/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana /
Hay quienes quieren derribar a Colón de su monumento. Insisto en tratar el tema, que ya comenté porque la ignorancia no conoce límites. No voy a intentar situar a Colón en el contexto de su época: historiadores mucho más brillantes que yo lo han hecho y no es necesario insistir. Además, los que quieren derribar el monumento a Colón tampoco leen. Seria inútil. A Colón ya lo defendió en su tiempo Fray Bartolomé de las Casas; lo de ahora no es una revisión histórica del personaje, que nadie ha pedido. Se inscribe en un contexto distinto, en una época distinta. En el siglo XVI, cuando el Almirante murió, y más todavía en el siglo XVII, se estaba viviendo una autentica revolución científica, que exigía como condición previa la destrucción del sistema aristotélico-ptolemaico, tanto en su formulación astronómica como física. Copérnico fue quien desbancó a la primera con su obra De revolutionibus orbium caelestium, publicado en 1543. Galileo fue quien destruyó la segunda al demostrar las leyes generales del movimiento y el principio de inercia (De motu, 1590). Todo esto sentó las bases para la construcción del método fisicomatemático de Kepler, Descartes y otros.
En aquella época —que muchos historiadores han etiquetado como revolución científica—, el conocimiento se abría camino lentamente en un mar de ignorancia, de creencias falsas, de dogmatismos y de inquisidores. No era fácil luchar por establecer principios científicos ante tal cúmulo de problemas. Algunos pagaron con la vida su interés por conocer lo que se escondía detrás de la materia; otros, quizás menos valientes, lo pagaron con el silencio. Pero la humanidad avanzó y vino un Siglo de las Luces.
Hoy vivimos otros tiempos. Nos sigue afectando la ignorancia, pero, junto a ella, hay problemas mucho mayores. Nuestro tiempo es el tiempo de la mentira erigida como norma. Los que atacan el conocimiento lo hacen desde sus tribunas cargadas de mentiras, de propósitos ocultos. También los que atacan hoy a Colón sin saber mucho de él y juzgándolo con unos códigos de valores que en su época eran desconocidos no sólo son ignorantes: son también malos. Utilizan a Colón para movilizar y unir en torno a sus eslóganes a legiones de pobres gentes que, como ocurre frecuentemente, errarán en el enemigo a abatir. Nunca sabrán que su enemigo no es la inerte estatua del marino; difícilmente descubrirán los obscuros intereses que hay debajo de esta absurda idea. ¿Habrá que recordar que Colón no fue quien saqueó la costa occidental de África, transportando millones de seres humanos a un infierno de minas y de plantaciones? Stefan Zweig, en un magistral opúsculo, escrito en 1941, explica que Cristóbal Colón descubrió América, pero no la reconoció, mientras que Américo Vespucio, que dio su nombre al Nuevo Mundo, no participó para nada en su descubrimiento, ni tampoco pretendió jamás bautizarlo. Para Zweig, lo decisivo de un hecho es el conocimiento que tenemos de él. En el caso de Colón, lo decisivo no es quién descubrió, sino quiénes intervinieron después en América y la convirtieron en lo que hoy es.
No, Colón no es el responsable de la barbarie racista actual, ejecutada en el centro mismo del poder mundial; son otras efigies las que hay que teñir de sangre o derribar de sus pedestales; es a aquellos que en nombre de Colón han martirizado a América a quienes hay que atacar.
Hoy hay una nueva raza de conquistadores. No se arriesgan atravesando el Atlántico en una cáscara de nuez, ni cruzando los Andes, ni se enfrentan a ejércitos de indios. Se esconden tras sus escritorios, pululan por los pasillos de los grandes Capitolios, sus armas de fuego no son arcabuces ni culebrinas sino fusiles de caza para abatir pacíficos elefantes o veloces gacelas. Su guerra la hacen discretamente. Pocos los conocen, pero deciden la paz o la guerra, condenan al hambre a regiones enteras, desertizan el planeta con sus políticas, se jactan de los pueblos que exterminan, promueven golpes de Estado, ordenan asesinatos y luego, con la mano en el pecho, se envuelven con su bandera e incluso tienen la desfachatez de decir que oran por la paz. Pero su arma preferida, su arma secreta, no es el fusil de caza: es la mentira repetida infinitas veces, hasta postularla como verdad; con la mentira insuflan la desinformación mas atroz. Éste es el auténtico diablo que quiere destruir España y el mundo entero.
Si en los siglos XVI y XVII la ciencia pugnaba por sobrevivir combatiendo a la ignorancia, hoy ha de defenderse de la maldad y de la mentira de estos nuevos conquistadores. ¿No es maldad que un arzobispo quiera unir las vacunas contra el COVID-19 con el aborto y con la obra del diablo? ¿No es maldad que un mandatario, protegido él por todos los medios que la ciencia moderna posee, insinúe la inyección de desinfectantes para el resto de sus conciudadanos? ¿No hay maldad que un primer ministro banalice la pandemia hasta que el virus le infectó a él?. Extirpando de la tierra todas las estatuas de Colón, dinamitando todo el pasado de barbarie que tenemos detrás nuestro, no dignificaremos el presente. Los monumentos de los nuevos y despiadados conquistadores del mundo que hay que destruir están a nuestro alcance. Bastaría con hacerles frente todos aquéllos que se den cuenta de quienes son. Y esto sucederá, y espero que ustedes estén presentes para verlo.
[EN PORTADA: Monumento a Cristóbal Colón en Barcelona]

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
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