/ por Pablo Batalla Cueto /
Martes, 18/10/2022. Hace Cal Flyn en Islas del abandono: la vida en los paisajes posthumanos —un libro precioso recién publicado en castellano por Capitán Swing, que estoy disfrutando muchísimo— un apunte turbador y fascinante. Cuando los exploradores españoles recorrían América en el siglo XVI (lustros, décadas incluso, después del Descubrimiento), atravesaban a veces tierras a las que las enfermedades europeas habían llegado mucho antes, como una sigilosa avanzadilla. Esa milicia miasmática había devastado en ocasiones sociedades enteras; sociedades a veces grandes, populosas y complejas a las que en esos veinte, treinta, cuarenta años se había tragado la selva, sin dejar rastro; sociedades cuyas huellas arqueológicas solo descubrimos ahora. Aquellos exploradores veían paisajes alucinantes que creían primigenios, incontaminados; un Edén antediluviano. Pero, en realidad, estaban contemplando un paisaje postapocalíptico, sin darse cuenta de que ellos mismos habían sido su apocalipsis.
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Se avecina Halloween, una fiesta de origen estadounidense, desembarcada aquí por imitación de las series y películas de allá, y, hoy por hoy, ya absolutamente asentada en el calendario de la juventud española. Se celebra en guarderías y colegios, en comercios y discotecas; incluso hay ya chavales que hacen el puerta a puerta típico de Estados Unidos, pidiendo caramelos. Hay toda una generación que ya ha crecido con ella. Yo que la vi aparecer y prosperar tengo sentimientos encontrados. Mi impulso inicial es de rechazo a la evidente colonización cultural. Pero luego lo racionalizo, y pienso en tantas fiestas y costumbres que ahora son de aquí, pero llegaron de alguna parte. El pasemisí, pasemisá, juego infantil de nuestros abuelos, llegó por ejemplo de Francia —«passe monsieur, passe madame»—, como el Mambrú se fue a la guerra que cantábamos de niños: «Malbrou s’en va-t-en guerre, mironton, mironton, mirontaine»; toda la dulcería navideña española es de origen árabe; etcétera. Oponerse a la emigración de las tradiciones es querer represar lo irrepresable. ¿Quién decide dónde ponemos el límite cronológico: hasta aquí pudimos importar y adaptar tradiciones ajenas; a partir de aquí ya no? Marchemos todos, y yo el primero, por la senda halloweeniana.
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La cháchara de los cuidados es al canibalismo posmoestalinista lo que el logo de una hojita verde o una delicada mariposa a las grandes multinacionales petroleras. Lleva en la boca la palabra cuidados, tan de moda en la última década, gente que hace ochenta años te hubiera enviado al gulag sin el menor reparo, y hoy que ya no puede alza gulags digitales.
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Vuelve Josep Borrell a emplear, en un discurso, su metáfora del jardín europeo amenazado por la jungla y a motivar críticas internacionales por las palpitaciones racistas de la cosa. A mí no me parece, per se, tan grave, aunque no sea muy afortunada. Es cierto que la imagen de la jungla convoca un campo semántico peliagudo y a los espectros de la propaganda supremacista de los imperios coloniales: monos, salvajes, etcétera. Es cierto que la cosa se agrava si se recuerda el entusiasmo de Borrell por Imperiofobia, el panfleto imperialista de María Elvira Roca Barea, o la ocasión en que se le ocurrió decir —qué inepcia diplomática la de este hombre que es alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores— que los Estados Unidos «nacieron a la independencia prácticamente sin historia, lo único que habían hecho era matar a cuatro indios». Pero si con lo del jardín y la jungla se quiere decir que Europa, donde es un hecho que se radican los Estados del bienestar más avanzados del mundo, tiene que ser guardiana y promotora de valores ilustrados y avances civilizatorios, no me parece indignante. Solo eso: desafortunada.
Habría que hacer énfasis, claro está, en que Europa es un jardín gracias, en no poca medida, a los botines poscoloniales; en que lo es porque el resto del mundo es una jungla; en que es injusto culpar a los habitantes de esos otros países de no saber ajardinar su selva, cuando les hemos arrebatado sistemáticamente las herramientas para hacerlo. Pero cuidado, también, con pasarse de frenada con esto. Culpar en exclusiva a Europa, al imperialismo pasado y presente, de la miseria del Tercer Mundo no deja de ser una forma de eurocentrismo; de negar agencia a esas naciones a las que vuelve a presentarse como peleles cuya vida no depende más que de nuestras decisiones. Que de la nueva novela sigamos siendo protagonistas. Asunto complejo, este.
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Leemos que «un autobús del Gobierno recorrerá España para explicar el Ingreso Mínimo Vital, ya que “uno de cada cuatro” potenciales beneficiarios aún no conoce la prestación». Hubo un efecto Feijóo que me parece que se está deshinchando (y que bien podrá volver a hincharse, pero por el momento se desinfla). Hubo también un efecto Yolanda que diría que no pasa por sus mejores días. Frente a ellos, Pedro Sánchez no tiene ni depende de un efecto: tiene el poder y todas sus posibilidades. Y del poder, ya decía Andreotti que desgasta a quien no lo tiene. No me apostaría un brazo a que Sánchez va a ganar las próximas generales, pero sí alguna cantidad de dinero. Todo es muy volátil en este tiempo, y todo puede cambiar de golpe. A ver el invierno, a ver la inflación, a ver la guerra de Ucrania. Pero de momento lo tiene todo a favor: el poder, un PP desinflado, un Vox de capa caída, una izquierda ensimismada en sus carnicerías interiores, el momento Mitterrand del neoliberalismo, un invierno predeciblemente cálido…
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En un artículo estupendo de Xan López sobre «Socialismo temperado y ecologismo de combate», un entrecomillado para tratar en mármol: «Como socialistas sabemos que la resolución permanente de la crisis ecológica no puede darse en el capitalismo. Como ecologistas sabemos que no podemos esperar a la abolición del capitalismo para comenzar a resolverla».
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Leo en Islas del abandono que, en Ucrania, aquellos que regresaron clandestinamente a sus casas del entorno de Chernóbil tiempo después del accidente son conocidos como samosely: «autocolonos».
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Dice John Spaulding que los ultraliberales son como gatos domésticos: viven convencidos de su feroz independencia mientras dependen completamente de un sistema que ni aprecian, ni entienden.
Miércoles, 19/10/2022. Cubriendo su cabello, la escaladora Elnaz Rekabi —protagonista, hace unos días, del acto de rebeldía contra el régimen iraní de participar sin velo en una competición, desaparecida desde entonces, y por cuya vida se temía— ha reaparecido en Teherán, donde ha explicado a los medios, seria y cabizbaja, que compitió sin hiyab de forma «involuntaria», ha asegurado que está bien y que todo fue un malentendido: «Han sido días de mucha tensión y estrés». He aquí los pequeños detalles que nos hablan de un régimen condenado: estar tan fuera de la realidad como para no darse cuenta de que no podría ser más evidente para cualquiera que esta mujer ha sido amenazada, y que, por lo tanto, va a hacer que las protestas arrecien, en lugar de aplacarse.
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Señala Jorge Tamames algo cierto: cuidado con alegrarse de que los mercados hayan acabado con Liz Truss, o con considerar que nos hablan de un momento socialdemócrata. No deja de ser el vapuleo de un gobierno democráticamente elegido por un poder mercantil omnímodo e incontrolado.
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Dice Pérez-Reverte en lo de Pablo motos que «los jóvenes no están preparados para el iceberg del Titanic». Yo, a diferencia del insigne literato, cada vez estoy más seguro de que los jóvenes de hoy, criados en la intermitencia de grandes crisis y la precariedad permanente, enfrentarán la catástrofe con muchísima mayor entereza y generosidad que toda esta purria de boomers histéricos. Habla Reverte de una generación hiperprotegida, pero protegida lo ha estado la suya más que ninguna otra de la historia (y me refiero exclusivamente a su parte masculina y mesocrática): lo ha estado por una fase histórica de progreso tranquilo, razonable prosperidad, grandes avances médicos y científicos y expectativas cubiertas. Los histéricos, los «ofendiditos», los snowflakes, los deselegantes ahora que todo eso se resquebraja son ellos, no quienes ya han dado sus primeras boqueadas en el agua de la incertidumbre y la seguridad del desastre. Y lo que dice a veces César Rendueles: ¿cuál ha sido el vivir peligrosamente de esta colección de señores de clase media que tanto presume de ello? ¿La posibilidad de tragarse el cromo de un bollycao? ¿La de pillarse la picha con la cremallera de la bragueta tras masturbarse viendo las tetas de Sabrina Salerno?
Mi amigo Israel Merino, brillantísimo periodista de veintidós años, escribe una estupenda columna sobre todo esto: «Aseguran que el iceberg se acerca y no estamos preparados para el impacto, como si no nos hubiésemos reventado contra él ya. Como si el iceberg no fueran pisos compartidos hasta los treinta y cinco […] como si ellos no hubiesen sido durante años los timoneles de ese barco». Amén.
Otra tuitera comenta: «Pues yo veo así más a mi padre que a mis sobrinos, por ejemplo. Mi padre, si no le pones la comida en la mesa, no come. Los niños saben buscarse la vida para llegar a los sitios sin decirles nada, hablan dos idiomas, están concienciados en temas de igualdad, ecología…». Sí: ¿cuántos hombres enviudan y no saben, literalmente, ni freír un huevo? Y tampoco quiero cebarme: aquellos hombres fueron producto de su tiempo y sus circunstancias; tenían otras virtudes. Cada generación, como dice Juan Peña, adquiere nuevas capacidades y pierde otras; y sucede desde Aristóteles, si no desde antes, que consideramos que las nuevas son superfluas y las antiguas imprescindibles. Nos parece que las redes sociales emboban como a nuestros padres les parecía que a nosotros nos embobaba la Nintendo, y a los suyos —los incapaces de freír un huevo— les parecía que les embobaba la televisión y que era lamentable que no supieran cultivar tomates. Cada generación tiene su afán y su circunstancia.
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Salvador Dalí: «El mayor problema de la juventud actual es que uno ya no forma parte de ella».
Jueves, 20/10/2022. Curioso cómo el Brexit está acabando con el Partido Conservador tal como el Procés acabó con CiU.
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Comparte María Monforte esta conversación con una amiga, que le parece bastante representativa del momento:
—Montero se queda al frente de Podemos porque Belarra coge la baja.
—Pero ¿la líder de Podemos no era Yolanda Díaz?
—Es la líder de Unidas Podemos en el Gobierno
—Pero ¿no es lo mismo?
Un problema, este. Fuera de la burbuja de los intensamente politizados, el personal no conoce nuestra exquisita entomología interior. Es todo «Podemos» y a correr. Estamos todos juntos en este barco, nos guste o no, y en él nos hundiremos todos, o todos nos salvaremos.
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Una viñeta publicada en abril de 1959 en la revista Nebelspalter: Marianne se fija lascivamente en un comunista mientras camina del brazo de Charles de Gaulle, que le dice «¡Marianne, compórtate!».

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Dimite Liz Truss. Un periódico inglés había organizado hace unos días una coña con un retrato suyo y una lechuga, preguntándose quién viviría más, si Liz o la lechuga. Ganó la lechuga. El legado de Truss es el siguiente: Llegó, enterró a la vieja, hundió la economía y se fue. Espectacular. De lo de la lechuga dice bien Jónatham Moriche que «primero sonríes. Luego reparas en el nivel de descomposición política y social que le subyace y estremece. No es una crisis política, es un Estado fallido, y su descenso a los abismos solo acaba de empezar. Generaciones de ingleses pagarán la alucinación brexitista. Tomemos nota».
Hace un buen apunte Edgar Straehle: Thatcher comentó en una ocasión, célebremente, que su mayor logro había sido Tony Blair y el New Labour. Quizá ahora diría que el peor ha sido Liz Truss, en quien vuelve a hacerse certera aquella observación de Marx sobre la repetición como farsa de las grandes tragedias. Creo que, pese a todo, Truss va a ser un personaje al que la historia recuerde. No en los términos que ella hubiera querido, claro, sino como una de esas figuras crepusculares, clausuras de decadencia; de la de la era neoliberal en este caso. Vivimos, en general, un tiempo de rómulos augústulos.
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Lúcido apunte de Hibai Arbide: «Históricamente, la biología ha sido utilizada para presentar como natural el racismo, el sexismo y el clasismo con la misma convicción que se usa ahora para justificar la transfobia».
Viernes, 21/10/2022. Leo en Islas del abandono que, en 1848, R. L. Edleston identificó una nueva y desconocida mariposa de los abedules en el entorno de Manchester. Era negra con ojos blancos, lo que en principio constituía una desventaja evolutiva letal, al hacerla destacar contra el tronco blanco de los árboles. Pero esos árboles se habían vuelto negros, impregnados del hollín de la revolución industrial, de tal manera que la desventaja había pasado a ser mutación favorable. En 1864, la mariposa carbonaria, así bautizada, ya superaba en número a las antes omnipresentes mariposas blancas con ojos negros. Para 1895, representaba ya el 98% de todas las mariposas de los abedules de Manchester. Pero explica también el libro que, tras la promulgación de la Ley de Aire Limpio, la mariposa carbonaria volvió a caer. En 1959, el 93% de las mariposas de los abedules de Liverpool, estudiadas por Cyril y Frieda Clarke, eran negras. En 1985, eran el 53%. En 1989, menos de un tercio. Qué asombrosa es la evolución.
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Nos llama izquierda puritana gente que nunca quiso que las libertades que hoy claman que están amenazadas se normalizasen y desdramatizasen, sino que siguieran siendo un asunto salvaje, transgresor, para lo cual necesitan el fondo de represión ante el cual cual brillaban. Añoran ser disidentes de una dictadura, la cárcel de la que era excitante evadirse, la teocracia de la que blasfemar, no la libertad conquistada, consolidada, democratizada, regulada, supuestamente perdida, y que en realidad les asquea porque significa un mundo sin adrenalina.
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Bruno Martín: «Cuánto daño ecológico ha hecho la metáfora informática de “la nube”. Necesitamos una palabra mejor que tangibilice las toneladas de metales, los kilómetros cuadrados de suelo y los gigavatios-hora gastados en alimentar y refrigerar servidores para nuestros emails, fotos, series».
Sábado, 22/10/2022. Hay buenos motivos para que a uno le caiga poco simpático el PNV, pero identificarlo con la ideología de Sabino Arana tiene el mismo sentido que identificar al PSOE con la de Pablo Iglesias.
Domingo, 23/10/2022. Tengo un conocido cuya dirección electrónica es «@hotmail.es», y eso hace que ocurran mucho que se envíen mensajes para él a una cuenta idéntica, pero «@hotmail.com», de un tipo que se llama igual y que barrunto que, por esta vía casual, ha ido sabiendo mucho —tal vez incluso intimidades— de la vida de su tocayo, sin conocerlo en realidad. A mí mismo me ha pasado dos o tres veces que enviara ese mensaje equivocado. Y a veces me pregunto qué sentirá este tipo —que la primera vez me contestó con hartazgo, pero luego ya con humor— si mi conocido enferma o fallece, y le llega un mensaje alusivo a ello. ¿Le arruinará el día saber que esa persona a la que estaba involuntaria, pero perdurablemente ligado, ya no existe? ¿Sentirá alguna extraña forma de pena, de duelo? La sociedad digital y sus fraternidades paradójicas.
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Giorgia Meloni toma posesión en Italia vestida toda de negro. No es cualquier color, el color negro en Italia. Hay quien detecta en ello, a mi juicio con razón, un ejemplo de dogwhistle politics o política de silbato de perro. Wikipedia describe así este concepto:
«lenguaje en código de doble sentido que usan los políticos para conseguir el apoyo de un público más amplio en su candidatura atrayendo a una audiencia política deseada sin provocar la ira de audiencoas opuestas. El término hace una alusión analógica a la forma similar en que funcionan los silbatos ultrasónicos para perros que se utilizan en el pastoreo de ovejas, el cual emite frecuencias que no están dentro del espectro de audición humana pero que sí son audibles para los perros pastores. Funcionan empleando un lenguaje que tiene significados normales para la mayoría de la población, pero que puede tener un significado implícito muy específico para el subgrupo al que se dirigen. Se utilizan para evitar la atención de los opositores o que a los políticos se les etiquete como políticamente incorrectos, al tiempo que se transmiten mensajes relacionados con asuntos sensibles que pueden ser objeto de oposición».
Quien más emplea hoy el dogwhistle es la ultraderecha, que lo utiliza para mantener la fidelidad de los fascistas puros y duros a medida que crece hacia audiencias más moderadas. Un ejemplo lo tenemos en el Santiago Abascal que, en el debate de las últimas generales, pronunció, sin por supuesto citar su autoría, una frase de Ramiro Ledesma; aquello de que «solo los ricos pueden permitirse no tener patria». O en el Jorge Buxadé que, en un reciente mitin, se arrancaba canturreando: «¡Obrero y español, obrero y español!», un cántico neonazi. El dogwhistle es algo así como un guiño a iniciados capaces de pillar las elipsis, los sobreentendidos; una manera de decirles «tenemos que disimular si queremos crecer, pero somos, seguimos siendo, de los vuestros».
El riguroso negro de Meloni parece otro ejemplo de manual. Señalarlo, claro, hará que a uno lo tachen de loco o conspiranoico, como le sucedió a Antonio Maestre cierto día en que detectó otro dogwhistles de Vox: la cuelga de una foto de Abascal en el palco del Rayo Vallecano en el exacto momento en el que entraba al campo el polémico futbolista neonazi Roman Zozulya. La gracia del dogwhistle es esa: que los tuyos lo pillen y, si los otros se dan cuenta y lo señalan, puedan ser tratados de paranoides.
Lunes, 24/10/2022. Termino Mientras estamos muertos, la estupenda última novela de José Ovejero, libro de sabor chirbesiano, que trasluce muy bien la sorda, sutil violencia que, contra lo que recuerdan los relatos edulcorados de lo sotos y los revertes, lo impregnaba todo (las relaciones intrafamiliares, entre los sexos, entre las clases, en la escuela— en los años de infancia y juventud del autor, nacido en 1958. Hay párrafos sublimes como este, de una exquisitez sublime en la toma de la medida de la época:
«[…] cuando él le ofrece salir a dar un paseo, ella dice vale, pero uno corto, y ese paseo conduce a otros paseos y luego a salas de cine en las que apenas importan las batallas que se libren en la pantalla sino que la pelea que cuenta de verdad es esa otra silenciosa, iluminada a veces por un cambio de escena en la pantalla, en la que una mano lucha por conquistar cada centímetro de terreno y el otro cuerpo se revuelve y retira, manotea y espanta, se encoge, se evade, y no es que ella sea puritana, un concepto que ni siquiera se le pasa por la cabeza, ni es en realidad una cuestión moral, si ella se defiende de esa mano que quiere tocar cualquier parte de su cuerpo, la que sea, es porque sabe que cada roce supone la adquisición de un derecho, un nuevo punto de partida en el camino hacia ese final que ella sabe perfectamente a dónde conduce, porque es hija de madre soltera y porque también su tía, que vive en el piso contiguo, va abriendo la puerta y levantando las sábanas a hombres cada vez más feos, cada vez más míseros, cada vez más alcoholizados, y él a veces se enfada, se enfada de verdad, ¿somos o no somos novios?, ¿ni siquiera un beso?, eso es porque no me quieres, un discurso planteado con énfasis pero sin convicción, más bien porque el papel del hombre es ese, si no, qué iba a pensar ella de él, tiene que intentarlo y algo en él lo desea y algo en él es consciente de que conseguirlo seria el fin, no sería ella entonces la mujer que necesita, y regresa a casa de sus padres, frustrado y contento, irritado y seguro, rabioso y agadecido, donde vive con ellos a los veintitrés años, y trabaja cada día pensando en un futuro con ella en el que escapan de las calles embarradas del Pozo del Tío Raimundo, de esa vida que discurre en casas levantadas ilegalmente, muchas sin agua corriente, y él se sabe trabajador y aunque no gane el millón de pesetas, aunque en sus cálculos nunca dejará de ser un obrero, da igual que ya no realice trabajos físicos, porque solo da instrucciones, y dirige y señala y exige, pero al menos tendrán piso propio, que tardarán en pagar, también lo ha calculado, hasta el día en que se jubile, sesenta metros cuadrados a cambio de cuarenta años de trabajo, con una habitación para los niños, dos, si es posible, niño el mayor y niña la pequeña, con un salón y un dormitorio y una salita de estar que se transformará también en dormitorio cuando los niños crezcan, un piso que estará en una calle asfaltada y tendrá cuarto de baño en el interior, un piso como esos que él ayuda a construir, y mientras lo hace dibuja planos con la imaginación, distribuye, decora, construye mentalmente los armarios, mientras ella tiene que soportar, a los diecinueve años y ya embarazada, niño o niña no se sabe, vivir aún con los padres de él después de una boda que la entristeció tanto sin que hubiese podido explicar el motivo, otra vez conteniendo las ganas de llorar y sonriendo a la fuerza, y la noche de bodas que le hizo preguntarse si eso era todo, si no había otra cosa que ese forcejeo y esa incomodidad y esa vergüenza, eso que se suponía que era tan maravilloso que exigía una voluntad de hierro para no entregarse antes de tiempo, y también se dice que de haberlo sabido le habría sido mucho más fácil no caer en la tentación de un pecado que no te daba más placer que comerte una lata de sardinas […]».
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Con la gente que vive del clickbait y la provocación pasa como con esos olores pestilentes que, pasado un tiempo, la nariz, acostumbrada, deja de percibir: sus provocaciones se vuelven parte del paisaje y tienen que redoblarlas a la desesperada. Si optan por despolemizar su perfil, lo que suele pasar es que la gente descubre que carecen por completo de interés alguno si no es como folloneros, y los olvida también. Sea como sea, están jodidos.

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).
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