Crónica

Sefarad en el ‘Club Estambul’: dos canciones y unas «manzanicas»

Javier Pérez Escohotado toma algunas series de televisión recientes como pie para adentrarse en el folclore sefardí.

/ por Javier Pérez Escohotado /

Ella canta el amor y el abandono
con tonada sollozante
y su voz se va diluyendo en la congoja.

Yehudá Haleví

Didáctica y series

De antemano tengo que reconocer, y nadie deje de leer por esta deleznable confesión, que soy un miserable adicto a las series, una nariz pegada a una  pantalla, un pobre enfermo dependiente a quien su familia ya le ha matriculado en un grupo de terapia, al que atiborran de melatonina y cariñosamente, aunque de forma persistente, aconsejan: chatea, hombre, chatea, sin que logren despegarme de la pantalla.

Hasta ahora, aunque alguna se me habrá escapado, he visto tres series completas: El método Kominsky, por ver el futuro que nos espera, Los Durrell y, más recientemente, Club Estambul. Con esto me considero un tipo totalmente al día. Algunos de mis alumnos recordarán que, hace ya algún tiempo, apenas tuve que insistir en que leyeran dos obras que a mí me parecían fundamentales, a pesar de que entonces ya no se llevaban: la trilogía de Italo Calvino Nuestros antepasados y Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell. A los adolescentes les suele crecer desde dentro un sordo rencor contra sus mayores con la misma naturalidad con que a unos se les pone rígida y a otras les despuntan los pezones. Por eso, los adolescentes suelen tener esa reticencia a la familia y tratan de despegarse de ella cuanto antes; incluso querrían matar al padre, y a la madre, y con el número secreto de la cuenta corriente comprarse una moto y recorrer el mundo con un porro terapéutico en el culo. 

Comprobado todo esto, en mis clases me dedicaba a leer, explicar y discutir, sobre todo El barón rampante de Calvino, y funcionaba. Funcionó también Mi familia y otros animales, el primer tomo de las memorias de Gerald Durrell que sirve de base a la serie Los Durrell. Tal vez estas obras me servían para enjabonar esas urgencias juveniles de independencia de la familia y, a la vez, para intentar orientar un modo peculiar y hasta original de construir la personalidad. Con eso fui tirando hasta el último y reciente hastío en que los alumnos eran prácticamente, como yo ahora, unos enfermos, adictos al aparato, al cachivache o al dispositivo electrónico, a los que no les interesaba leer ni el Lazarillo de Tormes.

Preparatorio

Pero hete aquí que, el otro día, alguien que conocía mi adicción me pasó el dato de que estaba teniendo mucho suceso una serie que pasaba en Estambul, ciudad donde yo había estado un par de veces y en la que me había sentido, la primera, como en casa, y la siguiente, en una ciudad ocupada. Antes de sentarme frente al televisor para verla, repasé a Orhan Pamuk por si encontraba en la serie algún lugar compartido. Como ejercicio mental preparatorio, recuperé El museo de la inocencia y Estambul, ciudad y recuerdos.1 El museo de la inocencia es una obra difícil de consumar, pero aventuro que yo soy de los pocos que la han apurado hasta el final. Es una novela lenta, constantinopolitanamente lenta, que se complace en eso, en la lentitud de los objetos, en la parsimonia de las cosas, y tiene un capítulo, casi al final, el 81, que me ha inducido a viajar por algunos países y descubrir otras rutas que no son las de las guías al uso. Por ejemplo, para huir o, mejor, aligerar la presión que soporta el Museo de Orsay, puede uno acercarse al Museo de Cluny, que está a un paseo, y ver allí La dame à la licorne (La dama y el unicornio). No encontraremos mejor serie fantástica, pues, además de incluir varias temporadas, cada una de ellas dedicada a uno de los sentidos, el gusto, el tacto, el olfato, la vista, el oído, lleva el suplemento de un tapiz central en el que el unicornio, domesticado, debería rendirse ante la dama. ¿Quién da más? Todo sucede en una cueva primigenia, poco iluminada, para que la luz no se coma el color, ni se agosten las plantas de los tapices ni dejen los pájaros de volar.

À mon seul desir (Museo de Cluny, París)

Evitando, pues, la interminable serpiente humana que se retuerce para entrar al Museo de Orsay y siguiendo las sugestiones de Orhan Pamuk, visité en París el museo Nissim de Camondo, en el 63 de la Rue de Monceau. Aquí pude convocar dos hechos históricos importantes de recordar: la tragedia de una familia francesa de origen sefardí que muere a manos de los nazis en la segunda guerra mundial y, además, mi acuciante curiosidad por la familia Ephrussi, cuya historia Edmund de Waal ha narrado en La liebre con ojos de ámbar, y que, por cierto, había construido también su casa en la misma Rue de Monceau, unos números más arriba. Esta familia pudo tener también un origen sefardita, y aquí estaba la otra razón de la sinrazón que fortalece la razón de estar allí. ¿Qué caminos siguieron los sefardíes después de la expulsión de España en 1492? ¿Qué comían? ¿Qué cantaban? ¿Cómo lograron integrarse? ¿A qué se dedicaban? Ahí estaban los Ephrussi, moviéndose por toda Europa: Odessa, Viena, París, Londres. Al igual que los Canetti lo estuvieron en Rustschuk (Ruse, Bulgaria), y luego en Londres, Manchester, Viena y Zúrich, como tantos otros miles de desconocidos sefardíes desperdigados por el mundo.

En La lengua absuelta, el Premio Nobel de Literatura Elías Canetti, de pronto, como también sucede Club Estambul, deja caer algunas piedras preciosas engastadas en su alemán literario; son palabras sueltas y expresiones en un castellano ladino que los sefarditas han mantenido vivo hasta hoy mismo. Pero lo que parece una anécdota minúscula, se convierte en símbolo, como diría un pedante de mi categoría. Además, si yo fuera un gracioso, añadiría ahora eso de que no os cuento de qué va la serie para no hacer un spoiler; bueno, pues precisamente por eso y porque no pretendo tratar sobre toda la banda sonora de la serie, comentaré solo dos canciones que se usan en dos momentos puntuales de la serie Club Estambul. La verdad es que teniendo los sefardíes un repertorio tan extenso de canciones, usar un par de ellas en toda una serie que, además, trata sobre una saga sefardí que vive en el entorno turco de Estambul, es un acto de relativa desidia, un acto rácano en una serie de éxito y, sobre todo, una oportunidad perdida. Espero que cuando la serie se amplíe con nuevas temporadas, el director aguijonee a sus guionistas para que coloquen más canción sefardí. El resultado será mejor, sin duda. Les paso, a pesar de que existe una extensa bibliografía, media docena de mis favoritas: Caminando por la plaza, Por la tu puerta yo pasí, Yo me enamoré de un aire, Abre este abajour bijou, A la una yo nací, Una pastora yo amí, Una matica de ruda.

«Yo era niña de casa alta»

«Yo era niña» se canta (T 2: E10, (23:51) cuando, en Estambul, se inician los disturbios que durante los días 6 y 7 de septiembre de 1955 sufrieron los negocios y las personas de origen griego. Colateralmente, los judíos y los armenios recibieron también los efectos de los temidos saqueos. Orhan Pamuk envuelve aquellos hechos con las distintas actitudes y posiciones que se adoptaban ante la denominación de lo que los otomanos llamaban conquista de Estambul y los occidentales, caída de Constantinopla.

«Turquía, miembro de la OTAN, no quería recordar al mundo la Conquista [1453]. Sin embargo, dos años después, en 1955, cuando el gobierno fue incapaz de controlar a las masas que había estado provocando bajo cuerda, fueron saqueados los establecimientos de los rumíes y de otras minorías de Estambul. Aquel suceso, en el que se destruyeron iglesias y se mataron sacerdotes, recordó el espectáculo de saqueos y crueldad durante la “Caída” que describen los historiadores occidentales».

Asedio de Constantinopla por los otomanos, Chronique de Charles VII, Jean Chartier

El detonante de aquellos disturbios del cincuenta y cinco fue la noticia de que una bomba había caído en la casa donde nació Atatürk, en Salónica, en el contexto de la disputa entre Turquía y Grecia por la posesión de la isla de Chipre tras la retirada de los ingleses. La reacción, orquestada por la prensa de Estambul en una edición especial, provocó el que «una muchedumbre hostil a las minorías no musulmanas se reunió en la plaza Taksim y saqueó y quemó hasta el amanecer los establecimientos de Beyoğlu».2

La canción, no obstante, sirve para retrotraernos al principio de la serie, para recuperar a los personajes principales y verlos en su entorno primero, el de una comunidad sefardí en el Estambul de los años cincuenta del siglo XX. La canción recoge la desdichada y trágica historia de una joven de «buena familia» que se deja llevar por un sinvergüenza (un «berbante» o bergante) que la condena a «servir». La principal finalidad de esta canción no es otra que evocar el pasado cultural sefardí de Matilda, la protagonista, que parece identificarse con estos cuatro versos.

Yo era ninya de kaza alta
No savia de sufrir
Por kaer kon ti berbante
Me metites a servir.

No creo que sea necesario adaptarlos al castellano actual, y sería una manipulación obscena por mi parte. No se trata de una canción de las más conocidas ni de las más divulgadas. Jordi Savall incluyó en Diáspora sefardí (1999) una versión instrumental. El histórico dúo compuesto por Janet y Jak Esim canta una tersa versión tradicional, con guitarra y letra, accesible en YouTube; en Club Estambul la interpreta la cantante turca Mine Geçili con ese color de voz que tienen las que han crecido y cantado cerca del Mediterráneo.

En el cancionero sefardí se conservan bastantes canciones que se refieren a la salida de la novia de la casa paterna. Siempre es una separación. La confidente, como en las cantigas de amigo, suele ser la madre y la canción repasa el memorándum de las obligaciones (Ketubah) que asume la novia, entre ellas, la el compromiso de servir, que, en esta canción, podríamos interpretar como «me convertiste en tu esclava». Se supone que la niña que deja la casa ha sido casada con alguien conveniente, es decir, de su mismo nivel y de su misma religión; la madre, entonces, le recuerda todas las convenciones, que son precisamente las que, desde el principio de la serie, se rompen con Yo era niña. En el cancionero sefardí, el verbo servir, siempre desde el punto de vista de una cultura patriarcal, integra las labores y obligaciones propias de la mujer casada, entre ellas esa forma ancilar de servir al marido. Esas tareas domésticas remiten a la Biblia y se concretan, repito, en una cultura religiosa tradicional, en hilar, coser, tejer, fabricar ropa, ir a buscar agua, hornear pan y criar hijos y animales. Pero cuando la mujer había aportado una gran dote al matrimonio, se esperaba que se dedicara preferentemente a lo que llamaban tareas afectuosas, que eran dos: hacerle la cama al marido y servirle la comida. Por tanto, una chica de alta casa solo estaría obligada a estas dos labores afectuosas.

Desde hoy, la mi madre
la del cuerpo lucido,
tomerís vos las llaves,
las del pan y del vino,
que yo irme quería
a servir buen marido,

a ponerle la mesa,
la del pan y del vino,
para hacerle la cama,
para echarle conmigo.3

Pero habría que añadir algo sobre ese «niña de casa alta», y aquí es donde reaparece Elías Canetti. Los sefarditas siempre se consideraron los aristócratas del exilio; mejor,  los nobles de la diáspora. Para ellos, los askenazis eran solo los tudescos, independientemente de la fortuna o el dinero. Canetti, en su casa de Rustschuk, mamó ese espíritu de superioridad que implicaba la conciencia de ser sefardita. En el capítulo «Orgullo de familia» de La lengua absuelta, recuerda que «los sefarditas se consideraban judíos especiales, lo que estaba estrechamente relacionado con su tradición española». En sus recuerdos infantiles están, desde luego, las canciones, pero sobre todo, «la mentalidad de los españoles»: «Con ingenua arrogancia miraban por encima del hombro a los demás judíos, y utilizaban la palabra “tedesco”, cargada de sarcasmo, para designar a un judío alemán o askenazi. […] Entre los mismos sefardíes existían las “buenas familias”, por lo que se entendía las familias adineradas desde hacía tiempo. Lo más arrogante que podía decirse de alguien era “es de buena familia”».

Sin embargo, Canetti no soportaba ni podía tomar en serio «a nadie que ostente cualquier tipo de presunción por sus orígenes».4 Cuando escribe sus memorias, Canetti sabía de lo que hablaba y todos recordamos con horror la tragedia que implican los confinamientos, las deportaciones, los campos de concentración, los hornos crematorios y los crímenes del nazismo. ¿Se refería el autor de La lengua absuelta al supremacismo en todas sus manifestaciones?

«Adio Kerida» o «Cuando tu madre te parió»

La otra canción que se utiliza en la serie aparece en el momento en que la hija de Matilda, Rashel, una adolescente que ha crecido en un orfanato, va con su amigo Ismet a un lugar apartado al que acuden las parejas para intimar frente a una larga panorámica del Bósforo. Ismet, que es musulmán, le dice a Rashel que él no está hecho para formar una familia y le aconseja amistosamente: «búscate a otro mejor». Comienza a llover y Rashel sale del coche. En ese momento, Ismet la abandona en plena lluvia y regresa con su taxi a la ciudad (T.1:Ep. 3, 36:01) para seguir atendiendo a las rubias europeas que bailan en los clubes del centro de Estambul. En esta despedida, que supone para Rashel un segundo abandono, se canta «Adio Kerida».

La relación entre una judía y un musulmán era materialmente imposible en un entorno sefardí; en el judaísmo, tanto ortodoxo como conservador, no se permitían los matrimonios mixtos, a no ser que el miembro que no fuera judío se convirtiera. Pero ahí estaba también la transgresión, ese oscuro objeto de deseo que necesitaba satisfacer una adolescente recién salida de un orfanato, donde habría acumulado muchas razones para trasgredir este y otros tabúes. Pero la canción subraya la sensación de abandono, aunque, en realidad, está puesta en boca de un hombre decidido a romper con ese amor. Sin duda es la canción más triste y desgarradora que de todo el repertorio sefardí se haya podido elegir.

Tu madre kuando te pario
I te kito al mundo
Korason eya no te dio
Para amar segundo.

Adio Kerida,
No kero la vida,
Me l’amagrates tu.
Adio,
Adio Kerida,
No quero la vida,
Me l’amargates tú.

Va, buxkate otro amor,
Aharva otras puertas,
Aspera otro ardor,
Ke para mi sos muerta.

Aspera otro ardor,
Ke para mi sos muerta.
Adio,
Adío Kerida,
No kero la vida,
Me l’amagrates tu.
Adio,
Adio Kerida,
No kero la vida,
Me l’amargates tú

«Adio Kerida» (Adiós, querida) está interpretada y recogida por varios músicos y folcloristas. Aunque hay algunas colgadas en Internet, yo suelo ponerme la versión de Yasmin Levy, quizás la versión más desgarradora. Joaquín Díaz, en sus Kantes djudeo-espanyoles, trae una versión que titula «Cuando tu madre te parió», según la recopilación publicada por Isaac Lévy, padre de la cantante Yasmin, en su colección Chants judéo-espagnols (Londres, Jerusalén, 1959-1973). Con cierta distancia, Joaquín Díaz la califica de «cancioncilla amorosa oriental» y cree que «ha sido recientemente incorporada a la tradición sefardí, a juzgar por el aire “moderno”, tanto de la letra como de la melodía (basada en un tema de Verdi)».  Este tema de Verdi no es otro que el aria «Addio del passato», en el Acto III de la ópera La Traviata, la perdida, la extraviada. Joaquín Díaz apoya su postura desvelando el «flagrante italianismo» del «adío», en lugar del «adiós» o «adió» judeoespañol.5  Parecida opinión se sostiene en el vídeo-filme de Yehoram Gaon De Toledo a Yerushalayim. En él se afirma que Verdi se «inspiró» en una melodía sefardí, pero, en realidad, sucedió al revés, pues Verdi nació en 1813 y vivió en Milán entre 1838 y 1901. Estas fechas son fundamentales, porque los judíos italianos solo pudieron salir de sus guetos de Venecia, Florencia o Roma a partir de la primera guerra mundial, y, por tanto, lo que sucedió con toda probabilidad fue exactamente lo contrario: los sefardíes superpusieron a uno de los textos en ladino la música del aria de Verdi en la que Violeta se despide del mundo. Así lo sostiene la autoridad de Radio Sefarad cuando desvela la historia de esta canción,6

«En la revista Annual de la comunidad judía de Sofia, se publicó el artículo de Mois Dekalo The Girl with the Different Names, que describe la historia de Julie Cohen, una joven sefardí partisana de la ciudad, donde decía: “íbamos regularmente al Teatro Nacional y a la Opera Nacional… Conocíamos de memoria las arias de La Traviata, Tosca, El Barbero de Sevilla, Butterfly, Aida, etc. Pero nuestra favorita era el aria de Violeta en La Traviata y Julie cantaba sobre la misma un cante en judeoespañol muy hermoso y un poco triste”».

Lo que confirma esta afirmación de Radio Sefarad de España, y que también ha sido tratada en el programa de radio en ladino que el incansable e incombustible Moshe Shaul tenía en la Radio Nacional de Israel, es que Julie Cohen superponía a la música del aria de Verdi unos versos que ella recordaba de un «cante judeoespañol» que tenía más de una coincidencia con “Adió Kerida”, como si fuera una variación improvisada.

Adio, tu no sos mas mio,
te torno el aniyo
ke kedo de ti.

Va, bushka otra amor.
Va, bate en otra puerta,
Ke] a mi el korason me dio
ke vo tomar segunda amor.

Algunos sefardíes han querido leer en el texto de esta canción una amarga despedida de España en el momento de la expulsión, pero la letra no indica eso por ninguna parte. Usando la misma fuente, así lo constata también Villatoro en El regreso de los Bassat: «En una página sobre cultura sefardí, Matilda Koen-Sarano explica, en un ladino bellísimo, que los judíos de Salónica cantaban cantigas con letra propia a partir de músicas famosas. […] La idea de que Adio Kerida, en ladino, es de hecho un canto de amor a España, a Sefarad, en el momento de la separación forzosa, es bonita y atractiva, pero no es fácil de defender si uno se fija bien en lo que dice».

Solo conozco una música más triste que esta, la del Col Nidré, o Kal Nidré en sefardí, un texto que se recita la víspera del Yon Kipur o Día del Gran Perdón. Con esta plegaria, se pide a Yahvé el perdón de todas aquellas promesas, compromisos y juramentos que se hubieran hecho a lo largo del año y no se hubiesen cumplido. Dicho así, no parece nada justo este perdón, incluso sería claramente inmoral. Pero lo cierto es que este Kol Nidré se recita pensando en los sefarditas y judíos españoles que durante los pogromos, o ya bajo el control de la Inquisición, habrían jurado, dicho o prometido algo sabiendo que era imposible de cumplir. Un acto, pues, de nicodemismo defensivo que muchos judíos españoles —y otros disidentes— no tenían otro remedio que adoptar porque su conversión había sido forzada. Pero llegaba el Día del Gran Perdón y todas esas promesas incumplidas quedaban olvidadas.

El compositor Max Bruch, en 1880, compuso, para orquesta y violonchelo, la música de un Kol Nidrei, Op. 47, que, como la melodía de «Adió Kerida», es la expresión de una pena insuperable, casi funeral, con ese registro hondo que aporta el violonchelo. Quizás la interpretación de Jacqueline du Pré sea una de las mejor conseguidas. Más tarde, en 1938, Arnold Schoenberg compuso un Kol Nidrei, Op. 39 para ser recitado, con coro y una pequeña orquesta, que, en mi opinión, ha perdido la solemnidad rotunda y triste de la composición de Bruch. Es cierto que Schoenberg quería limpiar de sentimentalismo la música de Bruch, pero su Kol Nidrei se le quedó en un divertimento vanguardista dodecafónico.

«Manzanicas coloradas las que vienen de Stambol»

Y ya que hablamos de Estambul, volvamos a La lengua absuelta, en la que Canetti cuenta que al llegar a Manchester, se incorporó a la escuela que dirigía Miss Lancachire. De jugar con otro niño a intercambiar sellos y aprender inglés, pasó a acompañar a una niña que se había sentado a su lado, llamada Mary Handsone. Canetti recuerda que enseguida quedó prendado de la niña, sobre todo por el color de sus mejillas, y todos los días la acompañaba a casa y la despedía con un beso. El beso infantil de Canetti generó un cierto disgusto en los padres de Mary, que pidieron la corrección del expansivo Elías y sugirieron incluso su expulsión. Mucho más tarde, escribe Canetti, «reflexioné sobre este amor infantil y un día me vino a la memoria la primera canción infantil en ladino que escuché en Bulgaria. Todavía me llevaban en brazos cuando algún personaje femenino se me acercó y empezó a cantar: “Manzanicas coloradas las que vienen de Stambol”; entonces acercando su dedo índice a mi mejilla lo hundía repentinamente en ella».7

De la cancioncilla «Manzanicas coloradas» se han conservado varias versiones; alguna parece un collage textual elaborado a partir de piezas dispersas de distintas canciones que no hubieran logrado fijar con claridad la historia que debería contener. En la tradición sefardí, como en otras culturas, el color sonrosado de las mejillas es signo de salud y belleza, mejor, de lozanía. Pero la palabra alijo no entró en el castellano hasta 1600 y «sueña los aliños» solo consigo imaginarlo en un restaurante de gastronomía fusión. Pero ahí quedó el recuerdo de Canetti, quien, en una ocasión, le confesó a Mario Muchnik que se trataba de una «cancioncilla de cocina que cantaban en su casa».8 ¿Cuál es la versión que le cantaban a Canetti? No creo que fuera la siguiente canción collage.

Manzana, manzanica
eres una boquita,
eres mi niña triste,
toma tus alijos,
sueña los aliños,
aliño mi niña triste,
y quédate donde queráis
que algo es el agua.
Niña color manzanica,
cuando tengas hambre
no lloréis: bébete el mar.
Niña color manzanica,
cuando tengas lágrimas,
tus mejillas serán coloradas,
Abrázame,
Muérdete,
Rueda.
Corre, vuelve a Stambol.

De la canción «manzanicas coloradas» se conservan otras versiones más coherentes. Hay, sobre todo, dos que remiten una a la otra y que pongo aquí porque, en esas variantes, se advierte el trabajo del tiempo, ese gran escultor. Los dos versos finales de esta primera versión cantada por Dafné Kritharas merecen no solo que se resucite la canción, sino que quede inmortalizada en la memoria, aunque, como diría Joaquín Díaz, que es el que sabe, parezca una versión más moderna:

Hija mía mi kerida,
amán, amán, amán,
no te etches a la mar

que la mar está en fortuna,
mira que te va a llevar.
Que me lleve, que me traiga,
amán, amán, amán,
siete puntos de fondor.
Que m’engluta peche preto
para salvar del amor (bis).
Manzanikas coloradas,
amán, amán, amán,
las ke vienen d’Estambol,
adientro ay un guzano
les buraka el korazon.

Esa estrofa final tiene todavía otra variante que me ha proporcionado Liliana Benveniste desde Buenos Aires y de la que solo elijo, para remate, la estrofa final.

Mansanikas koreladas
las ke vienen d’Estambol.
Arriento esta el guzano
ke kavaka el korason.

Quedan, pues, avisados: las manzanas de Estambol llevan dentro un gusano que les come el corazón. Sin más comentarios fáciles.


1 Orhan Pamuk, que había nacido en Estambul en 1952, aborda y analiza estos disturbios en el cap. 19 de su Estambul, ciudad y recuerdos, Barcelona: Debolsillo, 2010.

2 Orhan Pamuk: Estambul: ciudad y recuerdos, Rafael Carpintero (trad.), Barcelona: Debolsillo, 2010, p. 205.

3 Joaquín Díaz: Romanzas y cantigas sefardíes, texto en <https://funjdiaz.net/joaquin-diaz-canciones-ficha.php?id=562>.

4 Elías Canetti: La lengua absuelta, Lola Díaz (trad.), Barcelona: Muchnik, 1981, pp. 12-15.

5 Joaquín Díaz varía el verso último del estribillo, la segunda vez que se canta, dice: «me la tomaste tú».

6 Radio Sefarad.com: «La historia de “Adió Kerida”» (11 noviembre 2019).

7 Elías Canetti: La lengua absuelta, Lola Díaz (trad.), Barcelona: Muchnik, 1981, pp. 64-66.

8 Mario Muchnik. Editor para toda la vida: conversaciones con Juan Cruz Ruiz, Madrid: Trama, 2021.


Javier Pérez Escohotado, ensayista, poeta y crítico, es doctor en filología hispánica por la Universidad de Barcelona y profesor del Máster de Traducción Literaria del IDEC/Pompeu Fabra. Sus investigaciones se orientan hacia la gastronomía, la Inquisición y la vida cotidiana. Autor de los poemarios Laura llueve (2000) y Papel japón (2002), ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Sexo e Inquisición en España (1998), Antonio de Medrano, alumbrado epicúreo. Proceso inquisitorial, Toledo 1530 (2003), Donjuanes, bígamos y libertinos. El filo de la Historia (2005), Crítica de la razón gastronómica (2007) y El mono gastronómico: ensayos de arte y gastronomía (2014). Asimismo, ha colaborado en Poemas memorables: antología consultada y comentada 1939-1999 (1999); ha editado y prologado Jaime Gil de Biedma. Conversaciones (2002) e Inventario de disidencias, suma de calamidades (2010). Ha publicado artículos de opinión y crítica en diversos diarios y revistas.

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