Poéticas

Melchor López: ‘Según la luz’

La mirada del poeta tinerfeño está anclada en una tradición de poesía que combina magistralmente la contemplación con la fluidez del pensamiento, que hunde sus raíces en Lucrecio y en Horacio y llega hasta poetas de ahora mismo como Antonio Cabrera o Jesús Aguado, entre otros.

Melchor López: Según la luz

/una reseña de Carlos Alcorta/

Melchor López

En un fragmento, el número II, de la poética que precede a sus poemas en la antología La otra joven poesía española, publicada en 2003, Melchor López (Tenerife, 1965) escribía: «El mundo y sus geografías en verdad solo se ofrecen, solo se entregan, acaso, a la mirada del viajero, del otro, a su ojo desacostumbrado». A pesar de los años transcurridos, no disuena esta afirmación de lo manifestado recientemente en una entrevista realizada por Francisco León para EL CUADERNO. De Según la luz, por otra parte, su autor nos dice que es «una compilación de los cuadernos que he escrito a lo largo de más de veinte años de práctica viajera», pero intuimos, además, que la experiencia viajera y una manera de ver predispuesta al asombro, como vamos a comprobar, transforma por completo al protagonista; lo convierte en otro distinto de quien inició el periplo.

El libro está dividido en dos partes, y cada una de ellas, en sucesivos cuadernos ordenados cronológicamente. El «Cuaderno marroquí» comprende los años 1993-1994. El viajero se interna en una geografía que, aunque cercana espacialmente, no deja de resultarle extraña: «Enjutas/ casas de barro,/ caminantes solitarios,/ pedregales exhaustos/ uncidos/ al sol». Las gentes que habitan el lugar, hospitalarios pero expertos en aprovecharse del despistado, provocan «nuestra desconfianza de turistas esquilmados». Sin embargo, a veces el viaje sirve para constatar las virtudes del sedentario, ese que solo necesita «Una mesa para escribir./ Un lavabo para el aseo./ Un armario para la ropa./ Una ventana que se abre a la calle/ por donde me asomo a mirar/ al mendigo que escoge en la basura,/ al azor al acecho en los tejados» para recorrer el mundo.

El «Cuaderno inglés» nace de un viaje a Gran Bretaña en 1996. El contraste entre la isla de partida y la de llegada es notorio. Es esta última una tierra poblada por multitud de razas; un tierra de aluvión que se enriquece con la semilla del extranjero: «Yo vengo a fecundar tu tierra estéril,/ a infundirle vigor a sus raíces». El viaje da lugar a poemas de distinto signo: melancólico en «Un cementerio», amoroso en «Alba segunda», cuyos ecos románticos apreciamos en estos versos: «Se ahora para mí la más bella muerta que haya muerto tan joven, con la muerte en los ojos, con la vida en tu pelo, en victoria contra el tiempo».

Pocas dudas caben sobre la posibilidad de que el paisaje determine la escritura o, al menos, eso nos sugieren los poemas de «Cuaderno de la isla de La Gomera». Veamos el poema «Paisaje del lugar»: «Con tres/ o cuatro rocas/ se compone/ aquí/ un paisaje.// con tres/ o cuatro rocas./ Y una palmera.// Con tres o cuatro rocas/ y una palmera/ se compone un paisaje./ O un poema», un poema que nos recuerda por su esencialidad —y por la indagación metapoética que subyace— al primer Sánchez Robayna. La desnudez de la isla parece ir pareja a la desnudez del lenguaje, algo que también se percibe en varios de los poemas del siguiente cuaderno, el de la isla de El Hierro, destino del viaje realizado en 1997. Lejos de imaginar la frondosidad tropical, este lenguaje remite a la sobriedad, a la aridez, a lo inacabado: «Era una tierra aún en formación./ Era un mundo sin dios o dioses./ Las islas emergían./ Las costas se alejaban». Como decimos, la geografía condiciona el lenguaje, pero también al pensamiento, que se interna por los laberintos de la metafísica y la ontología (la huella de María Zambrano parece estar suficientemente nítida), hasta el punto de que, después de afirmar que «Este es el mar del fin del mundo», concluye que «Nada/ hay mas allá. Aquí/ acaba todo./ Detrás del horizonte/ no espera otro horizonte».

El «Libro segundo» está integrado por varios cuadernos, el «Cuaderno portugués», fruto, suponemos, de sendos viajes realizados en 2007 y 2008. Lo elegíaco se impone, como en los poemas leídos hasta ahora. Sin embargo, hay algún atisbo de que la gratitud y lo hímnico comienzan a tomar sus posiciones. En el poema «La paz, en Braga» hay versos que lo confirman: «… Debió ser por todo esto por lo que me asaltó la paz en Braga. Debió ser por todo esto, y por algo más, algo irreductible al conocimiento. Por lo que la paz, insospechadamente, me asaltó en Braga; la paz que apaciguó durante unas horas mi exaltado espíritu y me hizo estar en conformidad con todo: con dios, el mundo y los hombres, este mundo que creó un dios y que destruyen los hombres, los hombres que son y no son de dios», versos que nos sitúan en la estela de Rilke, sin ir más lejos.

Otro tanto ocurre en el «Cuaderno de Granada». La belleza consigue hacer olvidar el drama cotidiano de un vivir en conflicto. La belleza, ha escrito José Mateos, «no reside en la naturaleza ni en los objetos, no es un atributo de la materia. La belleza es, más bien, la manifestación en la materia y algo que desconocemos». La belleza, al menos en su concepto clásico, justifica la existencia, como sabían tantos artistas que consagraron su vida a reflejarla. «Y tuvo aquí —escribe Melchor López contemplando el Generalife—, igual que otros viajeros antes,/ ganas de vida; ya no quiso,/ entre tanta belleza, morir, no.// No, si era para siempre». Por supuesto, lo elegíaco no ha desaparecido; no puede hacerlo si se tiene conciencia de la fragilidad existencial, de lo efímero de todo propósito humano. Uno de los mejores poemas del libro, «La elegía del bosque de las cenizas», así lo testifica, pero el dolor que provoca la pérdida es un dolor asumido, nada estridente. La muerte forma parte de la vida; por eso el poeta escribe: «No he venido hasta aquí para llorar./ He venido, acaso, para llevar a cabo/ un íntimo homenaje a un padre/ por el hecho de haber vivido/ en el dolor que talla la medida/ de toda vida humana en esta tierra».

Según la luz finaliza con dos cuadernos, el de Lisboa y el de las Azores, correspondientes a los viajes más recientes, 2013 y 2015 respectivamente. No hay variaciones sustanciales en ellos, si acaso el verso se estira, se vuelve más narrativo y las descripciones son más minuciosas, pero la capacidad de asombro sigue intacta. Melchor López no puede vivir sin la belleza y la busca tanto en lo manido y habitual, sobre lo que él lanza una mirada desprejuiciada, como en sus formas más insospechadas. A mí me gusta esta poesía, esta manera de vivir y de mirar el mundo —como me ocurre, por ejemplo, con la de Álvaro Valverde o Fermín Herrero—  porque me identifico con su ambición simbólica y con su reflexión afectiva, pero he de confesar que no aprecio, como defienden algunos críticos, esa tan afamada radicalidad en su apuesta estética. Antes al contrario, creo que su mirada está anclada en una tradición de poesía que combina magistralmente la contemplación con la fluidez del pensamiento, que hunde sus raíces en Lucrecio y en Horacio y llega hasta poetas de ahora mismo como Antonio Cabrera o Jesús Aguado, entre otros.

[Entrevista a Melchor López y selección de poemas, aquí]


Según la luz
Melchor López
Gijón: Trea, 2018
184 páginas
15€


Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.

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