/ una reseña de Luis García Otero /
«Enseñar es mi manera de aprender». Arturo Caballero dedicó gran parte de su vida académica a ejemplificar la máxima de Enrique Baltanás. Otra parte de su tiempo la devora su gran pasión por el arte y especialmente su obstinada voluntad de desfazer los entuertos que encierran eso que llamamos, sin saber muy bien por qué, arte contemporáneo. Ha recorrido infatigablemente las ferias, los certámenes, los museos y el abigarrado conjunto de exposiciones que una y otra vez reclaman nuestra presencia y casi aquiescencia, para desvelar los misterios órficos del arte de nuestro tiempo. El arte actual, o debería decir el mayor espectáculo del mundo, se ha convertido para muchos en una especie de Santo Grial y como nuevos parsifales partimos en busca de aquello que nos hará, si no mejores, al menos más dichosos. La comprensión que A. C. muestra en Arte y perversión nos remite al largo conocimiento acumulado, pero no sólo a eso, también ha desarrollado en su viaje, como diría el pope de la posmodernidad Rorty, la compasión necesaria para valorar en su justa medida todas las manifestaciones artísticas del amazónico mercado actual.
El título del libro me remite indefectiblemente a la famosa y multitudinaria exposición Das entertete Kunst, celebrada en Múnich, y en la que los nazis ofrecían a la mofa pública una amplia selección de las vanguardias. No es esa la intención de A. C., que intenta separar el grano de la paja, y a fe que no es sencillo.
El experimento artístico desde las vanguardias tiene el derecho de prevalecer sobre cualquier consideración o norma social, ética o estética, por el mero hecho de serlo. La suprema autoridad espiritual y moral corresponde al arte por el hecho de ser nuevo. Pasaban del transformar el mundo a cambiar la vida. De Marx a Rimbaud. Bien: algunos, y A. C. entre ellos, nos negamos a aceptar una autoridad que no venga dada por la razón, el sentimiento, la verdad, la apertura a un mundo desconocido o, simplemente, el placer que nos genere la experiencia.
En el mundo del arte y especialmente en el último medio siglo, han proliferado las aldeas Potemkin; sucesivamente se desmontan y sirven para decorar una nueva representación. El arte ya no imita a la vida, la vida imita al arte.
Un libro no escribe todos los libros, no pretendo agotar el infinito conjunto de referencias que abarca el libro, solo comentaré algunas asociaciones libres generadas por la lectura hipnótica en muchas ocasiones del mismo.
A. C. no define el objeto de su estudio de manera bizantina, ni limita, ni excluye. Nos invita a acompañarlo en un largo recorrido por las manifestaciones artísticas más significativas, desde la segunda mitad del siglo XX hasta el presente. Y la manera de hacerlo es decir algo distinto, como decía Chesterton, haciéndolo distinguible de cualquier otra cosa. El autor construye, habría que decir teje, un gigantesco tapiz con la paciencia del artesano hasta formar un mosaico caleidoscópico donde se reflejan, sin teología, las virtudes y los vicios del arte contemporáneo. A través de las poéticas entradas que titulan cada capítulo, el autor nos invita a recorrer un camino propio, el único posible, el lector decide sus acuerdos y desacuerdos, pasión cinéfila. Nos revela toda su erudición revestida por un cálido humor que sabe suavizar la crítica, que la hay y mucha, incitándonos a opinar con criterio. Es un libro abierto, un verdadero work in progress.
Su mirada es vital; el autor admira, se detiene aquí y allá, valora, puntualiza, resume. Nos propone una partitura llena de motivos, temas, células rítmicas organizadas por el leitmotiv de la reflexión en torno al arte. Creo también que una velada melancolía recorre las páginas de este libro, y es que parte de sus vivencias están en él. A. C. debela las repeticiones, los estereotipos, el camelo de muchos artistas de la así llamada posmodernidad. No hay nostalgia por el mundo de ayer, de valores sólidos, sino pesquisa y aceptación de un mundo nuevo. El juego de espejos, la matrioshka interminable en la que se ha convertido el arte actual, nos deja infinitud de preguntas, dudas y comentarios. El autor no propone un canon, ni una historia, ni una cronología de objetos artísticos. Reflexiona sobre algunas tendencias del arte contemporáneo sin imponer un criterio; nos entrega el placer del conocimiento para que cada uno de nosotros siga descubriendo la salida del laberinto.
El autor no cree en el discurso del final del arte. No se detiene a reformular el tema de nuestro tiempo, qué es arte y qué no es arte. Es ya antiguo y aplicado reiteradamente a la novela, al cine, el teatro y la música. Desde los años sesenta, hemos asistido al cambio de paradigma teorizado por Kuhn. Ya no se estudia: se consulta. El conocimiento no está ya solo en la borgiana biblioteca de Babel. La tercera ola de las nuevas tecnologías abre un mundo nuevo y el autor acepta el reto, que cambia las reglas del juego, y no solo en el mundo del arte. Los artistas parecen cumplir el sueño dadaísta, los museos albergan una parte ínfima de las manifestaciones artísticas.
La posmodernidad, el mundo, se ha vuelto líquido. Bauman aplica este concepto a la sociedad, a las relaciones de pareja, al individuo solitario. Todo cambia, nada permanece. Nos corresponde a nosotros definir a la manera de Schopenhauer qué es voluntad (esencia verdadera de las cosas) y qué es representación (farsa).
La sensación que Arte y perversión deja en el avezado lector es una invitación profunda a la reflexión, a la continuidad, a seguir buscando en el complejo y singular mundo descrito. Como titula una de sus entradas, es la «Historia interminable».
Quizás otros vean en el futuro estos debates como fósil director de una época pasada, el triunfo del tiempo y del desengaño. Nosotros, activados por la pasión que A. C. nos transmite, solo debemos preguntarnos cuándo volveremos a visitar estas páginas como consuelo de nuestro desvarío o, mejor, hacer votos para un Arte y perversión II.

Arturo Caballero
Trea, 2021
552 páginas
29 €

Luis García Otero (La Coruña, 1966) es licenciado en Historia Antigua por la Universidad de Santiago de Compostela (1989). Es profesor del IES Delicias y colabora con la Facultad de Filosofía y Letras de Valladolid en el desarrollo del programa BIE (Bachillerato de Investigación y Excelencia en Artes). Colecciona fotogramas, notas musicales y saberes inútiles.
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