/ por Juan Alegría Licuime /
Artículo originalmente publicado en Crítica.cl el 2 de septiembre de 2023
Palabras preliminares
El pasado 6 de julio, la salida de Patricio Fernández como coordinador interministerial para la conmemoración de los cincuenta años del golpe de Estado provocó variadas reacciones en la clase política, siendo las afirmaciones del diputado de la UDI Jorge Alessandri las más desconcertantes, al afirmar: «Yo justifico el golpe militar». Tal sentencia marca un punto de inflexión respecto a la relación lenguaje, violencia y poder. De acuerdo con Jean Pierre Faye,1 para el pensamiento conservador todas las cosas relevantes remiten a un comienzo u origen y es precisamente el golpe de Estado el comienzo de lo que podemos designar como una revolución conservadora;2 revolución que permite edificar las bases para la reformulación neoliberal del aparato estatal e instituciones públicas del país.
Asimismo, el «yo justifico el golpe militar» adquiere un valor discursivo al momento de problematizar el espacio desde dónde se enuncia la frase. Ciertamente, ese yo engloba una genealogía que remite a la historia de una de las familias más influyentes del siglo XX en nuestro país. El actual diputado de la UDI Jorge Alessandri es hijo de Gustavo Alessandri Valdés (1929-2017), quien fue abogado, empresario industrial y agrícola con afiliación al Partido Liberal, Partido Nacional y Renovación Nacional. Por su parte, Gustavo Alessandri Valdés es sobrino nieto de Arturo Alessandri Palma (1868-1950), abogado y político del Partido Liberal; presidente de la República entre en los periodos 1920-1925 y 1932-1938. Arturo Alessandri, conocido como el León de Tarapacá a su vez tuvo nueve hijos: Rosa, Ester, Jorge, Fernando, Hernán, Eduardo, Marta, Mario y Arturo; siendo su hijo Jorge Alessandri presidente durante el periodo de 1958 a 1964.
El valor de la frase se refuerza al momento de contemplar lo que Foucault denomina «el análisis del enunciado», acción que remite a un procedimiento de visibilidad de este mismo, haciendo ver su modo de existencia, coexistencia, reglas de formación, singularidad, exterioridad, recurrencia, etcétera.3 En definitiva, se trata de determinar el porqué de su acontecimiento y su voluntad de verdad. En este contexto, el «yo justifico el golpe militar» remite a un contexto de enunciación donde progresivamente el espacio político es copado por diferentes tipos de neoconservadurismos, neofascismos y populismos de derecha.4
El enunciado visibiliza una práctica discursiva que irrumpe como un lugar de articulación y aglutinación de discursos, prácticas, saberes y reglas que están consolidando un espacio político hegemonizado por las ideas de los sectores más reaccionarios del espectro político. De ahí que el enunciado del diputado Alessandri lo podamos interpretar como una reafirmación del triunfo neoliberal postestallido social, y al mismo tiempo, la legitimación de la violencia del aparato estatal contra todo intento de impugnación de la gubernamentalidad neoliberal y la privatización de lo público. Como hipótesis sostenemos entonces que el «yo justifico el golpe militar» es una declaración moral y ética de un sector social que se asume así mismo como garante del orden y estabilidad del país.
El golpe que no pasa
La conmemoración de los cincuenta años del golpe de Estado se produce en un contexto político, social y cultural enrarecido por las continuas crisis políticas en que se ha sumergido el actual Gobierno. Acontecimientos decisivos que se suman a este clima político son: la preeminencia de las agendas de seguridad, el progresivo avance de sectores neoconservadores y autoritarios en importantes espacios de poder y la exitosa operación política y comunicacional que ha replegado el carácter de la revuelta de octubre del 2019 a un hecho de carácter violento y delictual. En tal perspectiva, cualquier análisis sobre el golpe mismo queda circunscrito a estos fenómenos. Reflexión que nos lleva inexorablemente a preguntarnos por la permanencia y legitimación del proyecto neoliberal que se instala con el golpe de Estado. Necesario es entonces repensar este acontecimiento desde un modelo historiográfico más amplio, que permita problematizar el papel estratégico del proyecto neoliberal en el Cono Sur de América.
Figura clave para este proceder es el modelo de larga duración de Fernand Braudel.5 Su método se base en la relación e interacción de tres tiempos históricos: larga duración, mediana duración y corta duración. En esta clasificación, la larga duración corresponde a un tiempo aparentemente inmóvil; se refiere metafóricamente a los cambios en la geografía terrestre y humana. Como resultado de lo anterior, este tiempo es sumamente lento, siendo necesario varios siglos para percibir su movimiento. No obstante, fenómenos tan complejos como el origen del capitalismo alcanzan su comprensibilidad desde este horizonte histórico.
Por su parte, el tiempo de mediana duración remite a determinadas coyunturas, que encuentran su emergencia en la historia cíclica, que tienen su máximo ejemplo en los fenómenos económicos y sociales. Estos últimos no son tan largos y pueden abarcar décadas. Por otra parte, el denominado tiempo corto alude a la historia política tradicional. Así, lo que determina tal tiempo es el acontecimiento periodístico circunscrito al individuo, quien pasa a ser el centro de la historia, destacándose las hazañas de personajes importantes y su relación con los acontecimientos periodísticos.
Asimismo, Braudel realiza una diferenciación importante entre economía mundial y economía-mundo. Por la primera se entiende la economía del mundo tomada en su totalidad. Por economía-mundo se entiende la actividad económica de una porción del planeta que está a su vez formada por un todo económico. Precisamente para el historiador, el Mediterráneo en el siglo XVI se constituía por sí mismo en una Weltwirtschaft, palabra alemana que remite al concepto de economía-mundo.6
El concepto de economía-mundo permite a Braudel determinar la relación directa entre capitalismo y procesos de descentramiento de los polos económicos (ciudades) y el correspondiente centramiento de zonas económicas que actualizan su poder económico y simbólico. En este entramado de relaciones y procesos de descentramiento y centramiento podemos problematizar el acontecimiento del golpe de Estado en nuestro país, y particularmente el papel de Latinoamérica en la reconfiguración de la globalización capitalista; donde también cabe reflexionar por la extracción de los recursos naturales y la explotación de trabajadores formales e informales.7 Parafraseando a Braudel, podemos afirmar que el golpe de Estado se corresponde con procesos de descentramiento y recentramiento de la economía mundial, que a la luz de la globalización económica era necesario impulsar. Aún más, la globalización económica como proceso de larga duración requiere de la desterritorialización de los Estado-snación en su sentido tradicional, pues no es que el Estado se aponga a la globalización económica: más bien los aparatos estatales nacionales son también agencias de la economía política mundial.8 Dicho esto, podemos sostener que el programa político de privatización de lo público abierto por el golpe de Estado aún no concluye. El golpe no ha terminado de pasar, porque en sí mismo se ubica en un horizonte de larga duración. La hegemonía e influencia que tienen hoy los sectores proclives al golpe en la sociedad permiten pensar en un nuevo proyecto refundacional de lo neoliberal, que claramente apuesta por extremar las contradicciones entre capital y trabajo.
Neoliberalismo recargado
Las publicaciones en torno al neoliberalismo paulatinamente están adquiriendo un carácter interdisciplinar, pues no es posible desde un solo enfoque dar cuenta de múltiples factores que determinan su emergencia. Textos recientes que tematizan tales problemáticas son, por ejemplo: Auge y caída del orden neoliberal (2023); El ser neoliberal (2018); La sociedad del rendimiento: cómo el neoliberalismo impregna nuestras vidas (2018); Psicopolítica: neoliberalismo y nuevas técnicas de poder (2014) o La era del vacío (2018). Un texto esclarecedor respecto a la problemática neoliberal es Breve historia del neoliberalismo (2005), donde David Harvey, geógrafo y teórico marxista, plantea la importancia que tiene Chile en la consumación del neoliberalismo como proyecto global:
«Merece la pena recordar que el primer experimento de formación de un Estado neoliberal se produjo en Chile tras el golpe de Pinochet el “11 de septiembre” de 1973 (casi treinta años antes del día del anuncio del régimen que iba a instalarse en Iraq por parte de Bremer). El golpe contra el gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende fue promovido por las elites económicas domésticas que se sentían amenazadas por el rumbo hacia el socialismo de su presidente. Contó con el respaldo de compañías estadounidenses, de la CIA y del secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger. Reprimió de manera violenta todos los movimientos sociales y las organizaciones políticas de izquierda y desmanteló todas las formas de organización popular (como los centros de salud comunitarios de los barrios pobres) que existían en el país».9
La asociación directa entre neoliberalismo y destrucción queda también de manifiesto en el libro de Naomi Klein La doctrina del shock: auge del capitalismo del desastre (2008), donde la periodista norteamericana da cuenta de cómo empezó a investigar la relación entre la dependencia del libre mercado y la destrucción, en el contexto de la ocupación de Irak (2003), el tsunami que azotó a Sri Lanka en 2004 y las inundaciones de Nueva Orleans en el 2005 provocadas por el huracán Katrina. La periodista demuestra que todos estos acontecimientos destructivos fueron aprovechados para privatizar áreas sociales y desregular áreas económicamente sensibles de estos territorios. Para Klein, de Chile a Irak, la tortura ha sido el socio silencioso de la cruzada por la libertad global.10
La complejidad de lo neoliberal como entramado económico, político, social y cultural requiere entonces un análisis que pueda desbordar las categorías políticas tradicionales que han dado sustento a la propia modernidad; de ahí que la biopolítica nos permite precisamente tal operación, considerando el neoliberalismo como un fenómeno que se desliga de las categorías tradicionales de la ciencia política:
«Desde que Michel Foucault, si bien no acuñó su denominación, replanteó y recalificó el concepto, todo el espectro de la filosofía política sufrió una profunda modificación. No porque repentinamente hubieran salido de escena categorías clásicas como las de derecho, soberanía y democracia: ellas continúan organizando el discurso político más difundido, pero su efecto de sentido se muestra cada vez más debilitado y carente de verdadera capacidad interpretativa. En vez de explicar una realidad que en todos los aspectos escapa al alcance de su análisis, esas categorías necesitan ellas mismas el examen de una mirada más penetrante que a un tiempo las deconstruya y las explique».11
Al respecto, los cursos de Seguridad, territorio y población (1977-1978) y Nacimiento de la biopolítica (1978-1979) impartidos por Foucault en el Collège de France son claves para establecer tal tipo de lectura. Para el filósofo, el neoliberalismo es ante todo una racionalidad de gobierno, lo cual implica directamente que no se trata de un capitalismo desorganizado o una modernidad líquida como lo teoriza Bauman: más bien el neoliberalismo es una reorganización de la racionalidad política una vez desaparecido el Estado.12 Tal racionalidad abarca no solamente el gobierno de la vida económica, sino también todos los ámbitos que despliega el sujeto como viviente. Esta racionalidad no implica que se elimine el Estado, sino que este mismo se transforme en un instrumento del mercado.
Para Giddens, la tesis del Estado mínimo resultante de su coaptación por el mercado está directamente vinculada con la impronta de la racionalidad neoliberal, en el sentido de hacer coincidir los intereses de diferentes grupos corporativos en oposición al Estado. Los intereses de la sociedad civil se ven potenciados a partir de propiciar la cooperación de pequeños grupos, fomentando una serie de valores, como: honestidad, autosacrificio, honor, autodisciplina, responsabilidad, emprendimiento, etcétera.13 La racionalidad neoliberal actúa promoviendo tales valores en un marco de acciones reguladoras sobre la economía, cuya función es crear acciones trascendentes que garanticen el buen funcionamiento del mercado. Como ya indicamos, no son acciones reguladoras sobre todo lo público, sino únicamente sobre los aspectos más estructurales que permiten la operacionalización del mercado, como por ejemplo la vida de la población, la estructura psicológica de los individuos, entramados jurídicos, conocimientos técnicos y científicos. En definitiva, el Estado no interviene sobre el mercado, sino que, como indica Foucault, interviene sobre el marco del mercado.14 Este proceso implica que el Estado se aboca a crear las condiciones para el desarrollo de la vida económica, pero sin influir en los procesos económicos como el keynesianismo. Lo innovador de lo neoliberal es entonces la capacidad para crear marcos de funcionamiento del mercado, en ámbitos nunca contemplados anteriormente: ciencia, salud, educación, pensiones, etcétera.15
La intervención en el marco del mercado permite construir una estructura de competencia, esto significa que la función del Estado no es ya proteger a los ciudadanos. Por el contrario, se trata de crear las condiciones para que el ciudadano mismo se convierta en un actor económico, que a su vez pueda moverse con independencia del Estado.16 Al respecto, Foucault es categórico al afirmar que un gobierno económico es por definición un dejar actuar a la desigualdad: «En términos generales, es preciso que haya algunos que trabajen y otros que no trabajen, o bien que haya salarios grandes y pequeños, que los precios suban y bajen, para que las regulaciones actúen. Por consiguiente, una política social cuyo primer objeto sea la igualación, aún relativa, que se asigne como tema central la distribución equitativa, aun relativa, sólo puede ser antieconómica».17 En esta estructura de competencia la distribución de la riqueza es algo del pasado, lo importante y decisivo son los estímulos laborales y las cualidades para competir de cada individuo. Desaparece la complementariedad entre economía y sociedad como lo piensa Weber, quedando el espacio social replegado a un conjunto de actores económicos que compiten para satisfacer sus necesidades.18
Una moral de la desigualdad
El «yo justifico el golpe militar» implica una dimensión moral, en tanto consideramos que implícitamente contiene una sentencia que pretende imponerse al resto de la sociedad. Comprendemos en forma más acabada este problema desde la pragmática del lenguaje de Austin,19 donde los enunciados operan en base a tres dimensiones: locutivo, ilocutivo y perlocutivo. El acto perlocutivo es el efecto que produce lo que decimos en el receptor, acciones que pueden buscar convencer, mandar, dirigir, etcétera. En tal perspectiva, hay una sentencia que implica un fondo moral donde se recorta el enunciado. Aquí, por moral entendemos el conjunto de códigos de comportamientos y de juicios transmitidos por generaciones anteriores; la moral según se desprende de esta definición parece constituir un conjunto fijo y acabado de estrictas normas y reglas.20
Por cierto, el «yo justifico el golpe militar» y su vinculación directa con la racionalidad neoliberal, donde libertad económica y propiedad se constituyen como los garantes de la moralidad, nos habla de una sociedad donde la ética misma debe ser pragmática y utilitaria. Precisamente, para los utilitaristas la vida mejor es en la cual existe una gran cantidad de felicidad y una menor cantidad de sufrimiento. El precedente de la teoría utilitarista es la filosofía de Hume,21 que plantea que el reducto de la ética son los sentimientos y no la razón, y donde además la simpatía y lo útil son la base de la moral. Se desprende de lo anterior que el cálculo de la utilidad de las acciones serán la base de la moralidad social. De ahí que el utilitarismo cae en la denominación de una ética consecuencialista, que se caracteriza por el componente teleológico que tiene. Es decir, el buen proceder está ligado a las consecuencias de tales acciones.
Si bien puede ser forzado esgrimir que el «yo justifico el golpe militar» se emplaza desde un utilitarismo consecuencialista, sí podemos afirmar que el enunciado vincula una afirmación de fuerza con sus posteriores consecuencias. Por tanto, claramente hay una consciencia del sujeto que enuncia la frase de los efectos que implicó el golpe de Estado para miles de chilenos y sus imborrables consecuencias trágicas para el país. La expresión misma se aleja de emplazamientos morales o éticos desde donde poder situarla, escenario que nos lleva directamente a un espacio de postética o fin de los valores; espacio incierto donde prevale una ética de lo útil y lo conveniente. La búsqueda sin límites de lo conveniente actúa como un utilitarismo recargado, donde cabe la posibilidad de justificación de cualquier hecho o acción en función del interés individual o corporativo. En conclusión, el «yo justifico el golpe militar» adquiere coherencia y sentido bajo las premisas de un sistema que promueve y privilegia la competencia y el interés individual de los diferentes actores sociales, donde algunos pocos triunfarán y otra gran mayoría sucumbirá en el intento. Hablamos del tránsito de la biopolítica a la tanatopolítica.22
Notas
1 Jean Faye: Los lenguajes totalitarios, Madrid: Taurus, 1974
2 Para Maurizio Ricciardi, fascismo y nacional-socialismo pueden ser definidos como contrarrevoluciones preventivas, y operan respectivamente cuando la unidad del sujeto político es puesta en cuestión por la revolución proletaria. El golpe de Estado es el mecanismo por la cual tales ideologías acceden al poder, anteponiendo la idea mítica de un pueblo unificado a través de un líder salvador.
3 Sergio Albano: Michel Foucault: glosario epistemológico, Buenos Aires: Quadrata, 2006.
4 El texto determinante que marca el ascenso del pensamiento neoconservador es El fin de la historia y el último hombre, la tesis de su autor Francis Fukuyama, que plantea a mediados de 1989 el logro de un consenso respecto a la legitimación de la democracia liberal como sistema hegemónico en el mundo, quedando atrás las ideologías que caracterizaron el siglo XIX y XX, como la monarquía hereditaria, el fascismo y el comunismo. Estas últimas, formas inestables de gobierno y con contradicciones internas irresolutas. La democracia liberal tendría la garantía de estar libre de contradicciones internas fundamentales. Respecto al fascismo, como bien indica Umberto Eco en El fascismo eterno (2006), es posible pensar la heterogeneidad de los diversos fascismos que pululan en la actualidad, a partir de las siguientes características: culto a la tradición, rechazo al modernismo, acción por la acción, impugnación al pensamiento crítico, miedo a la diferencia, llamamiento a las clases medias empobrecidas, culto a la patria, culto a la guerra, elitismo, glorificación del héroe, menosprecio de lo femenino y uso de la neolengua, entre otras características. Para más detalles sobre el populismo de derecha, ver el texto de Matías Morgan Populismo de derecha (2019).
5 Fernand Braudel: La dinámica del capitalismo, Madrid: Alianza, 1985
6 La economía-mundo puede explicarse a partir de tres características: ocupa un espacio geográfico determinado; por lo tanto, posee fronteras y campos delimitados que varían con cierta lentitud; hay siempre un polo o un centro representado por una ciudad dominante (Nueva York en la época actual); en algunas ocasiones pueden existir dos centros simultáneos, pero siempre uno de los dos tiende a ser eliminado. Se constata la existencia de un ordenamiento que se especifica como centro y periferia: generalmente, en el centro se ubican las relaciones mercantiles y el bienestar económico progresivo, y por el contrario, en la periferia las relaciones económicas son inestables y subordinadas y dependientes del centro. La operación de Braudel consiste precisamente en analizar estas economías-mundo a partir del tiempo de larga duración. Tal análisis explicaría ciertas dinámicas del capitalismo y su propia expansión territorial. Aquí, el historiador, más que explicar ciertos hechos o acontecimientos, cifra su labor en poner evidencia a la misma historia. De vital importancia en esta puesta en evidencia son los conceptos de descentramiento, recentramiento y zonas concéntricas. En este contexto, cada vez que se produce un descentramiento de un determinado centro económico, inmediatamente se produce un recentramiento, lo que pone en evidencia la necesidad constante de un centro directriz. Tales procesos son los que interesan a Braudel, y de ahí su interés: «En el caso de Europa y de las zonas anexionadas por ella, se operó un centramiento hacia 1380, a favor de Venecia. Hacia 1500, se produjo un salto brusco y gigantesco de Venecia a Amberes y después, hacia 1550-1560, una vuelta al Mediterráneo, pero esta vez a favor de Génova; finalmente, hacia 1590-1610, una transferencia a Ámsterdam, en donde el centro económico de la zona europea se estabilizará durante casi dos siglos». Importante es determinar que centramiento y descentramiento parecen estar ligados a crisis prolongadas de la economía.
7 Para Paolo Virno, al capitalista le interesa la vida del obrero y su cuerpo, de una forma indirecta; pues es el cuerpo que tiene la facultad de dynamis, es decir, la fuerza de trabajo. Fuerza de trabajo traducible en una diversidad de facultades humanas: hablar, pensar, recordar, actuar, producir, etcétera.
8 Ottavio Ianni: La sociedad global, Madrid: Siglo Veintiuno, 1998
9 David Harvey: Breve historia del neoliberalismo, Madrid: Akal, 2005, p. 14.
10 Naomi Klein: La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre, Buenos Aires: Paidós, 2008.
11 Roberto Esposito: Bíos, biopolítica y filosofía, Buenos Aires: Amorrortu, 2006, p. 23.
12 Santiago Castro: Historia de la gubernamentalidad, I, Bogotá: Siglo del Hombre, 2015, p. 178.
13 Anthony Giddens: La tercera vía, Buenos Aires: Taurus, 2000.
14 Santiago Castro: o. cit.
15 Un ejemplo concreto del cómo los economistas neoliberales exploraron nuevas áreas de rentabilidad económica lo constituye el actual sistema de pensiones, que se basa en conjunto de normas jurídicas y legales que, bajo la lógica del ahorro forzado, permiten la consolidación de un sistema privado de previsión social, monopolizado por un conjunto de consorcios privados. Al respecto, en 1981 la dictadura cívico-militar imbuida de las ideas neoliberales dicta el decreto de ley 3500, que crea el sistema de AFP. Transcurridos 43 años de su nacimiento, el sistema está seriamente cuestionado. Según datos de la Coordinadora Nacional de Trabajadores No + AFP, del total de pensionados del año 2017, que fueron 545.624 trabajadores/as, la pensión promedio fue de $ 191.972. Estas paupérrimas cifras han colocado en un serio cuestionamiento la idea misma de capitalización individual, concepto central en el engranaje de la economía chilena.
16 Santiago Castro: o. cit.
17 Michel Foucault: Nacimiento de la biopolítica, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2008, p. 176.
18 Santiago Castro: o. cit.
19 John Austin: Cómo hacer cosas con palabras, Madrid: Paidós, 1990.
20 Roger Droit: La ética explicada a todo el mundo, Madrid: Paidós, 2010.
21 Victoria Camps: Breve historia de la ética, Barcelona: RBA, 2017.
22 En Esposito la función de los dispositivos inmunitarios es asegurar la vida de la población, logrando su potenciamiento y la conservación de la vida. No obstante, existen también los dispositivos limitativos, cuyo fin, también se recorta bajo la figura de la población. La función de estos últimos es higienizar el cuerpo social, es decir, asegurar el exterminio de los individuos que merman o ponen en peligro la continuidad de la población, asegurándose un continuo biológico entre quienes deben permanecer con vida y quienes han de ser arrogados a la muerte.
Juan Alegría Licuime es docente del Departamento de Humanidades y Arte de la Universidad de los Lagos y miembro de la Red Iberoamericana Foucault. Es autor del libro Ensayos de estética (2006) y de un artículo sobre «Cicarelli y la construcción del discurso artístico chileno» en el libro Arte americano: contextos y formas de ver (2006), así como de textos, publicados en diversas revistas, sobre el efecto barroco en la propaganda política post-dictadura, el diálogo Benjamin-Lukács o Duchamp, el posmodernismo y la muerte del arte.
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