/ por Francisco Abad Alegría /
La sangrienta bestialidad de personajes como Lenin, Mao, Hitler o Castro es auténticamente eficaz y con efectos de largo alcance en diversas remodelaciones sociales. Tiene, sin embargo, el inconveniente del sufrimiento de grandes poblaciones y la eliminación física de numerosos seres humanos, lo que desde la mera biología, sin considerar criterios éticos de cualquier tipo, es un derroche demográfico. Me quedo en eso, sin valoraciones propiamente humanas, ajenas a la mera cuestión biológica o de especie, buscando el empirismo de lo difícilmente discutible.
La inagotable capacidad humana de mentir, disfrazando o cambiando la verdad con métodos formalmente pacíficos, amables o aparentemente inofensivos, es método complementario o alternativo para imponer la voluntad de unos pocos dominadores a muchísimos dominados. No se trata de un asunto de supervivencia, de mera competencia, sino de poder, puro Poder. La mitologización de la tendencia a dominar a los demás y actuar sin límites impuestos o asumidos queda expresa en el «seréis como dioses» de Génesis 3, 6, cuando la Serpiente seduce a Eva, imprimiendo así a toda la humanidad la ineluctable ansia de Poder. Aunque los ejemplos son inagotables, he seleccionado unos pocos, muestra de cómo la manipulación amable o de apariencia inofensiva puede constituir un eficaz método de dominio, frecuentemente irreversible.
El triunfo de la resistencia no violenta
La interesada difusión durante decenios de la inofensiva imagen de un Gandhi bajito, semidesnudo, de suave gesto y palabra calmada, ha hecho creer a multitud de ignorantes que gestos como la Marcha de la Sal, la desobediencia civil pacífica o el hilado manual del algodón son capaces de derribar la arrogante dominación de un Imperio británico que sin excepción alguna se ha impuesto por doquier por la fuerza y la rapiña. De este modo se han movilizado millones de tropas de reservistas de la paz provistos del arma del esclavo: la voluntaria sumisión a la fuerza bruta, armada o legislativa, esperando la llegada de un mundo de armonía, sin dominados ni dominadores, gracias al pacifismo y la no-violencia. Los únicos que pudieron comprobar la eficacia, aunque muy parcial, del método, fueron los adeptos de la vida hippie, que con la consigna «haz el amor, no la guerra» se refocilaban en placenteras orgías animadas por la aspiración de estimulantes humos.
La realidad es que las pantomimas del Mahatma, que estudió derecho en Londres y ejerció como abogado laboralista, sensu lato, de compatriotas indios en Sudáfrica, ya dominada por los hijos de la Gran Bretaña, durante unos veinte años, se acompañaron a su regreso a la India en 1915 de actividades terroristas, abiertamente bélicas y de boicots múltiples, sin excluir el exterminio de pequeñas poblaciones enteras, consideradas como colaboracionistas con los británicos, que ya habían comenzado por revueltas violentas en toda la India (con singular violencia en Bengala) hacia 1857 y que protagonizaron caudillos entre los que destacaron Patel, Nehru o Chandra Bose. La recogida de sal marina por Gandhi y su rebaño o el hilado con la mítica rueca manual le traían al Imperio de Su Graciosa e Imperial Majestad totalmente al fresco. No así el baño de sangre subyacente y los oscuros tratados de cooperación del imperial primo Lord Mountbatten, que —se decía— mientras se refocilaba con tostaditos efebos indios negociaba con los rebeldes musulmanes la futura deportación de más de diez millones de hindúes, aparte el exterminio de casi un millón, desde lo que acabó siendo Pakistán, dejando a medias el problema de Cachemira y de Bangladesh; o como también se decía los gustosos revolcones de la esposa de este británico personaje con el Pandit Nehru, dirigente de una amplísima guerrilla comunista predominante en Bengala, con aficiones y habilidades bien distintas de las del virrey Mountbatten.

Tras la organización de hecho bicéfala, sangrienta y manifiesta en la práctica, pacifista en la apariencia propagandística, del Partido Nacional del Congreso, desde 1942, la India alcanza la independencia, dirigida por el pacífico y tierno Mahatma Gandhi, en agosto de 1947. Y así se escribe la historia oficial.
Pequeñas cuñas verbales
Grandes masas marmóreas son inasequibles al corte a golpe de escoplo o pico, pero se desgajan en bloques menores, aptos para el trabajo detallado o la elaboración de planchas decorativas, cuando se introducen a lo largo de una línea superficial de ellas pequeñas cuñas metálicas clavadas a intervalos regulares o incluso se hace lo propio con otras de madera, que se empapan con agua provocando su lenta y progresiva dilatación. La grieta generada acaba debilitando la compacidad de la gran roca, generando así una gran losa.
En la práctica cotidiana han tenido especial fortuna dos cuñas verbales que han servido, bajo apariencia de expresión breve y clara, para atacar sin posibilidad práctica de defensa a personas o grupos. La palabra carca se admite corrientemente como síntesis de ultraconservador, antiguo, retrógrado y perteneciente al pasado. Sin embargo su origen está en las guerras carlistas: carca es la expresión abreviada de carlista, que acabó evolucionando, desemantizándose, no como opción político-bélica, apadrinada por los conflictos sangrientos que generó la derogación de la Ley Sálica por el felón Fernando VII, sino como insulto o juicio de valor. Otra palabrita, que se genera en el tiempo poco antes de la precitada, es la de facha. Su desemantización ha llevado a que actualmente se emplee con profusión por millones de ignorantes que se creen progresistas, siendo meramente antiintelectuales, y que consideran que facha es la expresión abreviada de fascista, cuando en su mayoría serían incapaces de definir o al menos aproximarse a la descripción de qué es el fascismo (o los diversos fascismos). La palabra es expresión abreviada de faccioso; así, facha es la denominación de quien integra una facción limitada, desgajada de un movimiento generalmente político y violento en su forma de actuar, y nada tiene que ver con el insultante tapabocas que ahora disparan millones de ciudadanos.
Como navarro y por supuesto sin hacer juicio de valor sino mero relato, tengo que citar otra cuña de aspecto absolutamente inocente y coloquial: agur. Nacido en 1950, hasta principios de los años setenta no me percaté de que en Pamplona se extendía la expresión agur, que equivaldría al ciao italiano, empleado tanto como saludo o despedida. Sin embargo, la palabrita, breve y de apariencia tradicional, se extendió rápidamente, produciendo la sensación de que era un saludo antiguo y, claro, inserto en una tradición euskoparlante, que se había ido perdiendo y debería recuperarse. En medio del agur surgió, creo que como pionera, la ikastola Paz de Ciganda, luego otras y así, tacita a tacita, la Navarra actual, con la chispa iniciadora de una breve palabra, está ya a punto de iniciar su incorporación plena a la Comunidad Autónoma del País Vasco, excluido Iparralde, porque Napoleón sigue muy presente en el Estado vecino.
Abolir la discriminación racial
Aparte otros pueblos, que silencio para evitar innecesarios problemas, el prototipo del racismo son algunos pobladores esquimales inüit, que se denominan a sí mismos «los seres humanos», como si los demás no lo fuéramos. Pues vale. Pero consideren que no pocos racistas que rechazan globalmente a los negros de origen africano no consideran incluido en el censo de seres detestables a Sidney Poitier, por ejemplo. Quiero decir que eso de la discriminación racial, meramente racial, es más que discutible.
Pues bien. Érase una vez un enorme territorio que ocupaba el extremo sur de África, mínimamente habitado por bantúes y bosquimanos, algunos xhosa y unos pocos zulúes, que en el siglo XVII fue colonizado por holandeses y en la zona norte por algunos británicos. Había sitio para todos y además el concepto de colonización, que ahora nos resulta repugnante, no se puede entender fuera de la época. A medida que la población crecía, por la riqueza en medios naturales y las grandes extensiones territoriales explotadas, previamente despobladas, los conflictos entre británicos y holandeses crecieron, a lo que se unió la expansión de zulúes invasores desde su enclave original, al noreste de la zona hacia las más prósperas áreas del oeste y sur, amplias y fructificantes por el esfuerzo de los colonizadores blancos, afrikaners. Para acabar de fastidiar el asunto, a finales del siglo XIX se descubren ricos yacimientos de oro y diamantes, lo que provoca al tiempo que las guerras de los bóeres la entrada ya masiva de zulúes que quieren su parte en el botín, huyendo de la pobreza de sus tierras nororientales de origen. Al fin, como siempre, triunfó la rapaz violencia de los británicos, que se resistieron a la rapiña de los invasores negros mediante las leyes del Apartheid, tachonadas, para variar, de aspectos crueles y punitivos.
La fecundidad de los invasores zulúes hizo crecer mucho la población negra y se desataron los enfrentamientos, dominados por las leyes del Apartheid y la violencia represiva. En paralelo con la lucha de guerrillas, los boicots y los asesinatos de blancos que poblaban Sudáfrica mucho antes de la invasión zulú, se organizó una carnicería bicéfala de la agrupación del Congreso Nacional Africano. Entre los terroristas negros destacó pronto Nelson Mandela, que fue condenado a prisión perpetua por asesinato probado de nueve blancos a manos de su guerrilla de inspiración comunista y no por encabezar ningún movimiento de protesta pacífica, como se ha propalado mendazmente. Como la barbarie era inasumible para todos, blancos y negros, se orquestó muy pronto un movimiento de pena y simpatía que encabezó la cantante Miriam Makeba, nacida en Johannesburgo en 1932 y autoexiliada durante treinta años en Italia, Londres y Estados Unidos y protegida por cantantes pacifistas que hicieron de su canción Pata-Pata un auténtico himno de libertad del poder zulú, que le valió el Premio Grammy en 1965.
Era obvia la lucha por los recursos naturales de Sudáfrica que estaba detrás, movida por intereses rusos, británicos y centroeuropeos, pero la mayoría de la gente solo percibía la animada y sencilla consigna del Pata-Pata, que movió toneladas de tinta y al fin la amnistía de Mandela por De Klerk en 1992.
Mandela murió en olor de santidad civil como gran liberador y presidente tras apropiarse del monopolio de las camisas multicolores sudafricanas en todo el mundo, lo que le supuso un río de oro. La deriva posterior de la musical alegría de la liberación ha dado en la actualidad en la presidencia del país por Ramaphosa, un zulú que está consiguiendo mediante amenazas que el país pase al poder negro, estableciendo un auténtico nuevo apartheid, esta vez contra los blancos, que aún no han logrado huir de la progresiva política de persecución y apropiación de bienes y tierras que han caído con la inestimable colaboración de una folclórica y pegadiza canción zulú.
Haz el amor, no la guerra
Que debe matizarse, creo, con la consigna «si no sois castos, al menos sed cautos», porque hay mucha microbiología al acecho. Y es que un gran número de los pacifistas que rechazan la existencia del Ejército, aunque luego apoyan el bandolerismo de los denominados ejércitos populares, fueron creciendo a medida que la autocracia envejecía. Podemos decir, sin connotación peyorativa de ningún tipo, que el actual Ejército es íntegramente mercenario, pagado.
Tras las reclutas obligatorias de quintas de la guerra de Sucesión (1701-1715), desde octubre de 1800 se establece la obligación universal de prestar servicio militar durante un tiempo; los reglamentos fueron modificados por Canalejas en 1912 (con reducción o incluso exención de tal servicio mediante un pago al Estado) y, ya no redimible por dinero, por Franco, en 1940. Además del apoyo a la nación mediante el aprendizaje del empleo de las armas y la disciplina militar, el servicio militar obligatorio (la mili) tenía algunas cualidades negativas y positivas. Entre las negativas destaca el forzado tributo en tiempo, que interrumpía trabajos y carreras de todo tipo y el agrupamiento forzado bajo una ley militar no libremente escogida. Entre las positivas, muchos han destacado que era una oportunidad para que se conociesen entre sí personas de muy diferentes procedencias sociales y geográficas, fomentando lo que se dio en llamar espíritu de patria, el cambio radical de régimen de vida (personalmente debo reconocer que en la experiencia de la mili me enseñaron muy poco, pero aprendí mucho, entre otras cosas a salir de la burbuja social en que siempre había vivido) y, muy especialmente en la posguerra, la amortiguación de las cifras de paro y sustento, cierto que no de mucha calidad, de notables segmentos de población juvenil.
Pero muy pronto las fuerzas que buscaban desarraigar lo básico de la mili, el concepto de unidad nacional y la interrelación de personas de diferentes culturas y lugares, diseñaron una campaña aparentemente antibelicista, amable, risueña y llena de humor, naturalmente tras la desaparecida autocracia, que habría cortado en seco el proceso. Desde la revista ácrata y humorística El Jueves se lanza semanalmente una historieta titulada Historias de la puta mili a partir de 1986; soldados vagos, suboficiales estúpidos e ignorantes y oficiales del mismo jaez nos hacen reír con disparates que son la antítesis de la vida militar. En 1994, con el impagable protagonismo de Echanove, se estrena en la gran pantalla una película con el mismo nombre y detalles cómicos y a esta introducción le sigue una serie de 13 episodios homónimos emitidos por Televisión Española el mismo año.
A la postre, la mili era una especie de festival pachanguero de vagos, estúpidos e ignorantes, aunque muy divertidos. La presión de determinados grupos políticos, ya secundada por la despreciada consideración de la milicia por buena parte de la población humorísticamente aleccionada, pone en marcha primero un servicio social sustitutorio, básicamente antimilitarista y a veces hasta pacifista, y por fin, tras las cláusulas secretas del presidente Aznar con Pujol en los denominados Pactos del Majestic (1996), se suprime el Servicio Militar Obligatorio por Real Decreto 247/2001 de 31.12.2001. Mucho más divertido que la famosa revolución de los claveles de nuestros hermanos portugueses.
Pícaras canciones populares
Desde finales de la década de los sesenta, inundan las emisoras de radio las simpáticas y levemente pícaras canciones del nicaragüense Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina: perfumes de femineidad, conquistas a hurtadillas y torneados bustos femeninos, alegran con melodías mínimas («Son tus perjúmenes, mujer, los que me sulivellan…») el panorama sonoro español y de buena parte de Hispanoamérica. Tras meses de inocente simpatía, atraída hacia Nicaragua por alegres cancioncillas sin mensaje ideológico, la afección por la rebelión sandinista contra el régimen cruelmente despótico de Somoza fue prácticamente universal. Y en ese momento, Mejía Godoy dedica ya su nueva música a apoyar la lucha, con proclamas abiertamente belicistas desde 1976, como coprotagonista de la dirección del Frente Sandinista. Hizo incluso el Himno de la Unidad Sandinista en 1978. Se acabó la pachanga. Mas poco dura la alegría en la casa del pobre.

El sandinismo triunfante liquidó los restos de la dictadura somocista, sustituyéndola no por un camino democrático sino por una dictadura sandinista, con la figura preeminente de Daniel Ortega. No hay que extenderse mucho en la descripción de idas y venidas que se asemejan a un Guadiana político nicaragüense. Bástenos decir que el papel de apoyo antisomocista fue iniciado por la simpática actividad del mismo Mejía Godoy que en la actualidad, ya mayor, vive exiliado de su tierra, porque el reforzado régimen de Daniel Ortega le persigue por relajado, blando, insuficiente para el nuevo orden que se reinstaura como hijo del surgido en 1919 al otro lado del mundo.
Guitarras y renovación litúrgica
¡Basta de gregoriano, de motetes sandios, de cancioncillas litúrgicas decimonónicas! Ya lo dice el Concilio: «Vivir según los signos de los tiempos». No hay mucho que objetar cuando se es capaz simultáneamente de la emoción serena ante Las Meninas y también de la reflexión estética ante el abismo geométrico de Mondrian. De modo que en el campo estético, todo está bien si no se descontextualiza. Pero, ¡ay!, a menudo olvidamos que la forma es el fondo. Por ejemplo, el desaforado apoyo de los pies de Aznar en la mesa fumadera, ante dirigentes de máxima entidad internacional (seguro que su esposa no le permite tal desahogo en casa) significaba mucho más que un gesto de mala educación: se encontraba con los poderosos como un igual. Del mismo modo, cuando se acude a un acto protocolario, salvo algunos personajillos horteras y malcriados, el vestido y la actitud expresan de forma no verbal respeto y deferencia, y su ausencia desafío u hostilidad.
La música litúrgica, desde los antiguos tiempos en que san Ambrosio animó con cantos de origen nada menos que báquicos, luego asimilados por la influencia griega en la escueta cultura romana del principio, a los fieles refugiados ente el asedio bárbaro de Milán, ha vertebrado los modos litúrgicos de la Iglesia católica. Una de las primeras medidas que tomó el despótico y ávido de poder temporal papa Gregorio VII fue la de imponer la liturgia preparada y difundida en parte de la Cristiandad por su antecesor Gregorio Magno, arrancando de cuajo otros modos litúrgicos, incluida la mozárabe. Porque entonces la uniformidad de las formas eclesiásticas se concebía de un modo cuartelero, rígidamente consagrado con posterioridad por Trento.
Sin embargo, tal uniformidad tenía un aspecto positivo: era una suerte de Superyó freudiano, que dejaba claras concepciones doctrinales a través de las formas —en asociación con otros criterios ya explícitamente dogmáticos y catequético—. Cuando el concilio Vaticano II enfatizó la adaptación al tiempo actual, salvo unos cuantos clérigos desnortados, no se produjo un cambio importante doctrinal de inicio; la cuña de entrada para la débâcle que vemos actualmente, con asombro y lástima por parte de quienes remamos en la misma nave de Jesucristo, comenzó como tantas cosas, por las formas. La progresiva sustitución de la música litúrgica por rasgueos de guitarra de alegres e incultos informalistas músicos, la ridícula entrada del aplauso en las ceremonias litúrgicas, con ocasión de bodas, celebraciones diversas e incluso despedidas al fallecido al final de una misa funeral, acabó con los años convirtiendo las formas en lo sustancial de celebraciones de aspecto teatral, festivales simpáticamente juveniles sin arraigo alguno, consecuentemente sometidos al gusto de grupitos parroquiales de presión o de clérigos, cada vez más ignorantes en materia litúrgica y teológica. Y, lógicamente, como la asistencia a un espectáculo no se asienta en la adhesión a unos criterios o creencias —exceptuando, por ejemplo, el llanto universal por los dictadores norcoreanos, cuya ausencia es causa de represión por la autoridad—, la cosa esa de la religión pasó a ser opcional, fluida, ajustada al gusto. Añadamos el cachondeo del politiqueo eclesiástico, empezando por la cúspide, y ya tenemos una explicación (sin duda no única, pero importante) de cómo el desastre eclesial —causa de regocijo para muchos— empezó con un gesto tan sencillo como la entrada de la guitarrita en la liturgia o el canto del padrenuestro con la melodía de Los ritmos del silencio de Simon y Garfunkel. Faltaba el tam-tam y la veneración de la Pachamama, pero también han llegado, ¡ché!

Suavecito, con calma, acorde a la ley de la gravedad
La manipulación masiva mediante argucias o trampas comunicativas de apariencia inofensiva o incluso amable, evita, si está cuidadosamente diseñada, el natural movimiento defensivo por parte de los dirigidos, encauzados o apacentados, lo que supone un notable ahorro de esfuerzos belicosos a los poderes que aspiran al control de la sociedad y al tiempo paraliza a quienes, ejerciendo sencillas actividades cognitivas y deductivas, podrían oponerse a la pasión por dominar al prójimo.
Las cosas pueden llegar muy lejos por ese camino, aparte el sometimiento mental y físico de la sociedad y encuentro un ejemplo, aparentemente trivial, en un latiguillo de lenguaje inclusivo, que no he visto subrayado por ningún medio de comunicación (ninguno absolutamente). Ante la infección por Covid-19 de uno de los jugadores de la selección española de fútbol que participarían en encuentros internacionales a partir del 13 de junio de 2021, la ministra de Sanidad española anunció que se iba a proceder a la inmediata vacunación preventiva en los días precedentes a los encuentros deportivos de «todos los jugadores y jugadoras» de la Selección (supongo que las cintas máster de los medios aún no se han borrado). Grande ha sido mi regocijo al pensar en las divertidas escenas de vestuario que se podrían desarrollar antes y después de los encuentros futbolísticos. También me sentí consternado al comprobar que mi frágil memoria no registraba la existencia de ninguna biológicamente seleccionada, aunque en el fuero interno ¡quién sabe que se cuece en las cabezas de algunos seleccionados de sexo indudablemente masculino! Pudieran ser de género femenino, fluctuante, dual, etéreo, ambiguo o hétero. Y es que el pensamiento racional puede jugarnos malas pasadas y pocas cosas son tan cómodas para apacentados y apacentadores como prescindir de tan trabajoso ejercicio, que caldea peligrosamente las neuronas situadas fuera del área motora.

IMAGEN DE PORTADA: Fake smile, de River E. C. Darling

Francisco Abad Alegría (Pamplona, 1950; pero residente en Zaragoza) es especialista en neurología, neurofisiología y psiquiatría. Se doctoró en medicina por la Universidad de Navarra en 1976 y fue jefe de servicio de Neurofisiología del Hospital Clínico de Zaragoza desde 1977 hasta 2015 y profesor asociado de psicología y medicina del sueño en la Facultad de Medicina de Zaragoza desde 1977 a 2013, así como profesor colaborador del Instituto de Teología de Zaragoza entre los años 1996 y 2015. Paralelamente a su especialidad científica, con dos centenares de artículos y una decena de monografías, ha publicado, además de numerosos artículos periodísticos, los siguientes libros sobre gastronomía: Cocinar en Navarra (con R. Ruiz, 1986), Cocinando a lo silvestre (1988), Nuestras verduras (con R. Ruiz, 1990), Microondas y cocina tradicional (1994), Tradiciones en el fogón(1999), Cus-cus, recetas e historias del alcuzcuz magrebí-andalusí (2000), Migas: un clásico popular de remoto origen árabe (2005), Embutidos y curados del Valle del Ebro (2005), Pimientos, guindillas y pimentón: una sinfonía en rojo (2008), Líneas maestras de la gastronomía y culinaria españolas del siglo XX (2009), Nuevas líneas maestras de la gastronomía y culinaria españolas del siglo XX (2011), La cocina cristiana de España de la A a la Z (2014), Cocina tradicional para jóvenes (2017) y En busca de lo auténtico: raíces de nuestra cocina tradicional (2017).
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