El runrún interior

El runrún interior (68)

Pablo Batalla Cueto registra en su dietario pensamientos propios y notas de libros leídos y cosas vistas en Internet, escribiendo sobre la lectura de 'La llegada del Tercer Reich', de Richard J. Evans, o la de 'La estrategia del roble', de Tito Montero.

/ por Pablo Batalla Cueto /

El runrún interior (67)

Martes, 13/9/2022. A menudo detestamos a aquellos que se nos parecen, y que se nos presentan como un espejo de todo lo que no nos gusta de nosotros mismos. Nos pasamos la vida barriendo esas frustraciones bajo tupidas alfombras del intelecto, tratando de que ojos que no vean, corazón que no sienta; y, ante esos gemelos casuales e impertinentes, es como si esa porquería psíquica saliera a la superficie y, no ya su polvo nos envolviera e hiciera estornudar, sino que coagulase en forma antropomórfica, viva, de despiadada coherencia y robustez.

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Soporto mal, en general, los fenómenos fan en torno a deportistas individuales, pero los hay que me inspiran cierta compasión pasoliniana; la de apreciarles un algo humilde, ingenuo: así, por ejemplo, el de Fernando Alonso. Detesto sin ambages, sin embargo, el de Nadal: todo en él es lúcido, misántropo y despiadado como un ejecutivo de Banesto.

Sobre Nadal comenta hoy Pedro Vallín que, frente a él, prefiere al Alcaraz que «propone imaginación, alegría y creatividad, frente al resistencialismo heroico del mallorquín, que es el mismo de Arancha y que, simplificando, es la épica mártir del perdedor sin talento pero perseverante». Yo no sé si esto es así o no, porque el tenis nunca me ha interesado y nunca he visto, ni un partido de Nadal, ni uno de Alcaraz. Pero me identifico con el principio que enuncia Vallín: preferir, en el deporte, a quienes encarnan una imagen de juego y alegría que a quienes representen la disciplina espartana y el martirio. Siempre Sócrates, nunca Dunga.

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Veo de noche el documental de tres capítulos Salvar al Rey, «una fascinante historia —resume la sinopsis de HBO— de espías, conspiraciones y pactos de silencio, en la que, según cuentan los expertos entrevistados, toda la maquinaria del Estado se afana por proteger al rey emérito de sus propios actos y ocultar sus escándalos». Desde los primeros chanchullos con Manuel Prado y Colón de Carvajal hasta el sainete Corinna, pasando por el secreto a voces de su papel real en el 23-F, la historia, a ratos rocambolesca y como de la TIA de Mortadelo y Filemón (como cuando el CNI le pone un chalé para que pueda encontrarse cómodamente con Bárbara Rey), de un caradura superlativo. Lo disfruto, aunque es bastante evidente que su misión es… salvar al rey [Felipe VI], lo cual explica que se hayan prestado a ello conservadores como Casimiro García-Abadillo o Antonio Pérez Henares. Si contándolo todo sobre Juan Carlos se transmite que hubo, pero que ya no hay, pacto de silencio en torno a la Casa Real, el Felipe sobre el que nada se siga contando parecerá honrado. Iluminar fuertemente una parte de una estancia para ennegrecer la sombra que oculte el resto. Realmente es una jugada muy inteligente: doctores tiene la institución monárquica. Habrá que esperar al reinado de Leonor, dentro de treinta años, para ver el Salvar al Rey que nos cuente cómo se protegió a Felipe. En marzo publicaba The Telegraph, por ejemplo, que Felipe VI aparece como el segundo beneficiario de la fundación offshore que figura como titular de la cuenta bancaria donde se ingresó una supuesta donación de 100 millones de euros de Arabia Saudí a su padre.


Miércoles, 14/9/2022. Fallece un hombre en la plaza de toros de Murcia, corneado por un astado. La tauromaquia es nuestro balconing: un disparate sangriento que, sin embargo, nos obstinamos en seguir perpetrando. No estamos para reírnos de los ingleses.

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Leo que se acaba de saber tras diez años de exploraciones del Grupo Gema que, debajo de la Santa Cueva de Covadonga, en las entrañas calizas de la montaña, hay trece kilómetros de asombrosas galerías subterráneas: la gruta del Trumbiu. Aquí hay una metáfora de algo.

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Combates en la frontera entre Uzbekistán y Kirguistán, recrudecimiento de los que ya había entre Azerbaiyán y Armenia, y movimiento de tropas en Georgia en dirección a la república rebelde de Osetia del Sur. Cuando el gato ruso no está, los ratones exsoviéticos bailan. La invasión de Ucrania es un poco aquello de Fouché: no solo un crimen, sino un error. Se vienen tiempos turbulentos, me temo, para el espacio exsoviético después de que Rusia haya demostrado, con sus desastres ucranianos, ser un tigre de papel; tal vez unas guerras yugoslavas del tamaño de un sexto de la tierra emergida. A Putin lo van a acabar colgando de una grúa los propios rusos.

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Leo que, en 1828, tiempo en el que estaban de moda las «miniaturas de ojo», pequeños retratos de la mirada de una mujer, como muestra de afecto de esta a su amante, la estadounidense Sarah Goodridge prefirió regalar al suyo este otro cuadrito, un poco distinto.

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Hebreos, 13:2: «No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles».

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Leo una cita de Pier Paolo Pasolini de la que luego me dicen que es apócrifa. En todo caso, resume muy bien el pensamiento pasoliniano: «Pienso que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota. En no ser un trepador social. Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos, ante esta antropología del ganador prefiero mil veces al que pierde».


Jueves, 15/9/2022. Dice Cayetano Martínez de Irujo que empatizaba con Lady Di porque «vivir en un palacio es difícil, es frío; hay que ser muy fuerte». Abolamos, pues, los palacios. Evitemos un sufrimiento innecesario a tanta pobre gente.

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Leo por fin La estrategia del roble, un librito inclasificable del cineasta Tito Montero, suerte de manifiesto de la filosofía detrás de su arte en forma de colección de textos de diferente índole, suyos y de otros autores. Disfruto especialmente sus «Notas sobre un cine [asturiano] necesario]». Montero proclama allá rechazar las «obras sin raíz geográfica y fácilmente exportables» del «artista radicante altermoderno definido por Nicolas Bourriaud, […] que es nómada, globalista, habitante del no lugar y evita el conflicto político desde lo poético mezclando un poco de su origen con un sampleado de otras culturas». Afirma, en contrapartida, la necesidad de un cine con raíces, universal, internacionalista, pero asturiano, y que mire al pasado de Asturias, pero no en busca de ensoñaciones reaccionarias, sino de semillas de sublevación; de una sublevación benjaminiana que sea venganza de los abuelos esclavizados en lugar de ideal de liberación de los nietos. En una Asturias sin identidad ni relato después de lo rural, después de lo industrial, sola en mitad de su propia tierra, desmemoriada de sí, reconectar con un pretérito fertilísimo, pero hecho ininteligible para los asturianos de hoy a fuerza de las huidas y las vergüenzas de clase de quienes fueron queriendo una vida diferente para sus hijos. Refiere Montero, vindicador de la condición artesana del cine, su necesidad personal, que es también colectiva, de «una suerte de reconexión obrera. Mi padre fabricaba casas con ladrillos. Mi madre, ropa con telas. Yo construyo películas con imágenes (y palabras)». Sus películas —decidió— «deben centrarse en Asturias y los asturianos: ya sea en una fábrica o en el interior de las salas de un museo, sobre el propio territorio o desde las lejanas calles de Chicago». Centrarse en Asturias sin la «mirada colonial» que ha sido característica de otros cineastas, como así disertaba Ramón Lluis Bande:

«Yo, hace años, definí la mirada de los directores que vienen a Asturies para utilizarla como decorado, como paisaje, como la mirada colonial. Es una mirada muy agresiva, porque olvida a las personas que construyeron ese paisaje reduciéndolo a la condición de decorado, olvida su realidad social. El caso de Asturies es especialmente sangrante. Esos directores nunca se hacen las preguntas que yo me hago cuando coloco una cámara. Me parece imposible rodar un paisaje sin que el plano que salga tenga un comentario social implícito. Cualquier plano rodado en Asturies lleva un comentario social implícito: siempre hay un castillete, un ocalital… Siempre hay algo que implica un comentario sobre las relaciones de poder que construyeron esta sociedad».

El libro también incluye una suerte de poemas en prosa y sin puntuación, escritos por el propio Montero. Me impresiona mucho este:

«vive en lo oscuro del bosque y todo se tuerce una noche cuando entrada la madrugada el niño baja hacia el pueblo a por agua algo se esconde en la sombra ve a la fuerza agazapada y oye las bombas caer y siente la sangre correr y la pared acribillada los dos saltan por la ventana hacia su final hacia su triste final hoy es otro domingo cualquiera otro siglo otro silencio otras penas aquel niño ahora es un anciano y en su monte ya no quedan fugados la miseria parece extraviada y no lo está y el dolor lo taparon con ramas pero ahí está y bajo la tierra esa sangre alimentó raíces constantes desde aquel final desde aquel triste final que cimienta todo lo que fuimos y rescata su valor del olvido hasta el final».

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Es notorio y conocido que Juan Carlos I se ha llevado mejor con los presidentes socialistas que con los populares. Su relación fue extremadamente tirante con Aznar; Rajoy fue quien lo obligó a abdicar. Con quien mejor se llevó fue con Felipe González. En Salvar al Rey, y con la excepción de Victoria Prego y Luis María Anson, nadie es tan generoso con él como José Bono. Seguramente Juan Carlos haya tenido siempre claro que en España hay monarquía mientras el PSOE quiera que la haya, y esa buena relación con el partido socialista sea una mezcla de estrategia y agradecimiento. Justamente hoy leía en La estrategia del roble que, en 1980, el presidente asturiano Rafael Fernández —revolucionario en el 34, consejero del Consejo Soberano de Asturias y León durante la guerra, exiliado después en México, algo así como nuestro Tarradellas— visitó al Rey en Zarzuela, donde le pidió que el Príncipe estrechara lazos con Asturias, y después contó a la prensa: «Al rey se le humedecieron los ojos cuando yo le dije que era un viejo republicano». Las alabanzas de

En la dirección opuesta, tiene sentido que aquella beautiful people felipista, gente que, viniendo del antifranquismo, recibió del nuevo régimen poder y enriquecimiento, ensalce y proteja con ahínco a su encarnación última, aquel que posibilitó su llegada. Pienso también en una circunstancia común, un entendimiento elemental entre seres que han vivido cosas parecidas, que tal vez explique la cordialidad entre Juan Carlos y Felipe González: ambos fueron promocionados por el franquismo frente a una alternativa, a unos superiores, a los que se les hizo traicionar. Juan Carlos, a su padre, al orden dinástico; Felipe González (recuérdese que Carrero Blanco ordenó que se facilitara su desplazamiento a Francia para acudir al Congreso de Suresnes, y que no fuera detenido a su vuelta), al PSOE histórico de Rodolfo Llopis y compañía.


Viernes, 16/9/2022. Leemos hoy que el Parlamento Europeo concluye que Hungría ya no puede considerarse una democracia. ¿Habrá, pues, que hacerles el Hungrexit? ¿O esto va a ser el enésimamente inane «we are deeply concerned» bruselense?

Me topo en las redes con un tipo, «cupaire» —esto es, simpatizante de las CUP catalanas— según su propio nickname, indignado por este dictamen del Europarlamento. «Muy mal Hungría. Si hubierais hecho lo que os ordena la OTAN […] seguiríais siendo una “democracia plena”, como Polonia.. Espanya.. o la Ucrania que secuestra a profesores a punta de Kalashnikov, o asesina activistas molestos», escribe. En el nick, exhibe también la Z que se ha convertido en símbolo de apoyo a Putin. Tenemos, pues, a un independentista catalán de izquierda que apoya la invasión de Ucrania y, a fuer de antiotanista, el fascismo húngaro. El cacao maravillao que rebulle en la cabeza de algunos habitantes de este tiempo desquiciado es una cosa asombrosa. William Callison y Quinn Slobodian llaman diagonalismo a esta disidencia universal, atolondrada y rabiosa, dispuesta a, literalmente, apuntarse a un bombardeo, lo haga quien lo haga, sean cuales sean sus consecuencias, mientras se dirija contra un enemigo común diabolizado.

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En una exhibición de fuegos artificiales y drones luminosos en el Reino Unido, homenajean a la reina difunta dibujando en el cielo las siluetas de sus perros preferidos. Cuando sucede en Corea del Norte o el Turkmenistán de los disparatados autócratas Nyýazow y Berdimuhamedow, nos horrorizamos con razón, y a veces proclamamos la superioridad occidental frente a estos cultos de la personalidad fetichistas y desquiciados, propios de la barbarie oriental. Es un poco lo de aquella viñeta de Tom Gauld: nuestro líder glorioso, su déspota demente; nuestra gran religión, sus primitivas supersticiones; nuestro noble pueblo, su atrasada y salvaje chusma; nuestros heroicos aventureros, sus invasores brutales.

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Hace fortuna últimamente, en los submundos fétidos de la reacción antifeminista y la cultura incel, un estereotipo propagandístico y autorreconfortante: la feminista que no quiere o no encuentra marido y acaba viviendo sola y amargada con su gato. Hoy se comenta en Twitter un vídeo de TikTok en el que se muestra a una mujer de los años cincuenta que viaja al presente y se ríe de una. Sí: de los cincuenta. ¿Cuántas mujeres adultas de aquella década terrible en todas partes para las mujeres, y más que en ninguna en España, lo dejarían todo sin mirar atrás para convertirse en esa soltera independiente, sin más cargas que una mascota? Como satiriza una cuenta a la que sigo,

«cero dudas de que coges a alguna señora de misa diaria de los cincuenta, la mandas al futuro a vivir la full experience y pasado el shock inicial, si le aseguras que lo que pasa en 2022 se queda en 2022, acaba en el camping del FIB fumada perdida follándose al del food truck vegano. Un capítulo de El Ministerio del Tiempo donde se les cuele Carmen Polo por un portal al presente, acabe en el Orgullo liándose con una influencer y tengan que convencerla de que ahora que tiene orgasmos y viajes gratis a Ibiza hay que volver con Paco porque la historia es la que es».

Yo he pensado muchas veces, en relación con estos asuntos, en Q., mi tía abuela monja, ya fallecida, y en sus compañeras, a las que conocía cuando viajábamos a visitarla en alguno de sus destinos, que fueron varios. En contra de la imagen preconcebida que uno pudiera tener de unas monjas, eran gente lozana, enérgica y alegre, con un punto, incluso, de ingenuidad infantil, de la que tardé un tiempo en darme cuenta de la sutil ausencia que me llamaba la atención en ellas de manera inconsciente: la de ese fondo, ese hálito, esa traza general de amargura que es característica de casi todas las mujeres de esa edad. Diría —no es una hipérbole— que hasta la piel les brillaba de un modo distinto. No habían conocido las penurias de aquellas amas de casa cargadas de hijos, muchas veces no deseados, sino tenidos por la inercia de un mundo sin la oferta de otros caminos; ni aquellos maridos de los que yo he escuchado y visto, hasta cuando eran buenos en comparación con la media masculina del momento, tantas historias desoladoras de ausencia, de negligencia, de ventajismo, de deslealtad, cuando no del más crudo maltrato, por parte de aquellos monarcas inviolables del hogar. Es de suponer, sí, que tampoco conocieron, mi tía y sus amigas, los placeres de la carne, el sexo, pero ¿qué sexo no conocieron? Casi nunca un deleite compartido y generoso, casi siempre los empellones desmañados, sin florituras de kamasutra, de un antigalán en camiseta Imperio, prosecutor del orgasmo egoísta y rutinario. A cambio de ese precio que no parece tan oneroso, mi tía  conoció el mundo: vivió años en Argentina, en Uruguay, peregrinó, después, por varios sitios de España, manejó su dinero, nunca pasó estrecheces, era, por cierto, persona progresista y abierta de mente, que incluso sobrepasaba con creces, en ello, a algunas familiares muy devotas.

No quisiera yo romantizar el monacato o la Iglesia. Se trata, en realidad, de lo contrario: de pensar qué mundo era aquel en el que una vida tan poco romantizable como la conventual fuera con tanta frecuencia la salvación de una existencia seglar muchísimo menos halagüeña. La elección vital de mi tía también significó infelicidades: años lejos de sus padres, de sus hermanos, de sus sobrinos, a los que ni siquiera podía visitar en sus casas antes del Concilio Vaticano II; viajar sí, pero no por placer, sino por deber, y dejar atrás rutinas y amistades con cada cambio de destino. Tal vez alguna crisis de fe; ese instante de duda zozobrante —que tiene que serlo mucho— por el que todos los religiosos reconocen haber pasado en algún momento; la angustia de pensar de si no se han consagrado la vida y mil renuncias a venerar a un dios inexistente.  Pero en eso, simplemente coincidía con tantas otras mujeres no monjas de su época. También ellas veneraron a deidades ficticias, los lares y los penates de la armonía doméstica y la división sexual de tareas; también ellas tuvieron conscientes o inconscientes crisis de fe. Pero ellas no podían abandonar su convento.

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Titular de La Razón: «Perlas anales para ganar torneos de ajedrez, el último escándalo del deporte». Si alguien gana un torneo porque su ojete puede leer jugadas de ajedrez chivadas en código morse vibratorio, chico, yo creo que sigue mereciendo ganar: tiene más mérito que Kaspárov.


Sábado, 17/9/2022. Lanza Jorge Tamames una propuesta audaz e interesante sobre Los anillos de poder, la serie precuela de El Señor de los Anillos. Copio, pego:

«Igual me estoy tirando un triple, pero tengo la impresión de que entre El Señor de los Anillos y Los Anillos de Poder se nota el transcurso de la era populista (Trump, Brexit, Syriza et al.). Concretamente, la forma en que se ha digerido esa experiencia en Hollywood. En la trilogía, el pueblo es sencillo pero abnegado, decente, etcétera. La gente de Rohan y Minas Tirith lucha y aguanta como puede, los hobbits son conservadores pero buena gente… Quienes no están a la altura suelen ser las élites: Denethor, Saruman, el primer Théoden. En la serie, la representación del pueblo más frecuente es: un hatajo de desubicados que te la lían en cuanto te despistas. Gentuza incapaz de apreciar la sabiduría de sus líderes, desde las Tierras del Sur hasta Númenor. Encima, veneran las cosas equivocadas. Todo mal. Así, los white trash de la atalaya no aceptan la autoridad de la curandera, Tar-Míriel está muy angustiada porque sus súbditos se han vuelto racistas, y a Galadriel se le amotinan sus propios soldados (a quienes trata sin ningún respeto, todo sea dicho; bien por ellos al rebelarse). El hecho de que la dinámica pueblo imbécil vs élites virtuosas se superponga con otra de género no contribuye a volver el producto menos elitista, claro. Es como si hubiesen pedido a Yascha Mounk hacer de consultor para las escenas políticas».

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Se hace público un manifiesto con miles de firmas ilustres pidiendo el indulto de José Antonio Griñán, expresidente de Andalucía, condenado por el caso de los ERE. La lista es prácticamente un santoral del régimen del setenta y ocho: políticos de varios partidos, líderes sindicales, periodistas, literatos y artistas y oficiales, deportistas, jueces, intelectuales… De Rodolfo Martín Villa a José Luis Rodríguez Zapatero, pasando por Miguel Ríos o Vicente del Bosque. Están ahí la base y la superestructura, el pan y el circo, todo. Yo pienso que miles de famosos firmen por el indulto de Griñán debería ser, no un motivo para concedérselo, sino para negárselo con más firmeza. Si algún sentido tiene la figura jurídica del indulto —de partida, bastante problemática— es como instrumento a favor de los humildes, de los despojados de todo capital literal y simbólico, no como privilegio de los capaces de reunir cuatro mil firmas famosas en su favor. Aliviar la paradójica injusticia de una aplicación rigorista de la ley, como el caso de aquel gallego que había cometido un delito relativamente menor (un tema de drogas, creo recordar) por el que tardó en ser condenado, y que, cuando lo fue y debió entrar en prisión, ya estaba reinsertado. El indulto, si existe, debe servir para evitar eso, no para evitarle la cárcel a un expresidente, cuando ni siquiera hay la justificación pacificadora que pudo tener el —en todo caso, también muy cuestionable— indulto a los líderes del Procés.

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Leo, contada por Miguel A. Fernández, una historia que desconocía por completo: la de Florencio Pla, un guerrillero que nació guerrillera. Había venido al mundo en 1917 en Mas de Pallissa, en una familia de pocos recursos. Nació sin genitales claramente definidos y su familia decidió inscribirlo como mujer llamada Teresa, con el fin de evitarle el servicio militar y que fuera objeto de burlas. Pero pronto empezó a desarrollar rasgos vigorosos y masculinos por los que sufrió el acoso y la ridiculización constantes de las gentes de la zona. En 1949, estando con su rebaño en el monte, se topó con un grupo de guardias civiles que lo desnudaron y sometieron a ultrajes. Humillado, huyó hasta encontrar refugio con los maquis de la Agrupación de Guerrilleros de Levante y Aragón (AGLA). Aprendió con ellos a leer y escribir y se cambió el nombre por Florencio. Lo apodarían Durruti, aunque popularmente siguió siendo conocido como La Pastora. Y siempre agradecería a «aquellos hombres silenciosos que lo acogieran sin preguntas y lo aceptaran como era». Capturado en 1960 en Andorra, fue entregado a las autoridades españolas, que le atribuyeron numerosas atrocidades con las que nada tenía que ver. La prensa franquista se refería a él como una «loba hambrienta de carne y sangre» y «una repelente mujer, lésbica y sanguinaria, con instintos de hiena». Conmutada la pena de muerte por treinta años en una cárcel de mujeres, Florencio estaría en prisión hasta 1977, tras lo cual logró su inscripción como hombre en el registro. Murió en 2004 en Olocau (Valencia). Qué historia tan asombrosa.


Domingo, 18/9/2022. Titular de El País: «La bandera nacional de Brasil vive una crisis de identidad desde que años atrás la derecha emprendiera una campaña para apropiársela. A día de hoy, está tan asociada al bolsonarismo que los brasileños más progresistas dejaron de sentirse cómodos con ella». Las casas todas, las habas universales y su general cocimiento.


Lunes, 19/9/2022. Escribía Klemperer en 1926 que «hay universidades reaccionarias y liberales. Las reaccionarias no contratan a ningún judío, las liberales ya siempre tienen dos judíos y no cogen a un tercero».

Lo leo en La llegada del Tercer Reich, primer tomo de la colosal historia del nazismo de Richard J. Evans, que he empezado a leer animado por la recomendación de Edgar Straehle. Uno de esos libros de mucho subrayar. Por ejemplo, esto en lo que se aprecia una perturbadora semejanza con nuestro presente:

«Para los nacionalistas [alemanes de Weimar], las feministas parecían ser prácticamente unas traidoras a la nación por impulsar a las mujeres a trabajar fuera del hogar. Pero las propias feministas estaban casi igual de alarmadas ante la nueva atmósfera de liberación sexual. La mayoría de ellas habían fustigado antes de la guerra una moralidad sexual hipócrita de libertad para los hombres y castidad para las mujeres, y abogaban en vez de eso por una norma única de contención sexual para ambos sexos. Su puritanismo, expresado en campañas contra los libros pornográficos y los cuadros y películas sexualmente explícitos y en críticas a las jóvenes que preferían los salones de baile a los grupos de lectura, les parecía ridículo a muchas de las mujeres de la generación más joven, y a finales de los años veinte las organizaciones feministas tradicionales, privadas ya de la causa principal por la introducción del sufragio femenino, se quejaban de que entre sus afiliadas abundaban las personas de edad madura y escaseaban las jóvenes. El feminismo estaba a la defensiva, y las mujeres de clase media, que eran su soporte principal, desertaban de su medio liberal tradicional para incorporarse a los partidos de la derecha. El movimiento feminista sentía la necesidad de defenderse de las acusaciones de que estaba debilitando la raza alemana al insistir en su apoyo a la revisión nacionalista el Tratado de Versalles, al rearme, a los valores de la familia y a la contención sexual. Como el tiempo demostraría, el atractivo del extremismo de derechas resultó no ser menos potente entre las mujeres de lo que lo era entre los hombres».

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Juan Manuel Moreno Bonilla anuncia que eliminará el impuesto de Patrimonio. Las cifras: 16.875 personas se librarán de pagar 93 millones de euros. «La lucha de clases existe y la vamos ganando nosotros», decía Warren Buffett.

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Titular de eldiario: «García-Page defiende a Feijóo y advierte a Pedro Sánchez de que no se puede seguir con las “mismas compañías”». Están los quintacolumnistas invisibles, los discretos, los indiscretos y los voceras. Page los deja atrás a todos en sudársela muchísimo traslucir cada día y cada hora que trabaja para el enemigo.

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Qué inquietante es, cuando uno lee sobre los orígenes del partido nazi, verse prestando atención a los movimientos y las fusiones de lo que en aquel momento eran grupúsculos microscópicos e irrelevantes. ¿Qué grupúsculos inadvertidos de hoy serán poderosos en el futuro?

El runrún interior (69)


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Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, NevilleCrítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).

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