El runrún interior

El runrún interior (116)

Pablo Batalla Cueto registra en su dietario pensamientos propios y notas de libros leídos y cosas vistas en Internet, escribiendo sobre la guerra en Israel o la victoria de la oposición democrática en Polonia.

/ por Pablo Batalla Cueto /

El runrún interior (115)

Martes, 10/10/2023. Buen resumen de Jónatham Moriche: «Había mil años de cagadas amontonadas en el altillo y de pronto se desplomó el techo. Eso es nuestro tiempo».

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En 1945 tendimos un sarcófago sobre el Chernóbil fascista y ese sarcófago, ahora, se está resquebrajando a ojos vistas.

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Publica El País un artículo sobre las bombas knock-on-the-door («llama a la puerta»): «un pequeño misil sin carga explosiva (o mínima) que sirve al ejército israelí para avisar a los habitantes de un edificio de que van a destruirlo, para que desalojen a toda prisa». Misiles educados que te avisan con tiempo de que van a convertir tu casa en chichos del Bierzo, para que puedas lavar los dientes y echar una meada con tranquilidad antes de salir corriendo a la intemperie en la que vivirás en adelante. La civilización.

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Clama la columnista conservadora Cristina Losada contra la pretensión de que obliguemos a quien se enfrenta a terroristas a combatirlos con las manos atadas. Le respondería esto: civilización es, precisamente, atarse las manos. Es como cuando se clama contra la ingeniería social: la Ilustración es precisamente eso. Ingeniería social. La construcción racional de sociedades mejores que la inercia paleolítica del ser humano. Claro que hay que atarse las manos a la hora de enfrentarse a terroristas, como a asesinos, violadores o cualesquiera otros malvados cuyos crímenes nos horroricen. No se convirtió el País Vasco en un descampado mediante bombardeos de fósforo blanco para acabar con ETA.

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Llevaba unos días circulando la noticia de que Hamás había decapitado a cuarenta bebés en un kibutz israelí; una historia que a mí me mosqueó desde el principio por motivos que incluyen lo redondo del número, esa cifra contundente, que hace más fácil la memorización, la repetición y la viralización, la conversión en un mantra. 40 bebés: ni 39, ni 41. Judas vendió a Cristo por 30 piezas de plata, Hamás degüella a 40 bebés. El 40 es además un número de resonancias cabalísticas profundas en nuestra cultura abrahámica: cuarenta días duró el diluvio de Noé, cuarenta días estuvo Moisés en el Sinaí, cuarenta días duran la cuaresma y las cuarentenas. Y lo que se parece la cosa a los libelos de sangre, aquellas calumnias antisemitas que acusaban a los judíos de asesinar a niños cristianos: el peor crimen posible; el que más eficazmente justifica cualquier cosa que uno decida hacer contra quienes lo cometen. La historia es perezosa y dada a reciclar más que a crear, y los bulos antisemitas de ayer pueden convertirse fácilmente en embustes islamófobos mediante un levísimo aggiornamento. Pues bueno, parece que el Ejército israelí ya va diciendo que no tiene noticia de que ese asesinato de cuarenta bebés se haya producido. Me enorgullezco de mi perspicacia. La historia es verdaderamente una magistra vitae. Otra cosa es que tenga muchos alumnos.


Miércoles, 11/10/2023. Recuerda Ezequiel Kopel estas palabras de Netanyahu a los parlamentarios de Likud, su partido, en marzo de 2019: «Cualquiera que quiera frustrar el establecimiento de un Estado palestino tiene que apoyar el refuerzo y la transferencia de dinero a Hamás. Esto parte de nuestra estrategia». El que quiera entender, que entienda.

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Escribía Paul-Amand Challemel-Lacour que había que cuidarse de los «siempre dispuestos a enrolar bajo su bandera al primer llegado que casualmente pronuncie su santo y seña». A la izquierda le está pasando estos días con Juan Manuel de Prada, autor de un artículo en el que defiende con pasión la causa palestina, que hay quien en nuestras filas aplaude con entusiasmo. Yo no. Hay gente que no tiene razón ni cuando la tiene. Tan importante es lo que se dice como por qué se dice. De Prada es un ultracatólico reaccionario, antisemita por lo tanto. De hecho, en su artículo —como Falange Española en otro comunicado de defensa de Palestina— se preocupa mucho de señalar que en Palestina hay muchos cristianos. ¿Y si no los hubiera? ¿Y si el pueblo palestino fuera cien por cien musulmán? ¿Merecería una defensa más débil?

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Metáforas de nuestros tiempos: Jamie Lee Curtis comparte en sus redes una foto sobrecogedora de unos niños que miran aterrados el cielo en el que ven pasar los aviones que les bombardearán. Escribe: «TERROR FROM THE SKIES». Pero entonces se da cuenta de que no son niños israelíes, sino palestinos. Borra entonces el post, y lo sustituye por una bandera de Israel.

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Decía Mussolini, para justificar los bandazos ideológicos del partido fascista, que no tenía programa; que su programa era la acción. He ahí por qué la ultraderecha occidental, antisemita ayer, puede ser proisraelí hoy. Admiran la acción cruel y expeditiva, el autoritarismo musculoso, la venganza en vez de la justicia, los paradigmas heroicos en lugar de los anti-heroicos (y la civilización es un paradigma anti-heroico, la protección del débil frente al fuerte, los compromisos, las componendas entre sectores en lugar de la masacre de unos sobre otros, deshacer pacientemente el nudo gordiano en lugar de seccionarlo de un tajo firme de espada). Y eso, hoy, lo encarna Israel, como en 1914 lo encarnaba el Kaiser, en 1922 el Duce y en 1939 el Führer.

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Vox tapa con una bandera de España la tilde de València en la sala de prensa del Ayuntamiento. Misma lógica que cuando se vandalizan barcos pintados de arcoíris LGTB convirtiéndolos en bancos rojigualda. La bandera como mordaza, como goma de borrar, como meada de perro marcadora de territorio. Luego se preguntan por qué los borrados no le tenemos simpatía.

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«Te llamas liberal y despreocupado, y el día que te apoderes del látigo azotarás como te han azotado», le decía su criado a Larra aquella famosa, infausta, Nochebuena de 1836.

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Una noticia de hoy: «Los templarios demandan al Papa y le piden la rehabilitación de la orden disuelta en 1312». El tiempo, nos enseñó Benjamin, no pasa: se acumula.

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Moriche: «De toda la vida de dios, la solidaridad con Palestina es una causa nobilísima que ha agavillado a los mejores corazones del mundo y también a una pequeña manga de oportunistas antisemitas hijos de puta. Amor eterno para los primeros, nausea y repudio infinitos para los segundos».

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En mi afán por no equidistar, pero tampoco ser un fanático, creo importante decir una cosa: en 1923 podía y debía discutirse la pertinencia de un Estado judío construido en una tierra en la que ya vivía gente, contra lo que dice la propaganda sionista sobre «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra». Pero en 2023 no puede. Israel es un hecho tan consumado y legítimo como Sudáfrica o Argentina, países que tampoco nacieron de una mata. Insistir todavía en su condición de «Estado ilegítimo» es… sí, antisemita. La cuestión, como con cualquier Estado, es obligarlo a cumplir el derecho internacional y los humanos. Pero otros lo incumplen igual de flagrantemente y nacieron igual de colonialmente y no se niega su legitimidad. No se la negamos a Turquía, Marruecos, Bélgica, China, Chile, Estados Unidos; no pedimos el desmantelamiento de esos países. Y las masacres y genocidios de los armenios, los kurdos, los rifeños, los saharauis, los congoleses, los tibetanos, los uigures, los mapuches, los selknam o los nativos americanos no son más ni menos graves que los de los palestinos.

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¿Qué es Occidente? Occidente es muchas cosas. Es los zoos humanos, con niños negros enjaulados, que aún se organizaban en Bruselas en 1958. Recordarlos bastaría para prevenir que Occidente devenga palabra mágica, un abracadabra cuya sola pronunciación otorgue legitimidad a una acción cualquiera; que nos alinee por defecto, por ejemplo, con el lado occidental de una guerra. Pero Occidente también significa algunas cosas más edificantes. A veces se resumen en una elegante fórmula tripartita. Sería ese Occidente bueno mezcla de tres hallazgos civilizatorios efectuados en otras tantas ciudades sacras: Atenas, Roma y Jerusalén. De la primera, la filosofía. De la segunda, el derecho. Y de la tercera, el humanismo judeocristiano. La mejor Europa alzó los tres estandartes, pero fue ante todo su cruce, su mutua contaminación, la convicción de que las bondades de unas debían prevenir los horrores hacia los cuales pueden despeñarnos las otras si dejamos que ellas solas conduzcan nuestro carruaje. Algo así como lo que sucede con el trilema republicano «libertad, igualdad, fraternidad»: la libertad sin igualdad y fraternidad es barbarie socialdarwinista; la igualdad sin libertad son los campos de la muerte de Pol Pot, etcétera. La tríada romano-ateniense-jerosolimitana, cuando se cree honestamente en ella, significa, por ejemplo, que la ley que los romanos nos enseñaron a venerar no se convierta en una tiranía deshumanizada, porque el humanismo judeocristiano corra a recordarnos que no se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre.

Judeocristiano: judío y cristiano. La palabra se pronuncia a veces haciendo el énfasis en cristiano, entendiendo lo judeo como una prefiguración meritoria pero torpe, insuficiente, de ese humanismo serio, definitivo, que sería el cristianismo. Pero lo judío siguió siendo importante en la configuración de lo que llamamos Occidente siglos después de la victoria del cristianismo; un renovador permanente de la vocación de justicia que pretendemos que sea su definición. Mucho de lo más excelso de nuestra cultura, de Spinoza a Benjamin y de Rosa Luxemburgo a Hannah Arendt, tiene origen judío. Pueblo maltratado, forzado al nomadeo y al desarraigo, privado de la patria de la que siempre acababa echándoseles por más que se comprometieran con ella, los judíos se dedicaron durante siglos a pensar en lo universal, prolongando una tradición que se inicia cuando el rabino Yohanan Ben Zakai idea la manera de superar la destrucción romana del Templo: convertir la Torá, los libros, en un Templo portátil, multiplicable, reproductible; un texto de justicia no vinculado a un solar, a un terruño, sino al mundo entero, legible en el desierto y la selva, la montaña y el llano. El sórdido mito de la conspiración judeo-masónico-comunista hizo fortuna en Europa porque, como todo bulo exitoso, partía de algún que otro elemento de realidad: en su caso, el de que la presencia de los judíos en los movimientos socialista y comunista era alta. Tenía toda la lógica que lo fuera: los eternos marginados, los eternos privados de nacionalidad, las víctimas eternas de salvajes pogromos, no podían no entusiasmarse con las ideologías de la hermandad universal, y en ellas se implicaron con pasión militante inigualable, manteniendo del trasfondo cultural del que provenían la convicción de que cada segundo era la pequeña puerta por la que podía entrar el Mesías, ahora llamado Revolución.

La historia judía es triste y emocionante. No hay muchas canciones que lo sean más —tristes y emocionantes— que A tierras ajenas, un texto sefardí musicado por el imprescindible Joaquín Díaz; tal vez no haya ninguna: «En Jerusalén está mi contento, allí está mi bien, allí mi tormento». Quien se acerca a esa historia, en los libros de Simon Schama o Paul Jonhson, no puede no hacerse judeófilo, salvo que carezca de entrañas, porque no puede no emocionarse con quienes, junto a los ríos de Babilonia, se sentaban a llorar con nostalgia de Sion, y en los sauces de sus orillas colgaban sus cítaras; con la Sefarad errante que en sus casas de Estambul o de Tesalónica guardaba las llaves de las de sus ancestros en Cáceres o Toledo; con quienes se sintieron electrizados por el sismo mesiánico de Shabtai Tzvi; con el horror prefascista del affaire Dreyfus, del pogromo de Chisináu; con el inconcebible infierno de la Shoá, tan bien contado en el Memorial Yad Vashem de Jerusalén. Con el suicidio de Benjamin o la Todesfüge de Paul Celan: «cavamos una tumba en el aire allí no se yace estrechamente». Con el levantamiento del gueto de Varsovia, donde hombres y mujeres valerosos decidieron saber cómo iban a morir. Con aquel superviviente del Holocausto que, en el documental Shoah, de Claude Lanzmann, cuenta que al volver al pueblo alemán que había sido su casa se encontró a sus vecinos alegrándose de su vuelta, pero también justificando el Holocausto delante de él. Incluso con la parte bonita del nacimiento del Estado de Israel, con el utopismo socialista de los kibutz, algunos de los cuales no admitían árabes, pero de los que también los había mixtos.

Jorge Bustos tuitea hoy que hay que ver Shoah o leer a Primo Levi antes de atreverse a condenar al Estado de Israel, y tal vez tenga razón; pero quizás él no lo haya hecho, y por eso no condene los crímenes de Israel. Primo Levi dijo: «Ocurrió. Por ende, puede volver a ocurrir». Y hay que padecer una forma severa de ceguera para no percibir que las cosas que el Yad Vashem nos cuenta que condujeron al Holocausto (la deshumanización, la guetización, las justificaciones del exterminio) las están sufriendo ahora los palestinos; para no percibir la lucidez de Žižek cuando señala que «la auténtica necesidad de evocar el Holocausto como defensa de las actuaciones israelíes implica subrepticiamente que Israel está cometiendo crímenes tan horribles que solo la baza del Holocausto puede redimirlos». Los experimentos de la historia virtual hay que hacerlos con gaseosa, pero cabe poca duda del espanto que Spinoza, Benjamin, Luxemburgo, Arendt o Levi sentirían ante el fósforo blanco empleado contra hospitales infantiles; las caricaturas de cucarachas con cara de musulmán estereotipado siendo pisadas por una bota militar del IDF; los halcones israelíes que llaman a borrar Gaza de la faz de la tierra, y por lo que sea no despiertan la misma indignación de los biempensantes occidentales que cuando los ayatolás iraníes (gentes igual de infames) llaman a arrasar Israel y echar a sus habitantes al mar.

Puede hacer estallar algunas cabezas inasequibles a la sofisticación, pero el legado humanista judío que es el mejor tuétano de Occidente nos obliga hoy a la solidaridad con Palestina. Aquel a quien conmueve la melancolía del exilio sefardí no puede no emocionarse, hoy que los judíos que la quieran sí tienen una patria, con la nostalgia de los expulsos de la Nakba, los refugiados palestinos que cuelgan sus cítaras en sauces de otros países y a la vera de sus ríos se sientan a llorar con nostalgia de las casas de las que los desahuciaron en 1948 y años subsiguientes. Quien tiembla de indignación con cada tuit del Auschwitz Memorial sobre los hombres, mujeres, niños y niñas enviados a morir a las cámaras de gas, no puede no temblar ante las imágenes de niños gazatíes polvorientos y ensangrentados, que en hospitales destartalados a los que se corta la luz y el agua lloran desconsolados la muerte de sus padres, consecuencia de esta orden de Yoav Galant, ministro de Defensa israelí: «No habrá electricidad, ni alimentos, ni combustible, todo está cerrado. Estamos luchando contra animales humanos y actuaremos en consecuencia». Auschwitz —decía Adorno— «comienza dondequiera que alguien mire un matadero y piense: solo son animales».

Hay judíos e israelíes concernidos por este llamado, que alzan la voz contra los crímenes que su Estado perpetra en su nombre: he ahí la honestidad del diario Haaretz, un rayo de luz en medio de una densa tiniebla de malismo. Saben, o actúan como si lo supieran, que en 1967 Emil Fackenheim formuló un «614.º mandamiento» para los judíos, añadido a las 613 reglas tradicionales de culto y comportamiento del canon ortodoxo, que decía así: «Se prohíbe a los judíos conceder victorias póstumas a Hitler». Y que hay una victoria póstuma de Hitler en ser discípulos aplicados de su manera de estar en el mundo; en masacrar a otro pueblo para obtener espacio vital.


Jueves, 12/10/2023. La guerra fría de la era del decrecimiento (nos quedan todavía unos pocos años, tampoco muchos) tendrá, como la guerra fría del desarrollismo, dos modelos: la Cuba del Periodo Especial y la España del franquismo autárquico.


Viernes, 13/10/2023. Moriche: «Quien propone a la izquierda romper amarras con el progresismo liberal debe también aclarar que eso supone a corto plazo victoria de las ultraderechas y resistencia en condiciones de semiclandestinidad bajo enorme violencia estatal. Suerte intentando convencer a alguien de eso».

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En La Calzada, en Gijón, la escena que se pasa el videojuego de la posmodernidad: dos monjes budistas mirando en silencio el móvil en la terraza de una sidrería.

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Se acuerda María Sánchez de aquel poema de Brecht:

EN TIEMPOS OSCUROS

No se dirá: cuando el nogal se agitaba en el viento
Sino: cuando el pintor de brocha gorda aplastaba a los trabajadores
No se dirá: cuando el niño hacía saltar en el rápido la piedrecilla lisa
Sino: cuando se prepararon las grandes guerras
No se dirá: cuando la mujer se adentró en la estancia
Sino: cuando las grandes potencias se aliaron contra los trabajadores
Pero no se dirá: los tiempos fueron oscuros
Sino: ¿por qué callaron sus poetas?


Sábado, 14/10/2023. Xan López: «La hipocresía es el tributo que el vicio rinde a la virtud, y lo que estamos viendo estos días es un mundo en el que ese tributo parece cada vez menos necesario. Por supuesto, es terrorífico».

También Xan López: «El nacionalismo de cuerpo estatal y espíritu capitalista resistió la embestida internacionalista socialista y parece que resistirá la apuesta globalizadora neoliberal. Es una fuerza inagotable y muchas veces monstruosa».

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Egipto, leemos hoy, cierra la frontera para impedir que los desplazados de Gaza entren en masa al Sinaí. La historia no recordará el martirio palestino como recuerda el judío de la Shoá, sino como el republicano español, con Egipto como la infame Francia que nos abandonó mientras el fascismo internacional nos bombardeaba, nos masacraba y se enseñoreaba de nuestro país. Es decir: no lo recordará.

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A diferencia de Ursula von der Leyen, Josep Borrell —que de joven estuvo en un kibutz— expresa una disensión con la invasión israelí de Gaza, meritoria en un momento en el que tales disensiones no abundan entre el establishment occidental. Del club de fans de Borrell no me harán presidente, pero es un tipo muy culto y peculiar, coherente consigo mismo, y esto de bombardear inmisericordemente a dos millones de tipos concentrados en una ratonera tiene que parecerle más propio de la selva que de un jardín.

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Diego Díaz: «Tengo la impresión de que algunos de los prosionistas patrios subliman a través de las operaciones del Ejército israelí, ciertas pulsiones oscuras e inconfesables. Quizá la política de “mano dura” que les gustaría ver aquí aplicada contra los malos españoles».

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Santiago Gerchunoff: «No es el supuesto parecido con algún horror del pasado lo que hace horroroso al horror del presente. Cada nuevo horror es radicalmente nuevo y eterno a la vez».

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Circula esta caricatura entre israelíes partidarios de la invasión y la masacre de Gaza, con los palestinos representados como cucarachas a las que pisotear. El parecido casi calcado a las caricaturas de judíos que hacían los nazis es aterrador.

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Leyendo en El País sobre Polonia, país que celebra ahora unas elecciones cruciales para el futuro de Europa, me maravilla un párrafo concreto sobre Confederación, un nuevo partido de extrema derecha surgido allá:

«Confederación es una amalgama de tres movimientos ultras liderados por radicales que se unieron en 2018 para formar un partido. El primero es sobre todo nacionalista y se articula en torno a Krzysztof Bosak. El colíder de la formación, de 41 años, que participó en la edición polaca de Bailando con las estrellas, se ha convertido en la cara del partido en la televisión y los debates electorales. Después están los seguidores de Grzegorz Braun (56 años), un productor de documentales que promueve teorías de la conspiración contra Ucrania, los judíos, los homosexules, los masones y las vacunas contra la covid. La tercera facción estaba liderada por Janusz Korwin-Mikke, conocido por declaraciones como que Hitler no sabía nada del Holocausto o que las mujeres deben ganar menos que los hombres porque son “menos inteligentes”. Pero este exeurodiputado, de 80 años, fue destronado por Slawomir Mentzen, de 36 años, el político polaco que, según el politólogo Szczerbiak, mejor maneja las redes sociales e Internet, incluyendo TikTok».

Bailando con las estrellas y conspiranoia antisemita y negacionista, TikTok y bulos sobre los masones. La época.

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Una cita de Victor Serge, muy apropiada para el momento:

«Defensa del Hombre. Respeto por el Hombre. Es preciso dar al Hombre sus derechos, su seguridad, su valor. Sin ellos, no hay socialismo. Sin ellos, todo es falso, ruinoso e infecto. Me refiero al hombre, quien sea, aunque se trate del peor de los hombres, el “enemigo de clase”, hijo o nieto de un burgués, no me importa. Jamás hay que olvidar que un ser humano es un ser humano. Todos los días, en todas partes, ante mi vista, se lo olvida, y esto es lo más repulsivo y antisocialista que pueda suceder».


Domingo, 15/10/2023. Leo un apunte curioso de una anarquista ya fallecida de los años treinta, Concha Liaño, en una entrevista de hace unos años:

—Te quería preguntar sobre las uniones de amor libre. Se ha hablado bastante por un lado [de] las uniones libres, por otro lado [d]el amor libre.

—Mira, eso del amor libre… Nosotros considerábamos [que] el amor libre era que se unieran sin firmar papeles. Nada de irse a acostar por gusto. Esa no era la interpretación de las juventudes libertarias del amor libre. Éramos más puritanos que los demás.

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En Polonia, coincidiendo con las elecciones, se hace también un referéndum con esta pregunta: «¿Está usted a favor de admitir a miles de inmigrantes ilegales procedentes de Oriente Medio y África, bajo el mecanismo de deslocalizaciones forzosas impuesto por la burocracia europea?». Tiene que ser un récord de capciosidad.

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En Israel, algunos familiares de los secuestrados por Hamás están siendo atacados por compatriotas que los acusan de estar en contra de la invasión de Gaza, y que les escupen e insultan. El malismo es un remolino que lo devora todo, y hasta a aquellos a los que en teoría defiende. Aquí vemos a gente que insulta a Consuelo Ordóñez —la hermana de Gregorio— o Sara Buesa —la hija de Fernando— por considerarlas no suficientemente anti-ETA.

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Una lúcida reflexión de Germán Huici: «Superficie flexible y múltiple, núcleo rígido y único. Frente al ordenador, la aparente y apabullante diversidad de las pantallas oculta el estricto código binario universal en nuestras mentes. La aparente diversidad ideológica camufla la rigidez de su núcleo capitalista».


Lunes, 16/10/2023. Javier Milei: «La comida no me genera nada. El tiempo que me demanda un almuerzo me fastidia demasiado. Si vos me dieras una forma de alimentarme vía pastillas, sin tener que estar comiendo, me mando la pastilla y sigo». Llevo toda la vida diciendo que la gente a la que no le gusta comer o que no le da importancia a la comida no es trigo limpio; que hay algo inquietantemente averiado en ella. Quod erat demostrandum.

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Cuenta Hugo García que una chica israelí le contó un día que a sus padres no les había gustado Cádiz porque lo veían muy deteriorado; que «parece Gaza», le dijeron, lo cual, al parecer, es una expresión común allá. La banalidad del mal.

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Ácrata Ruiz de la Prada, en Twitter: «Quieren un mundo en el que los judíos estén en un sitio, los cristianos en el resto y los moros en ninguno». Buen resumen.

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Gonzalo Torné: «La amistad incipiente es un juego de afinidades intuido, una efervescencia parlanchina; la amistad larga un juego de afinidades recorrido, un recuento silencioso».

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Feijóo alerta de un «horizonte similar a los Balcanes» para España por las negociaciones de Sánchez con los independentistas. Se conoce que él se identifica con Milosevic. Está bien saberlo.

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Llegan muy buenas noticias de Polonia: gana la coalición liberal. Hay una vasta Polonia alejada del estereotipo del Irán católico que no siempre sale en el radar, porque viene de una gran desafección hacia la corrupta política de la era poscomunista, generadora de abstencionismo, pero que ayer demostró que en las horas cruciales sabe estar a la altura. Hay que darles las gracias como europeos: derrotar a la ultraderecha polaca era una batalla crucial para el futuro del continente. El caso es que vuelve a ser una de esas situaciones en las que a un lado están unos neonazis cadeneros en formación de tortuga y, al otro, todo lo que va de Angela Merkel a Ulrike Meinhof. Qué tiempos. El clivaje de nuestro siglo ya no es no es izquierda vs derecha: es bombardeo de hospitales infantiles con fósforo blanco después de hacerle el beso de tornillo a una bandera vs decir por favor y gracias y ducharse todos los días.


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Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, NevilleCrítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).

3 comments on “El runrún interior (116)

  1. guillermoquintsalonso

    Denunciada la hipocresía, el dolor, el terror de unos sobre otros, qué propuestas cabe defender a día de hoy? Me preocupa que todo siga igual y dentro de 10 o veinte años se vuelva a reproducir días como estos. De verdad que lo siento en primero persona. Valiente, Pablo en la denuncia. Guillermo

  2. Agustín Villalba

    «Paul-Armand Challemel-Lacour.»

    Paul-Amand, sin erre.

    *
    «Quod erat demostrandum».

    Quod erat demonstrandum, con ene.

    *
    «En tierras ajenas», un texto sefardí musicado por el imprescindible Joaquín Díaz»

    A tierras ajenas.

    Joaquín Díaz – A tierras ajenas
    https://www.youtube.com/watch?v=50mDfjPRtxo

    *
    El «bombardeo de hospitales infantiles con fósforo blanco» (repetido dos veces) es una fake-news.

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