate acerca de si por naturaleza el hombre es malo o bueno, según leamos a Hobbes o Rousseau, se antoja hoy desenfocado. La primera postura sirvió históricamente de sostén teórico al absolutismo del Antiguo Régimen. Posteriormente, ha suministrado carnaza ideológica a sistemas autoritarios y a las normas disciplinarias de cualquier sociedad, incluidas las presuntamente democráticas. La segunda ha tenido el pernicioso efecto de llevar a creer que bastaba con cambios políticos, o en su caso de propiedad nominal de los medios de producción, para que el hombre fuera libre y feliz. Hemos aprendido que, más allá de las variadas proclividades individuales de los seres humanos, operan unos mecanismos sociales que encauzan sus actos o deseos, pero también sus ideas y conciencia.

La maquinaria de conformación social ha alcanzado una eficacia difícilmente imaginable hace poco tiempo. El control social del Antiguo Régimen se asemejaba al de un guardia forestal en el bosque. Su misión era limpiarlo, dejarlo virgen de malas hierbas y rastrojos, cortar árboles enfermos y especialmente prevenir y apagar los incendios. Con la época moderna, fue tomando el aspecto —la máscara— de un jardinero bonachón. Aparentemente, la sociedad mimaría cada planta favoreciendo su nacimiento, crecimiento y reproducción, y preservándola en lo posible del hambre, la enfermedad y la muerte. Ese gobierno sobre los cuerpos, ejercido desde que uno nace hasta que fallece, a través de diversos poderes que van del médico al policial y de una ideología que lo impregna todo, es lo que Foucault llama biopolítica. El desarrollo de modos de intervención social cada vez más sofisticados ha facilitado la existencia de una intrincada red, tan dura como invisible, alrededor de cada uno, limitando sus movimientos a lo programado sin que se percate de ello. Al dominio del organismo se une la psicopolítica, la domesticación de la mente (Byung-Chul Han). Atacado desde todos los frentes, hackeado por los virus del conformismo mientras se alaba su capacidad de elección, el individuo colabora inconscientemente en su formateado al gusto de quien detenta el poder.

Vigilar y castigar de Foucault es, como indica su subtítulo, una genealogía del encierro penitenciario. Sus análisis y conclusiones son extensivas a los múltiples universos concentracionarios de la modernidad, desde los internados religiosos a los cuarteles militares, pasando por hospicios, manicomios, asilos u hospitales. Su obertura es uno de los comienzos más trepidantes de los anales del ensayo. En pocas páginas pone ante nuestros ojos una cesura histórica fundamental. Y lo hace usando solamente dos documentos. El primero es una descripción de época de los tormentos a los que fue sometido antes de morir el pobre Damiens por su conato de atentado contra Luis XV. El segundo es una antología de artículos de un reglamento carcelario. Los dos textos están separados por apenas unos decenios, y sin embargo parecen provenir de tiempos distantes, incluso de universos distintos. Asistimos a la sustitución total e irreversible de una maquinaria de dominación por otra más moderna y mucho más eficiente. Al cuerpo torturado, herido, quemado, mutilado y destruido le sucede un cuerpo disciplinado, domado, domesticado y regulado. El Poder ha cambiado de máscara, y por tanto de rostro. De la demolición por procedimientos bárbaros se ha evolucionado al encuadramiento, manipulación y manejo controlado. La progresiva transformación del súbdito en ciudadano no lo ha liberado de su sujeción a designios ajenos.

Hay materia para reflexionar acerca del verdadero significado de esta mutación en las formas de opresión. Desaparece el uso habitual de la crueldad, lo cual no es óbice para que retorne en casos de excepción, o sea en cuanto se considere apropiado. En su lugar surge un individuo teledirigido, convertido por la fuerza o la persuasión en una marioneta. Hemos pasado del cuerpo empalado al cuerpo zombi. Cuando a Damiens se le leyó la sentencia que pormenorizaba los suplicios del día siguiente, su comentario fue «Demain, la journée sera rude». Su dignidad y su libertad se mantenían en pie a pesar de la violencia desatada sobre él. Hoy la brutalidad es desconocida de la mayoría de los ciudadanos occidentales, pero por el camino se han dejado todo rastro de independencia, de ideas propias o de voluntad autónoma. El precio ha sido alto.

Si de la observación de los sometidos se pasa a la de los modernos Amos del calabozo, encontramos un giro radical en las formas de ejercicio del Poder. En su Antiguo Régimen contemplamos un imponente armazón destinado a hacer ostentación de una Autoridad absoluta e indiscutible sobre personas, vidas y haciendas. Coherente con el afán exhibicionista de la aristocracia, su Dominio se afirmaba a sí mismo como majestuoso espectáculo, ora festivo, ora sangriento. En la nueva era el Control obra de forma sibilina, descentralizada, sin localización precisa; sus pseudópodos alcanzan lo más recóndito. Consigue ser simultáneamente devorador y silente, parece ausente estando en todas partes. Con el paso del tiempo y el perfeccionamiento de sus técnicas, el poder omnímodo sobre acciones y conductas se completará con el desplegado sobre las mentes. Los replicantes humanos acabarán convencidos de que son realmente lo que creen ser, consumidores satisfechos, gourmets probados, turistas emocionados, electores libres, seres felices, presidentes o primeros ministros. Sin embargo todo es puro sueño, oropel y confeti. Son funciones en un mecanismo del cual ni sospechan la existencia, fantasmas modelados por la maquinaria.

Las estrategias actuales de encauzamiento social no se limitan a la participación involuntaria del ciudadano en su propia sujeción: requieren su aquiescencia. Se persigue, más allá de un control directo sobre individuos y colectividades, ampliarlo con uno indirecto que permita cartografiarlos exhaustivamente. El objetivo es conocer al sujeto mejor que él mismo mediante la indagación y análisis de sus datos. Big Data nos mata. El estudio de hábitos de consumo anticipa sus deseos. El examen de los sitios que visita en Internet dará cuenta de sus gustos, afinidades e incluso opiniones o ideas. Todo esto no solo es posible, se está llevando a cabo en este momento. Estamos sometidos a observación intensiva las veinticuatro horas del día. Las múltiples cámaras en la calle que tanto preocupan a los defensores del derecho a la intimidad son la punta del iceberg del Estado de vigilancia. El verdadero peligro no son los visibles dispositivos, sino los soportes inmateriales e invisibles que rastrean lo más recóndito de nuestra personalidad. El poder de seducción y fascinación de las nuevas tecnologías es el cebo idóneo para que la población en su conjunto colabore gustosamente en la intervención de su conciencia. La naturalidad con que se aceptan las cookies es una muestra concreta de hasta dónde estamos dispuestos a ceder espacios de privacidad y libertad a cambio de un plato de lentejas virtuales. Parasitados de este modo por los mismos mecanismos que les ofrecen felicidad en tiempo real, los ciudadanos se adhieren al perfilado. Se trata de «un término procedente del lenguaje policial o industrial» que agrupa «las técnicas de elaboración de los perfiles de los individuos con el fin de controlarlos» (Mattelart y Vitalis: De Orwell al cibercontrol).

El declive de los métodos clásicos se inició con los diversos movimientos agrupados bajo el epígrafe 68 en lo político-ideológico, y con el final de los treinta gloriosos en lo socioeconómico, a partir de 1973. L’entente cordiale que se había establecido entre empresas grandes y pequeñas y los trabajadores más o menos representados por los sindicatos se rompió. El Estado de bienestar, el Estado-providencia, entró en crisis y comenzó a hacer agua. Puesto en la tesitura de optar por una vía, el Sistema no dudó ni un momento: eligió al Capital. Thatcher y Reagan abanderaron desde el umbral de los años ochenta la cruzada en favor de las maniobras de desregulación, de los severos —¿para quién?— ajustes estructurales. La ideología neoliberal impuso su esplendorosa crueldad, pregonando una versión cutre y equivocada de la supervivencia del más apto. No se ignoraba que este atentado a lo que habían sido los fundamentos de la paz social desde el fin de la segunda guerra mundial podía provocar estallidos de descontento. Urgía idear cortafuegos eficientes. La sociedad del espectáculo y una economía dirigida al consumo, aunque fuera low-cost y a crédito, sirvió como zanahoria a la vez que el palo de los recortes sociales caía sobre nuestras costillas. A lo largo de estas décadas se han añadido a la lista de chucherías los caramelos tecnológicos. Mientras, se nos roban derechos y libertades que nuestra ingenuidad consideraba a salvo para siempre. Poco a poco, las opciones se limitan a escoger el color de las piruletas. A ello contribuye la forma en que nos hemos dejado colonizar. Aún estamos en el comienzo del caos y la catástrofe que anuncia esta omnipresencia de los aparatejos.

La creciente inmunidad al razonamiento lógico, al pensamiento autónomo o a la comparación de conocimientos causada por querer resolver todo a golpe de clic es un camino directo hacia la servidumbre intelectual. En contra de lo que algunos sostienen, la homogeneización de los individuos en el seno de una sociedad que los formatea según un modelo único entorpece la comunicación entre ellos. Si hacen lo mismo, ven y oyen lo mismo, piensan lo mismo, no hay nada que intercambiar. Todo es sabido y está predeterminado, escrito en la Gran Rueda por programadores sin nombre. Cuando lo distinto se borra del mapa, cuando se niega derecho de ciudad a lo Otro, nos quedamos solos. Lo Igual no tiene nada que decir a lo Igual. Lo Mismo no puede amar a lo Mismo, ni tampoco desafiarlo. La identidad atenaza, paraliza, nos convierte en impotentes e inapetentes crónicos.

Suele reprocharse a los progresistas una divinización de la noción de igualdad. Esto se refiere a las demandas de disminución de las brechas sociales y de los abismos de confort material que separan a las personas, y a la exigencia de una equiparación que minimice la importancia de los factores de clase, género o nacionalidad. Ahora bien, quienes realmente rinden culto a la idea de uniformidad mental son las corrientes conservadoras y reaccionarias. Son ellos los que proclaman que sus rancios conceptos sobre lo que hay que pensar —entiéndase creer— son de aplicación universal y ahistórica. Afirman estar en posesión de verdades eternas, lo cual ya es alarmante, pero más lo es que reclamen que todos comulguen con ellas. O en el peor de los casos, que las obedezcan sin rechistar, aunque en su fuero interno no las acepten. Los que transforman lo Igual en un tótem no son quienes reivindican acercar a los seres humanos en bienestar y oportunidades, sino los que exhortan a que todos se conformen a su escala de valores. Ellos son los que introducen en el organismo social esa grave patología que es la negación de lo diferente, el odio al otro.

Si en los pasajes anteriores se han metaforizado con el guardabosque y el jardinero sendos especímenes de controlador social, el modelo actual sería el del programador informático. Se pretende que funcionemos, mentes y cuerpos, corazón y cabeza, según esquemas establecidos de antemano y con resultados absolutamente predecibles. Ahora es la cibernética la que gobierna la vida de las plantas, desde la siembra de la semilla hasta el consumo del fruto. El objeto del experimento va a ser cargado con un hardware muy particular, del tipo conocido como GIGO Garbage In, Garbage Out–. Quien se deje atrapar en la trampa siempre podrá acudir a la explicación de Jessica Rabbit: «Yo no soy mala. Es que me dibujaron así».


Antonio Monterrubio Prada nació en una aldea de las montañas de Sanabria y ha residido casi siempre en Zamora. Formado en la Universidad de Salamanca, ha dedicado varias décadas a la enseñanza. Recientemente se ha publicado en un volumen la trilogía de La verdad del cuentista (La verdad del cuentista, Almacén de ambigüedades y Laberinto con vistas) en la editorial Semuret.

3 comments on “Garbage in, garbage out

  1. guillermoquintsalonso

    Antonio, ¿conoces el estudio de Amparo Rovira, El arte es un rumor. Michel Foucault, el filósofo de lo pequeño (Oviedo, KRK 2022)? Creo que te permitirá prolongar el análisis que realizas de Vigilar y Castigar. Guillermo Quintás.

  2. Antonio Monterrubio

    Gracias, Guillermo. Sabía de este libro por la reseña de octubre 22 en El Cuaderno, y por tu artículo de denuncia de las circunstancias de su publicación. Lo leeré cuanto antes.

  3. Agustín Villalaba

    El artículo habla de una “maquinaria de conformación social”, de un “gobierno sobre los cuerpos, ejercido desde que uno nace hasta que fallece”, de “una ideología que lo impregna todo”, de una “domesticación de la mente”, de un ataque de “los virus del conformismo”, de un “encuadramiento, manipulación y manejo controlado”, de la existencia de “un individuo teledirigido, convertido por la fuerza o la persuasión en una marioneta”, de la desaparición en él de “todo rastro de independencia, de ideas propias o de voluntad autónoma”.

    El artículo denuncia a “los modernos Amos del calabozo”, que ejercen un “Control” que “obra de forma sibilina, descentralizada, sin localización precisa”, que “parece ausente estando en todas partes” y que “consigue ser simultáneamente devorador y silente”. Se nos anuncia que “el poder omnímodo sobre acciones y conductas se completará con el desplegado sobre las mentes”, un poder que convertirá a los habitantes de este planeta en “replicantes humanos”, en “fantasmas modelados por la maquinaria”.

    Se nos habla de “estrategias” de “encauzamiento social”, de “un control directo sobre individuos y colectividades” y de “uno indirecto que permita cartografiarlos exhaustivamente” cuyo “objetivo” es conocerlos mejor que ellos se conocen a sí mismos “mediante la indagación y análisis de sus datos”. Se nos dice que “estamos sometidos a observación intensiva las veinticuatro horas del día”, que vivimos en un “estado de vigilancia”.

    Muy bien.

    Pero ¿dónde está la causa de tanta consecuencia? ¿Quiénes son los culpables de semejante desaguisado? ¿Quién está detrás del “Sistema” que en los años 80 “no dudó ni un momento” en elegir “al Capital” tras la “crisis” del “Estado de bienestar”? ¿Quién se esconde detrás de “la ideología neoliberal” que nos “impuso su esplendorosa crueldad” tras el fin del “Estado-providencia”? ¿Quién desea “el caos y la catástrofe” anunciada por la “omnipresencia de los aparatejos”?

    Misterio…

    ¿Cómo es posible que el autor de este texto denuncie con tantos detalles el estado actual del mundo y no hable jamás de los responsables de dicho estado? Denunciar un hecho sin hablar de sus autores es cuando menos extraño. ¿Será porque nos hallamos ante un artículo complotista que no se atreve a decir que lo es? Todo en el artículo parece indicar que estamos ante un complot. ¿Es el Diablo quien está detrás de él? ¿Es un grupo de dirigentes invisibles (¿el Grupo de Bilderberg?, ¿la Masonería?, ¿los Iluminatis?) que manipularía a todos los seres humanos actuando por su propio interés? ¿Es una raza de extraterrestres muy superiores a nosotros que llevarían siglos sometiendo a la raza humana?

    Me permito sugerir al autor de este texto, que tras meses haciéndonos un diagnóstico preciso de la situación actual del mundo, dedique sus próximos artículos a explicarnos quiénes son los cupables de semejante situación.

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