Entrevistas

Miguel Losada: «Los poetas siempre acabamos hablando de la creación y la belleza»

Ada Soriano entrevista al poeta vigués, autor de 'Poemas ausentes', libro «honesto y sincero» y «de cadencia petrarquista» en palabras de Joan Margarit.

/ una entrevista de Ada Soriano /

Ha sido un placer el haberme sumergido en el libro de Poemas ausentes (Ars Poetica, 2017) del poeta, crítico cinematográfico, actor y editor Miguel Losada, relevante activista cultural nacido en Vigo.

«Este libro de cadencia petrarquista es honesto y sincero», declaró Carmen Díaz Margarit respecto a Poemas ausentes. Y da en el clavo en su apreciación. Yo también he sentido esa cadencia, esa honradez de nuestro poeta, especialmente cuando trata un tema tan universal e ineludible como es el amor y sus consecuencias, que bien refleja el poema «Historia de una tarde»: «Nunca volví a la casa/ ni a los fugaces juegos/ junto al agua./ Pero por un instante/ dos cuerpos, dos planetas,/ se fundieron en la tarde/ saciando alguna sed ilimitada./ Yo no podía ser uno más/ de aquella estirpe,/ de una raza sin nombre/ incapaz de conjugar/ la palabra dignidad».

María Antonia Ortega, autora del prólogo a este poemario, nos refresca la memoria cuando dice —y estoy de acuerdo— que «el poeta esperará siempre su resurrección en el futuro lector destinado y prometido a sus poemas». Cierto es que, cuando hay verdadero compromiso, lo que el poeta realmente necesita es que su obra se lea, porque como Miguel Losada dice en «Escribir hacia adentro», la creación poética requiere un esfuerzo que bien debiera ser recompensado: «Escribir hacia dentro/ penetrando en lo más hondo/ de la herida […] Borrar todos los trazos/ hasta quedar tan solo tú/ inerme y desvaído/ en el poema».

Poemas ausentes ofrece una copiosa muestra de sentimientos como es la soledad del hombre, la añoranza de lo ya vivido y el empeño de afrontar la batalla por la existencia diaria. En definitiva, impera el influjo del tiempo. Con mucha lógica nos recuerda Miguel: «Que poseer no se posee nada./ Que el hombre solo interpreta/ una balada antigua. Solo finge./ Finge el dolor/ que más de veras siente». Ha sido mi deseo citar estos versos tan atinados y hermosos del poema que lleva por título «En la manera de coger el vaso», porque contienen, así lo creo, un homenaje a otro poema no menos hermoso como es «Autopsicografía», de Fernando Pessoa.

Miguel, tú has tocado muchas teclas creativas. ¿En qué faceta te sientes o te has sentido más cómodo?

El cine siempre fue para mí un refugio y un lugar mágico: desde niño he soñado con películas. Luego tuve la suerte de trabajar durante muchos años en programas de cine en radio y televisión e incluso hacer pequeños papeles en alguna película. También viví de cerca el mundo de la ópera, con el inmenso privilegio de compartir escena con Plácido Domingo, Montserrat Caballé o José Carreras. Todo fue como un sueño. Al final creo que siempre acabamos hablando de lo mismo: de la creación y la belleza.

Me consta que como crítico de cine eres autor de numerosas biografías de actores y actrices. Declaraste una vez que «nunca hubo una mujer como Rita Hayworth». ¿De dónde proviene su excepcionalidad?

Ahí estaba su belleza imposible de fijar en un solo plano. Pero también su fragilidad. Estuvo en lo más alto, fue princesa, símbolo erótico de toda una época, se casó con el gran Orson Welles y acabó olvidándose de quién era. Pero se deslizaba en la pantalla como nadie, sus andares felinos, sus danzas, al lado de Fred Astaire y Gene Kelly. Sus marcadas raíces hispanas. Era maravillosa.

Además, has intervenido en obras de teatro y actuado en el cine en más de una ocasión. ¿Crees que el séptimo arte, como la poesía, da sentido a nuestro sinsentido paso por el mundo? Escribió Octavio Paz: «La poesía no persigue la inmortalidad, sino la resurrección».

Tuve la suerte de conocer a Octavio Paz y nos pasamos toda una tarde hablando de filosofía y poesía. También de Cernuda y de María Zambrano. Fue algo espléndido. A los pocos días le concedieron el Nobel. Creo que Paz es el verdadero lazo de unión con nuestros grandes escritores del siglo XX.

Me nombras a muy buenos escritores, y yo quería decirte que tengo entendido que llevas muchos años coordinando unas veladas poéticas muy interesantes en el Ateneo de Madrid: los Viernes de la Cacharrería. ¿Cómo y por qué surgieron? ¿Sigues en ello?

Hace ya veinticinco años que creamos Los Viernes de la Cacharrería en el Ateneo de Madrid. Hartos de tantos eventos poéticos al uso, decidimos intentar algo diferente. En una sala donde no se presentaban actos habitualmente, donde se reunía la gente para charlar. A las once de la noche, cuando ya se había marchado el público habitual del Ateneo. Dando total libertad al poeta de turno para que hiciese el recital que había soñado: con músicos, bailarines, actores, proyecciones, jazz, rap, piano… Casi acaban echándome de la Casa. En estos años han pasado por el ciclo cerca de trescientos escritores, muchos de los poetas más interesantes del momento. Desde Caballero Bonald o Brines hasta Raquel Lanseros, Elena Medel o Blanca Andreu, incluyendo a cantautores como Aute, Mestre, Patxi Andión… Lo más hermoso es que las actuaciones comenzaban en viernes y terminaban en la madrugada del sábado. La medianoche nos sorprendía con poemas.

Recientemente has editado Insolación, de la célebre escritora Emilia Pardo Bazán, con motivo del centenario de su fallecimiento. Esta novela trata de una historia de amor un tanto atrevida. ¿Crees que el lector actual puede conectar con su escritura?

Puede resultar curioso, pero Insolación es la novela de Emilia Pardo Bazán con más ediciones en este año del centenario de la escritora gallega. Sin duda fue una obra muy avanzada para la época. El personaje de Francisca de Asís representa las ansias de libertad de la mujer frente a los corsés que la sociedad del momento le imponía. Mientras que Emma Bovary, Anna Karenina o la mismísima Regenta de Clarín pagaban su atrevimiento con la muerte o el ostracismo, nuestra protagonista triunfa sobre las convenciones. Es un canto a la vida y al derecho de las mujeres al placer. Y eso en 1889. La novela tiene muchas más cosas, descripciones espléndidas del Madrid de la época, de los distintos ambientes sociales, pero sobre todo es una novela que nos devuelve el placer de la lectura.

Te honra, y mucho, el libro Pero afuera en el mundo no hay palabras (Ediciones revista Áurea), que editaste en 2020 junto a María Jesús Fuentes para que no se olvide la voz de la poeta Carmen Jodra Davó. Dicho libro, diseñado y maquetado por nuestro común amigo Juan José Martín Ramos y prologado por Diego Román Martínez, reúne a un buen número de escritores que recuerdan a Carmen con poemas y textos en prosa. ¿Qué ha supuesto para ti tan delicada labor de rescate?

Carmen se nos fue muy joven y sin que lo pudiéramos creer… Sin duda es una de las poetas más insólitas de su generación. Deslumbró con diecisiete años y luego se sumió en el silencio, aunque seguía escribiendo y dedicando todo su amor hacia el mundo clásico. Este libro, en el que colaboran muchos de sus grandes amigos poetas, no busca ser una recuperación sino una epifanía.

Como escribió Bécquer, «no hay que esperar a que se borren las huellas para empezar a buscarlas». Es así, ¿verdad?

Sí, al final todos acabaremos borrándonos «como lágrimas en la lluvia».

Yendo ahora hacia la soledad, la delicadeza y la nostalgia que desprenden tus Poemas ausentes, te pregunto lo que tú mismo cuestionas casi al principio del libro: «¿Por qué escribir/ de aquello que ya sabes?».

El título del libro ya lo dice: el escritor está ausente de sí mismo. Desde el romanticismo, y quizás desde siempre, la soledad y la nostalgia forman parte esencial de la creación poética. Lo demás son zarandajas.

¿Qué te motivó a publicar este libro tan visceral en el que recreas pasajes de tu juventud?

Pues… salió solo. La poesía es siempre un no saber. A veces, en las altas horas de la noche, te vienen ráfagas del niño que fuiste, de los lugares por los que un día caminabas y mezclas la verdad con la fascinación del mundo de los sueños. Sé que hay poetas —o eso dicen ellos— que se hartan de leer a sus referentes literarios y luego se ponen ante el pupitre a escribir casi como una obligación, como un trabajo, como una deuda con ellos mismos. Está bien, sin duda, siempre habrá diferentes maneras de entender la creación poética, pero la mía no es esa.

Más de una vez me han comentado que los domingos suelen provocar cierta tristeza, incluso apatía. Dices en uno de tus poemas que los domingos «no tienen vida propia».

El domingo siempre fue el día de la semana que estaba deseando que pasara pronto. Eso de tener que disfrutar todos de las mismas cosas al mismo tiempo nunca me ha gustado, me parecía algo impostado, no real. El cine era más caro y había que hacer largas colas. Si ibas a bailar, aquello era un titirimundi. Me ponía triste ver los comercios cerrados y las gentes intentando divertirse como si fuera una obligación. Para mí lo real eran los demás días de la semana. 

La pandemia que estamos viviendo me ha hecho recordar el célebre verso de Hölderlin: «Donde arrecia el peligro crece lo que nos salva». ¿Estás de acuerdo?

Hölderlin siempre será un poeta mío de cabecera. Es como Mozart en la música. Ese afán de armonía universal del que nos encontramos tan alejados. Eso es lo que nos salva: la fraternidad universal, los dioses mansos…

¿Cómo ves la situación cultural de nuestro país? ¿Y el futuro de la poesía?

Como casi siempre, nuestra cultura se mueve en torno a gerifaltes, aprovechados y demagogos. Creo que nuestra poesía actual está bajo mínimos. Es carca y antediluviana. Poesía para vender en El Corte Inglés, en las rebajas, junto a muñequitos, tazas de té o botes de mermelada. No ahonda en el ser humano ni en el conocimiento de su propio lenguaje y tampoco es capaz de dar al lector un bofetón en plena cara. Eso sí, los egos aplastan toda perspectiva. No se lee o no se lee bien. Pero también creo en ti y en ti, lector amigo, en los miles de personas que aún logran sentir la luz de la mañana y expresarlo en el canto. Seguro que hay muchas larvas a punto de estallar…

¿Algún otro proyecto tuyo nos aguarda? Mejor te lo pregunto con un verso de tu propiedad: ¿«La última vez es siempre todavía»?

¿Todavía? ¿Y quizá, para qué? «Vivir el momento sin pretender ser dueño de nada». Estoy terminando un libro sobre Fernando Fernán Gómez que nos dejó una obra enorme, muy amplia y muy libre, como actor, como director y en su escritura. Me interesa, en paralelo a su larga trayectoria artística, constatar cómo se iba desarrollando el cine español con todas sus miserias y todos sus hallazgos. También estamos preparando un número extraordinario de La Revista Áurea, en su décimo aniversario. Homenaje callado a todos los grandes poetas que nos han dejado últimamente, y a la poesía que está por venir. A veces, cuando en la noche se vislumbran las primeras claridades del nuevo día, surge algún verso, algún destello, que quizás algún día se convierta en poema…


Ada Soriano (Orihuela, 1963), dedicada desde temprano a la actividad cultural, fue codirectora de la revista de creación literaria Empireuma y colaboradora de la revista sociocultural La Lucerna. Ha publicado las plaquetas Anúteba (Empireuma, 1987) y Alimentando lluvias (Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 2000), así como los libros de poemas Luna esplendente o sol que no se oculta (Empireuma, 1993), Como abrir una puerta que da al mar (Biblioteca Pública Fernando de Loazes, 2000), Poemas de amor (Fundación Cultural Miguel Hernández, 2010), Principio y fin de la soledad (Cátedra Arzobispo de Loazes, Universidad de Alicante, 2011), Cruzar el cielo (Celesta, 2016) y Dondequiera que vague el día (Ars Poetica, 2018). Asimismo ha publicado No dejemos de hablar, entrevistas a 19 poetas (Polibea, 2019) Ha colaborado en diversas revistas literarias y ha sido incluida en varias antologías.

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