/ una reseña de Carlos Alcorta /
Óscar Díaz (Langreo, 1997) pertenece por derecho propio a esa fértil cosecha de jóvenes poetas asturianos que están deslumbrando por su calidad a lectores de todo el país. No se piense, sin embargo, que forman un grupo homogéneo: es más, ni siquiera conforman un grupo, porque conviven estéticas e intereses muy dispares, pero el hecho irrefutable es que sorprende tal vitalidad (publican en las mejores editoriales, copan los premios más importantes, editan revistas, etcétera), y, como es sabido, aunque los árboles no dejen ver el bosque, resulta más rentable en términos promocionales presentarlos como un conjunto armónico. Sin duda, uno de los poetas que destaca por su voz personal e independiente es de Óscar Díaz, autor de dos libros anteriores: Rosa hermética (2015) y El sentir: poemillas del ahora (2016).

En el principio era América, título que proviene de una cita de John Locke, está divido en tres secciones: «El apriori del dolor», un largo poema que comienza con estos contundentes versos: «Escribir tu nombre es una forma de preparar la muerte// Este poema ha sido escrito al ver la calavera de un soldado con el cuchillo aún hendido con un cuchillo previo a nuestra historia// que obliga a plantearse el cuerpo porque no hay nada más que el cuerpo/ tampoco la escritura lo sucedido importa poco/ la poesía y la realidad son un helado de dos bolas…». La cita es larga, pero necesaria, porque en ella se intenta conciliar los dos temas sobre los que se reflexiona en el poema: la muerte y la escritura, así, a secas, aunque se ambos se imbrican en el espacio de la ficción, en un poema que se cuestiona su propia construcción («no tengo claro si se puede incluir/ el tiempo en el poema el espacio/ en el discurso») y reclama, para afirmarse, el apoyo coyuntural de Wallace Stevens, Marx, Homero, Agustín Fernández Mallo, san Pablo o Chantal Maillard, entre otros. Sus voces culturalmente representativas se integran en el poema con lo anecdótico conformado una especie de collage que pretende abordar la idea motriz desde diferentes perspectivas. Las intenciones, muchas veces, tienen poco que ver con el resultado, y por eso Díaz escribe: «Solo quise escribir un poema de amor/ maravillosamente inútil…». Más aún, el poema finaliza con el mismo verso que lo puso en marcha, cerrando así el círculo del pensamiento, pero la impresión de solvencia es errónea, porque el lector no puede obviar versos como estos, que prolongan la incertidumbre: «tampoco sé aclararme con el centro/ un poema pongamos por caso tiene un centro/ en el que nos ocupa/ la escritura el deseo los muertos en Arausio/ la teoría yo la voluntad…».
«Sustine et abstine» —soporta y renuncia—, la segunda sección, continúa con la indagación sobre el lenguaje y los límites del poema: «Nunca podrá sonar el violín en el poema». Es una vieja aspiración nombrar las cosas es darles vida. Sin embargo, para que esto suceda, debe haber un pacto ficcional. Una vez firmado dicho pacto podemos, por ejemplo, leer a Tucídides o Li Bai y sacar provecho de sus reflexiones: «Basta con que comprendas que la lluvia/ no es diferente de pensar/ aunque estés distraído». De lo contrario, poco sentido tendría perseverar en una escritura opuesta a la de carácter administrativo o documental, como sucede en la literatura. Ese pacto permite que las écfrasis («Pienso sus cuerpos», «Sagrada familia del pajarito, por Bartolomé Esteban de Murillo» o «El pintor») sean espejos de una mente que busca expandirse a través de conciencia ajenas, ajenas pero cómplices: «Detener el aceite al deslizarse/ en la sartén que pide ya materia,/ hulee, también podría/ ocurrirle lo mismo a mis ideas/ con desprecio descritas en palabras,/ despobladas jamás in rectitud/ no en la imaginación/ sino en la facultad de imaginar./ Pienso en sus cuerpos su perezosa metafísica». El pensamiento parece anticiparse a la escritura, no se desarrolla a medida que avanza el poema. La idea ya estaba allí y no es subsidiaria de la poesía —aunque no siempre, como veremos en la siguiente sección, de la que transcribimos estos versos: «Si no lo escribo, no lo hemos sentido»—. «Estoy capacitado para reconocer las cosas fuera del poema», escribe, y unos versos más adelante se muestra más convincente: «Tal vez es el momento de abandonar los libros/ y no volver a consolarse en la invención de ornamentos,/ pues aquel que hace buenas las palabras/ sortea […] la podredumbre, obliga a entrar en simpatía/ o aun oído mediocre».
«Rupert Brooke», la última sección, bautizada con el nombre del poeta inglés «más guapo de Inglaterra», según lo definió el irlandés William Butler Yeats, sirve como patrón a Óscar Díaz para reflexionar desde un punto de vista ontológico sobre el ser poeta: «Todo poeta tiene su momento de gloria,/ quizá una broma trágica perpetua/ o aquel contenido interno indestructible/ con el rasgo de la torpeza», escribe, pero en este extenso poema hay otras conclusiones no menos aceradas en las que inmiscuye al lector: «Aun cuando escribo estoy helado y sé/ que plagio a la carroña/ porque no puede haber/ ética en este oficio/ para que hoy sea mi dolor el tuyo,/ para que junto nos sintamos miserables». El poeta es un fingidor, el apotegma pessoano se ha repetido hasta la saciedad, y Díaz lo asume cuando escribe estos versos con los que ponemos punto final a este comentario que, a pesar de su brevedad, busca crear en el lector el interés suficiente para que se acerque a las páginas de En el principio fue América: «Pero en realidad todo es mentira,/ si ocupaba mi mente en un objeto/ no lo hacía de veras/ ya que solo buscaba acerca de él». Probablemente, esta afirmación suscita muchas dudas, pero solo leyendo el libro podrán despejarlas.
Selección de poemas
Del regalo de la escritura
Hay quien su oficio halla en falsificar
y asiste a una reunión donde resulta decisivo
su mundo, colocad un anillo y retiradlo
al fuego de los días.
El mar no significa nada
después de descubrirlo
y, sin embargo, dura;
no, tampoco aquella montaña
significa nada
y, sin embargo, dura.
Que no cambien las cosas que aparecen
si de aquí he de extraer algún motivo
para escribir ya sin las cosas,
pensar, así, ya sin las cosas
acogido por una ciencia joven
la ciencia de las cosas que se abstienen,
la ciencia de las cosas que campan a sus anchas.
Tras una lectura de Tucídides
Las herramientas corporales de Giorgio Baglivi,
un resurrecto hechizo tras el mapa
inteligente del sometimiento
cuando espera el rocío que ninguna
flecha apóstata ni acertado diente
estacionen en el corazón.
Hecatombes sonámbulas de sátira
el hecho de elidir, si se ha escuchado
romper el himno de soberbia
por el grito del escrutinio,
aunque se considere diligente.
Cuenta la escalinata cada décima
y se oye alguna música festiva
a tenor de las cifras,
mas solo puede producir bostezo
la predestinación,
el amargo sabor de sociedad;
por ello se problematiza sobre
el provecho de la inmanencia:
mecanicismo si mal se interpreta
ese determinismo de la causa.
Gana el olvido efectos que aniquila,
una bruteza teológica de dones,
celebremos el arte y la belleza,
honremos dignamente a los caídos,
tengamos hijos para la república,
cuidemos a los hijos de los héroes
con su gloria inmortal ganada en vida:
oscuras son las cosas en batalla…
Habla Pericles de los muertos en la guerra.
La Novena Sinfonía más triste del III Reich
Wilhelm Furtwängler adoraba la cultura
así que preparó unas letrinas para el himno
de Schiller los campos se teñían por la música
política de cuerpos y el cráneo de Beethoven
interpretado a pleno pulmón por los judíos
afilaban sus uñas contra el culo del imperio
si pongo palabras evocáis la imagen y no sabréis
aquellos angelitos vestían con zapatos en la flecha del tiempo
creo que verdaderamente le gustaba ellos se escribieron
notas a punzón al modo de una red social pionera
el demonio se encuentra en los zapatos
un joven matrimonio se felicita por la escuela de sus hijos
duermen la siesta y oyen la novena te echaremos en falta
no es verdad que seamos instrumentos en las letrinas de la feliz Europa
Poema de amor
Por fin vendrá contigo
la luz, amada y maldecida, hermosa
como ciencia acabada.
Así te encontraré en la larga noche,
bella como el cruce fortuito entre dos rectas.
No seas una inteligencia
La frontera del fuego no se asienta por teoremas
el viento asienta fija el realismo
y así las moscas cuando las águilas
no me pongas metáforas me bastan las formas el fuego
en su naturaleza escurridiza resultaría inútil parcelar la tierra
los ríos les quitaron la tierra los ríos
ya no hablemos de las casas sus casas
y digámoslo todo con franqueza como pedía Demóstenes
que te respondan no es un contenido ni siquiera
porque la realidad no es un contenido ni siquiera
un viejo poeta contaba los granos de arena de las playas de Libia

Oscar Díaz
La Isla de Siltolá, 2020
80 páginas
10€

Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.
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