Crónica

El ojo crítico de Fernando del Val

Fernando del Val, que recibió ayer el Premio Ojo Crítico de Poesía 2017 por el libro "Los años aurorales" (Difácil, 2017), también está de plena actualidad como periodista por su recopilación de entrevistas literarias "Si te acercas más, disparo" (Difácil, 2017).

El periodista y escritor Fernando del Val (1978), que ha sido galardonado ayer viernes con el Premio Ojo Crítico de Poesía 2017 por el poemario Los años aurorales (Difácil, 2017), está también de plena actualidad por la salida a la calle de Si te acercas más, disparo (Difácil, 2017), una recopilación de entrevistas que el autor ha realizado a lo largo de una década (2007-2017) y que fueron publicadas en diversos medios, excepto las de Antonio Colinas, Antonio Gamoneda y Eduardo Lago, que son inéditas. La primera de las entrevistas incluidas fue realizada en 2007 a Miguel Delibes y las últimas, este mismo año, a los poetas Antonio Colinas y Antonio Gamoneda.

El vínculo de unión entre la veintena de personajes que pasan por las páginas de este volumen es, precisamente, “que no hay nexo”. Fernando del Val entiende que “cada autor es de su padre y de su madre, y practica un estilo y un género distintos. Pero todos defienden una literatura de calidad frente a la comercial, que es la que prima, cada vez más, socialmente”.

Entre los entrevistados, figuran escritores y personalidades del mundo de la cultura como el citado Miguel Delibes, Clara Janés, José Caballero Bonald, Ignacio Martínez de Pisón, Soledad Puértolas, Ian Gibson, David Cercas, Luis Mateo Díez, Félix Grande, Juan Eduardo Zúñiga, Rafael Chirbes, Antonio Gamoneda y Felicidad Orquín, entre otros.

Fernando del Val comenta en este texto para El Cuaderno su concepción de la entrevista como género literario y sus impresiones personales en las conversaciones mantenidas con alguno de los autores incluidos.  A continuación del artículo, un poema incluido en Los años aurorales.


 Una pantera en el ascensor de Vila-Matas

/ por Fernando del Val /

Las entrevistas tienen algo de moneda al aire. Puede salir cara o caer de canto. Cruz no acostumbra porque nacen de un acuerdo entre quien pregunta y quien responde, y eso garantiza unos mínimos. Hace unos meses, requerido sobre el género, se me ocurrió decir que era algo así como una violación consentida. No llevaba la imagen de casa, es mejor acudir a las entrevistas desapercibido. Surgió y me pareció plástica. Ahora la veo poética. El caso es que una semana más tarde el periodista me comentó que a una amiga suya feminista le había molestado. “Tampoco le agradará ‘La mataré’, de Loquillo”. Y añadí que estaba de moda tomar obras y declaraciones por las hojas, como el rábano. No exagero: en la última Seminci, durante una comida, escuché a una integrante del jurado internacional atacar con saña Jeune Femme, excelente ópera prima de la muy joven Léonor Serraille, porque no se identificaba con el tipo de mujer inscrito en el personaje principal. Sin echar mano de argumentos cinematográficos, manifestó que votaría en contra. “Con lo bonito que hubiera sido ver una chica feliz y con gusto por la lectura. Hay que hacer películas pensando en los preadolescentes… Y yo no llevaría a mi hijo a verla”. Tampoco di crédito al ver que la redactora de El Norte de Castila tildaba a la protagonista de caprichosa, histérica y bipolar, entre otras lindezas demostrativas de no haber entendido nada. Por fortuna, hablé luego con Maite Conesa y Tamara García, jurados en DocEspaña, a las que les había encantado. La segunda expuso —y no por verse, ella sí, reflejada— que la interpretación de Laetitia Dosch era un cruce entre la Gena Rowlands de Una mujer bajo la influencia, de Casavettes, y la Audrey de Desayuno con diamantes. Una cosa muy yanqui ésta de definir cruzando referencias, pero, en ocasiones, atinada. Me estoy refiriendo en estas líneas a una larga historia reciente: en verano circularon por pueblos de aquí y allá listas con canciones a batir. Ninguna incluía Jim Dinamita, de Burning -“A una guiri violé al salir del talego”-: las listas negras descubren, sobre todo, las carencias de quien las confecciona. Más propositivo, el Instituto Vasco de la Mujer aventuró doscientos temas programables. La libertad era esto. Y la repanocha, el recentísimo montaje de La dama boba, a cargo de la Compañía Nacional, bajo la dirección de Diego Sanzol, quien ha retirado del texto de Lope de Vega las partes machistas. Lo siguiente será enmendar el título. ¿Qué tal La dama lista? ¿Y La dama prudentísima? ¿Llena de gracia tal vez? Acudo a Savater: “Intentar salvar a Shakespeare de sus frases sobre los judíos, y Shylock, es absurdo. Perdemos el personaje y no ganamos nada. No intentemos expurgar a la Humanidad para que se parezca más a la cara que queremos nosotros tener en el futuro. Hacer que la convivencia sea cada vez algo más reflexivo y perfecto es importante, pero lo políticamente correcto es la trivialización del bien y del progreso, no en vano nace en Estados Unidos”.

He empezado desviado, es cierto. Ha sido para situarme y tomar como percha la declaración inicial. Porque básicamente una entrevista consiste en entrar en otra persona y transgredirla pacíficamente, y, con suerte, sacar de ella algo que, de otro modo, igual no afloraría. Ella te deja fisgar y tú eliges los cajones que vuelcas. Sin pacto no hay entrevista, o al menos no del tipo que se encuentra en Si te acercas más, disparo… Calma: bautizar así el libro es compatible con estar en frente de la Asociación Nacional del Rifle. Podría usar una expresión seguramente más feliz, y decir que es una autopsia en busca de luz, o una cesárea tranquila. Abrir un cuerpo y encontrar luz… no está mal… pero un poco necrófilo. A las que sigan sin entenderlo, recomiendo que revisen sus fantasías y los subproductos literarios que consumen.

Y nace de un acuerdo porque, si no, quién entendería abrir la casa para que un fulano se meta a rascarte durante una hora, dos, tres… mientras tratas de ser cordial y decir cosas atinadas. Tiene que ser pesado recibir cargadores de preguntas, aunque su ritmo se halle cerca de la conversación y lejos del interrogatorio. El allanamiento se transige debido al microclima que crea la entrevista, y que comprende efectos dopantes. Tan es así que en ocasiones los entrevistados hablan a placer y se meten en honduras inopinadas… Detectar si fueron más lejos de lo que querían y resbalaron es una tarea deontológica. Dependerá de varios factores cómo actuar. El primer criterio aplicable es periodístico; pero no olvidemos la admiración de que puedan ser merecedores, y a cuya altura de respeto nos debemos situar. Algunas respuestas buenas se quedaron en el tintero por corrosivas. ¿Tiene sentido plasmar que A llamó hijo de puta a B? Quizá muy a largo plazo, en una reedición. Hoy no. No aporta nada y podría verse desleal. Nadie, por fortuna, apeló al off the record porque los seres inteligentes saben que tal cosa no existe. En todo caso, la facundia es síntoma de comodidad.

Una entrevista cobra vuelo cuando los personajes terminan por autoentrevistarse, y te usan solamente de médium. Es extraño: tú sigues el hilo de lo que el entrevistado va proponiendo en sus respuestas y él piensa que te está siguiendo a ti, que portas un hatajo de folios. “Es una representación teatral”, afirma Miguel Ángel del Arco. Sin descartar que la entrevista vaya marcando sola su rumbo, y entrevistador y entrevistado sean poco más que dos perros persiguiendo una liebre. Una cacería incruenta porque no asistimos a ningún pulso, como apunta a la par Del Arco. De que es un acto consentido da fe que a uno “se le permite preguntarlo todo y el otro no está obligado a nada, pero sabe que ha sido convocado para responder”. Tu papel no es ser testigo de cargo. Tampoco de descargo. La entrevista es una indagación. Y en la tarea se debe implicar a la otra parte. El ideal es que ambas, interesadas en el mejor resultado, formen un equipo.

Por lo demás, mientras realizas las entrevistas no te planteas grandes cómos ni porqués: vives al día, de personaje en personaje, abordando a cada uno según marca el instinto, lejos de teorías generales. Si algo hice precisamente fue vaciarme de conceptos adquiridos, que son como vicios, y éstos, a diferencia de la virtud, si hacemos caso a Aristóteles, nos debilitan. El momento de la reflexión llega, en sazón, a posteriori. Ahora advierto fácilmente que la entrevista en profundidad es, como la novela moderna, un género de géneros y, como tal, contiene su propio relato, pero también se tiñe de ensayo y memoria. Igualmente, de biografía… y autobiografía, aportando yo no sólo quien responde; también el que pregunta. A este respecto, no me extraña —es más, lo aplaudo— que las Prosas encontradas de Leopoldo María Panero, en edición de Fernando Antón, incluyan, además de terceras de Abc y textos inéditos, una entrevista que el propio Panero realizó, con Biel Mesquida, a Gil de Biedma. Porque uno está en las preguntas que formula, en cuya orientación descansa una visión del mundo. Hay preguntas que son mapamundis. Yo leo las de Eduardo Lago a escritores estadounidenses por ver si el propio Lago desliza alguna idea, consciente de que las marcas del periodismo generalista, imponen límites demasiado estrictos. Pongamos mejor las de Alfonso Armada y Juan Carlos Soriano. Me sale fácil admirar al que lo hace bien. Uno desearía su cultura y su espontaneidad. Da la impresión de que podrían encargárselas de una hora para otra porque llevan el conocimiento de serie. Citaré una de Soriano a Vargas Llosa, en Turia; y otra de Armada a José Luis Guerín, en Revista de Occidente. Sí: hay cosas que no se pueden aprender.

Que los libros de entrevistas no abundan es una evidencia, y es comprensible que los escasos que hay no se tengan en cuenta. Mas, por lo anterior, considero que son libros de creación, no sólo de pensamiento, y como tal debieran ser atendidos. Tener pocos lectores les favorece, como a los de poesía. Las novelas, pobres, son susceptibles de ser malbaratadas por la presbicia de la multitud, que ya ni siquiera es para tanto. A un libro capaz de interesar a una minoría, en cambio, se le presupone merecer buenos lectores. Igual éste no es más que un resabio de despotismo optimista, pero de que los buenos lectores mejoran una obra no cabe duda. Le dotan de posibilidades porque ven en lo invisible.

No existe un modelo de entrevista. Cada persona requiere un acercamiento en función de las características de su obra, pero también del carácter que tenga y hasta de su edad. A la rigidez de Zúñiga hay que responder con rigidez. Es el modo de hacer que se sienta seguro. Otros agradecen romper los corsés. Hay que preguntar sobre temas que les sean favorables -en busca de zumo-, pero hay también que salir del confort, del que seguiremos hablando. En este sentido, los subtemas de las obras abren panoramas infinitos. Hay preguntas de contexto, destinadas al fuera de campo, que van creando clima y sirven para llegar a otras, que son las que deseamos plantear. Mi premisa es que este tipo de preguntas, de calentamiento, no exista. Que todo sea utilizable. Sin tregua desde el comienzo. De hecho, en ocasiones viene bien empezar desbaratando: “¿Qué andas de obsesiones?” —a Luis Mateo—; “¿Cómo te ha sentado el descubrimiento de las ondas gravitacionales?” —a Clara Janés—; “¿Te has registrado en algún hotel con otro nombre?” —a Vila-Matas—. Esas aperturas son señales de respeto.

Las entrevistas suelen dividirse entre de actualidad y de personalidad. Las primeras se reducen a unas cuantas preguntas directas e impersonales sobre un lanzamiento reciente. Son, por tanto, puro presentismo. Las segundas son largas y sus planteamientos, del todo permeables. Es indudable que un libro que pretende ser de pensamiento se acoge al segundo tipo, pero yo añadiría un tercer estadio: la subjetividad. La entrevista debe ser subjetiva. Cuanto más, mejor. Me daría vergüenza preguntar de qué va un libro. Reconozco que la entrevista de declaraciones es útil y, dentro de su funcionalidad, permite al entrevistado vender su discurso y lucirse. Pero no sólo. No es baladí: facilita que al lector le lleguen ideas centrales de su discurso. No hay toreo de salón. Lo que pasa es que la huella del periodista desaparece. Es como un monólogo enmascarado. Para las entrevistas en profundidad y subjetivas hay que saber jugar en campo contrario, y con esto no me refiero simplemente a entrar en su casa -cuestión del todo aconsejable-, sino a tratar lo antes expuesto como temas propicios. Interesa que analicen su propia obra y emitan su versión de parte. Sobre ellos y sobre el hecho literario. Esto no es pitarles penaltis a favor. Los cortesanos pastan en la prensa rosa. Al revés: hay que actuar pendientes de añadir algo a lo ya existente, y sobre la base de preguntas que eviten su relajación. Y hay que deslizarse a lo impensado: ellos están en forma y sólo necesitan de entrevistadores que les motiven. Hay que ponerles en aprietos sin que se note. Si tienen la posición de honor que detentan, hay que apretar y sacar jugo. Sería imperdonable dejarles marchar vivos. Y si no entran al trapo –porque le has preguntado sobre el tigre de bengala y de él nada sabe-, la pregunta se elimina y Santas Pascuas.

Una buena entrevista es aquella en la que el entrevistador vuelca su subjetividad y, a partir de ella, va preguntando por las cosas que le interesan a él, en contacto con las que expresa el autor en sus libros. ¿Cómo se logra? Ni idea, pero un buen punto de partida es rehusar la documentación. Preguntar por lo que a ti te interesa, además de ser lo más natural, les sirve a ellos para repensar su obra desde otro ángulo, es decir, para ser lectores de la misma, no sólo escritores. Y, así, cayeron manías personales tales como la reivindicación de la lentitud y el cuestionamiento de la novela policiaca. Cuestiones que en un momento dado, o con carácter general, me preocupan y que detectaba en sus obras. ¿Hay otra manera de preguntar que no sea por lo que realmente te interesa?

Las zonas de confort sólo funcionan si son fértiles. Mi intención es que no tiren de prontuario, una costumbre que los escritores han adquirido de los políticos. Hay que meter la pierna aunque te saquen tarjeta. ¡Si hay novelistas que hasta pasan un par de páginas explicativas a la editorial para que ésta las remita con la nota de prensa cuando procede a un lanzamiento! Ello facilita el trabajo a los medios, cabe preguntarse si demasiado.

Presupuestos, ya he dicho que no llevo muchos. Darle a cada uno lo suyo. Sí ansiaba, más en unos casos que en otros, preservar una oralidad legible. Debes saber perfectamente quién tienes delante sin acudir a terrenos que conviertan tu entrevista en un trabajo de segunda mano. Él notará agradecido que lo has leído y, más importante, usarle como fuente te lleva a ser original sin pretenderlo. Esto de leer al autor parece obvio, pero no se estila. Igual que en Filosofía, lo importante es acudir, repito, a fuentes primarias. Leer interpretaciones te condiciona y convierte en un tipo que habla de oídas. La entrevista es una indagación, vuelvo, y excavar es como acariciar: debes hacerlo con tus propias manos, ni con utensilios ni con unas prestadas.

En un segundo rango, situaba prólogos y similares que hubieran firmado. Hasta actas de congresos. Alguna vez leía entrevistas. Si citaba alguna declaración, prefería hacerlo de memoria. Entrevistas, críticas, opiniones, ensayos… son lugares que visito de constante pero se me antojan contraproducentes antes de ver a un autor. Confieso que alguna vez lo hice por miedo nada más que a haber incurrido en algún tópico o pasaje manido. Esto es, cuando leí entrevistas y críticas fue para tachar preguntas de mi formulario. Porque los autores que engrosan el libro son tan relevantes que pareciera se hubiera ya dicho todo de ellos varias veces. Y el arte no persigue la novedad por la novedad, pero sí busca aportar algo, aunque sea pequeño. A diferencia de la cultura, el arte —la historia lo demuestra—, antes que algo bien hecho, o además de, prefiere algo diferente o con tendencia a ser diferente. Por eso es tan difícil. Repetir una destreza más de lo deseable lleva incluso a malograr trayectorias.

A Pisón le pregunté por la perdurabilidad del amor y la posibilidad de que exista, de acuerdo al esquema de sus relatos, un destino capaz de coartar nuestra libertad —¿la vida tiene una corriente que nos lleva?—. También, aprovechando su viraje de la ficción más imaginativa al realismo más cotidiano, si en el arte se evoluciona hacia algo mejor o simplemente hacia algo diferente, o sea, hacia algo no practicado antes. Y, cómo no, por la dicotomía entre ciudad y pueblo, cuya vida es tan distinta a la edulcorada por algunos —Abel Hernández dijo que una teja de Sarnago, Soria, vale más que todos los rascacielos de Manhattan, y se quedó tan ancho—. O sea, la romantización del campo y/o del pueblo —lugares originales pero crueles—, una idea que me preocupaba antes de que el ayuntamiento de Duruelo gastase un pleno para declararme persona non grata, después de malinterpretar hasta lo artístico, concejal a concejal, un reportaje en El Mundo de CyL. En el caso de Ian Gibson, la pintaban calva, ya que Lorca —de quien es biógrafo señero— padeció la burricie campesina y Machado aludió al pueblo soriano en La tierra de Alvargonzález. Tampoco obvié la brutalidad rural —aunque le pese a quien estima que rural es un término exógeno, urbano— con Landero. Con él hablé también del recelo al padre, tema compartido con Soledad Puértolas. Etcétera. Se podría establecer un mapa de veleidades.

La conversación con Gibson representa otra modalidad: quedar con alguien para hablar de otra persona. Si con él hablé de Machado, con Felicidad Orquín lo hice de Zúñiga, con Caballero Bonald de Ángel Crespo, y con Félix Grande —usando casi exclusivamente el estilo indirecto—, de Juan Carlos Onetti.

Más subtipos. Eduardo Lago definió las dos largas indagaciones que practicamos como “un ensayo sobre Nueva York”. Y luego hubo entrevistas plenamente reivindicadoras de la forma y el estilo sobre la acción y el argumento —Luis Mateo y Caballero —. Al final, la literatura es la historia de un estilo. Cada autor es un estilo. Y hubo entrevistas muy humanas —Antonio Colinas— y extraordinariamente técnicas —Antonio Gamoneda—. Y hasta una casi del todo improvisada: a Javier Cercas le formulé, a lo largo de cuatro horas, tan sólo el diez por ciento de las preguntas previstas. La conversación se fue por otros derroteros desde el minuto uno, como este artículo, cuando aprecié sobre los ajuares de su despacho libros con los que andaba preparando las conferencias que desembocaron en El punto ciego.

Los restos de periodismo que hay en mí me llevaron a Raúl del Pozo y a Sánchez Dragó, con dimensión libresca evidente ambos. Me da que a la gente les sobran, pero a mí me parecen dos piezas muy buenas. Con la particularidad de que fueron realizadas para radio. Por lo que el margen de edición era escaso. No te puedes permitir balbucear. Siempre tuve una perspectiva literaria del periodismo y de la entrevista. Pronto me supe la tradición, de Gabo a Kapucinsky, pasando por Ben Bradley, y siempre quise dignificar un oficio que, tronado y pordiosero, ya no tiene mucha enmienda. Siempre habrá buen periodismo pero ha perdido su condición de proa, su relevancia social. Y las condiciones en que se ejerce son un oprobio. Lo cual está relacionado con que nadie ya lee. En cualquier caso, no veo la entrevista como un género periodístico, lo he dicho antes, sino como uno literario. Un libro que me ayudó a estimar oportuno publicar el mío fue El oficio, de Philip Roth. Roth no me provoca desvelos –me quedo antes con Joseph-, pero su compilación de conversaciones —con Primo Levi, Ivan Klíma, Isaac B. Singer (sobre Bruno Schulz), Milan Kundera, Edna O´Brien y el intercambio epistolar con Mary McCarthy— me causó un morboso placer desde el instante primero. Parecen hechas con enorme parsimonia. Como si hubieran quedado el día antes para cenar y la mañana de autos hubiesen dado un paseo por el bosque. Y ya después de comer, con un café, igual con una chimenea al fondo, es el momento que elige Roth para proceder, dejando hablar, aireando el capote, sin quebrarse la cabeza. Tampoco su interlocutor, diciendo cosas aparentemente sencillas. Lo imagino, a Roth, sonriendo y despeinado, mientras piensa que la vida tiene que ver con la decadencia y con poco más.

La distancia entre la entrevista periodística y la literaria viene a ser como la que hay entre el reportaje televisivo y el documental cinematográfico: cuestión de armazones estilísticos y formales. Importa el qué, pero sobre todo el cómo. Bien elegido, el cómo es el qué. U obliga al qué a salir.

Y así fueron sucediendo las citas, alternando sorpresa y conservadurismo. A veces el fiel de la balanza se inclinaba a un lado. Pero también hay un tercer estamento, en el que se cruzan los intereses del escritor con los tuyos, unos intereses, digamos, imprevisibles. Una zona de confort situada en el extrarradio. A Clara Janés normalmente no le preguntan por física ni astronomía. Yo me permití hacerlo porque me apetecía y a sabiendas de que para ella sería un festín. O a Merino le cuestioné por la importancia que tiene la narración en la configuración del homo sapiens. Y con Delibes no evité la muerte. Y él dio esa respuesta tan genial: “Me da lo mismo la cama que una cuneta”.

Ninguna de las posibilidades anteriores servía para Vila-Matas. Él precisaba una categoría disímil, pongamos vilamatiana. Juro que mientras subía en el ascensor no las llevaba conmigo —un ascensor que parecía una jaula para transportar animales salvajes que visten collares de Tiffany—. Me pasó lo que al médico cuando hay que operar a un familiar: prefiere que lo haga otro. Qué le vas a preguntar cuando crees saberlo todo porque te lo has leído de arriba abajo y seguido sus declaraciones: qué autores, qué posmodernidad, qué Barthes, qué modernidad, qué Benjamin, qué literatura, qué Walser, qué Europa. Su modo de abrir la puerta —“Don Fernando, le estoy preparando el café”— marcó el devenir de las horas siguientes. Me asomó a la cocina, mostrando, como un mayordomo, la bandeja, que también situé mentalmente en el ascensor, junto a una pantera con una argolla de diamantes colgando del cuello. O en su defecto, un jaguar vistiendo sombrero de fieltro. Acto seguido rió, y yo pensé que me había leído los pensamientos. También me recordó a Lenny Kravitz recibiendo, en su casa, a Mick Jagger durante un descanso de éste en la grabación de Goddess in the doorway. Es visible en un documental. Kravitz dice, ataviado parecido: “Señor Jagger, su té”. En mi caso, Mick Jagger era él. Pero se disfrazó de Lenny Kravitz. Cuando me senté y me fijé en lo que había estado leyendo antes de mi llamada —Hans Ulrich Obrist, Sharp tongues, loos lips, open eyes, ears to the ground— me dije: “Bueno, saldrá bien”. Y terminé preguntándole por los gimnasios. Y perdiendo el tren de vuelta. Él llegó tarde a un acto en el que contaban con su presencia.

No olvido las entrevistas biocronológicas: las de José María Conget y Rafael Chirbes, cuyo corpus viene a ser su autobiografía. Se implicó personalmente hasta en la redacción de una pieza que rescataba aspectos y etapas muy olvidados por él. En estos casos, en vez de preguntar por sus libros, toca hablar de sus lecturas en, por ejemplo, 1971, qué cines frecuentaban, dónde hicieron el servicio militar y cómo. Y seguir rascando. Buena prueba de lo que es formar equipo. Chirbes murió pronto, pero conservo su última felicitación de año y una carta en la que habla de poesía y realismo. Con Conget me une una confianza que le lleva a criticarme los versos que no le gustan. E implacablemente, las notas a pie del último libro. Y doy gracias.

En resumen, el entrevistado debe entrar en el juego del entrevistador y el entrevistador ha de meterse en el universo del entrevistado.

Las entrevistas me sirvieron para afianzar la idea de que agarrarse a una estética en exclusiva es empobrecerse. Desmejorar el ámbito de conocimiento y el artístico. En realidad, todas las líneas forman parte de una sola: la literaria. Lo que importa es que estén bien ejercidas. Así, no hay tanta distancia entre el realismo de Chirbes y el faction de Cercas. El primero afirma huir de la trama y no disponer de plano para sus novelas, y terminó escribiendo sin corregir —“No sé qué va a pasar en ellas. Soy proustiano: aprendes de lo que escribes al tiempo que escribes”; “Crematorio se sostiene en el puro lenguaje, pretende ser una catarsis a partir del lenguaje”—. El segundo sabe que Cervantes no puede hacer que don Quijote obre según a él le dé la gana. “Eso es imposible: don Quijote es don Quijote”. No Cervantes. O sea, los dos están de acuerdo con Bob Dylan, quien participó a Robert Hilburne no tener ni idea de cómo había escrito ‘Like a rolling stone’. “Fue como si un fantasma te la regala y desaparece. Tú no sabes lo que significa. Sólo sabes que el fantasma te eligió a ti para transmitirla”. Claro, que luego corriges. Pero, ¿la materia prima?, ¿quién la ha puesto?

Es difícil, muy difícil, traspasar la línea del tiempo. ¿Quiénes han quedado del Romanticismo? Shelley, Keats, Byron y alguno más. Dice Garci —citarle se ha convertido en un acto de provocación— que al cabo de veinte años, nadie sabe quién es un campeón del mundo de boxeo. “Anteayer estaba en el Casino de Madrid viendo un busto de Mariano Benlliure, y me dijo uno: ‘¿Y quién era éste?’. Es muy difícil. Aguantas una generación y media, no más. Mira las calles, y quién sabe quién es Claudio Coello”. Por tanto, de las letras de la segunda mitad del siglo veinte quedarán muy pocos. ¿Dos? ¿Tres? ¿Cuatro? Pero confío en que se enseñe en los libros de texto parte de los que están aquí. Es más, el próximo Nobel que le toque a España puede estar entre ellos.

Sólo lamento no haberme inventado alguna entrevista. Es una tentación que tuve, no lo oculto. Y que avivó Luis Mateo, cuando me animó a ampliar el resultado con dos o tres páginas ficticias. Vivir a veces depara una dicha para la que no estamos preparados. La libertad toma su azul del cielo. La felicidad, también. Pero más que violación consentida, habría sido sexo simulado. Y, sobre todo, no tuve cojones.


Si te acercas más, disparo
Entrevistas Vol. 1
Fernando del Val
Difácil, 2017, 430 páginas

 

 

 

 

 


Los años aurorales
Fernando del Val
Premio Ojo Crítico de Poesía 2017
Difácil, 2017;
84 páginas, 10 €


Poema incluido en Los años aurorales

hacer noche en tus ojos
en la cueva luminosa
de tu luna llena

y por la mañana
despertar desnudo
rodeado de fruta

 

 

 

 

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