/ El viejo que pasea por el barrio / Sergio Gaspar /
He escrito algunas poéticas, o artilugios por el estilo, desde que tengo uso de razón poética. Esta, por ejemplo:
Mis mejores poemas
los escribió César Vallejo.
Yo soy el autor
del resto de la obra.
Muchos libros me han gustado. Pocos me han conmocionado y transformado, como Trilce. Lo leí en una edición de Losada, cuando cursaba sexto de bachillerato. Aquel libro de un poeta del que no tenía ni idea, un regalo de mi amigo de colegio José Luis Rodríguez Illera, el mismo que antes me había regalado Residencia en la tierra, aquel libro me asombró. No había leído nada parecido. Viajabas de las palabras más cotidianas y familiares a las más cultas, técnicas y literarias, en un abrazo recreador, genésico. Te movías por un léxico reconocible y por otro recién creado, y ambos resultaban verdaderos y necesarios. Reconocías la gramática que aprendiste de niño en las clases de lengua y asomaban la cabeza una sintaxis dislocada, coja, quebrándose, una ortografía libérrima, con hastío de las normas. Habitabas la tradición, el barroco español y las figuras literarias que aprendías de memoria en el colegio, y, simultáneamente, caminabas por una expresión entonces desconocida y que pronto, en preuniversitario, llamaría las vanguardias. En suma, se percibía en Trilce un anhelo radical de libertad.

Lo dejó escrito Vallejo en carta a Antenor Orrego, como lo explica Julio Ortega en la nota a su excelente edición de Cátedra:
«Hoy, y más que nunca quizás, siento gravitar sobre mí, una hasta ahora desconocida obligación sacratísima, de hombre y de artista ¡la de ser libre! Si no he de ser libre hoy, no lo seré jamás […] Quiero ser libre, aún a trueque de todos los sacrificios. Por ser libre me siento en ocasiones rodeado de espantoso ridículo con el aire de un niño que se lleva la cuchara por las narices».
Y el dolor… El dolor de vivir la pobreza y la injusticia, la vida misma en su geografía de soledad y de golpes. Un dolor sordo, hermético, constante, tierno también, como el de las agujas abandonadas en el costurero de la madre tras remendar los tomates de los calcetines pobres de sus hijos. Algunos han calificado a Vallejo de poeta del dolor humano. Yo percibí aquel dolor desde los primeros versos que me encontré:
Quién hace tánta bulla, y ni deja
testar las islas que van quedando.
Un poco más de consideración…
No, la vida no tiene consideración con muchos de nosotros. Ni los guardianes la tenían con los presos de la cárcel de Trujillo donde estuvo recluido Vallejo cuando los conducían a las letrinas para que cagasen y les exigían hacerlo rápido, que no tenemos todo el día para perderlo oliendo vuestros excrementos.
Se cumplen cien años de la publicación de Trilce en 1922, en los Talleres Tipográficos de la Penitenciaría de Lima. Fue en otoño y fueron 200 ejemplares. Pasó desapercibido, salvo para unos pocos que lo calificaron de despropósito y juicios parecidos.
Unos cuantos recordarán en España este centenario. Serán menos que los que recuerden en artículos de opinión, secciones de cultura, suplementos, redes sociales, la publicación del Ulysses de Joyce y de The Waste Land de Eliot, aparecidos también en 1922. Normal. Al fin y al cabo, el español es una lengua periférica, exótica y propia de indígenas, como los peruanos de Vallejo, mientras que el inglés es la lengua de la modernidad digital y occidental, la lengua cosmopolita, el idioma de los vencedores.
Yo, que soy de pueblo, me quedo con Trilce. Y me quedaré con tres poemas del libro. Serán tres porque, según releo ahora mismo en la edición de Julio Ortega, cuando Vallejo supo que tenía que pagar tres libras extras si quería que le terminasen de imprimir su libro, se sintió mal y se puso a repetir la palabra tres, tres, tres, a deformarla, hasta que apareció la palabra trilce y con ella el título del libro que debía pagarse de su bolsillo. O, al menos, eso nos cuenta Espejo Asturrizaga, que estuvo presente en ese momento fútil y adánico.
IV
Rechinan dos carretas contra los martillos
hasta los lagrimales trifurcas,
cuando nunca las hicimos nada.
A aquella otra sí, desamada,
amargurada bajo túnel campero
por lo uno, y sobre duras áljidas
pruebas espiritivas.
Tendíme en són de tercera parte,
mas la tarde –qué la vamos a hhazer-
se anilla en mi cabeza, furiosamente
a no querer dosificarse en madre. Son
los anillos.
Son los nupciales trópicos ya tascados.
El alejarse, mejor que todo,
rompe a Crisol.
Aquel no haber descolorado
por nada. Lado al lado al destino y llora
y llora. Toda la canción
cuadrada en tres silencios.
Calor. Ovario. Casi transparencia.
Hase llorado todo. Hase entero velado
en plena izquierda.
XXVIII
He almorzado solo ahora, y no he tenido
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que, en el facundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.
Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir
de tales platos distantes esas cosas,
cuando habráse quebrado el propio hogar,
cuando no asoma ni madre a los labios.
Cómo iba yo a almorzar nonada.
A la mesa de un buen amigo he almorzado
con su padre recién llegado del mundo,
con sus canas tías que hablan
en tordillo retinte de porcelona,
bisbiseando por todos sus viudos alvéolos;
y con cubiertos francos de alegres tiroriros,
porque estánse en su casa. Así, qué gracia!
Y me han dolido los cuchillos
de esta mesa en todo el paladar.
LXXV
Estáis muertos.
Qué extraña manera de estarse muertos. Quienquiera diría que no lo estáis. Pero, en verdad, estáis muertos.
Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que, péndula del zenit al nadir, viene y va de crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante la sonora caja de una herida que a vosotros no os duele. Os digo, pues, que la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la muerte.
Mientras la onda va, mientras la onda viene, cuán impunemente se está uno muerto. Sólo cuando las aguas se quebrantan en los bordes enfrentados, y se doblan y doblan, entonces os transfiguráis y creyendo morir, percibís la sexta cuerda que ya no es vuestra.
Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamás. Quienquiera diría que, no siendo ahora, en otro tiempo fuisteis. Pero, en verdad, vosotros sois los cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino. El no haber sido sino muertos siempre. El ser hoja seca, sin haber sido verde jamás. Orfandad de orfandades.
Y, sin embargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía no han vivido. Ellos murieron siempre de vida.
Estáis muertos.
César Vallejo murió de vida el 15 de abril de 1938, viernes santo. Murió en París. En su delirio de la noche anterior, repetía: «Me voy a España, me voy a España».

Sergio Gaspar nació en 1954 en Checa, provincia de Guadalajara. Se licenció en filosofía y letras en la Universidad de Barcelona. Ha publicado los libros de poesía Revisión de mi naturaleza (1988), Aben Razin (1991), El caballo en su muro (2004) y Estancia (2009), reeditado en formato digital por Uno y Cero Ediciones (2013). Es asimismo autor de la novela Viento de tramontana (2014). Fundó en 1996, junto a Maria Fortuny, la editorial DVD Ediciones, aventura que dirigió hasta su cierre en otoño de 2011, tras haber publicado más de doscientos títulos de poesía, narrativa y ensayo. En la actualidad, es un jubilado y pasea.
Estupendo artículo, Sergio. Lo de “Yo, que soy de pueblo, me quedo con Trilce”, es un feliz hallazgo. No he podido evitar al leerte un recuerdo: el del poeta Ángel Campos Pámpano, que tan vallejiano era.
Gracias, Álvaro. Me gusta que compartamos espacio de encuentro en esta publicación. Ángel fue un poeta y un defensor de la poesía intenso y apasionado. Algunas de sus actividades, además, las hizo contigo. Cuando has mencionado a Ángel Campos Pámpano, me he acordado de Las ínsulas extrañas y de Nicanor Velez. “El secreto del aire se cifra en la cal enlucida del muro”, escribió Campos Pámpano. Magnífico contraste.
Pingback: Cien años con ‘Trilce’ — El Cuaderno – Bárbara Paredes
Por los cíen años de Trilce, buscaba un artículo para publicarlo en cuenta de facebook, leí muchos pero este me pareció el mejor. En verdad es un estupendo artículo; extraordinario, magnífico, diría yo.
Muchas gracias Sergio por escribirlo y por permitir que se comparta.
Muchas gracias, Sophie. Y gracias por celebrar Trilce. Vallejo es un poeta indispensable. Gracias.