/ La escritura encubierta / Ricardo Labra /
Creo que esta humorística teoría que trataba de explicar el porqué —la causa, razón y motivo— de que existieran tradicionalmente más poetas en Andalucía que en Asturias, se la escuché a Juan Cueto al calor —para ahuyentar el frío otoñal— de una fabada que cumplía todos los requisitos exigidos por nuestros norteños pagos. El intelectual de la aldea global otorgaba el mérito de esta original teoría, fundamentada en la constatación empírica y en su traslación estadística, a Álvaro Cunqueiro. El fabulador mindoniense, seguro que influido por una de esas meigas que habitualmente pululan por los atardeceres neblinosos de Mondoñedo, había llegado a la conclusión de que la causa de la inspiración poética no se debía precisamente a factores externos, como la luz o el paisaje, según postulaban crédulamente ciertos autores románticos, ni tan siquiera a los efectos espirituosos del amontillado o del cante jondo, sino, y hete aquí el grial de la creación poética, a las calorías. Los andaluces, como por otra parte es público y notorio, suelen caracterizarse por profesar una dieta bastante saludable, en donde proliferan las lechugas, los tomates y los pepinillos, por lo que son proclives, al menor descuido, a la levitación. Y casi sin esfuerzo, solo con relajar un poco su voluntad, suelen caer inmersos en el arrobo que los místicos llamaban rapto poético. En cambio, los norteños, tan proclives en su irreprimible yantar a las contundentes viandas, abundosas en grasas y otros aditamentos, estaban predestinados a quedarse anclados pesadamente en la tierra y en la triste prosa de cada día.
Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que los hechos no hacían más que avalar la pintoresca teoría cunqueiriana, ya que los poetas de nuestro terruño —los García Nieto, los Carlos Bousoño y los Ángel González (Antonio Gamoneda es un caso diferente, de floración lenta; de niño cambió a Asturias por su región gemela, y desde allí, sin apenas moverse, escribió su obra)—, tenían que desplazarse a otras capitales españolas, especialmente Madrid y Barcelona, si querían prolongar su incipiente carrera literaria. Asturias, por esas y otras causas, hasta la llegada de la Transición, era un páramo literario, con algún que otro menguado y sorpresivo fruto poético.
Todo esto cambió, o empezó a tomar una tonalidad diferente, con la antología de Rafael García Domínguez —Trece poetas. Asturias 1972-1985—, por lo que el fantasma de Álvaro Cunqueiro tendría que dirimir con sus meigas ¿por qué actualmente hay más poetas en Asturias que en todo el sur de España?, como corrobora la constatación empírica y la traslación estadística.
Rafael García Domínguez fue el primer antólogo de la poesía asturiana, o si se prefiere, para que no haya equívocos, de los poetas que escribían y proyectaban su obra en y desde Asturias, como rubrica el propio compilador en su prólogo: «Los poetas incluidos en esta antología tienen en común, sobre todo, el ser residentes en Asturias […] el tener la poesía como una actividad habitual […] es decir, son creadores en activo». Rafael García Domnguez sigue en Trece poetas las pautas metodológicas instauradas por Gerardo Diego en su canonizadora antología: Poesía española. Antología 1915-1931. En cuyas páginas, como el cántabro, también reclama a los antologados una poética que refleje sus supuestos creativos, dejando al criterio de los poetas la selección de sus respectivos poemas. La diferencia con la metodología establecida por Gerardo Diego estriba en que Rafael García Domínguez realiza con cada autor un minucioso estudio de su poesía a través de algunos de sus poemas. El paso del tiempo solo ha podido confirmar y realzar el propedéutico análisis textual realizado por Rafael García Domínguez con cada uno de sus Trece poetas, por su visionario rigor y la sustantiva lucidez de sus comentarios. Trece poetas es una antología en la que se percibe —casi se palpa— la apuesta vital e intelectual de su antólogo, así como su sincera pasión por los poetas antologados: Francisco Álvarez Velasco, Víctor Botas, Miguel Munárriz, José Luis García Martín, Felicísimo Blanco, Fernando Menéndez, Rosa Espada, Alberto Vega, Juan Muñiz, Blanca Álvarez, Pedro Luis Menéndez, Ricardo Labra y Eduardo Errasti.
La antología no se editó con facilidad, tuvo que sortear numerosas dificultades que en aquellos momentos parecían insalvables, hasta que Miguel Munárriz consiguió que Carlos Cecchini ejerciese de mecenas, por lo que el libro lleva el sello editorial de La Ferrería: trece poetas también cuenta con otra singularidad, al estar diseñado y maquetado por Helios Pandiella, que entonces tuvo el humor de realizar un dibujo a mano alzada de los poetas antologados.
Todas estas evocaciones surgen al albur de la triste noticia de la muerte de Rafael García Domínguez, de la que tuve conocimiento tardíamente a través del poeta y traductor José Luis Piquero, antiguo alumno suyo. El versado profesor del instituto Alfonso II de Oviedo formaba un tándem inseparable con su esposa, María Dolores Vijande (Loli), también profesora de literatura y entusiasta lectora de los Trece poetas seleccionados por su marido.
Rafael García Domínguez siempre fue un hombre tímido y discreto, tendente a la introspección y a la melancolía, que se fue apartando del mundillo literario asturiano sin estridencia alguna, hasta desvanecerse por completo. Puede que este apartamiento de lo que tanto amaba se deba a sus obligaciones profesionales, durante años ejerció sus tareas docentes atendiendo a los alumnos del nocturno, pero también deben tenerse en cuenta otras onerosas cuestiones que bien pudieran explicar su definitivo ostracismo, como el desencanto que debió ocasionarle el ingrato pago que alguno de sus Trece poetas le prodigaron. Ahora se sabe, el número bíblico no auguraba nada bueno para su generoso hacedor.
Son muchas cosas las que la poesía asturiana debe a este pródigo y prodigioso antologo de la poesía de Asturias. Nada sería igual sin sus Trece poetas.

Ricardo Labra, poeta, ensayista y crítico literario, doctor en Investigaciones Humanísticas y máster en Historia y Análisis Sociocultural por la Universidad de Oviedo; licenciado en Filología Hispánica y en Antropología Social y Cultural por la UNED, es autor de los estudios y ensayos literarios Ángel González en la poesía española contemporánea y El caso Alas Clarín: la memoria y el canon literario; y de diversas antologías poéticas, entre las que se encuentran Muestra, corregida y aumentada, de la poesía en Asturias, «Las horas contadas»: últimos veinte años de poesía española y La calle de los doradores; así como de los libros de relatos La llave y de aforismos Vientana y El poeta calvo. Ha publicado los siguientes libros de poesía: La danza rota, Último territorio, Código secreto, Aguatos, Tus piernas, Los ojos iluminados, El reino miserable, Hernán Cortés, nº 10 y La crisálida azul.
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