Poéticas

Xosé Bolado, in memoriam (1)

Iniciamos con José Luis Argüelles y Álvaro Valverde la publicación, en tres partes, de una serie de semblanzas del poeta asturiano, recién fallecido, Xosé Bolado, con selección de poemas de su antología 'Un pájaro tan ligero', compilada por Esther Muntañola.

Trabajos y melancolías de Xosé Bolado

/ por José Luis Argüelles /

Hay unas líneas casi al final de Una lenta impaciencia, las memorias del fallecido Daniel Bensaïd, que se han ido agarrando a mi memoria desde que las leí por primera vez. El que fuera uno de los líderes del Mayo del 68, además de carismático dirigente de la Cuarta Internacional, habla ahí con la voz de un izquierdista curtido por las derrotas y los seísmos políticos del siglo XX. Y también con la de un antiestalinista nada complaciente, sin embargo, con los sectores de la socialdemocracia dispuestos a colaborar en la tarea neoliberal de desmontaje del Estado de bienestar. Unas palabras que son además, de alguna manera, el corolario de una larga vida de lucha revolucionaria en la que, pese a los fracasos, el deseo pulsa aún con la obstinada realidad: «Cuando lo necesario y lo posible divergen esa apuesta se vuelve melancólica. Pero la decisión no es un capricho. Nada es fatal, pero no todo siempre es posible».

Cada vez que recuerdo esta reflexión, en la que escucho además un cierto tono de lucidez gramsciana, pienso en algunos de los representantes de la generación española anterior a la mía, estrictos coetáneos de Bensaïd. Y en cómo fueron capaces de cuidar y mantener la llama de su compromiso militante aun desde esa inevitable melancolía que suele acompañar a los soñadores extensos e incumplidos. Una perseverancia con la que trataban de explicarnos, tal vez, que su ingreso en el realismo político no implicaba el olvido de la música de fondo de la utopía. Porque, en efecto, aunque «no todo siempre es posible»,  es necesario tener claro asimismo que «nada es fatal». Y que, por tanto, se impone la labor atenta en los engranajes que orientan la marcha de la historia en uno u otro sentido.

Xosé Bolado, que falleció el pasado 23 de mayo en Madrid, era un año mayor que Bensaïd, nacido en 1946, y encarnaba muy bien, junto a otros asturianos con los que compartió antifranquismo y militancia en favor de una política de las cosas que sí son posibles, la actitud de quien no hace de sus vislumbres melancólicos un refugio nihilista frente a la hostilidad y el derrabe de los años. Pienso, por ejemplo, en Chema Castiello, fallecido a su vez en 2020 y autor de Un guaje de barrio. Jovellanistas, quizá, sin saberlo ni pretenderlo. Y así, desde una elegancia discreta (el gentleman de los poetas del Surdimientu, según el certero y sintético retrato del escritor José Luis García Martín), Bolado fue convirtiéndose en el personaje central de unas cuantas empresas culturales y sociales de la Asturias del último medio siglo.

Inteligencia y sensibilidad

El amor a su tierra natal no era el de un chovinista. Más bien al contrario, ejercía esa posición vital desde una inteligencia y sensibilidad abiertas al entendimiento crítico con sus raíces y con el resto del mundo. Humanismo y asturianismo no están reñidos, como es obvio salvo para los montaraces de uno y otro signo que «desprecian cuanto ignoran», como vio el poeta, al tiempo que hacen de los harapos de su indigencia intelectual un foso de soberbia. Bolado dejó su buen estilo, tocado siempre por la delicadeza o la timidez, no sé bien, en obras regidas desde la generosidad y la sindéresis. No es poco. Presidió el Ateneo Obrero de Gijón, centenaria entidad que preserva la tradición ilustrada y democrática tan perseguida siempre por la carcunda. Y en esta institución puso en marcha una de las más hermosas colecciones de poesía que se han editado en España. Los libros de Deva, que han sido casa de acogimiento para unos cuantos notables poetas asturianos, son sinónimo de buen gusto. Alguien debería recoger ese testigo.

Bolado fue un ovetense con raíces familiares en los valles mineros del Nalón, junto al castillete y la castañal, que hizo de Gijón mucho más que su ciudad de acogida: mantuvo con la urbe cantábrica una relación amorosa, sentimental, no exenta de tensiones, como suele ocurrir cuando los vínculos afectivos importan de verdad. Ni siquiera en sus últimos años, avecindado en Madrid como profesor de instituto, se dejó deslizar hacia la indiferencia que, en ocasiones, impone la distancia. Lo sé porque el 9 de marzo de 2020, solo unos días antes de que nos confinaran en nuestras casas por la evidencia de las devastaciones del covid-19, me llamó para explicarme su decisión de donar a los gijoneses su extraordinario archivo sobre Rosario de Acuña. Un fondo documental, el más completo hasta la fecha, que Bolado fue reuniendo con la paciencia del conocedor de mil y una erudiciones sobre la escritora y librepensadora. La mujer que fue, desde su literatura combativa y su solitaria casa de los acantilados del Cervigón, una adelantada del feminismo, entre otras muchas cosas, era una de las sostenidas pasiones boladianas.

«Este archivo debe estar en Gijón, donde ella vivió y murió», me dijo Bolado aquel día de marzo, antes de que la pandemia mostrara toda su fiereza y sin sospechar —al menos yo— que ya no tomaríamos juntos el café al que nos emplazamos. Los cinco tomos en los que reunió la obra de Rosario de Acuña, muy bien editados por KRK, son un modelo de rigor. La autora madrileña, una guerrera de las ideas contra las desigualdades sociales de este mundo, irá poco a poco ocupando un lugar de mayor relieve en el canon de la literatura y el pensamiento españoles gracias a la perspicaz y desprendida labor de Bolado. También en eso estamos en deuda con él.

Miembro de número de la Academia de la Llingua desde 1988, para la que dirigió durante nada menos que veintisiete años su revista Lliteratura, una publicación en la que dejó muestras, asimismo, de su pulcritud como filólogo y editor, Bolado empezó a participar de las inquietudes del movimiento de reivindicación del asturiano a finales de los setenta. Fue uno de los primeros antólogos del Surdimientu, el grupo intergeneracional que puso la literatura en asturiano en hora, como ha dicho con acierto el profesor Leopoldo Sánchez Torre. Su Antoloxía poética del Resurdimientu (prefería este término al considerar, contra otras opiniones, que existía una literatura anterior digna de encomio) lleva pie de imprenta de 1989 y fue publicada por Deva con portada, como muchas otras de la colección, de Jorge Fernández León. Seleccionaba textos de diez autores (Pablo Ardisana, Manuel Asur, Xuan Xosé Sánchez Vicente, Teresa González, Concha Quintana, Roberto González-Quevedo, Antón García, Lourdes Álvarez, Berta Piñán y Xuan Bello) bajo el convencimiento de que «la poesía asturiana güei, dientro les posibilidaes d’una comunidá  llingüística pequeña tien les corrientes ya voces necesaries pa que los sos llectores s’averen a unes ya otres ensín la vieya voluntá militante sinon por mor del so instrínsecu interés».

Es un volumen que hemos consultado, con interés, todos los continuadores de su pionero trabajo como antólogo de los poetas del Surdimientu. Y destacan, igualmente, los dos artículos que Bolado escribió para la Historia de la lliteratura asturiana (poesía y teatro), editado en 2002 por la Academia de la Llingua bajo la coordinación de Miguel Ramos Corrada. Este profesor, fallecido también prematuramente en 2003, a los 63 años, fue el director que dio impulso definitivo en Asturias a la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y camarada de Bolado en el Movimientu Comunista d’Asturies (MCA) durante los años de la Transición. Aquella tensión melancólica de izquierdas entre lo necesario y lo posible, analizada por Bensaïd, se extiende también, como en el caso de Chema Castiello, a Ramos Corrada.

El poeta y una última antología

Bolado fue un poeta reticente a la hora de dar sus propios textos a la imprenta. Publicó su primer libro pasados los cuarenta años. Un poemario, Línea imperceptible al temor (Deva), que vio la luz en 1988 y está escrito, curiosamente, en castellano, al igual que los poemas de Nomade, una serie que la revista tinerfeña Taramela publicó en el verano del año siguiente en un suplemento dedicado a la poesía asturiana. Como hemos visto, son años en los que Bolado ejerce un activo compromiso con la «llingua acorralada», esto es, con el asturiano, el idioma que empleará en adelante y en el que escribirá Conxura contra la decadencia (Llibros del Pexe). En este poemario, publicado en 2002, encontramos ya las coordenadas de la obra lírica de Bolado: memoria, naturaleza y meditaciones teñidas de un suave simbolismo dicho casi siempre en un tono de voz que huye del énfasis. Son versos que condicen con el citado pensamiento de Bensaïd: «Güei, como entós, madre/ ya por eso t’escribo/ al bordiar el mileniu/ la señaldá ye posible/ mientres guareza un guañu de paz/ na defendida sosiega d’un güertu». El poeta publicará tan solo dos poemarios más: Na estación de los relevos (Llibros del Pexe, 2007) y La bona intención (Impronta, 2012). Si en el primero de estos volúmenes Bolado ensancha la voz lírica de Conxura contra la decadencia, en el segundo firma uno de los conjuntos de poemas en prosa más sobresalientes entre los autores del Surdimientu.

El fallecimiento de Bolado ha coincidido con la publicación en Bartleby, y en edición bilingüe, de Un pájaro tan ligero, una antología preparada por Esther Muntañola. Esta poeta con raíces mierenses traduce además los textos del asturiano al castellano. Amiga del escritor y filólogo, y participante en la tertulia de asturianos que este mantenía en Madrid, la antóloga firma un juicioso prólogo en el que concluye: «Amasando con sombras, con el agua turbia, con la propia tierra oscura de la memoria, Xosé Bolado modela imágenes que emiten luz, como las brasas». El volumen incluye, junto a una selección de los títulos citados, algunos textos publicados en revistas y siete poemas inéditos: «A escures la vida trema’l tiempu/ y los apuntes./ Ciscu d’ayeri güei na superficie».

Desde Asturies, alguien debería pensar en la publicación de la poesía completa de Bolado, un autor que pertenece por edad a la primera generación del Surdimientu pero en el que por su incorporación tardía al movimiento, al igual que ocurrió por ejemplo con Xosé Manuel Valdés (1948), encontramos desde su primer libro en asturiano, Conxura contra la decadencia, una inquietud estética más cercana a la de los poetas de la promoción siguiente, la que empezó a darse a conocer en los años ochenta y noventa del pasado siglo. Un autor al que le gustaba, como explicó en alguna entrevista, la conjunción lírica de la emoción y el pensamiento. La muerte nos roba el tiempo futuro, nunca el que dimos generosamente a los demás en las palabras que aún suenan verdaderas.


Fotografía de José Javier González (también la de portada)

La poesía de Xosé Bolado

/ por Álvaro Valverde /

Xosé Bolado (Oviedo, 1945, aunque vecino de Gijón durante muchos años), profesor de instituto, estudioso de la literatura de su tierra y miembro de la Academia de la Llingua Asturiana, murió el pasado 20 de mayo en Madrid. «Con él se va uno de los partícipes de la reconstrucción cultural asturiana en los años ochenta y primeros noventa del siglo pasado: un protagonista sin mucho afán de protagonismo, que desplegó su actividad en diversos frentes (la enseñanza, la edición, la gestión cultural, la investigación filológica) sin recibir, me parece, los honores y el reconocimiento que sin duda le eran debidos», ha escrito en estas mismas páginas Jordi Doce acerca de Bolado, que fue el editor de su segundo libro: Diálogo en la sombra (1997). Fue un hombre vinculado en su juventud a diversos movimientos políticos y culturales que participó en la refundación del Ateneo Obrero de Gijón, del que fue presidente y donde creó la colección póetica Deva. Desde la ALLA, promovió la creación de la revista Lliteratura, de la que fue director hasta el año 2017.

Ejerció la crítica y defendió y divulgó, ya se dijo, la poesía en lengua asturiana, por ejemplo con la Antoloxía poética del Resurdimientu (1989). Es especialmente reconocido por su tarea como editor de la obra reunida (en cinco volúmenes) de Rosario de Acuña. Como poeta, es autor de los libros Línea imperceptible al temor (1988), Nomade (1991), Conxura contra la decadencia / Conjura contra la decadencia (2002), Na estación de los relevos / La estación de los relevos (2006) y La bona intención/La buena intención (2012). Su obra fue traducida al italiano por Emilio Coco: Nomade (1991) y Antologia poetica, ambas en Quaderni della Valle, un sello de la ciudad de Bari. Según su editor, Pepo Paz, llegó a ver impreso Un pájaro tan ligero, apenas un par de días antes de que perdiera definitivamente la consciencia.

En realidad, más que ante una mera antología, estamos ante una suerte de poesía selecta, pues en este libro se recogen, o eso creo, los poemas preferidos de Bolado, que, como se nos advierte en una «Nota a la edición», «han sido revisados uno a uno» (y en algunos casos «modificados») por él, «siendo esta versión la que, hasta el momento, da por definitiva», un hecho que, por desgracia, ya no tiene vuelta atrás. La edición es bilingüe, ya que el poeta cambió el castellano por el asturiano a partir de su tercera entrega. Su responsable (que también ha realizado la selección de los versos y redactado las notas) ha sido Esther Muntañola, artista plástica y escritora. Suyo es el lírico prólogo que lo abre, «Apuntes sobre la poesía de Xosé Bolado. La lucha contra la entropía desde el corazón». Su poesía, dice, «se acrisola en el lugar que genera la intemperie».

Bolado buscó «la música implacable del tiempo» (escribió en 1989). La «resistencia memorial a la fatalidad». Incide la editora en la «fuerte presencia» del agua, más que un símbolo. La dulce de la lluvia, las fuentes y los ríos y la salada del mar. Aguas del norte. El Narcea, el Cantábrico. Las de su infancia, a caballo entre Asturias y Cantabria. Minera, al lado del Pozo de El Sotón (de donde surge su conciencia social). El de su juventud y primera madurez gijonesa, con casa al lado de la playa. Consciente del «frágil dominio» que instaura la palabra, defiende la lengua como «lugar de permanencia». Nos cuenta Muntañola de su amistad con Martínez Nadal que le introdujo en la lectura de Kathleen Raine, Rainer Maria Rilke o G. Trakl. Nos habla del misterio, siempre «turbador». Y de que «lo visual se torna alegórico y se imbrica con la realidad dando relevancia emocional e intelectual al instante, lo evidencia como mágico y, por tanto, lo dota de significado». De su «clara búsqueda del equilibrio, de la seguridad que da la piedra, del miedo al principio y del vértigo ante la altura y la caída». Y de la «belleza como orden». «La voz familiar, amada, se transformará en piedra firme».

En cada poema, Bolado «escoge lo duradero». Opta por la «mirada desnuda». Su primer libro (que publica ya en la cuarentena), está compuesto, como explica Doce, por «poemas breves, contemplativos, más bien estáticos, en los que la emoción era una música de fondo que se dejaba oír muy pudorosamente». Entre ellos, algunos de mis preferidos del conjunto («Le plat pays», «Fisterra», «Vistas al mar», etcétera), más allá de que estén escritos originariamente en castellano. Sin conocer el asturiano, mi oído me dicta que Muntañola ha acertado a la hora de verter su poesía al español.

Como afirma Doce, «con su paso al asturiano, “llingua/ acorralada” […], la emoción se volvió más explícita. Lo que antes estaba como velado por una pátina se hizo aparente y lo llevó a explorar los territorios de su educación sentimental y moral, ligados a la figura de la madre y a la evocación conflictiva del mundo del campo, del que se sentía deudor y a la vez desterrado». Eso ocurre ya en Conjura contra la decadencia, donde «Sopla en nordeste». Al fondo, la melancolía. Cierta amargura también. Será parte fundamental del tono de estos versos. Allí, «El puerto» («Nunca esconde el puerto/ sus caminos»). Y los ríos: «Beatus vir» o «Crecida en junio», que es un poema dedicado, igual que «Brezo», un formato dialogado, digamos, con el que consigue Bolado grandes logros.

«Lo de siempre» es uno de los poemas clave del volumen. Y «Ventana al sol poniente». O «Laja», más contenido. Me da que Bolado suele acertar en las distancias cortas; poemas cuanto más breves, mejor.

En «Dos cartas a vueltas del milenio», su madre, figura capital, sí, en su poesía: «Hoy como entonces, madre,/ y por eso te escribo/ al bordear el milenio/ la melancolía es posible:/ mientras guarezca un brote de paz/ en el defendido sosiego de un huerto».

La estación de los relevos ahonda una senda marcada por el libro anterior que es la misma que seguirá caracterizando toda su poesía. La coherencia es aquí norma. «Amo el tiempo piadoso de la memoria», titula un poema, que termina: «Amo el tiempo piadoso de la memoria./ El valor del corazón para vivir sin él».

«Amigo» da fe de otro valor: el de la amistad, esencial en esta poética serena y armónica («un hombre en armonía con su tiempo») de la cotidianeidad (léase «Gesto doméstico») y de la sencillez en la que no falta una ética de la compasión.

«Nadie escapa al dolor/ pero su medida, valorabas tú,/ convierte el tiempo en biografía. La mía se inicia en el agua», leemos en «Medida del dolor». Agua que reaparece en «El primer nombre de la patria», uno de los mejores poemas del libro, que comienza: «El primer nombre de la patria vino del agua». De las «aguas abetunadas del Nalón». Y de «riachuelos», «el mar» y «la lluvia».

«En el árbol siempre admiré la vida», termina «El árbol de la vida», un poema que remite, como tantos otros, a la naturaleza y al paisaje, ese microcosmos campestre que rodea las casas y a quienes viven en ellas.

Su último libro, De buena intención, está formado por poemas en prosa en los que predomina la claridad. Y la memoria. O la nostalgia, perdonable pecado del ausente. La de la guerra civil y sus secuelas, por ejemplo, como en el que inicia la serie y da título al conjunto. El que se lo da a la antología también está aquí. Empieza: «Dejo la tierra de origen sin otra ilusión que la vuelta». Elocuente. Nunca volvió.

«El canal» es la linde: «Más allá, decían, nada es de esta vida».

A falta de un jardín, un solar en las afueras. En «La naranja» y «El pan de los hermanos», la pobreza.

De los estragos del paso del tiempo da cuenta «El castaño», donde sobrevuela, algo normal, la sombra de la autobiografía.

En «El puente colgante», el miedo. En «Una piedra de pirita», la cobardía de los libros ante un regalo tan bonito; más que «solo hierro brillante». En «La muerte pequeña», el amor, que con discreción aflora en estos poemas de vez en cuando. «La sirena» no es la del mar, sino la de la mina, que suena a peligro y a muerte.

La edición añade «poemas publicados en otros medios». Por breves o muy breves, excelentes, como «Diario en el Narcea». En «La luz que no engaña» habla de «mis ojos descalzos». La enfermedad se vislumbra entre versos. «En una garza», pongo por caso: «reparo/ en una garza sola; retrasada/ va perdiendo el vuelo». O en «Cinco tulipanes amarillos en el hospital Carlos III», donde se celebra el amor y la amistad, de la mano de Alciato.

Un puñado de «poemas inéditos» cierran esta selección que da buena cuenta de la callada labor de un poeta al que uno nunca había tenido ocasión de leer y que merecía, en vida antes que muerto, la publicación de sus poemas en una colección prestigiosa y de ámbito nacional. Ya ningún lector podrá decir que la verdad y la belleza de su poesía no estuvieron a su alcance.


Un pájaro tan ligero: antología
Xosé Bolado
Bartleby, 2021
Edición, selección y notas de Esther Muntañola
148 páginas
15 €

Dos poemas de Un pájaro tan ligero

Vuelo

Pasó a mi vera, apenas un deslumbramiento.
Y me lo dices porque piensas
que no reparé en la sombra vertebrada
sobre las hojas cegadas del laurel.

Pero el silencio del aire
—nada que yo sintiera
ni el burbujeo del agua
sobre las hortensias—
me dio a entender que era hora
de caminar hacia acá.
Aunque ¿cómo explicarte
ahora que un aleteo oscuro
puede razonarse y remediar
este miedo que me vuelve hacia ti?

Vuelu

Pasó a la mio vera, apenes un rellugu.
Ya dícesmelo porque pienses
que nun reparé na sombra vertebrada
sobre les fueyes clisaes del lloréu.

Pero’l silenciu del aire:
—nada que yo sintiere
nin el burbux del agua
sobre les hortensies—
diome a entender que yera hora
d’entainar p’acó.
Anque ¿cómo desplicate
agora qu’un esnalíu escuru
pue razonase ya remediar
esti mieu que me vuelve a ti?

Laja

Siempre fue la laja
puente borroso al resplandor
de ríos bravos.
Nunca otra imagen
revela su resbaladiza luz
espartana.

Desde ella albergo la superficie
escasa del equilibrio; la costumbre
antigua de cerrar los ojos
ante el dilema: paso torpe adelante
o miedo de quedar al fin
en la quietud triste de esta vida
pero más acá del agua.

Llábana

Siempre foi la llábana
ponte borrosa al rellumu
de ríos bravos.
Nunca otra imaxe
revela la so esnidiosa lluz
espartana.

Dende ella albergo la superficie
escasa del equilibriu; la zuna
antigua de zarrar los güeyos
ante’l dilema:
pasu torpe alantre
o llercia de quedar al fin
na quietú triste d’esta vida
per más acá del agua.


José Luis Argüelles (Mieres, 1960), periodista y crítico, es autor, entre otras publicaciones, de los libros de poemas Cuelmo de sombras (Versus, 1988), Pasaje (Trea, 2008), Las erosiones (Trea, 2013, Premio de la Crítica de la Asociación de Escritores de Asturias), Gran desconcierto (Trea, 2018), Mar sin fin (Heracles y nosotros, 2020) y Protesta y alabanza (Impronta, 2020).  Preparó y prologó la antología de poetas en lengua asturiana Toma de tierra (Trea, 2010). Sus aforismos han sido incluidos en el volumen Pensar por lo breve: aforística española de entresiglos (Trea, 2013), de José Ramón González.

Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) es autor de libros de poesía como Las aguas detenidas, Una oculta razón (Premio Loewe), A debida distancia, Ensayando círculos, Mecánica terrestre, Desde fuera, Más allá, Tánger y El cuarto del siroco (los cinco últimos en la colección Nuevos Textos Sagrados, de Tusquets) o Plasencias (De la Luna Libros). Sus poemas están incluidos en numerosas antologías y han sido traducidos a distintos idiomas. También es autor de dos novelas: Las murallas del mundo y Alguien que no existe; un libro de artículos, El lector invisible, y otro de viajes, Lejos de aquí. La editorial La Isla de Siltolá publicó, en edición de Jordi Doce, la antología Un centro fugitivo; y la Editora Regional de Extremadura, Álvaro Valverde. Poemas (1985-2015), con dibujos de Esteban Navarro.

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