La polis secuestrada: propuestas para una ciudad educadora es el título del tercer número de una colección de ensayos recién lanzada por la editorial asturiana Trea, que persigue ofrecer visiones críticas y progresistas, de extensión breve pero sin que ello signifique sacrificar la complejidad de lo expuesto, acerca de temas y cuestiones diversos. Los autores de éste son Enrique Díez Gutiérrez y Juan Ramón Rodríguez Fernández, dos profesores de la Universidad de León a juicio de los cuales «el capitalismo, en su forma actual neoliberal, trata de producir y gestionar un determinado tipo de paisaje urbano y geográfico favorable para sus propios intereses, para sus propios objetivos y para la garantía de su reproducción y legitimación social como discurso hegemónico». Consideran Díez y Rodríguez que se nos hace, por tanto, «imperiosa» la necesidad de «abordar, por lo acuciante de su gravedad, las repercusiones en términos medioambientales (contaminación, gestión de residuos, insostenibilidad energética y de recursos), arquitectónicos (gentrificación, consolidación de megaproyectos, turistización de las ciudades), económicos y sociales (pobreza urbana, precariedad, guetorización, criminalización de la marginalidad), educativos y culturales (alienación, individualismo, consumismo, racismo, etcétera), que el discurso neoliberal genera en las ciudades occidentales». Recogemos aquí sucesivamente un vídeo de presentación del libro, un texto breve de presentación del mismo redactado por los propios autores y una entrevista a ambos realizada por Pablo Batalla Cueto.
La ciudad neoliberal
/por Enrique Díez Gutiérrez y Juan Ramón Rodríguez Fernández/
Desde mediados del siglo pasado, la población urbana se ha multiplicado exponencialmente en todo el mundo, en un proceso migratorio de hiperurbanización que, con la globalización neoliberal, no ha hecho sino crecer. Pensemos que, si a principios del siglo XX un 15% de la población mundial vivía en ciudades, aproximadamente unos 250 millones de personas, actualmente más del 50% de la población, unos 3600 millones de personas, habita espacios urbanos. Como resultado de esta hiperurbanización, estamos presenciando el aumento de las megaciudades: en 2017 había en todo el mundo 500 ciudades con más de 1 millón de habitantes, 70 ciudades sobrepasan los cinco millones de personas, 50 se encuentran por encima de los 10 millones y 2 ciudades rozan los 40 millones de habitantes.
Esta hiperurbanización neoliberal ha supuesto grandes costes sociales, medioambientales y demográficos. En todo el mundo, de los 3600 millones de personas en que viven en ciudades, más de 2000 millones viven en chabolas o en áreas sin acceso a agua potable y sin alcantarillado. Se estima que en el 2020 cerca de dos millones de personas vivirán con unos ingresos inferiores al umbral de la pobreza. Asimismo, el coste en términos de recursos energéticos, en generación de residuos y en consumo de materias primas para sostener este proceso de hiperurbanización (construcción de infraestructuras como carreteras, canalización de agua, distribución de energía, etcétera) es tal que se estima que las ciudades usan el 82% del gas natural, el 76% del carbón y el 63% del petróleo mundial.

Con este proceso de globalización neoliberal, la vida humana ha empeorado ostensiblemente. Las estadísticas son contundentes: cerca de 2000 millones de personas ocupan chabolas, 2600 millones carecen de retrete, 1000 millones de personas no tienen acceso a agua potable y 400 millones de menores consumen agua contaminada; 2000 millones viven sin electricidad y tienen una asistencia médica precaria; 500 millones no disponen de servicios mínimos de higiene; hay cerca de 1000 millones de personas adultas analfabetas y cientos de miles de niños y niñas son explotadas laboralmente. Como dice Mike Davies, vivimos en un planeta de ciudades-miseria en donde el problema no está en la creación de riqueza, sino en el reparto adecuado de la misma, pues pensemos que la mitad de la riqueza mundial se concentra en las 25 ciudades más pobladas del planeta.
El paisaje que el capital neoliberal dibuja en nuestras sociedades se caracteriza por la segmentación y la sectorización espacial. Centros urbanos dedicados al hiperconsumo coexisten con grandes infraestructuras y las urbanizaciones de lujo, con periferias y cinturones urbanos en los que se aglutinan, en viviendas sociales o infraviviendas, las clases trabajadoras empobrecidas y las personas migrantes. La desindustrialización, la falta de oportunidades laborales, la degradación de los servicios públicos y las altas tasas de pobreza y marginalidad son parte del día a día en estos espacios de exclusión. Y es que las injusticias sociales cada vez se manifiestan más en forma de injusticias espaciales.
Pero en este libro argumentamos que ningún discurso social está totalmente cerrado por dominante que sea está. Podemos aprovechar las posibilidades que surgen de las propias limitaciones y contradicciones del capitalismo neoliberal y proponer espacios y alternativas para el impulso de acciones contrahegemónicas que contribuyan al cambio social dentro del viejo orden social dominante. Podemos desarrollar propuestas dirigidas a la construcción de una polis para todos y todas —como la reocupación del espacio público, la renta básica y el trabajo garantizado, la participación democrática directa, la mirada antipatriarcal y decolonial, el decrecimiento y la vida lenta— y alternativas que generen ciudades educadoras en las que se muestren modelos sociales que ayuden a las jóvenes generaciones a concebir otras formas posibles de convivir y ser felices. Todas ellas son propuestas viables que se dirigen a la construcción de ciudades más justas, sanas, felices y equilibradas para el conjunto de la ciudadanía. En definitiva, medidas que contribuyen a reivindicar la ciudad como polis, como espacio político de encuentro, convivencia e intercambio para la ciudadanía.
Entendemos el espacio urbano como una red territorial y cultural que puede generar una educación invisible sostenida y entrelazada por sus habitantes (esa tribu que educa de forma permanente, lo quiera o no) promoviendo la participación activa de éstos y las organizaciones y movimientos sociales en la construcción de una ciudad educadora que haga de cada uno de sus espacios y momentos un auténtico recurso educativo al servicio del bien común. En este sentido, la ciudad educadora se sitúa en la perspectiva de la educación crítica, de los movimientos sociales y las organizaciones no gubernamentales que luchan por transformar la sociedad y el uso del espacio urbano para generar ciudades más igualitarias e inclusivas. Pero además, es una forma de lucha y de resistencia de los actuales movimientos sociales que se reivindican como comunidades políticas y de ciudadanía construyendo una utopía colectiva que legar en herencia a las generaciones venideras.
Enrique Díez Gutiérrez y Juan Ramón Rodríguez Fernández: «Para erradicar la pobreza, hay que erradicar la riqueza»
/una entrevista de Pablo Batalla Cueto/

Esteban Hernández dice en Los límites del deseo que lo que se combate cuando se combate el neoliberalismo no es un sistema económico, sino una teología. La polis secuestrada transmite de algún modo el mismo mensaje.
Enrique Díez Gutiérrez [EDG]: El neoliberalismo es un dogma de fe. Cuando hablamos de fundamentalismo, solemos remitirnos a los talibanes; al mundo musulmán. Pero si algo tiene el neoliberalismo es que es profundamente dogmático. Todas las pruebas demuestran una y otra vez que no se cumple lo que dice, pero su respuesta es que no tenemos fe suficiente; que hay que cavar más profundo; que hay que privatizar todavía más y que haciéndolo, haciendo planes de ajuste todavía mayores, entonces sí veremos al luz. La realidad, ya digo, demuestra lo contrario: por más que veamos que lo que genera más neoliberalismo es corrupción sistémica, precarización social e incluso nuevos fascismos, ellos siguen apelando a un dogma de fe indemostrado e indemostrable y diciéndonos que es que sigue habiendo demasiado Estado social, y que será cuando lleguemos hasta el fin cuando veamos que tenían razón.
Juan Ramón Rodríguez Fernández [JRRF]: Y el problema es que el neoliberalismo es una cosmovisión claramente dominante; la hegemónica a día de hoy. Eso no quita que esté siendo contestada por otras perspectivas; pero la mayor parte de la sociedad la ha interiorizado como el sentido común. Incluso hay autores como Francis Fukuyama que plantean que hemos llegado al fin de la historia.
Lo planteaba a principios de los noventa, recién colapsados la Unión Soviética y el Bloque del Este, pero ahora parece retractarse. Hace muy poco, confesaba en una entrevista haber adquirido la convicción de que Marx, desprestigiado entonces, tenía razón en muchas cosas, y que el socialismo debe regresar en una forma renovada.
JRRF: Es cierto, sí, pero en los años noventa, Fukuyama planteaba clarísimamente que el neoliberalismo era el camino pretrazado a través del cual conseguiríamos que todas las sociedades fueran más ricas, más desarrolladas, más avanzadas; y que si zonas geográficas como Latinoamérica no estaban desarrolladas como Europa era porque todavía no habían abrazado todos esos principios que comentaba Enrique: la senda de privatizaciones, el fomento del espíritu competitivo, el individualismo…
EDG: En el libro venimos a plantear que se señala mucho la guerra económica, el saqueo económico que el neoliberalismo perpetra; pero muy pocas veces se habla de la guerra ideológica que el neoliberalismo también libra. El neoliberalismo ha ganado o está ganando la guerra económica porque primero ganó por goleada la guerra ideológica; porque primero convirtió, como decía Juan Ramón, en sentido común el modelo del 1% frente al 99%. Y eso, por decirlo con la forma llamativa con que lo planteó el 15-M y que en realidad es un mal análisis, porque realmente no es el 1% frente al 99%, sino que habría que hablar de un 20% que aspira a llegar a ser ese 1%, y de que eso es justamente lo que hace que ese 1% se mantenga en la cúpula del poder. Sin cómplices, ese sistema no funcionaria. Hay una película muy buena, La zona gris, que habla de los judíos que metían a otros judíos en las cámaras de gas del Tercer Reich. Lo hacían para mantenerse vivos; y esa complicidad era valiosísima para el régimen nazi. En lo que a nosotros respecta, todos jugamos a la lotería; todos esperamos irnos para arriba; todos aspiramos no a cambiar las condiciones para todos, sino a agarrarnos nosotros y conseguir lo mejor para nosotros y para los nuestros. En esa pedagogía del egoísmo, se nos educa y se nos socializa constantemente por todos los medios. Y debido a ello, la mentalidad neoliberal va arraigando; y como nos advierten los argentinos, las raíces del neoliberalismo son muy difícil de arrancar una vez que han penetrado en la tierra.
JRRF: El neoliberalismo, además, es una ideología que no es destructiva, que no es destructora, sino muy productiva. Produce subjetividades y produce transformaciones en el ámbito de la política, en el de la educación, en el de las relaciones interpersonales y por supuesto en el ámbito urbano; en cómo se entiende y se construye la ciudad; en qué objetivos tiene que plantearse la ciudad. Es una cosmovisión general que ofrece respuestas a cuestiones tanto de ámbito muy, muy amplio como muy, muy concreto. Y eso hace necesario buscar un discurso alternativo. En nuestro libro, procuramos criticar las transformaciones y problemáticas del neoliberalismo en el espacio urbano, pero también señalar propuestas alternativas que se pueden desarrollar para deshacer lo que el neoliberalismo ha estado, por así decirlo, haciendo.
EDG: De lo que acaba de decir Juan Ramón, es muy interesante la parte de la producción. Producción de subjetividades, pero también de deseos. El neoliberalismo genera modos de estar en el mundo y de enfocarlo no desde la necesidad, sino desde el deseo. Es necesario transportarse de un lugar al otro, pero tener un yate o un avión privado es un deseo, no una necesidad. El neoliberalismo nos hace desear un Apple cada vez más grande, un coche cada vez más rápido, etcétera; y todo eso va generando hipotecas. Te metes en préstamos y demás y al final estás tan pringado en el modelo que acabas defendiéndolo, porque tienes algo que perder. Aquéllos que tienen algo no quieren perderlo y esperan llegar a más; los que tienen bastante, quieren subir más todavía, y aquéllos que no tienen nada, esperan llegar algún día a tenerlo. Se nos modela así, y nosotros hablamos mucho en el libro de la construcción de ese sujeto neoliberal que ahora se plasma en muchísimos ámbitos de la polis; de esa polis que nosotros entendemos secuestrada por un modelo que hay que combatir.

JRRF: El neoliberalismo lo vamos haciendo nosotros mismos con nuestras prácticas, nuestros comportamientos y nuestra cotidianidad. Nos enseñan a ser felices y a buscar nuestro autodesarrollo comprando un coche o ropa de tal marca, teniendo una casa más grande, etcétera; y cuando entramos en ese juego y nos comportamos así, contribuimos a la reproducción del propio sistema y a su revigorización.
EDG: El elemento esencial en todo esto es esa idea de ser empresario de uno mismo en la que tanto se nos insiste últimamente. Se nos enseña a autoexplotarnos, a trabajar sin dormir, aguantando con un café, y sintiéndonos dueños de nuestra propia empresa pero cobrando como un becario. El neoliberalismo ha conseguido incluso subvertir determinados términos. El lenguaje es performativo: construye subjetividades y la propia realidad. Cuando yo pregunto a mi alumnado quién crea la riqueza de este país, la respuesta suele ser «los empresarios». Ahora ya dicen «los emprendedores». Se nos ha permeado del mito del populismo nortamericano, que aquí puede representar bien Amancio Ortega, de quien se nos dice que es un hombre construido a sí mismo. No hay más que preguntar a las mujeres gallegas de la costura para saber cuánta falsedad hay en ese mito, pero los jóvenes de hoy jamás han oído hablar de la plusvalía, ni se les ha explicado que un empresario no es una oenegé ni monta su empresa para dar trabajo, sino para hacerse rico él. Se nos vende lo contrario: que sin empresarios no hay riqueza; y los propios empresarios aseguran que el objetivo primordial de sus empresas es dar trabajo. Incluso a gente común y corriente, y no ya a gente muy rancia o muy carca, te la encuentras sosteniendo esos discursos. ¿En qué momento olvidamos todo aquello de la explotación, de la plusvalía, o que hay otros modelos, como la cooperativa, que nos permitirían perfectamente prescindir de los empresarios? Esos otros modelos se han convertido en impensables. Como decía Edward de Bono, el divulgador del pensamiento lateral, nos han metido en este cuadrilátero y no somos capaces de salir de él. Nos marcan el terreno de juego y la agenda de lo que se debate y discute y cuándo; y términos como emancipación o justicia social han desaparecido del vocabulario. La palabra fetiche es hoy libertad; el libre consentimiento. Si tú consientes libremente ser explotado, e incluso aunque firmes algo que rebaja ilegalmente los derechos que contempla el Estatuto de los Trabajadores, adelante con la explotación. Nos acaban haciendo besar la bota que nos explota.
JRRF: Ocurre también que el neoliberalismo no es tanto que elimine como que se apropia de determinados conceptos que antes tenían un significado muy diferente: justicia social, por ejemplo.
O emancipación. La emancipación ya no es hoy social, sino individual: buscamos emanciparnos de nuestro jefe para ser nosotros nuestro propio jefe.
EDG: Eso es. La «República Independiente de mi Casa» que nos vende Ikea.
Existen incluso infames manuales de marketing personal. Se nos dice no sólo que somos empresarios de nosotros mismos y nuestra propia empresa, sino nuestra propia marca.
JRRF: Claro, claro. Como decía, el neoliberalismo no es que elimine de la agenda determinados conceptos, sino que los retraduce; les da un sentido distinto. Justicia social ya no tiene el sentido amplio que tenía en otro tiempo: se refiere simplemente a una lucha asistencial contra las manifestaciones más extremas de la pobreza. Con emprendimiento sucede lo mismo: puede haber formas de emprendimiento social muy interesantes, pero el emprendimiento que el neoliberalismo propone es muy diferente. Consiste en ser un falso autónomo y trabajar todas las horas del mundo para sobrevivir.
EDG: Es la neolengua de la fábula de Orwell en 1984.
«La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza…».
EDG: Eso es, eso es. Hoy, por ejemplo, la palabra calidad se traduce en despidos, en andar persiguiendo al trabajador, en el pago por resultados; y excelencia es segregar a aquéllos que presentan alguna diferencia o diversidad. Y emprendimiento ya no es creatividad, ya no es que los niños de educación infantil hagan muñequitos de plastilina para trabajar la coordinación psicomotriz y la destreza oculomanual, sino poner a esos niños a venderle los muñequitos a su familia y a sus vecinos y a entrar en el juego del mercado. El mercado, la concepción mercantil, se ha ido naturalizando. Comprar y vender lo es hoy todo y el altruismo, la solidaridad, la generosidad, el compartir, etcétera, desaparecen. La pregunta es siempre «¿qué me das a cambio?». Y si no se nos pide nada por lo que se nos ofrece, debemos sospechar. Es lo que sucede ahora con Facebook, Twitter, Instagram, etcétera. Si no pagas por ello, es que el producto eres tú, que dice Evgeny Morozov. Al final, estamos creando una sociedad caníbal permanente en la que nos devoramos unos a otros. Aquello que decía Darwin de la selección natural, lo estamos practicando hoy a la perfección a nivel social.
JRRF: Otro ejemplo de todo esto es la mal llamada economía colaborativa, que de colaborativa tiene muy poco: todas estas apps tipo Airbnb, Cabify, Uber, Glovo… Plataformas informáticas a través de las cuales alguien desarrolla un negocio y que reproducen los mecanismos de explotación más conocidos y habituales del capitalismo.
Pero mucho más refinadamente: esas empresas-apps no necesitan, como las tradicionales, gastarse el dinero en una sede física, material, etcétera. Es el trabajador, registrado como autónomo, quien debe aportar a la empresa su propia bicicleta o coche y preocuparse de su mantenimiento. Y si enferma, la empresa no tiene ninguna responsabilidad para con él ni ninguna cortapisa a despedirlo y reemplazarlo por otro.
EDG: El trabajador lo pone todo, ¡pero es que además está contento! Eso es lo más sorprendente: el trabajador, cuanto más lo controlan, más contento está. Por otro lado, otra cosa que está generando la crisis es que se llenen no ya los sindicatos, sino las consultas psiquiátricas. Se ha multiplicado el consumo de psicofármacos; y se ha multiplicado porque de las consecuencias que para nosotros tiene la crisis se nos dice que son problema nuestro. Se convierte a la víctima en culpable. Si tu situación laboral se precariza, lo que debes hacer no es luchar por cambiar las condiciones sociales, porque el problema eres tú; está en ti y en tu incapacidad para convertir la crisis en una oportunidad. Aparece toda esa ciencia de la felicidad que representan los Paulo Coelho y compañía, todos esos manuales del «tú sí que puedes»; y se consumen antidepresivos compulsivamente. En conjunto, el neoliberalismo nos mete en una cárcel mental de la que es mucho más difícil salir que cuando la cárcel es física.
El psiquiatra asturiano Guillermo Rendueles ha escrito mucho sobre estas cuestiones. «Lo que usted necesita no es una pastilla, es un comité de empresa», suele decir él a quienes se acercan a su consulta con alguna clase de angustia o astenia derivada de su situación precaria. Las pastillas, dice, son manicomios infinitesimales; camisas de fuerza en las que el neoliberalismo nos embute para que no representemos un peligro para el sistema.
EDG: Guillermo es muy amigo nuestro; de él es de quien tomamos la referencia.
De La polis secuestrada, a mí me resultó especialmente interesante la parte en la que exponen cómo no es ya que el ideario neoliberal vaya infiltrándose en el sistema educativo, sino que los propios bancos y grandes multinacionales van teniendo un papel cada vez mayor en el diseño del propio sistema.
EDG: Nosotros estamos preparando ahora una investigación que versa sobre justamente esto. En 2013, una prima mía (una prima lejana [risas]) que es directora de un fondo de inversión vio la oportunidad de emprender el negocio de la educación financiera y comenzó a hacer libros. Publicó concretamente uno titulado Mi primer libro de economía que después remitió a la Consejería de Educación, y a través de ella, a todos los centros educativos de Castilla y León. En él se explican cosas como que las pensiones tienen riesgos y hay que aprender a invertir en un fondo de pensiones privado; o que si hubiera libertad de despido no habría problemas de empleo. ¡Eso sí que es adoctrinamiento! En conjunto, prácticamente todos los manuales de economía responden al modelo neoliberal. En los manuales de economía de antaño se explicaba que la economía es la ciencia de cómo repartir recursos escasos de la forma más justa posible. Hoy esos manuales enseñan a especular y a dar el gran golpe para conseguir ser como Soros. Y el BBVA y otros bancos financian el informe PISA financiero, que existe desde hace tres años y que señala que la población tiene muy poca formación financiera y hay que apoyar económicamente la formación de profesorado en estas cuestiones para que eso luego repercuta en el alumnado. Hablamos de los mismos que nos trajeron las hipotecas subprime, la crisis de Wall Street, etcétera. Es una auténtica locura.
JRRF: El caso es que para el sistema neoliberal, todo esto tiene todo el sentido del mundo. Un buen neoliberal te dirá que no hay nada malo en que una persona que ha tenido una idea brillante la lance al mercado, el mercado le diga que ese producto es bueno en comparación con otros y en consecuencia se forre. Y te dirá también que quien gana dinero, de alguna manera acaba revirtiéndolo en el conjunto de la sociedad; como si tuviéramos un vaso, lo pusiéramos en una mesa, fuéramos echándole agua y el agua fuera subiendo y acabara rebosando y extendiéndose por toda la mesa, que sería la sociedad. Desde el punto de vista neoliberal, convencidos como están de todo eso, es lógico que la educación entre en esa narrativa y forme a las personas para ser emprendedoras, aprender a manejarse en eso que llaman educación financiera —que yo no sé muy bien qué es— y saber jugar a la bolsa prediciendo los movimientos y cambios del mercado. Claro, habrá gente que gane y gente que pierda, y ¿cuáles son las consecuencias de todo esto en el espacio urbano, que el neoliberalismo no nos cuenta cuando canta sus propias bondades? Aumento de las desigualdades, de la precarización de la sociedad, de las bolsas de pobreza, de los niveles estructurales de desempleo, de la marginación… Esto no nos lo cuentan. Por eso es necesario revertir, repensar la educación hacia formas basadas en una solidaridad fuerte y en valores como la cooperación.
EDG: Pero estamos caminando en el sentido exactamente contrario. Lo que hoy están promocionando las políticas educativas son formas de privatización de lo público. Lo más evidente en este sentido es ese escándalo que es que en España se financie públicamente la educación privada a través de los conciertos educativos, lo que es una anomalía en este país. La estadística global es un 36% del alumnado formándose en estos centros, pero es que en los grandes núcleos, como Madrid, Barcelona y Valencia, el porcentaje supera el cincuenta por ciento. Caminamos hacia un modelo en el que cada cual busca lo mejor para su hijo (lo mejor en términos del futuro mercado laboral) en lugar de querer que todos los niños y niñas tengan los mejores centros y el mismo derecho a la educación. Pero es que además de esto de los conciertos, hay muchas otras formas de mercantilización de la educación que a mí me parecen muy preocupantes. Suceden cosas como que en un instituto de Valencia en el que los profesores, debido a los recortes, ya se veían obligados a llevar ellos mismos el papel higiénico para el baño y el cristalero ya no reponía los cristales rotos porque el centro no tenía ya para pagarle las reparaciones y había que tapar los agujeros con cartones, llegó Nike y les dijo: «Mirad, yo os ayudo económicamente siempre que se vea mi logotipo». En Estados Unidos, y cada vez más en España, empezó con eso de los logos y de la imagen y luego las multinacionales dijeron: «Bueno, ¿por qué no vamos a generar nosotros también los contenidos?». Y Coca-Cola, McDonald’s, etcétera, empezaron a suministrar material a los colegios y libros de texto en los que, por ejemplo, los problemas de matemáticas son del tipo de «¿cuántas patatas fritas contiene tal cucurucho si…?». McMoran, que es la empresa más contaminante del planeta, produce materiales de ecología y medio ambiente que van a las escuelas. Y no es sólo eso; es que en la Universidad, para entrar al aula, tenemos que sortear una cantidad impresionante de mupis publicitarios enormes. Nuestro carné de profesores es una tarjeta bancaria; de esos bancos que especulan. Y hemos pedido y exigido montones de veces que eso se retire, pero no se retira. Tenemos al banco empotrado en el centro de todos los campus sin remedio. Y lo hemos ido autorizando entre todos; lo hemos acabado considerando normal. Yo, cuando planteaba estas cosas en la Junta de Personal Docente el primer año que entré, me decían: «Pero a ti, ¿qué más te da? Es lo que hay, ¿para qué vas a andar revolviendo?».
Ésa es otra de las paradójicas fortalezas del neoliberalismo: no es una ideología que se sostenga sobre discursos de legitimación fuertes ni trate de producir en sus súbditos una identificación explícita con sus valores. Su gasolina no es el entusiasmo, sino la indiferencia.
EDG: Como mínimo la resignación; el «¿cómo voy yo a enfrentarme con todo esto?». Al final, tratas de hacerte un pequeño refugio y pasar de todo lo demás. Me lo dicen mis alumnas: «Mira, Kike, muy interesante el análisis, muy crítico, tienes toda la razón, pero no me comas la oreja: yo, este fin de semana, voy a pasarlo en Carrefour y voy a gastar y a consumir». Se nos insta a salidas individuales haciéndonos sentir impotentes ante ese maremagno gigantesco que es el neoliberalismo y se van disolviendo las últimas fronteras colectivas que quedaban: los sindicatos, los partidos políticos críticos, los movimientos sociales… ¿Dónde están ya foros como el de São Paulo?
JRRF: Cada vez se privatizan más espacios públicos de las ciudades. Cada vez es más típico ir a pasar la tarde a tal o cual superficie comercial; cada vez la gente socializa y pasa más de su tiempo libre en espacios privados.
Las ágoras de nuestras ciudades de hoy son los centros comerciales, no ya las plazas.
JRRF: Y son ágoras distintas; que se rigen por leyes diferentes a las que operan en el espacio público: todo está enfocado al consumo.
Estos días he visto compartida en Twitter una imagen de la plaza madrileña de Chueca muy reveladora al respecto de todo esto: en ella había varias terrazas, pero ni un solo banco municipal. Si uno quiere sentarse en la plaza de Chueca, sólo puede hacerlo en una silla privada y que exige un pago.
EDG: Sí, sí. Y otra cosa que pasa es que la gente va desapareciendo. Ayer, cuando fui a sacarme el billete de ALSA para venir a Gijón, me topé con que en la estación de autobuses ya hay una máquina para sacarse los billetes. En las gasolineras, cada vez es más frecuente que sea uno mismo el que tenga que echarse la gasolina; y ya las hay en la que se paga también en una máquina en lugar de en un mostrador. El neoliberalismo cada vez es más una máquina inmensa ante la cual uno se encuentra en total impotencia.
JRRF: Es curioso cómo el neoliberalismo lo va estandarizando todo y hasta la manera de ser de las personas. El centro de Madrid es hoy muy similar al de Fráncfort, al de Londres o a Manhattan: espacios ocupados por grandes cadenas comerciales (Mango, Zara, etcétera), terrazas y tiendas. El neoliberalismo va cubriendo todas nuestras ciudades con una misma pátina.
EDG: Todo el mundo escucha la misma música, se escucha a Shakira y a Rosalía en todas partes y en todas partes del mundo hemos visto las mismas series. Hace poco vi un reportaje en el que aparecía un tipo que en Senegal iba de aquí para allá con un vídeo y una pequeña televisión, los plantaba en medio de un poblado e iba traduciendo las palabras de Rambo y de Schwarzenegger. La gente va teniendo imaginarios cada vez más comunes, lo cual es muy lucrativo de cara a la venta en un mundo en el que Amazon ya puede llevar sus productos hasta a la última aldea de Senegal.
JRRF: Y en el que ya hay un McDonald’s en la Plaza Roja de Moscú.
Y uno entiende por qué. McDonald’s ofrece en todo el mundo la misma comida, unos precios parecidos y, en general, una sensación de seguridad, de saber lo que uno va a comer para bien o para mal.
JRRF: Sabes que no te vas a llevar una sorpresa, sí.
La cuestión es que para el neoliberalismo, cuanto más parecidos seamos, mejor: así las grandes multinacionales no tienen que gastarse los dineros en ingeniar y producir adaptaciones culturales de las mercaderías que nos ofrecen.
EDG: En general, la producción local está decayendo en todo el planeta; se está convirtiendo todo el planeta en un gran espacio industrial-comercial en el que, por ejemplo, Polonia se dedica a la leche, y si el precio de la leche baja o de pronto al mercado deja de interesarle la leche polaca, Polonia se va al carajo. Se está yendo hacia un modelo en el que cada país se dedica a una producción concreta, de tal manera que aquí llega a tirarse la leche porque sale más caro producirla que importarla.
El viejo modelo de los monocultivos de América Latina (Guatemala para el café, Cuba para el azúcar, Chile para el cobre, etcétera) aplicado ahora a todo el mundo.
EDG: Eso es. Antes nos escandalizaba ese modelo que era el modelo de la periferia, pero ahora está pasando a ser el del mundo entero. De las políticas neoliberales y de los planes de ajuste del Fondo Monetario Internacional que estamos empezando a conocer en Europa, los latinoamericanos nos suele decir: «¡Huy, amigos, y lo que os queda…!».
«A Noé le vas a hablar de lluvia».
JRRF: Eso es.
Yo estudié un máster de gestión del patrimonio en Salamanca en el que un día nos hicieron una presentación de fotografías de las calles principales de distintas ciudades de pequeño tamaño de Gran Bretaña: Canterbury, Newcastle, etcétera. Eran todas iguales, tomadas por las mismas franquicias.
EDG: La palabra franquicia es clave, sí. Es el modelo hacia el que caminamos.
De La polis secuestrada también es interesante lo que cuenta al lector acerca de cómo el neoliberalismo transforma las ciudades. Nuevamente, caminamos cada vez más hacia el modelo norteamericano de ciudades dispersas y poco centralizadas, pensadas para el coche y no para el peatón.
EDG: Para irme de uno de los cinco núcleos del municipio en el que yo vivo a otro, solamente puedo irme por la carretera; no puedo hacerlo caminando. Ya han asfaltado lo que eran caminos peatonales. Las ciudades están pensadas cada vez más para el automóvil, sí. No son ciudades bien pensadas humanamente, en las que los niños y niñas, por ejemplo, puedan ir solos de casa a la escuela.
En Pontevedra, el Ayuntamiento, del BNG, ha impulsado un plan de camiños escolares para justamente eso: permitir que los niños vayan solos a la escuela. La ciudad está fuertemente peatonalizada y además se ha formado a la Policía para estar pendiente de los chavales y se ha implicado a los pequeños comerciantes para que les presten ayuda si la necesitan.
EDG: No lo es, no. Y debería serlo. Una ciudad en la que los niños puedan jugar en la calle y caminar solos también sería una ciudad en la que los padres y los abuelos vivieran más tranquilos, sin miedo a que sus hijos y nietos sean atropellados por un coche cuando cruzan la calle. Pero la ciudad actual es una ciudad pensada para el devorakilómetros, para la prisa, para la angustia; no para ser un espacio de encuentro y de convivencia.
En el libro, no sólo trazan un diagnóstico crítico acerca del neoliberalismo, sino que también ofrecen propuestas de réplicas progresistas posibles a su avance y consolidación.
JRRF: Sí. El diagnóstico de la sociedad actual es más que conocido desde los años ochenta. Incluso los propios neoliberales son conscientes de ello y ya están haciendo propuestas para avanzar en la cosmovisión neoliberal. Por eso nosotros queríamos hacer énfasis en qué se puede hacer; en qué alternativas pueden ofrecerse a ese avance en lo que respecta a hacer del espacio urbano un espacio más amigable, más seguro, más habitable, más ecológico y más educador, donde haya una redistribución y una verdadera justicia social.
EDG: Lanzamos dos líneas de propuestas fundamentales: una que viene desde abajo, desde los movimientos sociales, y otra que viene desde arriba, porque entendemos que no basta con montar una cooperativa alternativa o practicar la desobediencia civil, sino que hay que alcanzar no el Gobierno, sino el poder, porque sólo desde él pueden abordarse en toda su extensión y profundidad las transformaciones necesarias. Una renta básica o una política de empleo garantizado, por ejemplo, sólo puede conseguirse así. Y eso pasa en primer lugar por fomentar una mentalidad colectiva.
JRRF: En el libro también hablamos de participación política.
EDG: De democracia radical, sí. Y en general, de que debemos atrevernos a pronunciar en voz alta ciertas cosas que deberían ser de sentido común: por ejemplo, que para erradicar la pobreza lo que hay que hacer es erradicar la riqueza, lo que debería ser un lema básico.
Debería haber un salario máximo además de un salario mínimo.
EDG: Claro. El problema al que nos enfrentamos no es de producción, sino de redistribución. Del mismo modo, para que haya pleno empleo, lo que hay que hacer es repartir el empleo. Y en lo que respecta a la robotización, deben desaparecer las patentes. El conocimiento debe ser libre, porque si no, sucede que lo que antes producían cuarenta personas, ahora lo produce un tractor, pero sus beneficios no se reparten entre esas cuarenta personas, sino sólo entre el tío que tiene la patente y la industria que lo produce. En general, creo que hacemos propuestas de sentido común, pero que requieren voluntad política. Los ricos no van a soltar su riqueza por la de buenas.
JRRF: Y el papel de la educación es absolutamente central en lo que respecta a fomentar estos valores y desarrollar prácticas que ahonden en la interiorización de esas ideas.
EDG: Claro. Mira, en los colegios seguimos igual que en tu época y la mía y la de mi padre en lo que respecta a una cuestión: el espacio central lo ocupan invariablemente los chicos que juegan al fútbol, y los grupos de chicas andan atechados por ahí procurando no recibir un balonazo. Deberían hacerse, y pueden hacerse, patios inclusivos en los que se trabaje en beneficio de la diversidad. No hay nada neutro en cómo es la escuela: todo puede trabajar al servicio de unos valores y objetivos o de los contrarios. Otra cosa que debería abandonarse es el modelo de examen permanente. Aprender es un descubrimiento apasionante. Los niños y las niñas tienen una curiosidad enorme a los cuatro años, pero a los catorce no quieren saber nada de lo que les contamos. Algo estaremos haciendo mal si matamos ese deseo de aprender que todos tienen al principio. Deberíamos organizar una escuela que inculque a los estudiantes el afán de aprender y no el de aprobar. Sólo así las escuelas se convertirán en núcleos de expansión de otro modelo social.
Pablo Batalla Cueto (Gijón, Asturias, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl y La Soga; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. En 2017 publicó su primer libro: Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’.
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