/ por Pablo Batalla Cueto /
Martes, 2/5/2023. Veo, compartido en Twitter por la cuenta de la editorial La Felguera, un anuncio de La Linterna: semanario de reportajes de 1935. Prehistoria del true crime. Se listan los siguientes titulares: «Un hombre quería deshonrar a una muchacha montañesa, pero un perro la salvó», «Se busca a Pedro Salvio, el jornalero», «Un enano quería matar a todo el pueblo», «Un corredor de alhajas muere golpeado por su amigo» y «Un bandido de carreteras acabó de guardia rural». El enano tenía, seguro, muy buenos motivos. Y lo del bandido… Delincuencia, policía y sus sempiternos vasos comunicantes.
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Un pasaje de Chirbes, que leo compartido por Iker Madrid. Comentaba el escritor su regreso a España desde Marruecos a comienzos de la década de los ochenta: «Había dejado a mis amigos con la velita cantando La estaca de Lluís Llach y cuando volví estaban metidos en la Movida cantando lo de mi chica en el hipermercado y el hombre lobo en París. Yo no entendía nada porque no había vivido el proceso. Me vi como un marciano. Era la vertiente cultural del “¡Enriqueceos!”».
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Xabibenputa: «Cómo de jodida es la historia de Europa que en un momento dado en una ciudad hubo que elegir entre franceses o madrileños».
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Un microcuento chileno, escrito por José Leandro Urbina:
«Mientras el sargento interrogaba a su madre y a su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra pieza.
—¿Dónde está tu padre? —preguntó.
—Está en el cielo —susurró él.
—¿Cómo? ¿Ha muerto? —preguntó asombrado el capitán.
—No —dijo el niño—. Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros.
El capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al entretecho».
Miércoles, 3/5/2023. Marcel Beltran: «Escribir es borrar frases, mover comas, cambiar adjetivos, insultarse un poco, mirarse las uñas, rascarse el codo, entrar en Twitter, encenderse uno, recordar goles, escuchar música, bostezar fuerte, llamar a casa, meterse el dedo en la nariz. Escribir también es no escribir».
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En Oviedo, el gobierno del PP, con los cuatro tránsfugas, vota en contra de nombrar hijo predilecto a Clarín. Sin embargo, hace poco iniciaron los trámites para nombrar a Melendi. Se comenta solo. El rencor perdurable del Oviedín del alma a don Leopoldo Alas es una cosa alucinante. No han olvidado ni perdonado jamás el traje que les hizo a sus tatarabuelos. Más rencorosos que los hermanos Izquierdo de Puerto Hurraco.
Jueves, 4/5/2023. Germán Huici: «¡Las jergas técnicas pasan de moda tan rápido…! Todos los lenguajes técnicos del XIX suenan viejos, y muchos del XX. Pasa, incluso, con algunos filósofos, con los más secos. En cambio, la buena poesía es contemporánea. La comedia de Dante es contemporánea».
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Nietzsche: «Mi Alfa y mi Omega es que todo lo que es pesado y grave llegue a ser ligero; todo lo que es cuerpo, bailarín; todo lo que es espíritu, pájaro».
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Subyugado por este cuadro: Boda en la calle del mañana (1962), de Yuri Pímenov. Realismo socialista jrushchoviano.

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Leemos hoy que un tal Bruno Mompeán, estudiante de segundo de Bachiller, ha iniciado un crowdfunding porque necesita 42.420 euros para la matrícula de la Universidad de Oxford. He aquí lo que el tuitero Lavín llama lumpenburguesía: «papá es jefe de compras en Ferrovial, privado en las afueras para la enana, SUV de alta gama, colegio mayor para Bosco, sábado en Las Rozas Village, vacaciones en Sotogrande, Diana es como de la familia, PERO mendiga para adquirir mayor distinción».
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En lo de Cristina Pardo en LaSexta hacen un reportaje sobre el tráfico y el consumo de droga en el festival de música Viña Rock. El día que hagan uno sobre el consumo y el tráfico de droga en los camerinos de Atresmedia nos vamos a reír.
Viernes, 5/5/2023. Lacan: «La ciencia no tiene memoria. Olvida las peripecias de las que ha nacido».
Sábado, 6/5/2023. Leo a Paula Llaves esta reflexión, muy interesante, sobre «la candidez de las clases altas»:
«Una ligereza, una frivolidad ofensiva en su estar en el mundo que además ataca desde varios ámbitos, pero que, por lo que veo, a muchos no les apela. A mí sí. Mi conciencia de clase no solo viene de mi situación personal, que es transitable sino, en mucho, de mi oficio. Llevo muchos años trabajando con las heridas de la pobreza. Pienso en qué pasaría si una de las mujeres con las que trabajo hiciera un crowfunding para comprarse un piso de 54.000 euros, en un pueblo, al que irse con sus hijos para poder escapar de su miseria y su miedo. O uno de los refugiados, no ucranianos, que gustan más, sino un maliense. Pienso en quienes quieren ser traidores de clase pero no les sale, y en su mundo de bicicletas de colores y pilates y pan orgánico proponen sin saberlo una gentrificación monstruosa de mi barrio que expulse a dominicanos y marroquíes, y gitanas y paquistaníes. Un mundo de renders con árboles y fuentes y terrazas y columpios donde no están los yonkis de mi barrio, pero donde no plantean qué harían par que dejaran de ser yonkis, para que pudieran seguir en el barrio. No me cae mal, pero sube una foto, inocente, cuyo pie habla de otra cosa, pero yo sé lo que veo y sé contar y en los objetos del fondo, no ya en el edificio en propiedad, calculo 20.000 euros sin contar transportes. El texto habla de otro tipo de opresión, la que le afecta, claro, pero limpia, sola, sin los terribles entrecruzamientos a los que la miseria obliga, que merman las posibilidades, y las capacidades, y la salud, y la juventud, y la belleza. Yo tengo la edad de la abuela de uno de los niños que está en el centro. Cuando se lo digo no se lo cree. Da igual que le enseñe el DNI porque no lee de corrido, pero para él, obviamente, soy más joven que su madre porque tengo todos los dientes. No todo el mundo lo ve, claro. Lo liviano es tan agradable, tan atractivo que no se dan cuenta de lo que subyace. Hace unos años se hablaba de las gafas violeta para referirse a la perspectiva feminista. Me pregunto qué color le atribuiríamos a la pobreza. Supongo que gris, pardo. Hay una violencia, una soberbia que aflora debajo de estas actitudes, nacida, claro, del no haberse cuestionado nunca, porque mientras que al resto, desde bien chiquitines, se les enseña a envainarse las ganas, morderse los labios y tragarse la rabia, hay quien ha crecido alimentándose de palmaditas en la espalda, premios a la sensibilidad y concesiones al dolor. Y eso, aquí, abajo, donde yo me muevo, nunca pasa. Aquí, abajo, la debilidad no tiene concesiones. Se castiga. El luto se guarda para ir a trabajar, los hematomas se maquillan, las enfermedades, los embarazos se ocultan para que no te echen. Aquí, abajo, el dinero se cuenta con los dedos. Claro, no tienen mala intención estas criaturas de casa-bien. Sólo quieren “cumplir sueños”. Es solo que no se han dado cuenta de que viven flotando sobre pesadillas. Sus deseos, ellos no lo saben, se fundamentan en la explotación monstruosa, cuando no en el exterminio de los más vulnerables. De los que han nacido y crecido en lo oscuro, en lo pardo, en bajos sin ventanas, tan frágiles que se derrumban de un tropiezo. Y entonces ellos, que siempre han sido escuchados, salen y hablan y son visibles, y se creen que son inocuos, que la gente tiene que “ponerse en su lugar”, que se merecen ese apoyo, porque al fin y al cabo, se lo han merecido siempre, y siempre que lo han pedido les ha sido dado. Y piden el voto, dinero, escucha y hay quien cree que está bien, pero a mí se me aprietan los dientes porque esa candidez solo se consigue cuando no quieres saber. Y no tienen mala intención, pero es que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones».
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«Lo de que Hitler no hizo la guerra porque fuera un loco, sino por el capital financiero es uno de los atavismos defensivos nazis más transitados a lo largo del último siglo. El mal existe antes que el capitalismo, y seguirá existiendo después, si es que hay después. Cuidado». Lo tuitea Moriche, y desata con ello algunas ardorosas y sorprendentes indignaciones en personas de izquierda, y un debate interesante. ¿Podemos considerar que el nazismo también fue criatura, expresión, del Mal, de un mal primigenio, atávico? ¿O el materialismo nos obliga a «pensar históricamente» y a un desapasionamiento analítico ajeno a ese tipo de categorías, digamos, teológicas, y que en el fascismo aprecie simplemente una concatenación mecánica de intereses capitalistas? Jónatham suele decir, y yo estoy de acuerdo, que uno de los problemas del marxismo es su incapacidad para abordar debidamente el problema del Mal. «El problema no intencional pero al cabo real y efectivo del buen marxismo —le leo escribir a otra tuitera— es que siempre que iluminas un objeto creas una sombra, y en esa sombra se estanca el mal marxismo. Hay alguna lamentación de Engels muy expresiva a este respecto, cuando habla de los mecanicistas».
El Mal existe. Yo también creo que existe; y que existe autónoma, ahistóricamente, al margen de los distintos ordenamientos socioeconómicos que se suceden en la historia y cuyo auge y caída podemos analizar a partir de criterios fríamente materialistas. Algo enraizado en nuestra antropología, reductible, pero no completamente derrotable, y que algo como el nazismo puede liberar, validar, reactivar, reclutar, canalizar a su favor, pero que preexiste a él, y seguirá existiendo después de su derrota. Hay quien se burla de esto diciendo que es pensar el mundo como si fuera El Señor de los Anillos, pero es que sí: tal vez la historia humana sea, en algún sentido, El Señor de los Anillos. El mal, ya sea encarnado en Morgoth, en Sauron o en quien sea, siempre está ahí.
A lo mejor habría que sacar al enano teólogo de dentro del robot materialista histórico ajedrecista aquel del que hablaba Benjamin. Y no: no es que Hitler fuera un loco que enloqueciera al personal, esa caricatura que algunos hacen de lo que decimos. Claro que el nazismo tiene factores socioeconómicos muchísimo más complejos que eso, y tal vez hubiera existido igual sin Hitler. Claro que el capital —fracciones del capital— apostó por el nazismo, y lo que sucedió fue que el nazismo se les fue de las manos, como le dice otro tuitero a Jónatham. Pero Jónatham responde bien que, ante eso, hay que hacerse dos preguntas: ¿no es importante saber cómo y por qué «se les fue de las manos»? ¿Puede saberse eso apelando solo a factores socioeconómicos? Y cita la vieja anécdota de cuando un grupo de intelectuales bolcheviques consultó al psicoanalista Sándor Ferenczi sobre el alucinante misterio de que, tras la revolución del diecisiete, seguían existiendo asesinatos, violaciones y otros crímenes en Rusia.
Sea como fuere, se puede debatir sobre todo esto con serenidad. Yo escucho todas las posiciones con interés; la otra es convincente. Pero encuentro algo inquietante en esa negativa furiosa —en la furia de la negación— a considerar al nazismo una expresión del Mal, aunque sea a partir de razonamientos respetables. Sobre todo cuando uno no se imagina esa misma furia levantarse ante quien dijese que el capitalismo es el Mal. Sombras, espectros, de bordiguismo, de anti-antifascismo: el nazismo como horror, pero como horror razonable, comprensible, lógico, incluso celebrable en tanto que apocalipsis merecido, que venga a arrasar este mundo pecador que lo alumbró. Todos somos un poco aquello que nos subleva que sea insultado.
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Una lúcida observación de Gonzalo Torné: «Uno de los “problemas” de Miguel Hernández es que es realmente inasimilable por el engrudo de cursilería pusilánime de la “tercera España”».
Domingo, 7/5/2023. Leo, y disfruto, un libro curioso: Hija de revolucionarios, de Laurence Debray, hija de Régis Debray y Elizabeth Burgos. Laurence cuenta allá cómo se volvió conservadora en oposición al mundo de izquierda revolucionaria de sus padres, y es muy interesante. No comparto, y me desagradan, las posiciones de Laurence, que incluyen una admiración ridícula por el rey Juan Carlos. Pero es interesante ver y comprender ese proceso. Laurence hace un ajuste de cuentas con Régis y Elizabeth con el que es fácil empatizar. Con sus hipocresías, con su tristeza de niña por unos padres ausentes y distantes («Mi padre era capaz de tomar las armas en el maquis para salvar a los desheredados de la injusticia, pero era incapaz de ocuparse de los asuntos familiares»), con su hartazgo por lo que no dejaba de ser el adoctrinamiento de una fe… En algún momento, no cuesta nada ver una especie de negativo de la rebeldía anticlerical de quien se alza contra unos padres cristianos. La izquierda también puede ser un credo, una devoción, con sus rezos, sus misas, sus sacramentos… Y no cuesta darse cuenta de lo asfixiante que eso puede ser para una niña enviada a un campamento de verano de jóvenes pioneros en Cuba, o a la que se le niegan caprichos infantiles apelando a la ascesis de la revolución:
«Con mis padres, nada era ligero o alegre. Su tono era serio, las metas eran cruciales. Yo no entendía gran cosa de todo aquello y ellos no se preocupaban por hacerme partícipe de sus temas de conversación. […] Mis padres siempre estaban insatisfechos e inquietos. Y nunca compartían el júbilo colectivo. Después de la guerrilla armada, la guerrilla intelectual: resistirse a la época, a las celebraciones nacionales, a la facilidad. Y además cargar con el peso del mundo sobre los hombros, sobre todo el del Tercer Mundo».
Laurence tuvo una extraña edad del pavo inversa que la acercó (pasa mucho) a sus abuelos —sofisticados burgueses de derecha gaullista contra los que Regís había alzado la suya—, y de la que la admiración por Juan Carlos forma parte: alzar, frente al republicanismo revolucionario y el sentido de la grandeur francesa del padre, el ideal de una monarquía reformista, con España como modelo (y nada más ofensivo para un francés que vindicar la superioridad española…). Mejor el sobrio Juan Carlos (je…) que el sultán Mitterrand, de quien su padre fue colaborador, reivindica Laurence, que cuenta que tenía un póster del Rey en su habitación, o relata esta otra escena curiosa de su estancia en Cuba, en aquel campamento:
«[M]i falta de patriotismo me hacía pasar casi por una delincuente. Mi caso empeoró cuando me hicieron mil preguntas sobre la Revolución francesa. Gracias a mis abuelos, sabía más sobre la corte de Luis XIV y Napoleón. Los años revolucionarios me parecían confusos y crueles y no les había prestado atención. Mi padre, tan mal historiador como economista, no se había molestado en despertar en mí el interés por la Primera República. Ni tampoco por las demás. A un pez no se le explican las ventajas del agua. Conté a mis compañeros mi visión aproximada y simplista de los hechos históricos, subrayando de todos modos que Versalles era el palacio más hermoso del mundo y que, por desgracia, los revolucionarios habían quemado muchas obras maestras de la arquitectura. Su compasión tenía un límite y yo había tocado fondo».
Este relato de una rebeldía adolescente conservadora (no ultraderechista o reaccionaria: conservadora), de una insurrección de la moderación y la templanza frente a la instrucción del extremismo, llega a tener momentos delirantes. Exigir, por ejemplo, la imposición de normas a unos padres que también encarnaban la liberalidad sesentayochista:
«En algunas familias, las crisis se deben a la prohibición de salir, al consumo de sustancias ilícitas, a boletines con malas notas. En casa, nada estaba prohibido. Mi madre hablaba abiertamente de las drogas que circulaban en los años sesenta, con lo cual perdieron ante mis ojos todo atractivo. Mis padres no me ponían una hora límite cuando salía por la noche, y esto me desesperaba. A pesar de mis repetidos requerimientos, no eran capaces de justificar una hora en lugar de otra, así que la decisión recaía en mí. No tenía que darme prisa como todo el mundo para estar de vuelta antes de la medianoche. Toleraban sin rechistar las fiestas en la terraza de nuestra casa. Siempre y cuando nadie tocara los libros, poco importaba si había alcohol o no. Mi padre se marchaba con su manuscrito bajo el brazo a casa de algún amigo, a la espera de que acabara. Y mi madre, a pesar de las quejas de los vecinos, prefería retener a aquella juventud desbocada en casa que dejarla suelta en la calle».
Hay en el libro algunas observaciones muy agudas, como cuando se refiere al habano —a los puros que Fidel Castro enviaba personalmente a su padre— como «el Rólex del guerrillero, la señal de pertenencia a la aristocracia internacional de la revolución». También la insurrección tiene sus élites, su casta dirigente de la que ser cercano o ante la que permanecer vigilantes, con independencia de la simpatía que se tenga hacia sus logros. Algunos otros comentarios de Laurence son duros. Pero también hay ternura y compasión por su parte. No deja de tratar de entender a sus padres, de escudriñar su humanidad. En conjunto se ve a una persona sensata, juiciosa, prudente, con independencia de alguna acceso ocasional de rencor. En un momento dado, dice que sus padres la hicieron hermética para las utopías, pero esa templanza también la tiene para juzgarlos, transmitir las cosas que pese a todo admira en ellos… El libro se abre con esta curiosa cita de Molière: «Cuanto más se ama a alguien menos debe adulársele; el verdadero amor es el que nada perdona».
Lunes, 8/5/2023. Uno nunca derrota a sus monstruos interiores, pero puede aprender a habitar su jungla, predecir, anticipar, sus acechanzas, escapar de ellas, camuflarse para no ser visto. Cuesta, pero se puede.
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Me topo con una entrevista de 2017 a Arturo Fernández en la que el actor decía esto:
«Soy un hombre de derechas porque me gusta la libertad individual desde el orden y el respeto. Me gusta trabajar y crear puestos de trabajo, creo que la familia es la organización más esencial de toda sociedad, me gusta mi patria y mi bandera, me parece que la estética debe ser la manifestación exterior de la ética… Y nos quieren hacer creer que eso no es progresista y que los artistas, como los intelectuales, tienen que ser vanguardistas, transgresores… ¡Un cuento chino! A mí Franco se me queda a la izquierda».
Me hace gracia esto de reivindicar muy abiertamente, y hasta con un punto insolente, el ser de derechas, pero, a la vez, indignarse por no ser considerado progresista. El vicio frustrado por que no se le concedan las etiquetas de la virtud. Suele indignarse mucho, esta gente, cuando se reivindica la superioridad moral de la izquierda. Yo no necesariamente creo en ella, pero parece que son ellos los primeros que se averguenzan de su derechismo, y buscan hojas de parra que lo tapen, así que algo debe de haber.
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Han coronado al rey Carlos en Inglaterra, y me resulta curiosa una cosa: lo visiblemente incómodos que llevan la corona él y Camilla en las imágenes de la coronación. Da la sensación de que la corona estuviera diseñada justamente para eso: para llevarse con incomodidad y recordarle al monarca que la lleva que es humano y falible. Llama la atención la propia estampa del contraste entre las coronas relucientes, perfectas, hermosísimas, y los rostros viejos y poco agraciados que las portan, gráfica representación de aquello de Kantorowicz y los dos cuerpos del rey. La perfección divina de la institución y la terrenalidad inépica del ser humano que la detenta en cada momento.
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Qué bueno este poemita de Carlos Marzal:
QUÉ CURIOSA LA VOZ
QUÉ curiosa la voz, qué impertinente.
No envejece por más que envejezcamos.
Alguien dentro de ti repite en vano:
Eres el mismo. Canta lo de siempre.

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).
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