Nunca habría titulado este ensayo como ‘Las horas bajas’

Enrique del Teso reseña el ensayo de Xandru Fernández, un libro de filosofía «hecho por un dj que detiene, cambia el giro y hace avanzar a Platón, Descartes o Walter Benjamin y saca de ellos chispas de Los Vengadores, Flaming Lips o los zombis de Romero».

/ una reseña de Enrique del Teso /

«Lo único que podemos afirmar con rotundidad que la posmodernidad nos ha enseñado es que la historia no nos absolverá a no ser que triunfemos». «Me miro en el espejo y no soy feliz». En la primera cita resuena el eco del famoso discurso de Fidel Castro. En la segunda, el eco de una canción de Parálisis Permanente. La primera cita, aunque sesgando una frase como esta no se note, va de zombis de cine, de zombis políticos y de pasados reconstruidos de la extrema derecha para sus necesidades presentes. La segunda va de Descartes y de que, si lo que hace que una persona sea la misma aunque su cuerpo cambie, si el cuerpo y sus vicisitudes son accidentales para la identidad, si uno existe porque piensa, la consecuencia lógica es el queer. Así es Las horas bajas.

Es más una sesión dj que un disco, dice el autor, más mezcla y remezcla de elementos que se fueron acumulando que un desarrollo estructurado. Me gustaría saber cómo fue la sensación de los primeros que vieron a aquellos dj’s manoseando el vinilo, con aquellas paradas, retrocesos y avances enérgicos, sacando ritmos frenéticos a base de hacer todo lo que no hay que hacer para cuidar un vinilo. Las horas bajas es un libro de filosofía, hecho por un dj que detiene, cambia el giro y hace avanzar a Platón, Descartes o Walter Benjamin y saca de ellos chispas de Los Vengadores, Flaming Lips o los zombis de Romero. Thanos o Ironman desfilan en Las horas bajas con la misma seriedad que Sócrates dialogando con Calicles.

Es un libro de filosofía disuelta y entreverada en eso que podríamos llamar cultura popular o de masas buscando rodeos para no decir cultura fuera del mundo académico. Claro que la filosofía a la que se aplica es, y lo advierte el autor al principio, una filosofía que se desmarca «de la metafísica de anticuario en que se han convertido buena parte de los departamentos de filosofía de las universidades (que han pasado de la veneración heideggeriana del lenguaje como casa del ser a la acumulación de cachivaches culturales en cada rincón de esa casa hasta volverla inhóspita)». Xandru cuando quiere se hace entender.

Es un libro sobre la vejez, la modernidad, el tiempo, el progreso y esa generación a la que pertenece Xandru, y que él percibe como en permanente duelo, que son los boomers. Más exactamente, es un libro sobre la angustia, desubicación y desconcierto existencial de los boomers tal como la expresa la música, el cine o la literatura con las resonancias y el volumen de determinadas tradiciones y discusiones filosóficas. Algunos momentos del libro parecen una autobiografía interrumpida por reflexiones filosóficas o políticas y otros parece lo contrario: una lección de filosofía interrumpida por Xandru entrando en el aula para contar algo. Por ese punto autobiográfico hay en el libro hilos de melancolía o de nostalgia como tocando el rostro del lector, pero sin distraerlo ni emocionarlo.

Los hilos discursivos son siempre amenos, a veces exigentes y a veces también tan extensos que el lector tiene que deternerse para reconstruirlo. Estamos leyendo páginas intensas sobre la vejez en Platón y los estoicos, las páginas derivan a la felicidad y su tratamiento filosófico y pasan al reverso de la inmortalidad: igual que queremos que haya algo después de la muerte, también queremos que lo haya antes de la vida. Nos gusta que nuestro tiempo individual se subsuma en el tiempo mítico de la comunidad, ser parte de algo mayor que nosotros, hasta el punto de cambiar el nombre y rebautizarse en eso que es mayor que nosotros y se sitúa en ese tiempo mítico mayor que el nuestro (ahora me estoy acordando de cuando Anakin Skywalker cambió el nombre a Darth Vader). La cuestión, decía, es que uno empieza leyendo sobre la vejez y en algún momento se encuentra leyendo sobre la inserción de los sujetos en tiempos míticos, sobre Ignacio de Loyola y sobre los orígenes cambiantes de David Copperfield. No es cháchara ni digresión. El hilo es ordenado y con orientación, pero, como decía, el lector de vez en cuando debe parar y literalmente retomar el hilo para no perderse nada. Esos hilos rezuman erudición y razonamiento, que a veces llegan a la excelencia. No se pierdan la posibilidad Settembrini, la posibilidad Naphta y la posibilidad Peeperkorn del progreso. Y disfruten de las tres pinceladas para el análisis del tiempo en la obra de David Bowie.

Haré a continuación al lector interesado un favor de amigo. La mejor forma de leer Las horas bajas es empezar en la página 167 y 168 y después volver a la página 1 y leer con normalidad. El favor de amigo es que, como malicio que no seguirán el consejo, se las pongo yo ahora. Es una recapitulación en que el autor hace sin querer una presentación del libro en toda regla y que ayuda a aquello de no perder el hilo (quien no tenga paciencia puede saltarse la extensa cita, pero él se lo pierde):

«Vimos, para empezar, que la filosofía, desde sus mismos orígenes, ha considerado la vejez un problema que merecía la pena abordar, y vimos que finalmente pesó más que otros el modelo platónico de relación entre vejez, sabiduría y poder que, a través del estoicismo y el cristianismo, pasó a la imagen popular, barroca, del filósofo. Vimos a continuación cómo esa solución platónica instituye un modelo teorético de felicidad que las elites intelectuales han sabido hacer compatible con altas cotas de desigualdad social y que tan solo la sociedad de consumo ha quebrado mediante la estimulación de paradigmas éticos centrados en el papel de la juventud como motor del cambio social. Pudimos observar cómo esos cambios producidos en la segunda mitad del siglo XX llevan aparejada una mitología y una concepción del tiempo y de la historia que configura la relación de toda una generación (la del baby boom, la de la contracultura de los años sesenta) con la cultura de masas, promoviendo una imagen de sí misma en la que los ideales ilustrados del progreso entran en conflicto con la experiencia simbólica del fin de la Modernidad. Y comprendimos que, hasta cierto punto, esa generación identifica el curso del tiempo y de la historia con su propio desarrollo y envejecimiento, e identifica también su progresivo apartamiento de los ámbitos de decisión con la pérdida de legitimidad de las instancias de decisión que hasta hace poco controlaba; en consecuencia, ve cumplirse en ella misma la profecía de que el progreso se ha detenido y traslada a las generaciones más jovenes esa certidumbre, que a la larga obstaculiza e incluso impide la invención de formas nuevas de expresión, deliberación e intervención política.

Finalmente, pudimos constatar cuán persistente es la estrategia de proyectar el molde de las edades del individuo (infancia, juventud, madurez, vejez) sobre el desarrollo de las instituciones (fundamentalmente las modernas), los períodos históricos o la humanidad en su conjunto. La duración de la vida humana se convierte así en paradigma del desarrollo evolutivo (nada que no hubiera anticipado San Agustín, por otra parte), y atención a los inconvenientes que se derivan de este hábito, pues son los mismos que Gulliver observaba en la ancianidad perenne de los struldbruggos: cuanto más larga la existencia, tanto más pesado el lastre del pasado, de la memoria, del apego a lo vivido, y ya vimos, con Nietzsche, que un equilibrio óptimo de memoria y olvido es condición indispensable para orientar la acción. Tenemos que olvidar, renacer constantemente, si no queremos quedarnos atrapados en una imagen definida y definitiva de nosotros mismos. Normalmente el individuo no necesita hacer tal cosa, o no lo necesitaba hasta que el siglo XX sustituyó la imagen clásica de las edades (una cosa para cada tiempo y un tiempo para cada cosa) por el ideal de la sola edad, de la juventud como edad de oro, del cuerpo joven y la mente en blanco, de la experiencia extática novedosa y fugaz que tan solo es ambas cosas porque se repite en individuos diferentes, pero que deja de ser novedosa y fugaz (y extática) en cuanto el mismo individuo la repite compulsivamente. La cultura de masas a partir de los años sesenta propagó el culto a la juventud a una velocidad inusitada por todo el planeta. Ahora ya son varias las generaciones que han crecido dentro de ese paradigma y podemos observar en qué medida no estamos siendo felices, no estamos sabiendo ser felices ni estamos, tampoco, sabiendo promover la felicidad colectiva al haber renunciado a seguir construyendo el ideal de progreso que nos trajo hasta aquí».

En una de sus notas, Walter Benjamin formula la pregunta de si las revoluciones no serán, en lugar de las locomotoras de la historia como decía Marx, la forma en que la humanidad acciona el freno de emergencia».

Las horas bajas es políticamente melancólico. Analiza previsiones e ilusiones que no se cumplieron, supuestos que resultaron desajustados, postmodernidades inventadas, añoranzas de pasados que no existieron, diversidades tenaces que no se ven, realidades que se toman por distracciones. El libro no se aparta en ningún momento de su arranque de la mano de Fisher y Thanos: es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.

Podemos aprender del libro la inconveniencia de invadir el presente con zombis del pasado y la inconveniencia inversa de la amnesia y la pérdida del hilo de la historia. Y la vida ya nos había enseñado que hay que dormir, hay que parar y dejar que los tejidos recuperen su forma y reciban chapa y pintura para seguir funcionando. Las horas bajas es de esos libros que le hacen a uno sentir que estuvo dormido mientras lo leía, por la rara vitalidad y como de haber recibo chapa y pintura que siente al terminarlo. Cuando hice la primera lectura, estuve seguro de que yo no lo hubiera titulado Las horas bajas. Sencillamente no se me hubiera ocurrido. Ahora reconozco que no tengo ni idea de cómo hubiera titulado este ensayo. Es una suerte que a Xandru se le ocurriera lo de Las horas bajas.


Las horas bajas
Xandru Fernández
Lengua de Trapo, 2020
214 páginas
17,50 €

Enrique del Teso Martín es doctor en Filosofía y Letras y profesor titular de lingüística en la Universidad de Oviedo. Es autor de los libros Gramática general, comunicación y partes del discurso, Contexto, situación e indeterminación, Compendio y ejercicios de semántica, Fonética y fonología actual del español (con F. d’Introno y Rosemary Weston) y Semántica y pragmática del texto común (con Rafael Núñez) y ha publicado artículos en revistas especializadas sobre lingüística teórica, semántica, pragmática y comunicación. Impartió clases de postgrado en Massachusetts y en varias universidades de Latinoamérica. Participa regularmente en programas de radio y escribe semanalmente en la prensa.

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