/ por Pablo Batalla Cueto /
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Martes, 20/7/2021. Se suele criticar el citar mucho como alarde de erudición. Yo lo creo lo contrario: un acto de humildad cuando todo está ya dicho y la misión del ensayista no es tanto decir algo nuevo (pretender lo cual sí es un alarde) como proponer itinerarios originales y sugestivos para navegar el océano de lo ya dicho. En mi caso (porque es una crítica que yo he recibido a veces, y es verdad que cito demasiado) es, de hecho, ni siquiera humildad, sino inseguridad. La pulsión de apoyar lo que uno dice en lo que han dicho otros a fin de validarlo.
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Dice Hugo Cuevas: «Qué tremendo peliculón Titanic, joder. Clase, género, la fuerza coercitiva al servicio del status quo, correlaciones de fuerzas en cada jodida escena… Da igual cuántas veces la hayas visto que siempre es increíble». Nunca lo había pensado, pero tiene razón.
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Compara Giorgio Agamben, fuera ya de control en su periplo destornillado hacia el non plus ultra del disparate intelectual, la campaña de vacunación con la creación de un Estado de excepción como el del fascismo y dice que crea ciudadanos de segunda clase, como sucedió con los judíos. Me acuerdo de aquello que comentaba Xandru Fernández en una ocasión de que los intelectuales son inmunes a la histeria colectiva, sino que en ocasiones son incluso sus principales vectores de transmisión.
Miércoles, 21/7/2021. Simone Weil: «Toda cosa bella tiene la marca de la eternidad. […] El deseo de luz produce luz […] Aunque los esfuerzos de atención fueran durante años aparentemente estériles, un día, una luz exactamente proporcional a esos esfuerzos inundará el alma».
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Este mundo, dice Iván de la Nuez, puede explicarse en los once minutos de viaje espacial de Jeff Bezos, el jefazo de Amazon, tras los cuales el multimillonario dijo textualmente: «Gracias a todos los trabajadores y clientes de Amazon: ¡Vosotros habéis pagado todo esto!»: bonito ejemplo ilustrativo del concepto de plusvalía. Bezos dijo después que «necesitamos agarrar toda la industria pesada, toda la industria contaminante, y trasladarla al espacio, y dejar la Tierra como el planeta precioso que es». Quisiera preguntarle si eso significa que mi amigo P, currante de Arcelor, va a tener que coger el cobete 14 en el Humedal todas las mañanas o también se van a montar colomines satelitales en torno al nuevo Arcelor interestelar. George Meade dice que echa de menos los viejos días en los que los proyectos vanidosos de los milmillonarios eran construir mil bibliotecas públicas o grandes teatros.
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Comenta Jónatham Moriche que «lo más cercano, concreto y urgente se convirtió en el mayor tabú del hablar político: abunda la disertación de alto vuelo sobre clases, géneros, horizontes o distopías, pero casi nadie se atreve a hablar con honradez y rotundidad sobre la izquierda de su barrio, pueblo o región». Tiene toda la razón, aunque creo y le comento que no es malo perder la rotundidad cuando hablas de sujetos concretos cuyas complejidades conoces. Jónatham me replica que «gracias a esa suerte de cortés suspensión epistémica fue que las más atroces hordas de cenutrios, inútiles y sinvergüenzas coparon la izquierda organizada, que perdimos casi todo el terreno ganado en una década de luchas y hoy nos vemos ante un desierto sin aparente confín». Sigue teniendo razón Jónatham; sigo dándosela. No digo que haya que callarse. Pero creo, quizás ilusamente, que en la delicada situación actual la rotundidad que tal vez sí habría que haber tenido hace diez años enquista posiciones que podrían evolucionar para bien si se tiene paciencia con ellas. Hay un porcentaje de gente a la que habría que expulsar a las tinieblas exteriores sin miramientos. Pero también hay figuras grises; grises muy oscuros a veces, pero en los que permanece un margen de esperanza, y a los que la rotundidad convertirá indefectiblemente en negros. Y, de todas maneras, creo que esto vale para lo micro y también para lo macro. Más allá de cuatro principios inamovibles, tampoco sería malo ser prudente y sopesado en los análisis de lo grande. Tal vez extrapole, le digo, mi propio caso, pero yo he sostenido con mucha pasión posiciones que hoy me horrorizan y de las que me sacó gente que fue paciente conmigo.
De todas maneras, no dejo de darme cuenta, ni de reconocerle a Jónatham, que mi carácter me impide ser todo lo crítico que debiera con gente a la que conozco, cuyas posiciones y manejos me espantan y con la que sé que me voy a encontrar por ahí, incluso aunque sean meros conocidos. Confío en que otros lo hagan y en que mi papel pueda ser otro, pero al final nadie lo hace y unos por otros, la casa sin barrer; y que las cosas sean complejas tiene una parte de convicción sincera y otra de autoconvencimiento para justificarme ante mí mismo. Jónatham me contesta, y aquí no tengo nada que replicarle, que esa cortesía, que no es personal mía «sino sino una pauta muy extendida entre la inteligencia crítica, permitió que individuos que venderían a su madre a un sheikh talibán por una concejalía de pueblo acaparasen un enorme poder y una aún mayor impunidad».
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La polémica tonta del día en Twitter, motivada por no he querido enterarme demasiado de qué comentario bocachancla de Elisa Beni sobre un proyecto del Ministerio de Igualdad de organizar refugios para mascotas de mujeres maltratadas, de tal manera que la preocupación por el bienestar de sus animales no sea un impedimento para animarlas a escapar, es si la vida humana siempre vale más que la animal, o la animal puede valer más que la humana. Fundamentalistas del humanismo y fundamentalistas del animalismo intercambian insultos y se plantean los dilemas estólidos de costumbre: ¿salvar antes a tu perro o a un desconocido? Yo tengo cinco perros y tres gatos. Supongo que, si me parara a pensarlo, decidiría que su vida me importa bastante más que la de la mayoría de las personas, y algo menos que la de otras. Pero ¿por qué pararse a pensarlo? ¿Qué pulsión malsana es esta de ponerse a jerarquizar vidas e imaginarse muertes dilemáticas, y verbalizarlo?
Colateralmente, también se plantea si las mascotas pueden ser consideradas familia. Yo no sé si llamaría familia a las mías. Nunca lo he pensado y tampoco adivino la necesidad de pensarlo. Son, simplemente, los míos. Seres cercanos a los que aprecio, que me procuran bienestar, a los que yo intento procurárselo, que dependen de mí y yo de ellos. Seres queridos, literalmente. Y seres queridos a los que quiero ni más ni menos que a mis seres queridos humanos: los quiero de forma diferente y complementaria, y en realidad no los quiero uno por uno, sino que quiero el conjunto completo que forman.
Me acuerdo también de aquello que contaba Lévinas de un perro vagabundo que un día apareció por un campo de concentración nazi, y se ponía muy contento y saludaba efusivamente a los presos que iban y volvían del trabajo. Aquel perro reconocía en ellos la humanidad que sus humanos captores les negaban. Y su vida valía más que la de toda la Wehrmacht.
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Hay ciertos temas que se tratan habitualmente con un exceso de sensiblería que a mí, al menos, me desagrada. Pero siempre será mejor la sensiblería que su gemelo diabólico: la insensiblería; el regodeo en la visceralidad y la descortesía, la indiferencia hacia la posibilidad de ser cruel o dañino para alguien.
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Estoy muy seguro, tanto como puede estarlo alguien de algo, de que la fe que perdí en torno a los doce años es algo que no voy a recuperar jamás. Dios me resulta tan in-creíble como los Reyes Magos. Pero azares de la vida me han llevado a darme mucha cuenta, últimamente, de la urgencia y la potencia de la ética cristiana: virtudes como la compasión, el desinterés, la paciencia, la fraternidad, el desprendimiento, la condena de la codicia y la usura, cierta visión espiritual de la vida sin necesidad de poblar de dioses los cielos, incluso cierta idea de pecado y penitencia…
Creo que el mejor socialismo es el que, desde una visión del mundo y de la realidad inequívocamente marxista, materialista, no renuncia a esa ética cristiana y la adopta de un modo u otro, ya sea incluyendo la creencia, à la Simone Weil, o con la increencia de un Camus o un Morris. Un socialismo de metáforas orgánicas y poéticas en lugar de alegorías arquitectónicas y ecuaciones ingenieriles, cuya imaginación esté compuesta de tejidos vivos en lugar de bloques de cemento. Chesterton y aquello de prenderle fuego a toda la civilización moderna con el pelo rojo de una golfilla del arroyo; la base y la superestructura, no como los cimientos y la cobertura de un edificio, sino como las hojas que el árbol segrega y le insuflan energía, y con el que crecen a la vez. Soñar el socialismo como una conquista lírica en lugar de la satisfacción de la fría contabilidad de un plan quinquenal.
Jueves, 22/7/2021. Sigue coleando la polémica sobre los animales. R. V. me dice que «ninguna vida de un animal puede valer más que la de un ser humano, ni la del ser humano más infame». Le respondo que cada vez me dicen menos esas grandes proclamas implacables y sin matices que parecen pensadas para grabarse en un pedestal. Esta en concreto no me dice nada. Puesto que de valor hablamos, yo no se lo doy a ninguna aseveración que no contemple la complejidad; las zonas grises y equívocas que cualquier tema esconde por más que se las neguemos embutiéndolas en una ley general. ¿Quién niega que la vida humana deba primar, en general, sobre la humana en caso de conflicto? Pero ¿quién puede no decir que de ninguna de las maneras la vida de Adolf Hitler valía más que la del perro de Lévinas?
Viernes, 23/7/2021. Ser corrector en Trea y editor de El Cuaderno me es enormemente enriquecedor, porque me obliga a leer cosas que, por sí solas, no llamarían mi atención. Por ejemplo, nunca he sido un gran lector de poesía, pero El Cuaderno, de cuya sección poética no sé si tiene mucho parangón en el mercado de las revistas digitales, me hace leerla con asiduidad casi diaria. Hoy me ha cautivado y sobrecogido leer los versos de Tiempo de amor y mar, de Paco Velasco, poemario hermosísimo sobre la vejez y la muerte del que hemos publicado una reseña de José Luis Argüelles, una entrevista de José Carlos Díaz y una selección de poemas. Y, sobre todo, aquellos en los que Velasco dice que no se ha de envidiar la dura permanencia de la piedra, sino que es «mejor morir como el adobe/ que el aire, el agua, el sol/ y el tiempo desordenan/ en barro,/ en limo,/ en paja».
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Larguísima cola para vacunarme por la mañana en el Palacio de Congresos de León, en una repesca de los nacidos antes de 1995 (el día que me tocaba estaba en Gijón). Espero casi dos horas. Pero me admira la organización de la cosa: el dispositivo de Protección Civil, cuyos miembros responden pacientemente las dudas de los despistados; los barracones, los visiblemente fatigados pero solícitos sanitarios, el sistema informático que registra que ya he recibido mi primera dosis y me enviará un SMS recordatorio cuando me toque recibir la segunda. He aquí una fiesta de la democracia que lo es tanto o más que las jornadas electorales.
Sábado, 24/8/2021. Que la historia iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde.
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Leo esta cita de Lichtenberg en la cuenta de Twitter de Juan Ponte: «El hombre ama la compañía, aunque solo sea la de una vela encendida»
Domingo, 25/8/2021. Normalmente —bueno, no sé si normalmente, pero muchas veces—, ofrecer ayuda es una manera de pedirla.
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Leo un artículo de Enrique del Teso en La Voz de Asturias sobre la necesidad de que la izquierda asuma formas conservadoras en un tiempo en el que la extrema derecha las asume revolucionarias, en el que tengo el honor de ser citado (porque escribí uno sobre la misma cuestión hace pocos días en LaU). Teso habla también de las provocaciones de los fascistas, sus cuestionamientos de lo incuestionable y cómo nos escandalizan:
«Eduard Fernández hace un buena interpretación de Millán-Astray en la escena [de la película de Amenábar] en que Unamuno le espeta lo de venceréis, pero no convenceréis. El militar se escandaliza e intenta decir tantas cosas a la vez que se le tensa la cara, se le hinchan los carrillos y solo acierta a balbucear desencajado “España, una, España, una”. Toda provocación es un desafío, un tanteo de fuerza. Todo escándalo es una pequeña victoria.
[…] Razonar lo obvio exige un esfuerzo mental singular y por eso, cuando te cuestionan lo incuestionable, se junta la certeza absoluta con la falta de razonamiento rápido y así se te hinchan los carrillos como a Millán-Astray, te escandalizas y el provocador y su grupo de refuerzo consiguen su juerga. No es fácil explicar rápido en qué se diferencian una chincheta y un alcalde. No sabríamos por dónde empezar».
Lunes, 26/8/2021. Anoche escribí un poemita. Últimamente me da por ahí. Si descontamos un puñado de sonrojantes y apenas rescatables intentos adolescentes, este es el tercer poema que escribo. ¿Tiene algún valor? Supongo que no: se escribe bien de lo que se lee mucho, y yo, como consignaba aquí hace unos días, no leo mucha poesía. Pero me resulta estimulante y reconfortante imaginar versos, tantearlos, sopesarlos, pulirlos.
La noche rumia en ti
destellos exhaustos
de un resplandor extraviado.
Son cada vez más frágiles
los parajes a los que huyes:
abrazas con desespero
sus contornos menguantes;
ansioso, recabas
los jirones de su acabarse.
Hueles en ellos, exprimes en ellos,
cómo todo era hermoso y cierto,
y era bueno y seguro,
en el tiempo desprevenido
de los juegos sin reglas
y los ancestros de guardia.
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Me topo por ahí con este otro de Margarit, que me impresiona y del que se me quedan prendidos estos versos: «De cada edad se guarda alguna cosa/ que no se ha comprendido»:
Tenía veinte años cuando entré en Altamira.
Entré solo. La luz rojiza, escasa,
era como el reflejo de una hoguera
en la roca del techo bajo y dominador.
Aquella soledad de los raros picassos
la tuve que guardar dentro de mí
porque yo era demasiado joven.
De cada edad se guarda alguna cosa
que no se ha comprendido:
la desnudez del muro de una iglesia románica,
el orden que Kant, Hegel y Nietzsche establecieron.
No me quedan edades. Además
¿para cuándo guardar este presente?
Ahora puedo entrar en la gran cueva
donde caben ya todos los museos del mundo.
En sus profundidades escucho la voz ronca
del entrañable animal remoto
del cual con tanta lentitud venimos.
Filosofía y crímenes ya estaban en los ojos
de ese Gauguin prehistórico cuando, con humildad,
pintaba iluminado por la hoguera.
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Hannah Arendt sobre los prejuicios, citada por Edgar Straehle en Twitter:
«Uno de los motivos de la eficacia y peligrosidad de los prejuicios es que siempre ocultan un pedazo del pasado. Bien mirado, un prejuicio auténtico se reconoce además en que encierra un juicio que en su día tuvo un fundamento legítimo en la experiencia; sólo se convirtió en prejuicio al ser arrastrado sin el menor reparo ni revisión a través de los tiempos. En este sentido se diferencia de la charlatanería, la cual no sobrevive al día o la hora en que se da y en la cual las opiniones y juicios más heterogéneos se confunden caleidoscópicamente. El peligro del prejuicio reside precisamente en que siempre está bien anclado en el pasado y por eso se avanza al juicio y lo impide, imposibilitando con ello tener una verdadera experiencia del presente».
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Doy vueltas a un asunto ¿filosófico? A veces los hechos, las realizaciones, de la prudencia y la cobardía, y la temerariedad y la valentía, son exacta, indistinguiblemente los mismos. ¿Qué los diferencia entonces?
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Agradece Alberto Núñez Feijóo así a Pedro Sánchez su apoyo económico a Santiago: «Es un ejemplo de cooperación y altura de miras». Me sorprende la intensidad del elogio. Hay una serie de cosas, y esta es una, que están pasando últimamente que me dan a pensar que Sánchez está tejiendo complicidades para restaurar el viejo bipartidismo y segar la hierba debajo tanto de Unidas Podemos como de Pablo Casado. Complicidades que incluirían, entre otros, al PP contrario a Casado y a Zarzuela y a la CEOE, de quienes me han contado fuentes autorizadas que partió la iniciativa de los indultos a los líderes catalanes presos. Los empresarios, parece ser, están hartos de Casado; la tensión con él se mascaba en el ambiente en la reunión que mantuvieron en Cataluña. También me han contado otras fuentes autorizadas que el despido de Jesús Cintora, fulminado de Televisión Española pese al éxito de su programa, ha sido una concesión tanto a LaSexta y Antonio García Ferreras —a quien Cintora había sobrepasado en audiencia— como al PP. Y hoy se anuncia que el PSOE va a iniciar un acercamiento a Ciudadanos.
Vox, intuyo, no gusta al gran capital, que, como sucedió con los fascistas hace un siglo, puede instrumentalizarlos en un momento dado para amedrentar a una izquierda envalentonada, pero, fuera de eso, desconfía de su cierta impredictibilidad y del efecto polarizador e inestabilizador de su presencia en la arena pública. El capital quiere estabilidad para sus negocios. Y ahora que las fuerzas vivas que tuvieron miedo de Podemos y los partidos independentistas lo han perdido, vuelven a preferir una entente cordial entre el PP y un PSOE del que ya no les importa que se coaligue con los nacionalistas y la izquierda, a la que de hecho disciplina y desactiva haciéndole el abrazo del oso.
Me acuerdo de lo que cierto exconcejal socialista me dijo una vez, en la época en que el PSOE de Sánchez todavía se negaba a armar un gobierno de coalición con Podemos, y que me sorprendió por tratarse este exedil de un miembro del ala derecha del partido, muy anticomunista y que apoyó a Susana Díaz en las famosas primarias: él estaba más que dispuesto a darle Podemos todos los ministerios que quisiera, y no tenía inconveniente en concederle uno a Pablo Iglesias. Lo explicaba esgrimiendo la historia local y los pactos de gobierno PSOE-PCE/IU: cuando el PCE/IU hacía algo mal, la culpa se les echaba a ellos; cuando hacía algo bien, lo rentabilizaba el alcalde; y de cualquier modo, se mantenía a la izquierda calmada en lugar de disparando contra el Gobierno.
Doctores tiene la Iglesia, dicho sea sin ánimo peyorativo hacia el PSOE: todas estas son estrategias muy lógicas y comprensibles desde el punto de vista de sus intereses de partido. Como comenta Jónatham Moriche, lo es que Sánchez no quiera amarrar su suerte a «un bloque(cito) político en galopante descomposición orgánica, cultural y moral, torturado por agraces (auto)odios africanos y empeñado en desaparecer electoralmente de la casi totalidad del país». Según me cuentan, es probable que Yolanda Díaz no sea finalmente candidata de la izquierda en las próximas elecciones: no quiere ser lideresa del ejército de Pancho Villa. Normal.

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes y LaU; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017) y La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019).
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