Juan José Prior: Los sujetos del bosque
/una reseña de Carlos Alcorta/
Para Juan José Prior, «la morada mágica» de la que habla Jean Giono es sin duda el bosque, como queda de manifiesto en el título Los sujetos del bosque, libro con el que regresa a la poesía después de aquella evanescente plaquette cuyo título —Mester de soledad— remitía a su confesada querencia por nuestros más ancestrales orígenes literarios. Para muchos, entre los que me cuento, el libro que hoy cometamos es su verdadero estreno en el género poético, aunque como puede comprobar el lector que se acerque a sus versos, la firmeza en el trazo, en el fraseo, es propia de quien ha frecuentado la literatura, la poesía, desde todos los ángulos; es decir, no sólo como profesor, ni como lector o crítico, sino como poeta: un poeta sin necesidad de escribir, por más que el vicio de la escritura parezca provenir, como delatan estos versos, de bastante lejos: «Yo era joven, vivía en luz./ Escribía poemas sobre el bosque./ Sentía que sabían/ los árboles de mí, que regresaba/ yo a mi origen». No estamos, pues, ante una obra primeriza, sino ante unos poemas elaborados con paciencia y con conciencia del riesgo que se asume al depositar en las palabras el destino del ser. Juan José Prior se asemeja bastante a lo que el escritor serbio Danilo Kiš denominó homo poeticus, un «animal poético que sufre tanto de amor como de mortalidad, tanto de metafísica como de política», aunque esta última esté excluida del libro, porque, por encima de conjeturas ontológicas, la poesía, gracias a que logra ampliar la visión del mundo de quien la escribe y de quien la lee, da sentido a nuestra existencia.
Fue Baudelaire quien estableció las correspondencias entre la Naturaleza y el hombre moderno. En el soneto titulado «Correspondencias» reivindica la capacidad del poeta para percibir el mundo sensible y para traducir las sensaciones que le produce gracias a un lenguaje novedoso plagado de recursos innovadores; unos recursos, como los de la sinestesia, que Juan José Prior no desaprovecha: «En mí, por mí,—escribe Prior— como una sangre,/ trepa la luz hacia la sombra/ y mutuamente se susurran». El bosque es para Prior, como para Baudelaire o como para Wordsworth («Ven hacia la luz de las cosas,/ deja a la Naturaleza ser tu maestro», escribió), un lugar sagrado, un lugar impenetrable en el que crecen las sombras, las ambigüedades; y de ahí procede, de esa impenetrabilidad, la profusión de símbolos que origina. Por eso quizá pensar en el bosque, en la Naturaleza, como el ejemplo más notable de la armonía y de plenitud del mundo resulta ser algo inocente, si bien es preciso reconocer que esta inocencia puede conllevar una forma de esperanza («Un olmo —escribe— contiene su esperanza/ en el centro mismo de su tronco»). La Naturaleza es cruel y la belleza y la serenidad que transmite no deja de ser algo efímero, algo momentáneo, una especie de ilusión de los sentidos que las palabras no logran mitigar; hasta tal punto que, más que en el propio bosque y en los sujetos que lo integran, Prior encuentra la serenidad que busca en ese alguien indeterminado que comparte su mirada sobre las cosas: «La belleza de tus ojos, el claro/ azul entonces con que miras,/ es para mí la señal más cierta y clara/ de la verdad, la muerte, la conquista/ de un placer que solo es tiempo entre dos aguas,/ y vuelo libre de este instante, de este/ estar contigo a muerte o vida…».
Prior transforma su pensamiento («El pensamiento fluye en vena, carga, arrastra/ nuevos objetos semihundidos») en un río de imágenes. Los sujetos del bosque está lleno de imágenes que reproducen, más que lo visto, el paisaje espiritual de quien observa: «Ayer serás las piedras que cruzamos/ redondeadas por tantísimos recuerdos/ tuyos, míos, ya qué importa:/ será este mismo río./ Y estaremos». El bosque es para Prior, a tenor de lo dicho, un refugio, un emblema, un modo de ser y de estar: «El bosque y yo./ Luz de amalgama». El bosque son árboles —olmos, castaños, cerezos—, ríos, arroyos, piedras (resulta curioso que no se haga mención en estos poemas a las aves cantoras, a los herbívoros o los roedores, entre otros seres vivos); el bosque es, en definitiva, un modo de conocerse a sí mismo.
Debemos hacer notar, sin embargo, que no estamos frente a una poesía de carácter autobiográfico. El lector carece de datos concretos que le permitan reconstruir el pasado. Tampoco estamos frente a una poesía que se detenga en acontecimientos actuales. No es una poesía de circunstancias en el sentido orteguiano de la palabra. Tiene mucho más que ver con la razón poética esbozada por María Zambrano en su libro Claros del bosque. Para Zambrano el misterio de ser se percibe gracias a la revelación: «Todo es revelación, todo lo sería de ser acogido en estado naciente», escribe, y Prior parece acogerse a este enunciado porque sus poemas nos trasmiten una permanente sensación de espera en la cual la palabra («Si se las invoca —escribe la malagueña— llegan en enjambre, oscuras, y vale más dejarlas partir antes de que penetren en la garganta, y alguna vez en el pecho. Vale más quedarse sin palabra, como al inocente también le sucede cuando le acusan») se anticipa a lo que representa y la luz no es sino el reverso del lado secreto, del lado oscuro de las cosas.
Qué duda cabe de que el aprecio por la Naturaleza está muy arraigado en la poesía. No tenemos más que recordar el Beatus ille horaciano o cómo Garcilaso de la Vega la recrea de una forma paradisíaca para escenificar su amor, pero no es preciso remontarnos tan a atrás. En la poesía española actual la idealización o la reivindicación de sus virtudes es algo habitual. Sin ánimo de exhaustividad, se nos ocurren algunos nombres como el Vicente Gallego, el de Fermín Herrero o Basilio Sánchez, aunque entre ellos haya notables diferencias a la hora de poetizarla. Juan José Prior, en su primer libro, se concentra en el bosque, acaso porque, como escribía Unamuno refiriéndose a Fray Luis, ha encontrado en él «un refugio de verdura y sosiego, un asiento de paz». Ojalá a todos sus lectores les ocurra lo mismo.
Selección de poemas
*
Al volver las hojas, vi más claro
aquel verde extenso del hayedo
que me recordó tu voz, entonces dura
pero luego libre y dulce y valerosa.
Las primeras varas, bien erguidas
serían después leños de piel dura,
cuerpos de una solidez abrumadora.
Yo entendía bien su ser, su procedencia
tan humana. Me acordé de muchas cosas
que ya no eran cosas por tu causa, por
tu voz o las manos con que hacías
entallar, crear, guiar hasta la luz,
alimentar de nuevo hoja por hoja.
Había en tu ser un brillo inverso,
un corazón oculto en la batalla,
una tibieza tranquila bajo el manto
llano y denso y plano de las hojas.
Tú me mantenías a cubierto. Tú sabías
dónde sentarse a respirar, cómo
sacar la luz donde ya nada lucía.
*
La copa de Narciso, la que nunca
fue sólo de agua…
Imagina la fuente y su verdura,
el frescor, el canto templado de los pájaros,
el horizonte de los dioses que tiemblan en la altura,
el sol de sí mismo estremecido, reflejado
en un estanque silencioso.
Eco no bebió jamás en este río.
Narciso no cantó jamás en estas aguas.
El temblor, la fuente de energía,
la vibración de un cuerpo de pronto comprendido,
de pronto reflejado en el brillo por sí solo,
en el profundo sol que el agua no refleja
sino acuna, sino bebe, sino
goza…
Nunca fue sólo de agua
este gozo sin tiempo que caía
como luz, hasta el fondo, enamorada…
Coda
Necesité toda la noche, pero al alba
me abrazaba yo en un sitio tan remoto,
me alcanzaba yo en un plazo tan lejano
que supe ver el bosque
y no sentí más tiempo ni deseo
sino claro.
Los sujetos del bosque
Juan José Prior
Sonámbulos Ediciones, 2019
64 páginas
12€
Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas(2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.
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