El runrún interior

El runrún interior (110)

Pablo Batalla Cueto registra en su dietario pensamientos propios y notas de libros leídos y cosas vistas en Internet, escribiendo sobre el asunto Rubiales o la lectura de un libro sobre los años noventa.

/ por Pablo Batalla Cueto /

El runrún interior (109)

Martes, 22/8/2023. Retomo este dietario. He sido incapaz de escribir una línea durante algunas semanas; he acabado el año laboral muy agotado. Los historiadores del futuro se quedarán sin saber mis opiniones sobre las elecciones del 23-J o el caso Daniel Sancho. Tampoco pasa nada.

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Leyendo la «biografía a dos voces» de Fidel Castro de Ignacio Ramonet. Pregunta Ramonet a Fidel por su emblemática barba; por qué se la dejó después de la Revolución. Fidel le comenta que se había vuelto un símbolo y también una suerte de «el vello es bello» versión ciencias exactas: «la barba», explica, «tiene una ventaja práctica: uno no necesita afeitarse cada día. Si multiplica usted los quince minutos del afeitado diario por los días del año, verificará que consagra casi 5500 minutos a esa tarea. Como una jornada de trabajo de ocho horas representa 480 minutos, eso significa que, al no afeitarse, usted gana al año unos diez días, que puede consagrar al trabajo, a la lectura, al deporte, a lo que quiera».

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Hace un calor que se caen los pájaros. Me cuesta concentrarme; tengo que entregar unos artículos para La Marea, y cada línea es un esfuerzo hercúleo. Yo no sé de qué demente puede ser el verano la estación preferida, no siendo porque es la de las vacaciones. You don’t like summer: you hate capitalism.

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Un agudo comentario en Twitter, de una cuenta británica, a una fotografía en la que se ve una habitación abarrotadamente decorada de simbologías reaccionarias y fascistas: una bandera confederada, una franquista, una imperial brasileña, una de los dollfusianos austriacos, el hacha de Vichy, estampas de santos… El comentario: «Esto resume el estado de la extrema derecha moderna: ni siquiera se puede determinar de qué país es este nacionalista».

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Germán Huici: «Desconfío de los nostálgicos estructurales, porque suelen ser, aunque sea de forma crítica y disimulada, conservadores. Eso no significa que no tengan interés, pero leyendo a Han, a Fumaroli, a Ordine, uno podría pensar que el siglo XIX fue mejor. Pero no lo fue. A grandes rasgos, no vivimos en una desviación de lo académico, lo ilustrado y lo burgués: vivimos en su consecuencia, su paroxismo, su caricatura».

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Dylan Saba: «Uno de los mayores problemas políticos es que, para cambiar las cosas, tienes que averiguar cómo cambian las cosas, pero resulta que esa es una de las cosas que cambia con las cosas».


Miércoles, 23/8/2023. Dice ahora el candidato a presidente del Gobierno Alberto Núñez Feijóo, desesperado por conseguir los apoyos que no va a tener, que Junts es un partido cuya «tradición y legalidad» no están en duda y que solo excluirá a Bildu de sus contactos en busca de apoyos. Contactará incluso con Esquerra Republicana de Catalunya. De tronar contra los enemigos de España y sus apaños con el sanchismo a esto. El hombre tiene un mes por delante hasta la sesión de investidura y uno llega a pensar que se le ha dado tamaño plazo para alargar su agonía, el espectáculo de su deshonor; para ponerlo a arrastrarse durante cuatro semanas en lugar de regalarle un patetismo breve y fácil de olvidar.

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Escuchado en el bar:

—¿Por qué lo llamaban «el Moro»?

—Porque trabajaba en la mina, y venía negro.

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Deja de fumar Prigozhin, jefe del Grupo Wagner. Accidente de avión. Se acuerda Fernando Hernández Sánchez de aquella célebre anécdota de Metternich, cuando el embajador ruso se bajó de su carruaje para acudir al Congreso de Viena y cayó fulminado por una apoplejía. Dijo el canciller entonces: «¿Qué habrá querido decirnos con esto?».


Jueves, 24/8/2023. Peregrinaciones a la tumba de Arturo Fernández por el día de su santo. El casticismo gijonés es una cosa.

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Jorge Dioni: «La nostalgia sólo echa de menos una cosa: la claridad de la jerarquía».

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Una buena reflexión de Iván Álvarez, marxista-leninista ortodoxo, contra quienes, en ese campo, recelan de la lucha ecologista:

«La agenda verde del capitalismo y la llamada emergencia climática sirve para vehicular intereses particulares y de algunas élites, es cierto. Sirve para modernizar ciertos sectores productivos, impulsar otros nuevos, eliminar empresas y países competidores, etcétera, etcétera. Pero señalar eso no es incompatible con señalar un problema objetivo. Uno que debería reconocer todo comunista: el capitalismo, la economía de mercado, son per se depredadores. Al basarse en la reproducción ampliada del capital, tiene que estar colmando el mercado constantemente. Y para hacer esto, tiene que nutrir el tejido productivo de insumos sin freno, da igual si es sostenible o no. Dado que las unidades productivas son independientes y privadas, en ese proceso se ven sometidas a la competencia. Están determinadas socialmente por fuerzas impersonales. La competencia es lo que hace que se intente abaratar la mano de obra (su dieta, por ejemplo), así como también los demás costes de producción y la amortización-desgaste de los medios de producción. Esto se traduce en cada vez más mercancía basura y desechabilidad de la producción. Todo esto es lo que motiva la obsolescencia programada y las modas. El ciclo del capital tiene que renovarse constantemente; y si se acorta, mejor que mejor. Y esto es un asunto de fundamentos económicos de nuestra sociedad, no es una contingencia, no es evitable en el capitalismo. A partir de ahí, debemos tener claro que el llamado pensamiento verde o ecologista señala problemas reales y objetivos: producción anárquica, extractivismo, prioridad del crecimiento por delante de la sostenibilidad… Desde el ecologismo se comete el error —mayormente— de no atinar con las mediaciones políticas para combatir esto. Se enfoca en el productor-consumidor o, como mucho, plantea movimientos políticos que atajan las consecuencias, pero no las causas fundamentales y no contingentes.

Luego está la vertiente más obrerista y conservadora: como (algunas) élites reproducen o promueven la agenda verde por intereses mezquinos y particulares, es que todo es un camelo y una conspiración. Este planteamiento ha degenerado en una parodia, donde al final se niegan obviedades como que no es normal que en la cornisa cantábrica haya máximas de cuarenta grados. O se niega que siete mil millones de fulanos viviendo a través del mercado y la mercancía tengamos alguna clase de impacto pernicioso en el medio ambiente. Han convertido reclamaciones históricas de la izquierda o los socialistas-comunistas, como redes de transporte público eficaces o la salubridad urbana y de nuestro entorno físico, en reclamaciones propias de progres desclasados. Ahora lo obrero no es el transporte público, aire más limpio y menos espacio público para los coches y más para las personas. No: ahora lo obrero es que todos tengamos una tonelada de metal y podamos quemar gasolina agusto, porque, total, Neymar en su Boeing contamina más (con esto no quiero decir que el transporte individual privado no sea necesario para mucha gente, especialmente quien vive en espacios rurales e interurbanos). El ejemplo del coche es uno de tantos que se podrían poner, pero con la dieta, lo mismo.

El caso es que se ha dejado de lado el programa socialista de la planificación y sostenibilidad de la relación de la sociedad con su entorno para dar paso al ideario de que lo comunista y obrero es que todos tengamos el tren de vida de los yanquis de los programas de DMAX. Estos días ha aparecido por redes un meme sobre la desecación del mar de Aral, donde los planes soviéticos fueron la primera sentencia de muerte. Mucho supuesto comunista se ha quedado en eso: de lo que se trata es de producir más, con independencia para qué y a qué costo. Pues no: no se trata de que todos tengamos una industria haciendo brum brum en cada pueblo o que todos podamos comer carne hasta padecer gota, o poder ir en coche a la playa siempre que quiere. Ese es el ideal de calidad de vida capitalista. Alguno puede enlazar noticias de que la UE quiere que comamos bichos o que no vayamos en coche. Pero hay que ver que la industria automovilística y cárnica mueve billones directa o indirectamente; no existe un Sr. Capital único omnipotente interesado en que no comamos filete. No hay un Capital único interesado en que millones de personas dejen de consumir esto o aquello (y por ende dejen de generar ganancias para los vendedores).

Esto es lo que pienso que debería ser un análisis político marxista de la cuestión, más allá del obrerismo propio de la Edad Dorada del capitalismo, o que desborde los reduccionismos de las conspiraciones».

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Leemos en El País que «la cúpula del PP ya avanza que, consciente del portazo del PNV y de que atraer a los independentistas catalanes es casi una quimera, la presión tiene que dirigirse hacia los críticos del PSOE». El 15-M pidió transparencia a una mano de mono maldita que acabó concediéndonosla de manera aviesa: ahora tenemos tamayazos transparentes.

El Diario: «El PP catalán confirma su voluntad de “hablar” con Junts pero niega que estén negociando». Como dice Pablo Suárez, «¿y de qué falen entós? ¿D’a cuanto ta la xarda?».

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Reaccionarios negando el cambio climático que tan fácil sería ver como un castigo de Dios a la los pecados nefandos de la modernidad. Conservadores que no se fían de los campesinos que llevan años notando cosas raras, modificaciones devastadoras del clima que conocían. Comunistas negacionistas de la prueba definitiva de la voracidad asesina del capital. Qué mapa más confuso que esclarecedor son a veces las etiquetas que la gente escoge para sí; qué poco caso hay que hacerles. Hacen falta etiquetas nuevas para un mundo que ha cambiado por completo.

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Leo A propósito de Fraga, una suerte de desaliñadas memorias del escritor Alfredo Conde, que fuera conselleiro de Cultura en Galicia con González Laxe y, después, con Manuel Fraga. Me divierte leer una anécdota sobre un multimillonario japonés llamado Kanamori, a quien Conde conoció en Japón, y que, tiempo más tarde, viajó a España en el séquito de los emperadores de su país, que venían a visitar a nuestros reyes. Cuenta Conde: «Sabiendo que yo era amigo, en realidad que me llevaba bien con Fraga, y dado que su madre era una admiradora de nuestro presidente, “me rogaba” que hiciera posible el que se hiciese una fotografía con él para llevársela de regalo a su ya anciana madre, algo que, al parecer, la iba a hacer muy feliz. Me faltó tiempo para hablar con Fraga». Ancianas niponas admiradoras de Fraga: estos japoneses, nunca sabe uno por dónde le van a salir.

El león de Vilalba era mucho león. Sigue contando Conde esto que también tiene gracia, en plan virgin Pujol vs chad Fraga, que se diría en Twitter:

«Yo había sabido en el Japón que Pujol, el hoy no tan honorable Pujol, llevaba tres años intentando conseguir que los almacenes Kintetsu celebrasen la semana de Cataluña a imitación, por ejemplo, de la semana de Birmania en El Corte Inglés. Pero nunca lo había conseguido. Se lo comenté a Fraga y lo animé a que tratara ese tema con Kanamori.

[…] Fraga se aplicó bien aplicado y trató a Kanamori como el perfecto anfitrión que sabía ser cuando le apetecía serlo. Tan bien lo trató que cuando le propuso la semana de Galicia en los Kintetsu esa semana se convirtió, por obra y gracia de Kanamori, en un trimestre entero en el que los centros comerciales del grupo vendieron productos gallegos.

Pero no quedó ahí la cosa. En las estaciones del tren bala hubo publicidad de Galicia durante ese mismo tiempo; los hoteles exhibieron publicidad de Galicia y los restaurantes ofrecieron cocina gallega durante ellos. El Parque España dedicó durante el mismo tiempo una atención especial a Galicia».

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Presagios precolombinos del desastre: el récord de deshielo marino mata a diez mil polluelos de pingüino emperador en la Antártida. O sea, los polluelos de cuatro de las cinco colonias de pingüino emperador antártico.

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Un pasaje menos divertido de A propósito de Fraga:

«Era el City [de Buenos Aires] un hotel mítico, en el que Aristóteles Onassis había comenzado su vida laboral como ascensorista manejando un rubidoiro, que diría el difunto Carbalho Calero. Un ascensor que aún existía y funcionaba a golpe de reóstato manejado a mano.

Quien lo manejaba era un ascensorista, alto y de buena planta, tal que un general inglés de los de película, que a mí se me metió en la cabeza que era gallego, de modo que siempre pretendí entablar conversación con él en gallego hasta que un día, en el que subíamos los dos solos en el ascensor, lo paró y me suplicó que, por favor, no le hablase en gallego. Con los ojos llorosos me dijo:

—No sabe usted el trabajo que llevé y lo difícil que me fue olvidarlo para poder hablar como el resto de la gente. No haga que ahora vuelva a llorar por no ser capaz de recordarlo, por favor.

Así lo dijo hablándome en gallego».


Viernes, 25/8/2023. Affaire Rubiales. No se habla de otra cosa. Escándalo mundial por este hombre que robó un beso a una de las futbolistas de la selección femenina de fútbol durante la celebración del Mundial ganado y se agarró los genitales en el palco durante la celebración, al lado de la infanta Sofía y de la reina Letizia. Hoy, después de haber deslizado ayer que dimitiría, anuncia en una rueda de prensa inenarrable —en la que ha utilizado a sus propias hijas para un deleznable chantaje emocional— que se aferra al cargo. Dice que lo del beso a Jenni Hermoso fue «un piquito» consentido. ¿Qué clase de jefe da piquitos a sus subordinadas? He ahí, también, y además de todo lo obvio y lo dicho, la versión más degenerada de La conquista de lo cool de la que hablara Thomas Frank; la canalización de las ansias libertarias del sesenta y ocho hacia una falsa liberalización del mundo de la empresa. Más precariedad, pero un jefe enrollao y colega.

El bochorno, ya digo, es mundial; hay una unanimidad asombrosa en la condena de este personaje capaz de soliviantar a la izquierda y a la derecha; a los progresistas indignados con el abuso sobre Jenni Hermoso y a las derechas que lo están más por el comportamiento zafio al lado de las damas de la Casa Real. Como dice Jónatham Moriche, «Rubiales ha confundido la ventana de Overton con el hueco del ascensor. Le quedan metros de caída para reflexionar sobre ello».

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Qué bonito esto de Calvino —él que tan poco celestial era—: «Buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio».

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Me entero con tristeza de que ha muerto Luis Fernández Roces, narrador y poeta impresionante, menos conocido de lo que merecía, en parte porque no supo o no quiso buscarlo. Solía acordarme de él como contramodelo del literato malditista y petardo, mercadotécnico de sí mismo, que tanto he conocido en la Semana Negra. Luis no le contaba al mundo que escribía sus novelas con un whisky on the rocks en la barra de un bar canallita a las dos de la mañana, como he escuchado literalmente a algún mediocre alguna vez, sino que era celador de hospital, y escribía en las guardias; que su hobby era pasear con su mujer. Séale la tierra leve a quien rebautizó Ageón a Gijón.

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Un dicho ruso: «Se puede convertir una pecera en sopa de pescado, pero no se puede convertir una sopa de pescado en una pecera».

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Comienzo La trampa del optimismo: cómo los años noventa explican el mundo actual, de Ramón González Férriz. Un libro interesante. Qué sensación extraña leer ya como historia cosas que uno vivió; ir traduciendo cada cosa que el libro cuenta a su propio recuerdo de la misma, a sus propias vivencias. Que se me hable, por ejemplo, de los primeros móviles, y recordar su llegada a mi vida: aquel zapatófono de Movistar de diez mil pesetas que reemplazó al busca que primero había tenido mi padre, aquel primer Alcatel One Touch Easy que yo tuve. O la de Internet, y evocar las veces que íbamos, mis amigos y yo, al stand de Telecable de la Feria de Muestras a conectarnos al chat de Terra. O la del euro, y recordar a mi abuelo bajando, aquel uno de enero de 2002, al cajero, recién escuchadas las campanadas, a sacar el primer billete. O el temido efecto 2000, y acordarme de correr a abrir la ventana y mirar si las farolas y demás empezaban a colapsar. Me llego a poner un poco triste, porque convocadas por estas otras, me vienen a la cabeza cosas que hacía mucho tiempo que no me venían, gente que ya no está, amigos que ya no tengo, purezas de la niñez que uno quisiera recuperar. El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos…


Sábado, 26/8/2023. En el bar, adonde bajo a desayunar, escucho a un tipo hablando con la camarera del affaire Rubiales. Que cómo es esto de que Sánchez ataque a Rubiales, cuando él liberó a «cientos de pederastas» con la ley del solo sí es sí. Pero también que, ciertamente, Rubiales «aprovechóse»; que dar un beso a alguien sin permiso está mal; que no es verdad que Jenni se lo diera, porque que te digan «vale» en la confusión del momento y contigo agarrada no es que te lo den; y, sobre todo, que este bochorno internacional no puede ser. Ha sido como ver una ventana de Overton bípeda y parlante.

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La primera guerra mundial no fue un juicio por combate del asesinato de Francisco Fernando, la de Cuba no consistió en dirimir el hundimiento del Maine, la de España no fue una venganza por el asesinato de Calvo Sotelo, y el affaire Rubiales ya no va del beso a Jenni Hermoso. Son meros desencadenantes. Lo que está en disputa es muchísimo más; una contienda cosmogónica entre la civilización y la barbarie que busca ventanas a través de las que emerger, un trampolín desde el que saltar.

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Leo sobre el efecto 2000, en La trampa del optimismo, que el reverendo fundamentalista estadounidense Jerry Falwell llegó a decir que podía ser un «instrumento de Dios para sacudir a esta nación, para obligarla a ser humilde, para hacerla despertar e iniciar desde aquí un renacimiento que se expanda por el resto de la tierra antes del Éxtasis de la Iglesia». El tecnoapocalipsis.

Leo también que Aznar montó, en España, una Oficina de Transición 2000 para supervisar que no ocurriera ninguna catástrofe, dirigida por Cascos, que se pasó aquella noche encerrado en el búnker de la Moncloa, controlando la cuestión. Qué momento tan surrealista, tan difícil de explicar a un hombre de hace un siglo. Los inicios de la antropología violentada, trastornada, que caracteriza al globalizado y digitalizado mundo contemporáneo, en el que lo cercano puede estar lejos y lo lejano cerca.

Pasaron cosas: «En España, se produjo un apagón de quince minutos en el centro de Barcelona, hubo problemas menores en las centrales nucleares de Zorita y Garoña y fallaron algunos parquímetros que rechazaban los tickets de los coches aparcados antes de medianoche. También se produjeron errores menores en algunas centrales nucleares de Japón y The New York Times informó de que ochocientas máquinas tragaperras del estado de Delaware habían dejado de funcionar».

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Continúa el espectáculo Rubiales. Cataratas de comunicados de sus acólitos desmarcándose de él, convertido en un radiactivo barril de plutonio. Qué imagen gozosa. A un lado, unidad, colectivo, sindicalismo, solidaridad, actos de generosidad y valor en pos de una causa justa, futbolistas en huelga, exigencia comunal de cambios y responsabilidades. Al otro, además de toneladas de caspa, el más enloquecido zurriburri de sálveses quien pueda, la degeneración última del individualismo.


Domingo, 27/8/2023. Un crucero rompe amarras por fuerte viento e impacta con un petrolero atracado en el puerto de Palma. El cambio climático condensado en la estrechez de un haiku. Dos barcos que no deberían existir y las inclemencias inéditas que su existencia provoca.

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Veo unas imágenes del último día de las Corridas Generales en Bilbao. Las gradas, pavorosamente vacías. Pero vacías, vacías. Pienso que, para quien aprecie sinceramente la tauromaquia, tiene que ser dolorosa esta estampa de los toros muriendo para nadie; de los toreros haciendo verónicas para una muchedumbre espectral; y tiene que preferir que la fiesta desaparezca con dignidad en lugar de ver estirada artificialmente su agonía.


Lunes, 28/8/2023. La madre de Rubiales se encierra en una iglesia de Motril y se declara en huelga de hambre hasta que Jenni Hermoso «diga la verdad». Se dice a veces que el realismo mágico latinoamericano no es, en realidad, tan mágico, sino que relata prodigios que allí sí pasan. A nosotros nos pasa lo mismo con lo berlanguiano y lo cuerdesco. La escopeta nacional o Amanece que no es poco parecen, a veces, un documental.

Todo este asunto de Rubiales está siendo impresionante. Una revolución debe de ser esto a escala 1:10.000. Esa sensación de fluir con la historia, de masa compacta e invencible, de defenestración sucesiva e implacable de malnacidos; ver su miedo, verlos correr a ponerse el gorro frigio para disimular… Y algo de fascinante y algo de pavoroso, como lo sacro para Rudolf Otto.

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Otra imagen de una plaza de toros vacía; de los toreros saliendo al ruedo, formando como suelen, sin que en la grada haya un alma. Hay un tipo de pesadilla, que expresa la angustia por el paso del tiempo, que consiste en que uno va a un lugar querido de su niñez y lo encuentra pavorosamente vacío. Los taurinos la están experimentando en vivo.

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El PP, ante una investidura fallida de Feijóo: «Es el precio de tener principios. Lo pagaremos gustosos». El PP tiene principios, en efecto; y si a don Carles Puigdemont i Casamajó y don Andoni Ortuzar Arruabarrena no les gustan, tiene otros.

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Estrellas fugaces, de Franz Stuck (1912):


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Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, NevilleCrítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).

3 comments on “El runrún interior (110)

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  2. Agustín Villalba

    Sobre el tema de la ecología y la política, la reflexión de la escritora canadiense (de Quebec), anarquista y feminista, Anne Archet (Montréal, 1977), célebre por sus tuits tan sarcásticos como lúcidos, en su libro “Le vide, mode d’emploi. Aphorismes de la vie dans les ruines” (2023) (El vacío, modo de empleo. Aforismos de la vida en las ruinas):

    “Je crois qu’il faut cesser de dire «environnement» et commencer à dire «survie de l’espèce humaine». Ce serait rigolo d’entendre les politiciens dire «la survie de l’espèce humaine est importante, mais pas aux dépens de l’économie» pendant les campagnes électorales.”

    Creo que hay que dejar de decir “medio ambiente” y comenzar a decir “supervivencia de la especie humana”. Sería divertido oír a los politicos decir durante las campañas electorales: “la supervivencia de la especie humana es importante, pero no en detrimento de la economía”.

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