/ por Pablo Batalla Cueto /
Martes, 11/10/2022. Huroneando en la hemeroteca de Abc, descubro, en un periódico de 1922, un elogio del fascismo italiano por Pedro Pidal, impulsor de la declaración de la Montaña de Covadonga como primer parque nacional español, y en general de la utilización del mito de Covadonga para la pedagogía patriótica. Decía así el marqués de Villaviciosa: «De [la] falta de respeto mutuo surge la anarquía, el desorden o incomprensión mental en que vivimos: es decir, la causa de todos los males de España, que es la desunión de los españoles, porque “la unión es la madre de la fuerza”, y ahí está el haz, el hascismo o fascismo en Italia para demostrarlo. Lo disperso no va a ninguna parte».
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Otro hallazgo curioso en Abc. Una noticia de 1921: «Un socialista significado mata a otro». Ocurrió en Gijón. «Discutiendo cuestiones societarias en el paseo de Begoña, León Meana, secretario de las Sociedades obreras afectas a la Unión general de Trabajadores, y el sindicalista Manuel Díaz Blasco, presidente del Comité de huelga de la Sociedad de albañiles El Progreso, marcharon desafiados a las afueras de la población, donde Meana mató a su adversario de un tiro en el pómulo derecho. El agresor fue detenido en su domicilio». ¿Una sobremesa que se alargó demasiado hablando de la Tercera Internacional?
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Más Abc. Una estupenda columna sarcástica de Álvaro Alcalá-Galiano de 1921 sobre el «patriotismo de bombo y platillo» y ese chovinismo imbécil que siempre tendrá «alabanzas para el frío como para el calor». Palabras actualísimas:
«Cuantos más diarios y revistas leo, más se acrecienta en mí el convencimiento de que pronto nos va a sumergir a todos los españoles una ola lírico-sentimental de patriotismo exaltado. Estamos hoy en plena fiebre patriotera, como estábamos ayer, a raíz del desastre colonial, deprimidos, exánimes, pesimistas y desconfiando de que España jamás hallará el remedio a sus dolencias. El término medio de la reflexión fría y serena, no suele ser la norma de la mayoría de nuestros compatriotas, y así tan pronto nos hallamos un día en el abismo de la desesperación como al siguiente en el quinto cielo. ¿Por qué? Pues más que nada, por este carácter nuestro, voluble, infantil e impresionable. Ello es que, sin perdernos en inquisiciones psicológicas, hoy se halla el barómetro hispanófilo a “Buen tiempo”, y quien se atreva a señalar un posible cambio atmosférico se expone a la censura y al enojo de estos prohombres de la política y la Prensa, que han acaparado lo del patriotismo como otros acaparan las subsistencias. La cosa es quedarse con algo, aunque solo sea con la buena fe del ciudadano. En fin, que no pasa día sin que estos señores nos despierten con el estruendo del bombo y del platillo, entonando un himno a la Raza (con mayúscula, ¿eh?), que es la nuestra, naturalmente; a la Virgen del Pilar, a Santiago, a Covadonga, al sol de España, que si no es de nuestra propiedad luce más acá que en otras tierras, lo cual demuestra sus sentimientos hispanófilos; al idioma de Cervantes, que se habla, aunque algo adulterado, en todas las Repúblicas hispano-americanas; a la suerte de haber nacido aquí y no en el Polo Norte; a nuestra literatura clásica, que solo leen cuatro curiosos; a nuestra fiesta nacional del toreo; a las ventajas del cocido sobre los platos extranjeros; al género chico “tan castizo”; a la Lotería Nacional, y a qué sé yo cuántas cosas más.
El caso es que no faltan motivos de felicitarnos. Tenemos los españoles, según nos aseguran estos patrioteros, sobrados motivos de alegrarnos de ser como somos y no de otro modo. ¿Quién es capaz de resistirse a concepto tan halagador? Todos los días, en algún banquete o discurso conmemorativo, el orador “entona un canto” (esta es la frase de ritual), bien sea a la Patria grande o a la chica, a nuestro pasado o a nuestro porvenir. Y dicho “canto” en el solemne momento de la sobremesa no solo consigue despertar a numerosos oyentes, sino que despierta además en ellos el culto de la melodía. Esto ya es mucho y acaso así se formen nuevos aspirantes al Conservatorio. Pero justo es reconocer que esos lirismos no solo se explayan después de un banquete, ni deben atribuirse maliciosamente a los efectos del Champagne. Sucede igual en los discursos políticos y en las conferencias sociales. El orador, inspirado por el vibrante patriotismo al uso, cuidará bien de ensalzar la marcada predilección que la Providencia demostró siempre por España, y explicará sus reveses o desaciertos políticos y la pérdida de su inmenso imperio colonial oponiendo nuestro carácter ingenuo, franco, noble, desinteresado y quijotesco a la perfidia, el maquiavelismo, la envidia, la rapacidad y la codicia de otros pueblos hoy poderosos. Bien sabe de sobra el patriota castizo que la ambición de poderío y la codicia (esas lacras de la raza anglosajona) nunca inspiraron los móviles del pueblo español, y que si antaño logramos ocupar las tres cuartas partes del globo sin pedirlo, desearlo ni aprobarlo los habitantes de esos países ocupados, lo hicimos, claro está, por cumplir “una misión providencial”. Con recordar este importante dato psicológico y entonar otro ”canto” a la belleza de nuestras mujeres, a la pureza de nuestro cielo y a la inextinguible fe religiosa de la mayoría de los españoles, tenemos ya las bases de nuestro resurgimiento nacional. ¡Cantemos, pues, en coro…! ¡Hagamos Patria con la lira antigua que nos legaron nuestros abuelos! Eso de sembrar la duda en los espíritus, de oponer reparos a las cosas, de anhelar que éstas mejoren y que los Pirineos no sean una barrera que nos separe de Europa, no es solo antipatriótico, sino hasta criminal. ¡Nada de echarle, pues, vinagre al plato del día ni de señalar lunares o defectos con la impertinencia de un espejo inoportuno…! ¡Cállense esas voces que desafinan en el coro! ¡Venga música, bombo y platillo! ¡Empiece, maestro, la Marcha de Cádiz! Y el “maestro”, veterano de la literatura o del periodismo que abomina de esta juventud burlona e innovadora y que conoce a su público, se adelanta, aparentemente conmovido, tembloroso, con los ojos bañados en lágrimas. Un murmullo de simpatía y de honda emoción corre por todo el público. El maestro sabe hacer vibrar el alma de los espectadores. No es que diga nada nuevo ni de particularmente interesante; pero tiene el raro don de verter lágrimas por todo y por nada con una facilidad que le envidiarían las más ilustres trágicas. No puede pronunciar la palabra Patria sin que le acongoje el llanto.
Todo lo referente a ella es objeto de su veneración: personas y cosas. Para todo tiene un elogio fervoroso, y el panorama nacional echa el velo azul del optimismo. A las mujeres les dice que además de hermosas y virtuosas son españolas, lo cual duplica su hermosura y su virtud. (Ovación.) A los prelados les lama “antorchas de la fe” y “pastores de almas”. A todo militar le consagrará “héroe”, sin exigirle pruebas de heroísmo. Al catedrático le llamará “sabio”; al académico, “eminente”, y al político, “ilustre hombre público”, o bien “elocuente orador”. Del escritor veterano dirá que es una gloria nacional, y del autor novel, que es una esperanza de la Patria. Para todo mortal recién fallecido entonará su oración fúnebre, y arrojará sobre la tumba las más bellas flores de su retórica; si el difunto fué célebre, por el vacío que deja, y si fué desconocido, por serle adverso el destino. Tendrá alabanzas para el frío como para el calor, y sabrá evocarnos respectivamente las ventajas del sol y de la lluvia. Si algún funcionario del Estado asciende, dirá que “España entera aplaude la justa recompensa”, y con el mismo fervor patriótico pedirá una gran cruz para el amigo de hoy, una estatua para el amigo de ayer o siquiera una lápida conmemorativa para el difundo olvidado. ¿Quién duda, al presenciar tanta efusiva generosidad, que el patriotismo lírico tiene también su aspecto práctico? Porque, ¿no es esto sembrar para recoger… aplausos, halagos, honores, banquetes, homenajes, pensiones y acaso el día de mañana su correspondiente monumento, costeado por tantas gentes agradecidas al elogio inmerecido? Si hay quien opina que esto no es “hacer Patria”, no puede negarse, al menos, que esto es hacer carrera.
Miércoles, 12/10/2022. Guillermo Fernández Vázquez: «Lo malo de los nuevos partidos es que no pueden encomendarse a los antepasados».
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A medida que la izquierda pierde poder, la tarta a repartir pasa a ser un siempre precario puñado de medios, editoriales, podcasts, librerías, centros sociales, marcas personales, variopintos saraos; desarbolada red de proyectos, no políticos ya, sino mercantiles, comensales ensimismados de una tarta menguante. Los holocaustos caníbales que alguno llega a montar para abrir hueco en esa junglita a su marca personal y sus tinglados son para verlos. Vivimos en un tiempo —lo acabo de padecer en primera persona— en el que uno monta un congreso antifascista y el primer boicot puede llegarle, no de los fascistas, sino de otros antifascistas. «Esta es mi esquina, lárgate de aquí». Hablamos de gente que, por lo demás, bien puede pasarse el día hablando de la importancia de los cuidados, de no ser sectarios, de sumar… Es todo de una hipocresía impresionante.
En esas guerritas, a veces es un arma el postureo ético; lo que en inglés llaman virtue-signalling. Lo hemos dicho otras veces: la cultura de la cancelación es una invención de la derecha, que, añorante de los monólogos jerárquicos, despóticos, incontestados, llama así a la libre discusión de una nueva esfera plebeya, germinada con Internet. Pero sí que existe y prospera una pulsión inquisitorial y ultramoralista en el seno de la izquierda. La cuestión es que es estrictamente interna. Somos los izquierdistas quienes la padecemos; quienes nos la hacemos padecer los unos a los otros. «No eres un verdadero antifascista como yo, porque tal día, hace años, dijiste tal cosa, tal cosa tuiteaste, a tal sitio fuiste, que te retira el título». Lo no dicho, lo elíptico, es esta coda: «y despeja mi camino de un competidor por este nicho de mercado».
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Recuperan en Twitter, al hilo de los abucheos a Pedro Sánchez en el desfile madrileño del 12 de octubre, un comentario del año pasado de Alfonso Guerra: «Hay que poner las cosas en su sitio. Algunas personas lo mismo abuchean a un presidente del Gobierno que aplauden a una cabra, cada uno decide quién le representa mejor». Con Guerra pasa un poco lo que con Federico Jiménez-Losantos. Sujeto despreciable donde los haya, pero una vez cada quince años coincide casualmente con uno (acordémonos de los días gloriosos de Losantos contra los antivacunas) y uno piensa: «Me cago en la puta, qué buen vasallo si tuviese buen señor».
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Hay un pensamiento de raíz libertaria para el que los partidos políticos y sus militantes siempre son sospechosos, pero los movimientos sociales son reinos de luz; espacios libres de miserias, tiranos, bajezas, egoísmos, navajazos por el poderm. Un wishful thinking como cualquier otro.
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A mí España ni me enorgullece, ni me avergüenza: me parece bien. Y no por la sanidad, ni el matrimonio gay, ni nada de eso que no es España quien nos lo ha dado, sino una lucha de clases y por los derechos civiles de carácter internacional, sino simplemente por el agradable azar de hallarme dentro de la misma demarcación que la Alhambra de Granada y el pulpo a feira.
Macarena Olona celebra la efeméride proclamando lo siguiente: «Nación hacia fuera, hoy latimos con un solo corazón a uno y otro lado del Atlántico». Dice Juan Álvarez: «Lo de ser nación hacia afuera es como cuando te sale una hernia, nada bueno sale de ahí». El Tercer Reich, esa nación hacia afuera.
Jueves, 13/10/2022. Santiago Gerchunoff: «Toda democratización pone en peligro a la democracia misma».
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Leemos hoy que, durante el desfile patriótico de ayer en Madrid, el borrego Titán, mascota de la Legión, «protagonizó un divertido momento en el que se “saltó el protocolo” para alimentarse durante el desfile del Día de la Hispanidad». Las imágenes nos muestran al borreguillo comiéndose las flores de una jardinera de Madrid mientras una muchedumbre de asistentes al desfile lo mira y lo fotografía, y de fondo suena música marcial. La realidad española siempre, siempre supera a la ficción berlanguiana.
Viernes, 14/10/2022. Amenaza Macarena Olona con desvelar la lista de la esfera política consumidora de prostitución. Lo dice bien Eusebio Rodríguez: «Si amenaza con hacerlo quiere decir que la mayoría de los usuarios son de su cuerda ideológica. De lo contrario, ya los habría filtrado».
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En la Neue Pinakothek de Múnich, dos jovencísimas activistas ecologistas arrojan sopa de tomate sobre Los girasoles de Van Gogh —cuadro que, protegido por un cristal, no ha sufrido el menor daño— para lanzar el siguiente mensaje: «¿Es el arte más importante que la vida? ¿Más que la comida? ¿Más que la justicia? La crisis del costo de la vida y la crisis climática están impulsadas por el petróleo y el gas». Importante —pienso yo— es todo. La comida, la justicia y el arte. Para una lucha que no luche, a la vez, por el pan y las rosas, conmigo que no cuenten.
Por otra parte, no me quita el sueño ni me hace hiperventilar, como a la mayoría, la vandalización —ya digo que mínima, debido al cristal— del cuadro. Se limpiará fácil, y el arte también es esto. La famosa aura de un cuadro célebre es una sacralidad con dos caras: la reverencia y el sacrilegio; la veneración y la conversión del cuadro en espacio para la protesta. La iconoclastia es una pulsión vieja como el hombre. Y yo me siento me siento bastante más cerca de esas chavalas quizás equivocadas, pero en las que late un ímpetu de rebeldía y valor que no lo está, que de la inmensa mayoría de los biempensantes y protestólogos que las abroncan.
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Releo la espléndida entrevista que Álvaro Corazón Rural hizo a Gerardo Iglesias —hoy de nuevo en el candelero por su cruzada en silla de ruedas contra las listas de espera, después de que le hayan retrasado a finales de 2023 una operación crucial prevista para este junio— hace unos años. Y me topo con una escena que no recordaba y que me parece brutal. Caben décadas, una época entera, en este párrafo:
«[Después del accidente que sufrí en la mina] me fui al paro. Solo tenía una pequeña pensión por accidente de trabajo, una invalidez del 55%. Así que intenté montar un pequeño negocio que, en fin, no me funcionó muy bien. Era un restaurante. Pero fue muy gracioso un día que me llamó un abogado de Gijón, Francisco Prendes, a pedirme que preparara una mesa para bastantes. Una comida para un grupo de empresarios búlgaros que venía a visitar ENSIDESA. Llegaron los industriales búlgaros y cuál es mi sorpresa al ver que los conocía a todos. ¡Eran el buró político del partido! Es lo que pasó en todos esos países, que se pasaron todos a esos negocios».
Sábado, 15/10/2022. Sugiero un neologismo. Protestplaining: explicación condescendiente, desde un sofá, con el smartphone en una mano y la otra en una bolsa de doritos o en los huevos, de por qué haces mal la cosa protestatoria. También hay cuñadismo de izquierdas.
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Xandru Fernández: «La Transición habrá acabado el día en que en un debate sobre la Transición no haya que escuchar la autobiografía de la mitad del público asistente».
Domingo, 16/10/2022. Dos recortes de El Español. El primero: «Ana Rosa ha superado el cáncer con un entrenador oncológico como Ángel: así es su innovador método». El segundo: «Telmo Aldaz de la Quadra-Salcedo, el líder carlista criado como un hippie que sigue los pasos de su tío Miguel». La descomposición de una era es una cosa fascinante de ver, aunque sea inquietante de vivir.
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Podemos ha significado y significa aún cosas valiosas y admirables, pero es cada vez más evidente, y cada vez más inquietante, la deriva que lleva de convertirse en un culto mesiánico. El cariz de Pablo Iglesias en esas cabezas es religioso, no político. Es el líder sacrificial al que no nos merecíamos (esto del no merecimiento lo he llegado a leer literalmente), que se sacrificó por nosotros y murió por nuestros pecados, asediado por Satanás (Ferreras/Inda/Villarejo) y traicionado por Judas (Yolanda/Errejón). Toda la política contemporánea tiende en mayor o medida a esa mesianización. Hay algo de eso en el yolandismo, hay algo de eso en Más País. Pero ni de lejos al nivel de adhesión mítica que está alcanzando el pablismo, que no se parece a nada; ni siquiera a Vox con Abascal. Y lo peor de todo es que tengo la sensación de que esa adhesión religiosa, esa palmarianización, es cultivada consciente, deliberadamente, por aquellos a quienes beneficia.
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Un pensamiento puede ser cierto y, a la vez, indicativo de un problema de salud mental si se vuelve obsesivo; un monotema febril. Pasa también con lo político. ¿Antonio García Ferreras es un sujeto despreciable, pieza clave de un infame establishment mediático enredado con una sucia red de cloacas? Sin duda. Pero un Podemos devenido en nada más que un club de odiadores de Ferreras no es un colectivo sano.
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Leído en Twitter: «Una cosa que tiene la vida adulta y que te encuentras de repente es que hacer planes para el mismo día es difícil. Y no porque estés súper ocupado, sino porque a lo mejor ya has sacado una pechuga del congelador y bueno tu destino ya está sellado junto al de esa pechuga».
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Alberto Corsín Jiménez: «La izquierda sigue pensando la polis en términos de ideas y valores, justicia y derecho, mientras que la derecha lo hace desde corporaciones, grupos mediáticos y lobbies. “Lo social”, decía Latour, no existe sino como ensamblaje de colectivos, pero la izquierda morirá sin creerlo». Añade Xan López: «Buena parte de la izquierda es neoplatónica. Piensan que toda política puede derivarse de ciertas abstracciones por las que tienen predilección, y una y otra vez les machacan gentes que “simplemente” se organizan mucho mejor».
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Una cosa que me gusta de mí mismo (no voy sobradísimo de ellas) es que soy, y creo que siempre he sido, muy poco mitómano. No creo en santos, gurúes ni mesías. Si acaso, tengo un puñado de héroes de proximidad: Horacio Fernández Inguanzo, Anita Sirgo, Gerardo Iglesias… Admiro en general —con admiración serena, sin arrebatos peronistas— a la gente humildemente honesta que cumple con su deber, trata de dar lo mejor de sí sabiéndose débil y falible como cualquier ser humano y no busca premios ni parabienes, aunque pueda aceptarlos cuando se los ofrecen, ni piensa que el universo le deba algo.
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Un hombre corpulento, calvo, velloso, afable. La sonrisa, la broma amable, siempre en la boca. Por la calle central del pueblo, va saludando calurosamente a los niños peruanos, senegaleses, marroquíes, de la casa de acogida, a los que se cruza aquí y allá jugando o paseando con la bici. Se ve fácil que lo adoran. La viva imagen de la bonhomía. La desprende, en general, toda la gente vinculada al proyecto. Hombres y mujeres comprometidos con un mundo mejor, más justo. Han estado en Grecia, recogiendo náufragos sirios en una furgoneta. Han bregado con pasión humanista con algún caso difícil, que despertó recelos en el pueblo. Todo el mundo —proclaman— merece una oportunidad. Me agrada conocer este proyecto hermoso, del que me cuentan al calor de una cerveza artesana, destilada por ellos mismos, y un pincho de tortilla, hecho con patatas y huevos de sus propias huertas y gallineros, en la terraza de la herriko. Buena, buenísima gente, nada fanática, nada parecida a la caricatura del nacionalista cerril y exaltado. Me hablan de la importancia de dialogar con el diferente, de implicar e implicarse en este y otros proyectos al, y con el, adversario político. Pero, de vez en cuando, me sobresalta alguna palabra, algún comentario, pronunciado de manera casual, a vuelapluma. Al hablarme del hombre corpulento, calvo, velloso, afable, adorado por los niños, se me comenta de pasada que estuvo varios años en la cárcel. De pasada me cuenta otro de sí mismo que tuvo que vivir varios fuera de España. Habla alguien de pasada de lo mucho y para bien que han cambiado estos pagos desde el fin «del ciclo anterior», de «la lucha armada»; desde que «ya no hay ejecuciones».
Por la mañana, he leído en Islas del abandono, de Cal Flyn —un libro espléndido— sobre espectros forestales; cómo «se pueden detectar los fantasmas de bosques antiguos que ya no existen buscando especies ávidas de sombra —como las campanillas, la escorodonia, la madreselva y la hierba a ras de suelo— en la flora que ha quedado abandonada en los jardines y los arcenes, especies que apuntan hacia el pasado». Pienso que algo así sucede aquí. Se taló felizmente la funesta jungla del terror. Pero, al sol de la paz, cobijadas en esquinas de los jardines gramaticales, en hendeduras de los arcenes de la charla informal, plantitas antiguas, resistentes florecillas vocabularias, preservan aún el recuerdo de su sombra.
Lunes, 17/10/2022. Me gusta visitar el País Vasco: es como ver una Asturias bien hecha. Steve Urkel vs Stephan Urquelle. Podría consolarme pensando que con el cupo prospera cualquiera, pero nosotros, con el cupo, a lo mejor hubiéramos levantado una estatua ciclópea de oro macizo de los cojones de José Ángel Fernández Villa.
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Dice el neurocientífico David Eagleman, y leo en Islas del abandono, que morimos tres veces: la primera, cuando el cuerpo deja de funcionar; la segunda, en el momento del entierro; y la tercera, «ese instante en el futuro en que tu nombre sea pronunciado por última vez».
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La gente mezquina, pequeñita y trepa siempre piensa que tú también lo eres cuando emites una crítica hacia la estructura por la que trepan. No entienden el mundo de otra manera que como una trepomaquia en la que todo hijo de vecino aspira a un carguito.
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La política macroniana (primero el candidato o candidata, luego el partido) es la traslación política de la teoría neoliberal de la economía de goteo. Derrámese el carisma del candidato desde lo alto y que vaya rezumando pirámide de copas abajo. De eso empieza a pecar también la izquierda. Se ve bien en lo que se está montando en torno a Yolanda Díaz, aunque la ministra trate de camuflarlo tras la retórica del «proyecto de escucha».
No me gusta el macronismo. Tampoco el de izquierdas. Pero creo que toca apoyar a Sumar, porque me parece la forma más realista que puede adoptar la izquierda en este momento de desarbolo y reflujo en el que la prioridad absoluta es el antifascismo —evitar gobiernos con presencia de la ultraderecha— y, tras su dique, ganar tiempo para una reconstrucción tranquila. Entre el macronismo de izquierda que encarna Yolanda y el trumpismo de izquierda que hoy por hoy encarna Podemos, como entre el macronismo y el trumpismo propiamente dichos, yo lo tengo claro: ni lo uno, ni lo otro, pero, si solo lo uno o lo otro, con Macron como si fuera familia.
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El trumpismo, como la Revolución francesa para don José de Maistre, no es un acontecimiento: es una época.
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Pillan a Paulina Rubio defecando en una playa catalana y limpiándose con cantos rodados, leemos en un periódico de allá. A la cantante le entraría un apretón como el que le puede entrar a cualquiera y haría lo que pudo. Hacer escarnio de las pequeñas terrenalidades de los famosos reviste un morbo comprensible, pero es bien triste convertir esto en noticia. Hay profesiones cutres y luego está la de paparazzi.
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Vivimos un tiempo que se caracteriza por las fronteras cada vez más difusas, menos claras, entre la realidad y la parodia.

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).
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