El runrún interior

El runrún interior (36)

Pablo Batalla Cueto registra en su dietario pensamientos propios y notas de libros leídos y cosas vistas en Internet, escribiendo sobre un asalto ganadero al pleno municipal de Lorca, una talla de pájaro en el Museo de Brooklyn o la 'fiesta de las flores' que se organizaba en entornos proletarios británicos en la primera mitad del siglo XIX,

/ por Pablo Batalla Cueto /

El runrún interior (35)

Martes, 1/2/2022. En Lorca, un asalto al Capitolio en miniatura, perpetrado por ganaderos que han irrumpido a la fuerza en un pleno municipal, golpeando a los policías que trataban de impedírselo. Lo recuerda Fonsi Loaiza: en Lorca falleció en 2020 el jornalero Eleazar Blandon, obligado a trabajar a más de cuarenta grados, de un golpe de calor. Sus empleadores lo trasladaron en furgoneta hasta la puerta del hospital, donde lo abandonaron inconsciente. De ese material humano está hecha la acción perpetrada hoy en el Ayuntamiento lorquino, que no ha tardado en contar con palabras de apoyo más o menos explícitas de Vox y el PP: el mismo deslizamiento por la pendiente resbaladiza del terrorismo ultraderechista por el que vemos despeñarse al Partido Republicano de Estados Unidos.


Miércoles, 2/2/2022. Leo de Cómo conocí a vuestro padre, anunciada serie de televisión que recoge el testigo de mi muy querida Cómo conocí a vuestra madre, que «se resiste a caer en el mismo error que hundió el recuerdo de su antecesora»: su final, en el que se revela la muerte de Tracy, La Madre, y que la larga historia que Ted Mosby cuenta a sus hijos era, en realidad, preámbulo a pedirles permiso para iniciar una nueva relación con su amiga y antiguo amor Robin Scherbatsky. El caso es que a mí me pareció un final buenísimo, espléndida impugnación de ciertos presupuestos narrativos del amor romántico. La vida y el amor son más complejos, más agridulces pero, a la vez, más hermosos —porque la realidad, con sus sinuosidades, siempre es más hermosa que la ficción— que el «fueron felices y comieron perdices» de los cuentos y sus chácharas cursis sobre medias naranjas persiguiéndose por el espacio-tiempo. Ted explica a sus hijos que fue enormemente feliz con su madre, pero nunca olvidó a Robin —como Tracy no olvidó a su vez al novio fallecido que tuvo antes de conocer a Ted—, y la serie transmite que no hay nada de malo en ello mientras no implique deslealtades («se puede ser infiel, pero nunca desleal», decía Jacinto Benavente), porque el amor no es un asunto de almas gemelas llamadas a encontrarse y de las que el eco haga resonar su encuentro durante siglos, sino una construcción azarosa, contingente, paciente y falible entre dos seres que conservan su individualidad, tuvieron vida antes de conocerse, continúan teniéndola después y seguirán teniéndola tras separarse. Amar, decía Alejandro Casona, no consiste en mirarse el uno al otro, sino en mirar los dos en la misma dirección.

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Leo en Decir el mal, de Ana Carrasco-Conde, algo que no sabía y que se me queda pegado a las meninges para el resto del día: en los campos de concentración nazis había justicia y delitos. La policía intervenía, por ejemplo, contra la malversación, por parte de los trabajadores de los campos, de lingotes de oro: los mismos que se hacían fundiendo empastes dentales de las víctimas de las cámaras de gas.

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Titular: «Novak Djokovic habría decidido vacunarse tras el título de Nadal en el Open de Australia». La pela, ay, és la pela. Y en este tiempo miserable y codicioso, de héroes y deontologías de pastaflora, no hay adalid de nada que no deje de serlo al segundo de ver en riesgo su cartera.

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Me recuerdan en Twitter este chiste búlgaro que leí, creo recordar, en Osos que bailan y compartí en la red hace unos meses. Una mujer se despierta súbitamente, salta de la cama y corre al baño para abrir el botiquín. Después, corre a la cocina y abre la nevera. Finalmente, se encamina a la ventana y mira a la calle. Aliviada entonces, vuelve a la cama. Su marido le pregunta: «¿Qué diablos te pasa?». Responde: «He tenido una terrible pesadilla. Soñaba que podíamos permitirnos comprar medicinas, que la nevera estaba llena y las calles eran seguras y limpias». El marido le dice entonces: «¿Y de qué manera es eso una pesadilla?». La mujer se echa las manos a la cabeza y dice: «Pensaba que los comunistas habían vuelto al poder».


Jueves, 3/2/2022. Leo en Decir el mal que, tras la liberación de Auschwitz, Odette Elina, exprisionera, se desvió de su camino para ofrecer agua de un cubo que llevaba, y que le había costado mucho llenar, a un hombre que pedía auxilio. Al llegar donde él, el tipo le robó el cubo a golpes y la abandonó malherida. La historia despierta en mí una convicción extraña: creo que se aprehende el Mal mejor en ella que en otras más macabras. Dándole vueltas, tiento el razonamiento de que en ella se le aprehende un aspecto clave que no palpita en, por ejemplo, los espantosos experimentos del doctor Mengele: su cotidianidad, su irreductibilidad, la imposibilidad de arrinconar el Mal entre las cuatro paredes de un cómodo lado oscuro. Pocos somos o seríamos el doctor Mengele, pero todos o casi todos podríamos ser, bajo ciertas circunstancias, el hombre que apalizó a Odette Elina para robarle el agua, en lugar de compartirla con ella. Y eso, en cierto modo, es más aterrador.


Viernes, 4/2/2022. El sueño de la razón produce monstruos en dos sentidos: en el de que la razón se duerma y en el de que fantasee con su triunfo total; con la proscripción absoluta de la emoción. Adolf Eichmann era un hombre muy razonable.

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Leo completa, compartida por Edgar Straehle, una cita de Jean Jaurès que yo utilizo mucho en su versión reducida («tradición no es preservar las cenizas, sino mantener encendida la llama»), pero de la que creo que nunca me había topado su versión completa:

«Nosotros también, señores, tenemos el culto al pasado. Pero la verdadera manera de honrarlo o respetarlo no es volverse hacia los siglos extintos para contemplar una larga cadena de fantasmas: la verdadera manera de respetar el pasado es continuar, hacia el futuro, la obra de las fuerzas vivas que trabajaron en el pasado […] Quienes lucharon en los siglos pasados, sin importar su partido, su religión o su doctrina, y solo porque eran hombres que pensaban, que deseaban, que sufrían, que buscaban una salida, todos ellos fueron, por la potencia invencible de la vida, fuerzas de movimiento, de impulso, de transformación, y somos nosotros quienes recogemos estos temblores, estas sacudidas, estos movimientos; somos nosotros quienes somos fieles a toda esta acción del pasado, como es yendo hacia el mar que el río es fiel a su manantial […]. Señores, sí, nosotros también tenemos un culto al pasado. No es en vano que todos los hogares de las generaciones humanas hayan ardido, hayan resplandecido; pero somos nosotros, porque avanzamos, porque luchamos por un nuevo ideal, somos nosotros los verdaderos herederos del hogar de los antepasados; nosotros hemos tomado la llama de ellos, vosotros habéis guardado solo las cenizas».

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Se vierten en las redes burlas hacia Alberto Casero, el diputado del PP cuya equivocación al votar ha sacado adelante la reforma laboral de Yolanda Díaz, por su aspecto físico, y se alzan voces cabales, comedidas y elegantes de izquierda que llaman a no ser crueles y a burlarse, siempre, solo de las acciones, nunca de los cuerpos. No es una reconvención que Federico Jiménez Losantos esté dispuesto a seguir: «Lo que vimos ayer —maldice hoy en su programa de radio— es una bola de sebo sudorosa que…».

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Dice Isabel Díaz Ayuso que «cuando uno pierde un empleo es una desgracia, pero cuando uno pierde un negocio es una tragedia, porque se lleva por el medio el patrimonio de toda una familia». No se puede decir que no defiendan estupendamente los intereses de la clase a la que representan, ni que sean hipócritas. Decía famosamente Warren Buffett que «la lucha de clases existe, y la estamos ganando».


Sábado, 5/2/2022. Estampas del capitalismo tardío. Después de que decenas de personas compraran en Amazon un determinado conservante alimentario y lo usaran como veneno para suicidarse, el perspicaz algoritmo empezó a incluir entre sus recomendaciones de «productos similares» otros productos aptos para quitarse la vida.

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Leo que, durante la Ley Seca, los viticultores californianos ingeniaron sacar al mercado unos bricks de concentrado de uva con un aviso inscrito, advertencia al comprador de que no lo dejase en una alacena más de veintiún días o, ¡Dios no lo quisiera!, fermentaría y se convertiría en vino.


Domingo, 6/2/2022. Se acercan las elecciones a la Junta de Castilla y León. Me llama la atención cómo Mañueco, el candidato del PP, imita alternativamente a dos referentes de su partido: el gallego Alberto Núñez Feijóo —del que emula su estrategia identitaria y la madrileña Isabel Díaz Ayuso —de la que emula su populismo libertariano—. Ambas cosas me parecen una pésima idea. En primer lugar, Castilla y León no es Galicia, sino una región artificial, sin sentimiento identitario intenso, por la que hay encuestas que muestran que no solo un setenta por ciento de los leoneses, sino un cincuenta por ciento de los castellanos no siente el menor apego. Castilla y León no es madre y señora de nadie, sino un engendro del que todos se desentienden en favor de identidades municipales, provinciales o preautonómicas. Por otro lado, a diferencia de Madrid, el derechismo de esta tierra es tradicional, conservador, canovista, cristiano de cofradía de Semana Santa, no el furor turbothatcherista del Madrid convertido en una utopía ancap. Vox, sin embargo, sí está haciendo una campaña bien pensada. Por un lado, habla, y explota los agravios, de Castilla y de León, no de Castilla y León. El «Castilla hizo a España y España la deshizo» y el «León no es Castilla» habilidosamente disparados contra al Estado de las autonomías, dentro de una suerte de rescate del regionalismo bien entendido del franquismo. Por otro lado, su eslogan, «Siembra», y sus spots de arados herrumbrosos y casas de adobe desvencijadas, convocan los espectros tradicionalistas y campesinos que seducen a su electorado natural, no el imaginario American Psycho y El lobo de Wall Street que sí puede impulsar a Díaz Ayuso en una megaúrbe próspera como Madrid. Por todo ello, veo cada vez más claro que el PP se va a dar un tortazo de los que resuenan en la historia. Lo peor es que el beneficiario de esa torpeza va a ser el partido de las tres letras, así que ya me voy haciendo a la idea de exigir el pin parental cuando pongan a los niños a cantar Montañas nevadas en el patio del colegio cada mañana.

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Leo en La poesía de la clase: anticapitalismo romántico e invención del proletariado, de Patrick Eiden-Offe, una historia preciosa: la de la fiesta de las flores que se organizaba en entornos proletarios ingleses en la primera mitad del siglo XIX. Lo contaba el escritor alemán Georg Weerth (amigo de Marx y Engels, que lo consideraba el primer y más importante poeta del proletariado alemán) en un texto titulado «Das Blumenfest der englischen Arbeiter». A él se lo había contado un cartista inglés apellidado Jackson.

La historia es la siguiente. Muchos trabajadores industriales ingleses, sobre todo de las provincias del norte, eran aficionados a la floristería, y la practicaban allá donde podían: junto a su vivienda o en el jardín de algún amigo. Acotaban un pequeño espacio, lo trabajaban —cuenta Weerth— «cuidadosamente con la laya y la azada», lo abonaban «con todavía más esmero», lo protegían con palos y tablas y en él plantaban jacintos, tulipanes… Y tres veces al año organizaban una reunión para mostrarse unos a otros el resultado de sus esfuerzos. Cuenta Weerth que «para la primera reunión se suelen elegir los tulipanes, para la segunda los ranúnculos y para la tercera y última los amelos y las georginas». Cada trabajador ponía un chelín en una caja común para sufragar gastos como el alquiler de la sala, los honorarios del juez de flores y otra serie de cosas.

Lo interesante de la fiesta, también para Weerth, era que ofrecía un espacio de sociabilidad proletaria lejos «de la suciedad de las ciudades, del humo de las fábricas», pero «también de las oleadas de entusiasmo de una asamblea popular, de la rabia de un levantamiento». «[E]sclavos, pobres diablos, pilluelos y lumpen», que «salían con la cabeza gacha de las fábricas en las que habían trabajado […] durante doce horas», se convertían en «compañeros de flores»; una colectividad obrera no argamasada ni por el trabajo, ni por la lucha. Es interesante también que la decisión del «juez de flores» debía ser tomada en público, ante la colectividad, que participaba en voz alta en el proceso de deliberación. Y que la decisión del juez podía no ser aceptada. Weerth refiere un concurso en el que sucedió eso mismo: el preferido del público era un tulipán que no destacaba visualmente, pero tenía un fino aroma a violeta. El grito «¡aroma a violeta!» retumbó en la taberna en la que se fallaba el premio y decidió finalmente el certamen.

Es preciosa la historia porque expresa literalmente aquello de Federico García Lorca de que el obrero quiere pan, pero quiere también rosas, y en general una sociabilidad no solo mediada por el trabajo o la lucha, sino también por la belleza y la recreación artística. Y que una conciencia de clase se genera en torno a fríos intereses comunes, pero también necesita para prosperar lugares en que los obreros se encuentren, se conozcan y traben lazos de amistad en torno al ocio, incluso a un ocio frívolo (pensemos en el rol histórico del fútbol). El propio Weerth decía: «Aquí descansa […] la prueba de que el trabajador conserva en su corazón, junto a su desarrollo político, también un tesoro de amor cálido por la naturaleza, […] que algún día lo pondrá en situación de desarrollar […] un nuevo arte poderoso».

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Leo que «Ámsterdam obligará a los propietarios a vivir cuatro años en las viviendas que compren para frenar la especulación. Ahora una de cada tres viviendas son de inversores privados, mientras que los inquilinos del sector libre pagan unos 1466 euros al mes». Parece que, frente al mantra thatcheriano del TINA (There Is No Alternative, «no hay alternativa»), todavía hay margen para las políticas anticapitalistas audaces, disruptivas. Si lo que se ha hecho en Ámsterdam se hiciera en España, quedarían prohibidas más del cincuenta por ciento de las compras de vivienda. Pero sospecho que tendremos que esperar sentados.


Lunes, 7/2/2022. El PP tiene dos almas: la tecnócrata y la nacionalista española. Casado intenta alternativamente explotar las dos. Pero su imagen de juventud y torpeza lo hace inverosímil como líder tecnócrata. Y cuando se pone en plan caudillo milenarista, queda aún más ridículo. Con las razones de que lo mantengan al frente del partido da, creo, Edu Collin: «La cuestión no es si Casado da la talla; la cuestión es quién sustituye a Casado sin partir al PP en dos. Mi percepción es que no le defenestran porque, en el fondo, saben que no hay nadie mejor que él, además de estar centrado dentro del espectro Feijóo-Ayuso».

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Estaría bien una app de ligoteo cuya misión fuera ligar con uno mismo. A veces es más difícil seducirse a sí propio que enamorar a los demás.

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Del feudalismo al capitalismo, del capitalismo al socialismo, del socialismo al comunismo y, por fin, del comunismo al último estadio, edén definitivo: las encuestas de José Félix Tezanos.

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El Museo de Brooklyn alberga esta talla de un pájaro que alguien hizo en el valle del Indo hace entre tres mil y dos mil quinientos años. Su foto me subyuga hoy: veo maestría y delicadeza y la resonancia del arte con mayúsculas en la lograda impresión de fragilidad recia y obstinada de esto que no sé si es un pájaro recién nacido, uno herido o uno moribundo.

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Todavía tiene el cuajo de ponerse estupendo Sergio Sayas, uno de los diputados tránsfugas de Unión del Pueblo Navarro que (parece que comprados por el PP y Vox) ignoraron las directrices de su partido y votaron en contra de la reforma laboral de Yolanda Díaz, que hoy lamenta que «hemos degradado tanto la política que a tener criterio se le llama transfuguismo». Sayas y Adanero están recibiendo algunos aplausos a su valor y su honestidad; yo pienso que es muy del régimen del 78 y sus desfachatadas paradojas esta pretensión caradura de combinar listas electorales cerradas y diputados libérrimos que solo rindan cuentas ante el tribunal —siempre generoso— de sus propios cojones morenos.

Como decía el otro día Álvaro Lario, «es tramposo regresar al debate sobre disciplina de voto. Un voto en conciencia fue el de Odón Elorza hace tres meses: discrepo, argumento, asumo los costes. Lo de ayer fueron dos tránsfugas garantizando apoyo en una votación clave para tumbarla. La cloaca del parlamentarismo». Pero es otro signo de los tiempos esto de vestir de épica deontológica la comisión de bajuneces. El mejor ejemplo: el Antonio García Ferreras que, siervo constatado de intereses espurios, cierra cada programa, después de blanquear en él a sabandijas como Eduardo Inda, diciendo «más periodismo». Dime de qué presumes y te diré de qué careces.

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Leonard Cohen: «Todo tiene alguna grieta. Por ahí se filtra la luz».

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Leemos estos días que «la cuenta en Jersey vinculada a Juan Carlos I era un trust creado como protección por si perdía la Corona», y yo vuelvo a pensar que la Monarquía siempre ha sido más frágil de lo que ha parecido, y de lo que sus trovadores nos han contado: recuérdese al Suárez que confesaba, off the record, a Victoria Prego que no sometieron la forma del Estado a un referéndum ad hoc, sino que deslizaron la Monarquía en un lo tomas o lo dejas del pack completo de la democracia, porque manejaban encuestas que les decían que la mayoría de los españoles votaría República. Fernando Hernández Sánchez me decía una vez que a él aquello de Suárez le resulta «inverosimil, carente de fundamento (nadie en Europa o EEUU le reclamaba tal referéndum), incoherente con el comportamiento del cuerpo electoral en 1976 y 1977 y me temo que fruto de su incipiente enfermedad». Pero yo creo que, incluso así, aquel off the record tiene un valor: si no fue así, que Suárez lo recordara así no deja de decirnos algo. A la vista está que la propia Casa Real tuvo siempre claro que su posición pendía de un hilo, y era crucial disponer de un plan B.

Gerardo Pisarello sostiene, y a mi juicio acierta, que la negativa pertinaz, extraña en nuestro entorno, a hacer reformas periódicas de nuestra Constitución tiene que ver con eso: el miedo a lo inevitable de que cualquier reforma, por pequeña que sea, abra el debate republicano. Pienso que es cuestión de tiempo que ese debate, que ha ido adquiriendo decibelios con los años por más que las élites del setenta y ocho se hayan empeñado en enterrarlo bajo un sarcófago nuclear, eclosione. Y cuando eclosione, lo ganaremos.

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La historia del movimiento obrero, incluso la revolucionaria, es en esencia la historia de la conquista del tiempo libre. Y en el tiempo del afterwork y las trabacaciones, cada vez tenemos menos.

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Las teorías de la conspiración son una pretensión de descubrir lo que está oculto que en realidad suele consistir en esconder lo que está a la vista: atribuir a oscuras conjuras catacumbales lo que en realidad ocurre a plena luz del día («¡nos espían! ¡Nos controlan!»).

El runrún interior (37)


Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, NevilleCrítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea y CTXT; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).

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