Resistencia y cuerpo

El teólogo Juan Calvin Palomares escribe sobre la perversión distópica de la utopía posthumana de un mundo sin dolor, con la ayuda de la tecnología y al precio del cuerpo; y, ante ella, de una resistencia necesaria que en el recuperado cuerpo doliente encuentre la espoleta y la argamasa de un proyecto político.

/ por Juan Calvin Palomares /

Suena el despertador en mi smartphone y lo primero que hago, nada más despertar, es acariciar su pantalla táctil. Este primer gesto matutino anuncia una repetición compulsiva, pues mis caricias pertenecen, casi en su totalidad, a las máquinas mediadoras de comunicación en el ocio y trabajo. ¿Queda algún margen para la resistencia? El espacio/tiempo se acorta en la velocidad de lo virtual posibilitando el acceso a una pluralidad de mundos fascinantes. En el interior de esta utopía de la información descansa una distopía: ¿qué ocurre con nuestro cuerpo en esta mediación virtual? Hechizado el cuerpo, se agota en caricias sobre encantadoras máquinas cuyos cuerpos no devuelven ni calor ni aliento, ni mucho menos la suavidad del tacto. Este hardware insaciable demanda cada vez más una exclusiva atención hasta el punto de la adicción.

La utopía de la información se desvela como la distopía de la adicción. ¿Cuánto tiempo más podremos mantener la dicotomía entre psique y soma? No hay mundos fascinantes esperando para ser explorados por nuestra mente al precio de una adicción sobre nuestro cuerpo, sino una vida mermada en la seducción, en el hechizo, de la velocidad virtual. No es extraña la lectura dualista de la vida humana. Esta se remonta a cierta lectura1 de Platón: la filosofía verdadera es aquella que nos aleja del cuerpo.2 ¿El amor a la verdad implica contemplar toda esencia hasta el punto de relativizar el valor de la vida humana de tal manera que la muerte deja de ser algo temible?3 Esta posibilidad serena ante la muerte, ilustrada en Sócrates,4 nos muestra un ejemplo de resistencia en el que poco importa lo que le pase a un cuerpo destinado a sucumbir para que el alma sea liberada. Poco importan los cuerpos en la utopía de la información en cuyos espacios la mente no encuentra salvación.

Escribo estas palabras tecleando, tecla a tecla, caricia a caricia, mi portátil, mientras me pregunto cómo resistir a la seducción de una velocidad adictiva. ¿Estará la respuesta en la revalorización del cuerpo? ¿Revivir nuestro cuerpo? En la distopía de la adicción se pierde contacto con la realidad de nuestro ser.5 Como en una especie de esquizofrenia colectiva, el tiempo invertido en la virtualidad imposibilita percibir el mundo en la plenitud del cuerpo. Resistiremos contactando con la realidad de nuestro ser, de nuestro cuerpo.6 La espera serena de la muerte se contrapone a otra espera angustiada en la que la vida humana no se relativiza, pues cuanto más plenamente se vive, más pérdida supone la muerte. En una felicidad basada en la serena contemplación, la muerte no angustia, pues no se conoce; pero en una felicidad donde la sombra de la muerte se vive en Getsemaní,7 y sus dolores en el Gólgota,8 la penosa perturbación, el aturdimiento, y el desamparo, son la contrapartida de la vida cuya plenitud implica una revalorización del cuerpo en el Levantamiento.9

Encorvado delante de la pantalla, tecla a tecla, caricia a caricia, escribo preguntándome por la resistencia ante el adictivo espacio acortado. Un cuerpo cuyas miradas y caricias, cuya voz, han sido secuestradas por la mediación de un hardware; y cuyos lenguajes han sido raptados por un software en el que nuestra creatividad se cincela en la incitación al consumo a través de hipertextos concebidos por y para el Big Data. ¿Cómo liberarse del hechizo? ¿Seguiremos la invitación al cuerpo en el Levantamiento: «Sígueme y deja (completamente [¿abandona?]) a los muertos sepultar a los muertos (a ellos mismos)»?10 Resistir implica abandonar el juego en el que nos sepultamos unos a otros? ¿Debería dejar de escribir este texto ahora mismo e irme al campo y cultivar la tierra con mis propias manos? O algo más radical: ¿debería evitar morir en medio del camino y descansar al sol?11 No creo que haya una fórmula concreta para la resistencia, por muy esencial que sea, sino una llamada primigenia que nos conecta de nuevo con la vida: «Nadie nos plasma de nuevo de tierra y arcilla,/ nadie encanta nuestro polvo,/ nadie».12

¿Resistiremos asumiendo la singularidad de la respuesta esperada? Nadie puede devolvernos a la vida, nadie puede recuperar nuestra corporeidad, nadie puede matar nuestra águila por nosotros, ¿mataremos a nuestra conciencia a la sazón?13 ¿Recuperaremos así nuestra realidad corporal? Nuestro daimon adicto al espacio/tiempo virtual, a la velocidad hechizadora, ¿tiene posibilidades de conversión a la eudaimonia? ¿En la resistencia conduciremos la propia existencia en el autoconocimiento?14 Nadie puede revivirnos, y, sin embargo, la palabra necesaria para la metanoia viene desde fuera y dice: «¡Levántate!».15 Oímos esa voz, nos llama hacia afuera,16 nos invita a una vida plena más acá de la contemplación del psicofármaco visual; nos llama a una caricia plena, en la que se nos devuelva el gesto, pero somos incapaces de resistir. ¿Por pura flaqueza nos mantendremos en el mal, no por el mal en sí mismo, sino por lo que tiene de intenso y fuerte?17

Resistiremos ganando tiempo al tiempo: nuestra realidad es tempórea.18 somos seres fluentes, contamos con un tiempo en la presencia y en ese nexo enraíza el proyecto.19 Proyectamos porque somos sintientes, estamos en el tiempo fluentes, y porque somos inteligencias abiertas a la realidad, también estamos en el tiempo sinópticamente.20 Somos inteligencia sintiente, estamos en el tiempo fluyendo y proyectando.21 Resistiremos al hechizo en la densidad de un proyecto en el que se salga de la desidia de la compulsividad. El tiempo no devora la realidad, sino que la realidad devora el tiempo, y el nuestro se derrocha en caricias para un hardware que ni siente ni padece. La utopía de la información, imagen a imagen, se proyecta en la imaginación colectiva cuyos ventrículos son el consumo y el Big Data. La distopía de la adicción, caricia a caricia, tecla a tecla, consume el tiempo y el proyecto en la compulsividad del hechizo.

La compulsividad de la distopía no tiene límites en la proyección de la utopía: la humanidad se imagina deshaciéndose del cuerpo, del corazón, de los pulmones, de todo aquello que sobra de la sangre, deshaciéndose compulsivamente de todo órgano que pueda enfermar o padecer.22 Mis sueños de adolescencia pasaban por el trasplante de mi cerebro a un cuerpo nuevo sin una columna rota. Con el tiempo llegué a la convicción de que ese trasplante era renunciar a mí mismo. ¿Era una proyección producida por la depresión? Hoy el proyecto transhumano imagina, en los preliminares de las caricias, la fusión con el hardware. ¿Imagina compulsivamente deshacerse de lo humano por la depresión producida por unas caricias que nunca son devueltas?

En los espacios virtuales donde la identidad es alterada, se produce la satisfacción de poder escapar de uno mismo, y es justo en este uso donde se puede dar con mayor probabilidad una adicción.23 En la huida de uno mismo, del dolor, el espacio virtual se hace cómplice. Caricia a caricia proyectamos una huida de nosotros mismos: deshacernos de todo el sufrimiento a precio de nuestro cuerpo. Recuerdo los gritos de dolor de quienes en el Hospital de Parapléjicos luchaban en la sala del gimnasio por recuperar la movilidad de sus extremidades. La resistencia nos mueve de nuestra parálisis y duele. La vida plena se revela como cruz.24 La huida posthumana sueña con una existencia inmortal al precio de desechar el cuerpo. ¿Resistiremos en el repudio de una existencia sin dolor, negándonos a la huida del sufrimiento?

No está mal esa ingenua enseñanza de un dolor que hace madurar, tan de moda en los libros de autoayuda, pero el dolor de una parálisis en movimiento no hace madurar, sino que devuelve a la vida. Mover la parálisis de nuestro proyecto, devolverlo a la vida, asumir ese dolor, alzar una cruz, ¿densificará nuestra existencia; nos llenaremos de las sombras de Getsemaní y de los dolores del Gólgota? ¿Me veo capaz de tirar el smartphone por la ventana? Ojalá fuera tan sencillo resistir. ¿Hasta cuando podremos mantener la farsa de la individualidad? Nos proyectamos en sociedad.25 ¿Encontraremos espacios de resistencia compartidos, una comunidad política?26 ¿Una comunidad dispuesta a moverse, aunque el dolor sea insoportable? Ante la muerte, sus sombras y dolores, el Levantamiento implica una actitud: vivir plenamente, aunque duela, pues el sufrimiento fecunda una felicidad que las utopías que huyen de lo humano niegan.

Resistiremos en la medida en que renunciemos a los parches contra el dolor cuyo hechizo nos paraliza. Escribo esto, tecla a tecla, caricia a caricia, sentado en una silla de ruedas, y me pregunto por mis propias parálisis. A veces echo de menos sentir la caricia de la arena o del mar, de la tierra o la fría baldosa bajo mis pies. Mis manos siempre buscan ansiosas sentirse vivas. En el espacio virtual he encontrado la satisfacción de poder dejar de ser yo mismo, me he visto huyendo de un cuerpo mermado. La distopía de la adicción y el dolor de volver a la vida en un proyecto que cobrara densidad se ha visto intensificada, en bucles de huidas y paradas, por referencias constantes que ahondan en la despersonalización. Discapacitado medicaliza y reduce al diagnóstico, diverso funcional socializa y exige retos absurdos, pero mi existencia es irreductible a la mediación de las instituciones que me han tratado y maltratado. No sé trata de si esas palabras me ofenden o no; es prácticamente lo contrario: esas palabras insensibilizan, pues despersonalizan. Prefiero tullido, mucho más doloroso, pero me recuerda que estoy vivo y llamado a lo político.27

La utopía de la información, en su vertiente posthumana de la huida del cuerpo, contempla el estado ideal de la existencia como no discapacitada. En la distopía de la adicción, en el espacio virtual, el cuerpo se olvida de sus mermas: no hay dolor, sólo una letanía de caricias, tecla a tecla, en la que poco a poco dejamos de vibrar. Nos proyectamos en la huida como una humanidad sin dolor al precio de sustituir el cuerpo por hardware. ¿No huimos así de esa llamada política, de esa llamada a la densidad, al sufrimiento del movimiento? «Lo que distingue separa, y por ello mismo, une».28 La utopía posthumana proyecta una corporeidad igualitaria de cuerpos intercambiados por hardware, y en su indistinción se imposibilita la unión, la masa, y por tanto la resistencia. Resistiremos donde nos mantengamos en movimiento, aunque duela; donde nos proyectemos en un sufrimiento que nos une; donde nuestra irreductible singularidad nos distancia y nos convierte en prójimo.29 La resistencia a la utopía de la información que se desvela como la distopía de la adicción pasa por un dolor cuya singularidad nos une para el proyecto político.

IMAGEN DE PORTADA: Dolor, de Teodora Stojanović (2020)


Notas

1 Sobre todo, desde la reducción renacentista de la que Descartes se hace eco.

2 Platón: La República (485d), comentario de Emilio Lledó: La memoria del logos, Barcelona: Debolsillo, 2018, p. 239.

3 Ibídem.

4 Platón, Fedón: 61b-69e.

5 A. Lowen: La depresión y el cuerpo, Madrid: Alianza, 2020.

6 Ibídem.

7 Marcos 15, 32-35: εκθαµβεισθαι (aturdido), αδηµονειν (perturbado penosamente).

8 Marcos 15, 22-37: Ελωι λιµα σαβαχθανι (Dios mío, ¿por qué me has desamparado?).

9 Hechos 2, 31 e.g: αναστασεως (levantamiento).

10 Mateo 8, 22.

11 Diógenes Laercio: Vidas de filósofos ilustres.

12 Fragmento, Paul Celan: Obras completas, Madrid: Trotta, 2020, p. 161.

13 André Gide: Prometeo mal encadenado, Barcelona: Fontamara, 1974, p. 115.

14 E. Trías y R. Argullol: El cansancio de Occidente, Barcelona: Destino, 1992, p. 102.

15 Marcos 5, 41, e.g: levántate (εγειραι).

16 Juan 11, 43, e.g: Ven fuera (δευρο εξω)

17 F. Pessoa: Libro del desasosiego, Madrid: Alianza, 2020, p. 98.

18 X. Zubiri: Estructura dinámica de la realidad, Madrid: Alianza, 2019, p. 304.

19 Ibídem, p. 306.

20 Ibídem, p. 307.

21 Ibídem, p. 308.

22 R. Kurzweil: La singularidad está cerca: cuando los humanos transcendamos la biología, Madrid: Lola Books, 2012, p. 352.

23 X. Carbonell, H. Fúster, A. Chamarro y U. Oberst: «Adicción a internet y móvil: una revisión de estudios empíricos españoles», Papeles del Psicólogo, núm. 2 (2012), p. 87

24 Mateo 16, 24: repúdiese a sí mismo, alce su cruz, y sígame (εαυτον και αρατω τον σταυρον αυτου και ακολουθειτω μοι).

25 Aristóteles: Política. Zoon politikón.

26 Ibídem: koinonia politiké.

27 M. Moscoso y S. Arnau: «Lo queer y lo crip como formas de re-apropiación de la dignidad disidente. Una conversación con Robert McRuer», Dilemata, núm. 20 (2016), pp. 137-138

28 J.-L. Marion: El ídolo y la distancia, Salamanca: Sígueme, 1999, p. 195.

29 Ibídem.


Desde una fe en certezas hacia ¿una fe en incertidumbres? | Juan Calvin  Palomares – Lupa Protestante

Juan Calvin Palomares es graduado por la Facultad de Teología SEUT, Madrid (2016-2020). Actualmente está finalizando el grado en filosofía en la Universidad Pontificia de Comillas (2017-2021). Posee cursos en bellas artes por la Universidad de Barcelona (2008-2012) y en enfermería por la Universitat de les Illes Balears (2007-2015).

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