Entrevistas

Pilar Blanco: «La poesía es un ejercicio de anhelo y desengaño»

Ada Soriano entrevista a la autora de 'Yo escribo la noche', poeta cómplice de la oscuridad y de la luz, del amor y sus heridas, con la solvencia propia de quien escribe sin adornos vacuos, sin concesiones.

/ una entrevista de Ada Soriano /

Una preciosa fotografía del artista Marcus Donner muestra una luna dorada por el artificio de un sauce llorón que llueve fuego. Así es la portada de Yo escribo la noche (Chamán Ediciones, 2020) de la poeta Pilar Blanco Díaz (Bembibre [León]): un libro de poemas valioso y estremecedor, dividido en tres secciones («Ello», «-S-» y «Ella»), en el que la autora se hace cómplice de la oscuridad y de la luz, del amor y sus heridas, con la solvencia propia de una poeta que escribe sin adornos vacuos, sin concesiones. No hay relleno aquí. No sobra nada.

Hallo en esta nueva entrega de Pilar Blanco, como en sus poemarios anteriores, una sobrada capacidad de observación, inquietud, raciocinio, misterio y sentimientos que tiemblan con mano firme desde un lenguaje pulcro y hondo: «Es la silueta de la noche un pájaro/ que apenas se sostiene en su tiniebla; y es la tiniebla pórtico de luces,/ temblor que no se eclipsa contra el suelo,/ el manantial, la voz que permanece». Así comienza esta obra, con la intensidad lírica y simbólica de las imágenes que componen «Noche garza», poema preliminar. Hay mucho amor aquí, con sus inevitables consecuencias, y una belleza, digamos, dolorosa. ¿Cómo no detenerse y compartirse ante una poesía que no tiene miedo a serlo porque es libre y goza de versos que en más de una ocasión parece que vayan a escaparse de la página igual que el amor escapa? Difícil escoger, pero me apetece seguir hablando de amor y de belleza. Precisamente, en la tercera sección quedé ensimismada ante un poema que lleva por título «Visión de la belleza» y que Pilar Blanco dedica al célebre cantautor Luis Eduardo Aute. Así lo inicia: «Hay un paso que solo la Belleza puede dar./ Un paso que deja atrás la sumisión, la voz cobarde, la deslealtad, el impulso asesino./ Quien ama la belleza no traiciona sus ritos ni mueve a conveniencia las voluntades títere./ Sabe del valor de la palabra y con ella hace cáliz». Y así lo consuma: «Hay un paso que solo la Belleza puede dar./ Y conduce a la vida».

Pilar, con el título de tu reciente poemario, Yo escribo la noche, ¿rindes homenaje a Alejandra Pizarnik?

Sí: le rindo homenaje, en primer lugar, al escoger como título una construcción de gran belleza y potencia; pero hay también una cierta identificación emocional, además de admiración por su manera de traducir la desmesura a un lenguaje moteado de irracionalidad que atraviesa al lector como un dardo de hielo y lumbre. Ella es uno de esos autores que siempre van conmigo por eso. Cuando hace unos años me saltaron desde el papel los versos que escogí para introducir el libro («Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche»), supe que el título no podría ser ningún otro: el que acierta de lleno al señalar quién escribe este libro, desde qué noche y con qué intención.

En el prefacio de tu libro anterior, Vigía de tu paso, dices, y me encanta, que «la poesía es un ejercicio de anhelo y desengaño. Lo que al final conseguimos transmitir no esplende nunca con el fulgor que nos cegó».

Esa es una impresión que se ha ido acrecentando con los años. Supongo que la mayoría de los escritores ha experimentado alguna vez la frustración de vislumbrar en el lugar menos oportuno una idea, una imagen, un verso… Lo que llamo el destello por su fulgor caprichoso y efímero. Sin embargo, para cuando se consigue plasmarlo ha perdido gran parte del polvillo iridiscente que lo hacía parecer especial. Yo, desde luego, en mi anhelo soy infinitamente mejor poeta y mariposa que la polilla resultante.

Observo en tus obras citas muy interesantes, además de una fidelidad a autores como Hugo Mujica, Roberto Juarroz o Rosario Castellanos.

Cuesta toda una vida encontrar autores de referencia que sigan funcionando como manantiales donde beber y espejos en que reflejarse. Lo habitual es que nos nutran durante una etapa de la vida en la que, como sanguijuelas literarias que somos, extraemos de ellos lo que nos hace falta, para luego dejarlos atrás. Pero hay autores que permanecen, que llegamos a interiorizar como de los nuestros. En mi caso, unos lo hacen desde el sentir herido o luminoso, como Alejandra Pizarnik, Antonio Gamoneda, Francisco Brines, Cernuda, Rosario Castellanos… Otros desde la insuficiencia del lenguaje que es necesario desmembrar para construirlo de nuevo, como Juarroz, Vallejo, Celan, Blanca Varela…; otros desde su anhelo de lo inefable junto con la exigencia expresiva, como Hugo Mujica, Juan de Yepes o Juan Ramón Jiménez. ¡Cómo no mantenerlos cerca! Lo que no implica cerrarse a nuevos hallazgos: no hay límites para el deslumbramiento.

Yo escribo la noche queda dividida en tres secciones: «Ello», «-S-» y «Ella». ¿Por qué así, y en ese orden?

Ya al verlo escrito todo seguido se aprecia que solo existen dos: el amor («Ello») y la mujer («Ella») que cuenta su historia desde la plenitud amorosa de los primeros poemas, pasa luego por la desolación de la pérdida en que «-S-» marca el desgarro de aquel plural que fue incendio hasta que se cerró en noche, para concluir en ese «Ella» de la tercera parte que busca la fuerza en la hermandad con ellas, todas las mujeres que lloraron, las mujeres de ojos tristes, las que tiemblan.

Dices en tu poema «Marca de espada» que «la patria de los hombres es su desolación». En palabras del director de cine Florian Henchel, «cada historia personal es un reflejo de lo que ocurre en el mundo». ¿Qué opinas de esta reflexión?

Cada persona ha llegado a ser quien es por la coincidencia de una serie de factores que marcan el lugar que ocupa en el mundo y su forma particular de mirarlo. Nos sentimos, opinamos y escogemos no por azar, sino como consecuencia de lo que somos, la cuna en que nos tocó nacer, la versión de la realidad que conocemos. Nadie puede vivir completamente ajeno a lo que le rodea y que pesa tanto como nuestra memoria personal. Yo hablo en este libro de la patria íntima; Henchel añade una dimensión social y universal de la que somos menos conscientes, pero que complementa la anterior de modo irrefutable.

Después de leer tu poema titulado «Algo de mí partió», me ha dado por pensar que los seres humanos nos pasamos la vida renaciendo, ¿no te parece?

Sí, también yo lo creo: estamos destinados a renacer una y otra vez, aunque siempre hay quienes no pueden más, como la propia Alejandra, y se rinden antes de tiempo. Las personas cambiamos de piel, de geografía, de amor, opinión, trabajo, de perspectiva vital y también creativa. Somos supervivientes de nosotras mismas, de cada fracaso, hundimiento y decisión que tomamos, de cada herida que nos causan. Así estamos construidos, con retales y cicatrices: el monstruo de Frankenstein c’est moi.

«Tampoco de ti más que la lágrima». ¿A la poesía no se le arrebata nada?

A la poesía se le arrebata todo. Los propios poetas cuando la negamos o utilizamos como medio y no como fin y también desde el exterior, cuando se la manipula y prostituye. Su fuerza, por lo tanto, reside en su capacidad de resistir, de mutar sin traicionarse para seguir existiendo.

¿Resulta más difícil escribir desde la herida? ¿Eres «Las dos Fridas»?

Para mí es muy difícil escribir desde otro ángulo salvo si busco la sátira, que también me gusta pero sabiéndola mero juguete que no mana de mi lado más oscuro, el más necesitado de la labor sanadora de la poesía. Debajo de todo siempre está el desasosiego, siempre el zarzal espinando aunque a veces arda y estalle en flores de alegría y pensamiento.

En esa línea se mueven mis dos Fridas, que no se oponen sino que se necesitan mutuamente. Soy una mujer frágil y resistente que se duele por casi todo y tiene tan fácil el desmoronamiento como las damiselas románticas el desmayo. Pero vuelvo a levantarme tras escarbar, hacer introspección, llenarme las uñas de tierra y raíces. Sin voluntad, a voluntad, hoja y viento, contradictoria pues creo que es desde la contradicción como el Yo se reafirma.

Varias veces nombras la palabra esperanza. ¿Qué piensas realmente de este sentimiento que, según declaró Julio Cortázar, «es el único que no es verdaderamente nuestro»?

Yo creo que la esperanza es el sentimiento más nuestro, solo que su cumplimiento no depende de nosotros. Es subjetiva, no racional. Por mucho que la razón y la evidencia de los datos nos demuestren su sinsentido, la esperanza es capaz de asomar entre los escombros y mantenernos en vilo. Y mantenernos en vida. Lo contrario sería insoportable.

Deseo concluir con el singular recorrido que haces por «la geografía de la pena» en tu poema «Cerrando astillas». No he podido evitar emocionarme al leer «Vuelve a morir Miguel desde Orihuela…». ¿Qué te condujo a este salvesequiempueda?

El poema evoca los momentos de plenitud a partir de que la esperanza se desmoronase en un dramático salvesequiempueda, a cuyo rebato aquello que fue fulgor, palabras, paisajes de la memoria compartida quedó ensordecido por el rugido de «los motores de la pérdida» y su lenguaje de destrucción: «vuelve a morir Miguel desde Orihuela», «le dieron el paseo», «le crecen gladiadores morituri en las lápidas», «se agotó en piedra y herejía», «Esta es la geografía de la pena»…

La enumeración de pueblos y ciudades como Valladolid, Zamora, Soria…, es decir, «todas las Baratarias en las que fui feliz», intenta reproducir emociones reales ligadas a lugares también reales, pero que funcionaban en cierto modo como esos territorios imaginarios donde nos refugiamos de lo que nos daña. Pero el daño existe, cada vez que encuentra un resquicio por donde atacar vuelve a morir un inocente en nombre de unos dogmas y muchas cobardías. En este caso y como símbolo, Miguel desde Orihuela.


Ada Soriano (Orihuela, 1963), dedicada desde temprano a la actividad cultural, fue codirectora de la revista de creación literaria Empireuma y colaboradora de la revista sociocultural La Lucerna. Ha publicado las plaquetas Anúteba (Empireuma, 1987) y Alimentando lluvias (Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 2000), así como los libros de poemas Luna esplendente o sol que no se oculta (Empireuma, 1993), Como abrir una puerta que da al mar (Biblioteca Pública Fernando de Loazes, 2000), Poemas de amor (Fundación Cultural Miguel Hernández, 2010), Principio y fin de la soledad (Cátedra Arzobispo de Loazes, Universidad de Alicante, 2011), Cruzar el cielo (Celesta, 2016) y Dondequiera que vague el día (Ars Poetica, 2018). Asimismo ha publicado No dejemos de hablar, entrevistas a 19 poetas (Polibea, 2019) Ha colaborado en diversas revistas literarias y ha sido incluida en varias antologías.

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