/ una reseña de Carlos Alcorta /
No corro ningún riesgo al afirmar que John Ashbery (1927-2017) es el poeta más influyente en nuestro país en los últimos años, sobre todo si nos referimos a la poesía más reciente, pero, además de poeta y ensayista, Ashbery es un agudo comentarista y crítico de arte, tarea que comienza a desarrollar durante su estancia en París, estancia que comienza en 1955 y se dilata los siguientes diez años. Continuará dicha labor a su regreso a Estados Unidos, una labor que, por cierto, en esencia no difiere gran cosa de su actividad poética porque, en gran medida, los presupuestos estéticos en liza son comunes, aunque, según afirma Edgardo Dobry, autor del prólogo, «si en los poemas de Ashbery se tiene con frecuencia la impresión de seguir el flujo y el ritmo del pensamiento más que sus premisas y sus conclusiones, en sus artículos parece pensar escribiendo». Pero ¿qué clase de crítica podemos leer en Las vanguardias invisibles? «Ashbery ―afirma Dobry con razón―practica la crítica de exposiciones más que dedicarse a ensayos sistemáticos sobre artistas particulares». No utiliza un lenguaje erudito sino el de un espectador informado, alguien que conoce la historia del arte y está abierto a las nuevas corrientes estéticas, alguien que intenta trasladar la emoción de lo que ve sin necesidad de hacer uso del lenguaje propio de los críticos profesionales.
Ashbery parece coincidir con el Octavio Paz de la tradición de la vanguardia, pues al dictar la conferencia que da título al libro en la Escuela de Arte de Yale, afirma: «Parecería entonces que esta fuerza en el arte ―está hablando de la vanguardia―, que sería la antítesis misma de la tradición […] resulta ser, por el contrario, un tipo de tradición», idea, sin embargo, aún no predominante cuando comenzó a escribir sus reseñas críticas, pero ya expuesta por él mismo en 1964 en su artículo «En la tradición surrealista», en el que escribe lo siguiente: «… lo que ha sucedido es que el surrealismo se ha convertido en parte de nuestra vida diaria: sus efectos pueden verse por todas partes». A la luz de esta idea debemos leer estos comentarios, incluso cuando pone en duda el automatismo en el arte, no en la literatura, y utiliza como ejemplo a Dalí y su pincelada trabaja minuciosamente, tal vez porque «el surrealismo es el vínculo que conecta cada una de las manifestaciones de los estilos actuales, por incompatibles que parezcan entre sí, como el expresionismo abstracto, el minimalismo y la pintura cold field».
Uno de los artistas que ha suscitado especialmente su interés y que, probablemente, más ha influido en su obra, ha sido Joseph Cornell y sus cajas atestadas de objetos: «Las cajas de Cornell ―escribe Ashbery― personifican la sustancia de los sueños de manera tan poderosa que parece que esos palpables trozos de madera, tela, vidrio y metal pueden desaparecer en cualquier momento, tal como la atmósfera de los sueños es más intensamente realista cuando percibes que estás a punto de despertarte». Y es que Cornell observa la realidad de la misma forma que lo debe hacer el poeta: con una mirada nueva, vaciada de la experiencia previa.
Los periodos estéticos y los artistas de los que se ocupa Ashbery en estas páginas están orientados, más que por gustos personales (aunque estos sean visibles), por servidumbres eventuales, es decir, por el ritmo de las exposiciones que debe reseñar, aunque en este volumen estén, acertadamente, agrupadas por corrientes y estilos. Así, se agrupa en «Románticos y realistas» a autores como William Blake, Henry Fuseli, Constanti Guys ―«un pintor elogiado por Baudelaire»―, Delacroix o Francisco Mazzola, el Parmigianino, autor de quien Ashbery tomó el título de uno de sus libros de poemas: Autorretrato en espejo convexo.
El apartado «Estadounidenses por el mundo» se ocupa de autores como Gertrude Stein, Andy Warhol —de quien, en época tan temprana, ya percibe su interés en el aspecto mercantil del arte—, Joan Mitchell, una artista que reside en París por motivos diferentes a los mencionados, ya que «los efectos de exaltación y adormecimiento producen el exceso de dinero y actividades están ausentes en su obra», o James Bishop. La sección «Retratos» se ocupa de artistas como Odilon Redon, Maurice Denis, Raoul Dufy, Georges Braque, Derain, Michelangelo Pistoletto o Francis Bacon, «el único pintor figurativo que es respetado en las altas esferas de Nueva York, a pesar de su manifiesta hostilidad respecto a la abstracción». En el apartado «Artistas norteamericanos» analiza la obra de Willem de Kooning, Brice Marden, John Cage o Jane Freilicher. Finaliza el volumen con reseñas sobre exposiciones colectivas, arquitectura, artistas como R. B. Kitaj, para quien «El collage enfatiza la organización, una estética de la unión, a expensas de representar, describir personas y aspectos de su tiempo en la tierra quemada que es lo que siempre quise representar. Organizar una vida de formas en una superficie siempre será lo básico de la creación de imágenes… ¿pero puede ser algo más?», y Giorgio de Chirico, de quien se comenta una gran retrospectiva.
En resumen, en Las vanguardias invisibles, John Ashbery recoge una selección de los artículos publicados periódicamente en cabeceras como New York Herald Tribune, ArtNews, New York, Art in America o Newsweek, ente otros y en ellos, como suele ocurrir, al escribir sobre los distintos artistas y movimientos artísticos, no hace otra cosa que ofrecer pistas sobre su propia evolución estética. Posee, por tanto, este libro un doble interés, por una parte, el de profundizar en la obra de algunos de los artistas más importantes del siglo XX y, en segundo lugar, asistir a la consolidación poética de una de las voces más reputadas de la poesía universal.

John Ashbery
Kriller71, 2021
248 páginas
18,50 €

Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.
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