/ por Pablo Batalla Cueto /
Martes, 27/9/2022. Lo bueno del cataclismo múltiple que habitamos es que unos desastres te hacen descansar la cabeza e otros. Te preocupas por el triunfo del fascismo y te olvidas del cambio climático; piensas en la crisis energética y te olvidas del fascismo; te acuerdas de la posibilidad de una guerra nuclear y te olvidas de la gasolina, etcétera.
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Hay una cosa en la que insiste siempre Jorge Dioni, uno de nuestros periodistas más lúcidos, pero que sigue sin interiorizarse. Nos preguntamos a veces cómo es posible que allá donde antes se votaba al Partido Comunista Francés o al italiano, hoy puedan triunfar Marine Le Pen o Giorgia Meloni. La respuesta es simplicísima: porque es otra gente la que hoy vive en esos barrios. «¿Qué ha pasado con los votantes de los PCs? Deberíamos pensar que la gente que tenía cuarenta años en los setenta igual ya no está en este mundo y que, en lo que eran sus casas, vive otra gente», vuelve a decir hoy Jorge, que apunta un dato: cuando, con quince años, Meloni se afilió al Movimiento Social Italiano, germen del actual Fratelli d’Italia, el PCI, que se disolvió hace ahora treinta y un años, ya no existía. «Salvo los turistas ideológicos, escritores o intelectuales siempre en busca de buenas playas para vender su baratillo, no existe la migración socialismo-ultraderecha. “Es que en este arrondissement ganó el PCF en 1982 y ahora gana el FN”. En cuarenta años, cabe pensar que ha habido fallecimientos, herencias, migraciones, ventas de pisos, cierres de locales y, sobre todo, la caída del Muro y la desaparición de los PCs». En las últimas elecciones andaluzas, se señaló con sorpresa el triunfo del PP en el antes feudo izquierdista de Dos Hermanas, pero —como señala también Jorge, atento a la revolución urbanística de La España de las piscinas— hablamos de una ciudad que ha doblado población en treinta años. Dos Hermanas es ahora Cuatro Hermanas. Y las dos hermanas nuevas bien pueden votar, en sus urbanizaciones con pista de tenis, lo que las dos primeras nunca votaron.
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Leemos hoy que el arzobispo de Poitiers pide la abolición del celibato: «priva a la Iglesia —dice— de excelentes sacerdotes y pastores». El celibato se impuso en su día, como es sabido, para que la herencia del cura fallecido se quedara en la Iglesia en lugar de trocearse y dispersarse por su descendencia. Ahora se abolirá —porque se acabará aboliendo— por la Gran Dimisión de vocaciones sacerdotales: ante la preocupante escasez de mano de obra, condiciones más ventajosas para atraer al trabajador. Materialismo cultural.
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Una cosa curiosa que se aprecia en las cartas y diarios de la primera guerra mundial es cómo muchos soldados ingleses acudían a ella en nombre del conservadurismo y viendo en la Alemania del káiser, no la amenaza de la reacción, sino la de la modernidad; una modernidad de la que el autoritarismo formaba parte. Apreciaban en el parlamentarismo una valiosa tradición amenazada (aparejada a la moral conservadora victoriana y posvictoriana) y, en Alemania, un indeseable progreso consistente en la combinación —que de hecho era— de autoritarismo político, modernidad técnica, libertinaje sexual y vanguardismo artístico. El Reich era autoritarismo, pero también Magnus Hirschfeld promoviendo con comodidad la normalización de la homosexualidad y el placer sexual (el propio káiser se rodeaba de un séquito de cortesanos homosexuales), la industria más avanzada del mundo, apertura a nuevas propuestas artísticas… Por la misma época, para que nos hagamos una idea, la National Gallery rechazaba el regalo de un Degas: era arte demasiado moderno para el gusto británico.
«Cada hora hemos de recordarnos a nosotros mismos que el nuestro es un gran privilegio, el de salvar las tradiciones de todos los siglos pasados», escribía un soldado en carta a sus padres el 1 de octubre de 1914. Probablemente eso estuviera también en la cabeza de otro soldado británico, un tal JRR Tolkien, que muchos años más tarde declarará ser una suerte de anarquista conservador. Su propia obra trasluce bien su ideología: un ideal de comunidades rurales autónomas, regidas y articuladas por la costumbre y la tradición —tal vez incluso sin ley escrita, como reclamaba el joven De Maistre—, y un rey en la distancia, sin un Estado en el medio. Enfrente, Mordor: la Megamáquina, una sociedad de masas encuadradas, militarizadas, pero también industrializadoras, como se ve, sobre todo, en la historia de Isengard y su destrucción por los ents. Hay por ahí una novela soviética, escrita por un tal Kiril Yeskov, que da la vuelta a El Señor de los Anillos y nos presenta a Sauron y Saruman como impulsores de una revolución industrial y una misión civilizadora, modernizadora, opuesta al imperialismo reaccionario de los elfos; y una Compañía del Anillo alternativa, formada por orcos y trolls, cuyo objetivo es destruir, no un anillo, sino el espejo de Galadriel, conexión entre el mundo terrenal y el supraterrenal de los valar, garante, de tal modo, del mantenimiento férreo del orden tradicional.
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Ayer un hombre mató a su pareja delante de sus hijos, y hoy Juan García-Gallardo, repugnante vicepresidente voxista de Castilla y León, tuitea lo siguiente: «Palecia fue ayer testigo de una tragedia familiar que ha dejado dos huérfanos de 2 y 7 años. Pronto, todas las víctimas de violencia serán tratadas por igual y no se alimentarán políticas identitarias discriminatorias por razón de sexo. La violencia no tiene género». Una vez más, Vox siendo a la violencia machista lo que la vieja Batasuna a ETA: «todas las violencias», mareos de perdiz semánticos, «lamento pero no condeno» (qué otra cosa es llamar a esto una «tragedia familiar»: las tragedias no se condenan)… El brazo político de los maltratadores. No hubieran llamado «tragedia ferroviaria» al 11-M, no hubieran llamado «tragedia vizcaína» al asesinato de Miguel Ángel Blanco, insultarían con razón a quien lo hiciese, pero sí es una «tragedia» —un advenimiento luctuoso, triste, pero inevitable— el asesinato de una mujer delante de sus dos hijos. «Algo haría», piensan, seguramente, estos malnacidos.
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Comenta una militante de Podemos en Twitter lo siguiente: «Si en el país que colgó a su dictador bocabajo en la plaza, gana la ultraderecha, qué no pasará en el que dejó morir al suyo en la cama y aceptó una monarquía impuesta por él». Estoy muy harto de esta bobada. El país que colgó al tirano, primero lo había encumbrado sin pegar un tiro. El país en que el dictador murió en la cama, primero combatió su encumbramiento durante tres años de resistencia heroica que conmovieron al mundo entero. Lo que sí es franquista es ese malditismo idiota que comparten las derechas y algún progre desnortado: «somos un paóis averiado, merecemos mano dura».
Miércoles, 28/9/2022. Acusar a alguien de posmoderno es como acusar a un tío de 1235 de medieval. Posmodernos somos todos, y tanto los acusados como los acusadores.
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En el Congreso, Irene Montero deja seca a una diputada del PP enumerando de carrerilla todo lo que de la ley trans dicen sus enemigos que es, y no es. «Esto es una sesión de control, no una sesión de clases particulares del BOE y de la legislación. Eso se lo tiene que traer leído de casa», le dice. De puertas para dentro de la izquierda, Montero ha sido una dirigente nefasta; una figura autoritaria y caprichosa que, prefiriendo ser cabeza de ratón que cola de león, ha amparado purgas que tienen mucha responsabilidad en la ruina de Podemos. De puertas para fuera, en cambio, ha sido, está siendo, una ministra admirable, que ha sacado adelante, contra el viento y marea de una campaña sucísima de bulos y vejaciones, varias leyes valiosas, y a la que un futuro justo reconocerá como de las mejores de la democracia. Tan justo y necesario es decir lo primero como decir lo segundo.
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Señala Xan López algo que es importante tener en cuenta en nuestros análisis y estrategias, frente a la tentación simplificadora del marxismo vulgar: se está formando una división clara entre las élites. Una parte (poderosa, importante) piensa que la policrisis-guerra exige prestar atención a la paz social y otra ve una oportunidad para pisar el acelerador el turboliberalismo. Tenemos que saber jugar con eso.
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En el Reino Unido, la libra se desploma debido al anuncio de la primera ministra Liz Truss de una bajada masiva de impuestos, y el Banco de Inglaterra acaba teniendo que intervenir para detener la sangría. Muy mal se les tiene que dar a los laboristas para no ganar las próximas elecciones en el Reino Unido. Como no lo consigan, es para disolver el partido. Son, por otro lado, bien capaces y tienen —después de defenestrar al pobre Corbyn con las malas artes de una campaña de embustes sobre su supuesto antisemitismo— al líder más inútil que se recuerda, el inane Keir Starmer.
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Julián Génisson: «Cuando mueres te conviertes en un sitio».
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El partido de Giorgia Meloni anuncia ya la primera medida que tomará cuando asuma el Gobierno: eliminar el reddito de cittadinanza, la renta garantizada, medida estrella del Gobierno Conte en un país en el que uno de cada cinco hogares se halla en situación de vulnerabilidad. Cuando pides por Aliexpress la ultraderecha-que-se-ocupa-de-los-desheredados-a-los-que-la-izquierda-globalista-ha-abandonado, cuando te llega.
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Publica La Nueva España un artículo sobre «la infancia gomera de Meloni. La nueva líder de Italia veraneó en su niñez en Canarias, donde su padre montó un restaurante de comida italiana». El fin del mundo se acerca: ha llegado el día, nunca había llegado, en que La Nueva ha sido incapaz de encontrar la conexión asturiana del acontecimiento del momento, teniendo que conformarse con una canaria. Meloni: lo del fascismo, pase, pero no tener un primo tercero utillero del Titánico de Laviana es de ser gente muy chunga.
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Un apunte importante de Ceci Kalach: «Decir que una mujer que fue violada tiene “más derecho” a abortar que una mujer que quedó embarazada después de tener sexo consentido solo refuerza la idea de que, al final, lo que se quiere castigar es la conducta sexual libre de la mujer. El aborto es para todas, siempre».
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Una de nacionalismo lingüístico. Lo publica Aníbal Martín en Twitter. Esto escribía Joaquín González Jiménez, de Bujalance, en diciembre de 1934:
«Castilla es el verbo que brota en Guadarrama y Gredos, rasgando el aire desde Cantabria a Gibraltar y desde levante a Extremadura, por eso desconsuela que siendo la fuente del bien decir por su léxico y por su decoro histórico, las demás regiones no se esfuercen por apagar sus dialectos y de sus cenizas, resurja como ave Fénix el más glorioso idioma que ilumine al viejo continente y a sus hijas las Repúblicas Hispanoamericanas».
Jueves, 29/9/2022. Portugal anuncia que las obras del AVE que conectará Oporto con Vigo arrancarán en 2026. El primer ministro, António Costa, comentaba hoy que Portugal apuesta por la conexión atlántica para reforzar la centralidad del país y «no la de otras ciudades ibéricas». Portugal, con buen criterio, no quiere ser absorbida por el maelstrom madrileño, cual Homer Simpson cayendo por el agujero aquel en el capítulo en el que se vuelve tridimensional, sino ser ella quien atraiga hacia sus grandes ciudades.
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Una encuesta de YouGov predice el siguiente reparto de escaños para una elecciones parlamentarias en el Reino Unido que se celebrasen hoy: 573 para los laboristas, 1 (uno) para los conservadores. La distancia demoscópica entre los dos grandes partidos —que, en el absurdo sistema electoral británico, castigaría considerablemente a los tories pese a obtener en torno al veinticinco por ciento de los votos— es la mayor que se recuerda. El segundo partido del hemiciclo —que, bueno, allí no es hemicircular— sería el National Party, que obtendría 46 escaños, haciendo de ese modo que la izquierda superase los seiscientos escaños, obteniendo la derecha solo siete, el conservador más los seis liberaldemócratas. Al final, al cocer menguará, pero, ¡Virgen Santa!
Viernes, 30/9/2022. Jair Bolsonaro en Santos: «El comunismo viene asustando en todo el mundo, pero Brasil está siendo un ejemplo para todos. Vamos rumbo a la victoria». Qué asombrosa es la capacidad del ser humano, la del fascista en particular, para inventarse mundos de absoluta fantasía y vivir en ellos. Millones de personas convencidas de que hay una revolución comunista mundial en marcha. ¡Ojalá fuera cierto!
Bolsonaro recibe hoy el apoyo de Neymar, el futbolista, que cuelga en sus redes un vídeo bailando su canción de campaña. Sujeto deleznable a más no poder, este Neymar. Parece que el apoyo es el pago al favor de que la Justicia brasileña lo absolviese hace unos meses por fraude fiscal.
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En el pueblo en el que vivo pasa, cada día, el panadero con su furgoneta, y nos deja el pan en el alféizar de la ventana. El pan es correcto sin más: unos días viene rico, otros algo duro y correoso. Pero es el que hay, y uno no le da demasiadas vueltas. Se escoge entre barra u hogaza; no hay cien variedades; no se le ofrecen al consumidor pan de espelta o con cereales. Y a mí, eso me procura una especie de soviético bienestar. Lo que más me gusta de vivir en un pueblo es eso en general: la simplificación; la minimización del ruido de la ciudad. Del ruido sonoro, pero también del visual, del mental.
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Escribe el economista neoliberal Daniel Lacalle que «el fascismo es lo contrario al “auge de lo individual sobre la comunidad”. El fascismo es “todo dentro del estado, nada fuera del estado, nada contra el estado” (Mussolini). El fascismo y el socialismo se unen en su defensa del estatismo absoluto. La destrucción del individuo». Le respondería que el neoliberalismo, a su vez, proclama «todo dentro del mercado, nada fuera del mercado, nada contra el mercado», y necesita un Estado fuerte, fortísimo, para pergeñar esa utopía antiantropología, a tiros, con picanas, con vuelos de la muerte si es preciso. Hay que grabar esto en piedra: contra la venta de motos de los lacalles de turno: el neoliberalismo no es un sistema económico, sino una teoría del Estado. Bajo el neoliberalismo, el Estado no mengua: se reorienta, a veces hasta creciendo, hacia fines distintos. Como dice Juan Álvarez, el neoliberalismo no quiere menos Estado: lo que quiere es que el Estado sea su empleado.
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Leemos hoy que «las bases de Vox Alicante se sublevan contra la cúpula al grito de “¡esto es comunismo!”». Todos somos el comunista de otro.
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Jon U. Salcedo: «Cuando el habitualmente potente descubre los límites de su potencia, la explicación conspiracionista es tentadora. “Acepta” la derrota, pero solo como vencido por una potencia ilimitada. Despoja de límites a su enemigo como vía para no asumir los propios. Esta es su revancha».
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Leo rápido Oda a la oscuridad, un librito breve que acaba de publicar Capitán Swing, escrito por la noruega Sigri Sandberg; una defensa de la oscuridad frente a los varios y preocupantes peligros de un mundo inundado de luz artificial. Habla por ejemplo Sandberg de los trastornos del sueño que provoca irse a dormir escroleando un teléfono móvil en la habitación a oscuras: el cerebro, al recibir las retinas el chorro de luz, deduce que es de día, y no de noche, y activa el cuerpo en lugar de adomecerlo. Un informe exhaustivo de 2012 muestra, a mayores, que las personas expuestas a la luz artificial cuando todo está oscuro tienen una mayor probabilidad de sufrir obesidad mórbida, cáncer de mama, diabetes y depresión; e incluso que la pubertad puede llegar antes.
Enumera también la autora noruega los estragos que la luz artificial provoca en la florifauna, descuadrando sus ritmos circadianos, y sumándose al calentamiento global y a los cambios en el territorio a la hora de provocar auténticos holocaustos zoológicos: la masa de insectos que pueblan el planeta se ha reducido, por ejemplo, a la mitad en las últimas décadas. He aquí unos párrafos desasosegantes sobre esta cuestión.
«[Los insectos] se ven atraídos por la luz cuando oscurece; por eso, siempre hay que cerrar las entanas en las noches oscuras de primavera y otoño. La teoría principal es que creen que la luz es la luna y vuelan en círculos hacia ella. Con el uso creciente de a iluminación exterior, el problema está aumentando y los bichos revolotean hacia una muerte segura.
[…] A los pájaros que surcan el cielo sobre el mar del Norte los despista la luz de las plataformas petrolíferas. Aletean hacia la luz flotante artificial y se agotan dando vueltas a su alrededor. Algunos nunca llegan a su destino. […] Los faros de un solo coche pueden cegar a las ranas durante varias horas. Además, cuando es tan difícil ver las estrellas, por ejemplo en las ciudades, a algunos animales les cuesta orientarse. A las tortugas marinas recién nacidas en las playas les cuesta llegar al mar como solían, con ayuda de la luz de la luna y las estrellas. Los escarabajos peloteros que se guían por la Vía Láctea también pueden confundirse de camino. Unos científicos suecos descubrieron esta forma de orientarse cuando empezaron a estudiar el Scarabeus satyrus, un escarabajo africano de pequeño tamaño. Trabaja por la noche rodando bolitas de estiércol, que son a la vez provisiones y el lugar en el que crecerán sus larvas. Para tener la fiesta en paz, es importante alejar un poco esas pelotas de estiércol de los demás escarabajos, y luego es absolutamente esencial encontrar el camino correcto y no desviarse ni deambular demasiado. Los científicos vieron que el insecto se manejaba hasta de noche. También vieron que se subía a la pelota y hacía una especie de danza, como si estuviera tratando de averiguar dónde se encontraba. El experimento demostró que los escarabajos se guían por la luz. Si no hay luna, se valen de las estrellas, e incluso, si está nublado, la luz de la Vía Láctea los ayuda a encontrar el camino».
Menciona también Sandberg una cosa que no sabía, sorprendente paradoja, en la que veo una poderosa metáfora cósmica de los tiempos crepusculares que vivimos: los agujeros negros, de lejos, no parecen negros, sino luminosos, porque toda la materia que se ve atraída hacia ellos a una velocidad vertiginosa empieza a brillar.
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Consumada la anexión de Donestk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón, Putin lanza en el Kremlin un discurso delirante y siniestro en el que se vanagloria de una guerra que deja de legitimar como una intervención antifascista, y pasa a ser una guerra santa contra el satanismo, el movimiento LGTB y las leyes trans; contra la posibilidad que en Rusia acabe habiendo un tercer género. Como comenta Jónatham Moriche, «el nazifascismo justifica su mal absoluto real en la ideación fantasmal de un mal absoluto mayor que azuza el pánico entre sus bases y ampara todas sus atrocidades. Para el nazifascismo histórico ese mal absoluto fueron los judíos. Para el contemporáneo son las personas trans». El judío condensaba para los nazis, en una sola figura demoníaca, al apátrida, al deicida, al capitalista, al comunista, al artista degenerado… Y eso vuelve a pasar hoy con las personas LGTB, pero sí, sobre todo con las trans: se ve en ellas todos los enemigos del fascismo a la vez.
Resulta increíble tener que explicarlo, y que esto reciba contestación en sectores de izquierda: la geopolítica es muy compleja y todo lo que se quiera, pero yo escucho un discurso como el de Putin de ayer, cómo justifica su guerra, y no puedo no ubicarme firmísimamente en el otro lado, esté quien esté allí. A partir un pelo por la mitad me pongo después, no antes. Por supuesto que, en la otra trinchera, el discurso estadounidense y de la Unión Europa tiene mucho de hipócrita, de tramposo, ampara indignidades. Pero la hipocresía de la libertad sigue siendo preferible con mucho al autoritarismo honesto. Ojalá hubiera un bando impecablemente virtuoso en esta guerra, pero en ninguna lo hay. No escogemos los dilemas históricos que vivimos. Nos caen en suerte, y, tapándonos más o menos la nariz, decidimos por quién tomamos partido hasta mancharnos. En este, toca aliarse con repugnantes neoliberales contra el mal mayor del neozarismo putiniano. En el de 1939, tocó aliarse con Churchill; en el de 1936, con el clericalismo del PNV. Agradable no es, pero, como dijo el propio Churchill, quien entre la guerra y el deshonor escoge el deshonor, acaba teniendo la guerra y el deshonor.
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Hugo Romero: «Cenando en un restaurante de Lisboa con una carta de estilo internacional y soft jazz de fondo, no puedo evitar pensar en quienes cenaban despreocupados en restaurantes europeos en junio de 1914 y agosto de 1939».
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Publica El Mundo que «la ansiedad se dispara entre los jóvenes cuando dejan de usar el teléfono móvil». Es bueno el apunte del tuitero Mr. Knope: «Sería interesante preguntarse si la ansiedad viene de no tener el móvil o de las cosas que aparecen cuando no estamos distraídos».
Sábado, 1/10/2022. Reparo en una cosa curiosa y que me parece que expresa bien algo importante sobre el momento histórico que vivimos. En los últimos años, se han descubierto tres nuevos planetas en el Sistema Solar: Haumea, Makemake y Eris. Planetas que, por cierto, ya no han sido bautizados con nombres de dioses romanos, sino con el de una deidad hawaiana (Haumea), otra rapanui (Makemake) y otra griega (Eris, a la que sus descubridores, inicialmente, llamaron Xena, por la princesa guerrera de la serie de televisión). A lo que iba: esos nuevos planetas no han pasado al canon; no se han vuelto pop, no se han convertido en parte de una alineación recitada de memoria. Seguimos viviendo, la vivimos más que nunca, una época de fastuosos descubrimientos y avances científicos, pero ya no dejan poso en nuestras mentes saturadas.
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Leyendo La consagración de la primavera: la Gran Guerra y el nacimiento de los tiempos modernos, un clásico de Modris Eksteins, descubro los cuadros de C. R. W. Nevinson, que me maravillan tanto como, hace unos meses, lo hiciera el descubrimiento de los de Paul Nash.








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Leo que el 4 de agosto de 1914, la portada del periódico francés L’Intransigeant incluyó el siguiente titular: «HOY LAS GUERRAS SON MENOS MORTÍFERAS QUE EN TIEMPOS PASADOS».
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Alejandro Kaufman: «El horror que vuelve, vuelve de nuevas maneras, no reconocidas, nunca puede presentarse de modo obvio y transparente sino bajo la forma en que pueda ser aceptado, consentido y aun deseado. Y entonces se trazan complicidades masivas».
Domingo, 2/10/2022. Un pasaje interesante de La consagración de la primavera:
«La autoridad tradicional había abandonado al soldado a su suerte. El liderazgo, en su sentido convencional, había fracasado. Aún más: el frente interno no entendía la naturaleza de la ‘via dolorosa’ del soldado. La única realidad social que podía apoyar al soldado era «la camaradería de las trincheras». En esa situación, señaló un joven voluntario alemán, uno se convertía en socialista por instinto. Sin embargo el “socialismo” del soldado carecía de cualquier clase de precisión o utilidad ideológica. Era más que nada sentimental y vengativo, si bien sorprendentemente parecido al “socialismo” de la vanguardia artística. Era un socialismo de la variante “el hombre es bueno”, acompañado del rechazo a lo formal y la organización y que implicaba una proyección del propio ser —humilde, angustiado y sumiso—, en medio de la devastación, sobre un credo. El impulso era esencialmente autocompasivo y, al mismo tiempo, anárquico. El hombre era víctima, pero también rebelde superviviente. Burócratas, políticos, oficiales del Estado Mayor, periodistas y aprovechados de la guerra en general —aquellos que allí fuera se alimentaban de las carnicerías y la miseria como chacales— eran despreciados. Eran el verdadero enemigo, carroñeros nutriéndose y engordando con la muerte y la destrucción.
Sándor Ferenczi, que durante la guerra trató a soldados psiconeuróticos en Budapest, confirmaba que los soldados que se enfrentaban a unos medios materiales aplastantes y a su desamparo personal se refugiaban en sí mismos. “La libido se retira del objeto al ego, reforzando el amor a uno mismo y reduciendo el amor objeto hasta el punto de la total indiferencia”. Muchos de esos pacientes admitían su impotencia sexual o al menos su muy escaso interés por lo sexual.
El soldado se convirtió entonces no solo en el precursor del propio agente mismo de la estética moderna, en el progenitor de la destrucción, sino también en la encarnación del futuro. Cualquier esperanza en ese futuro residía exclusivamente en la imaginación individual. “He decidido”, ,escribió Georges Bernanos en septiembre de 1915, “que mi epitafio consistirá solo en estas dos líneas: Aquí yace un hombre que luchó y murió por su satisfacción personal, ¡y para hacer rabiar a los que no luchaban ni morían!”».
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Leo, comentado en Twitter por Edgar Straehle, que Mein Kampf se tradujo al inglés 1933 y vendió casi 100.000 ejemplares en cinco años en Gran Bretaña. Ahora bien, la versión británica tenía una particularidad: estaba purgada y se omitieron temas espinosos para que Hitler pareciera menos radical y más aceptable.
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Como por primera vez en Casa Ezequiel, en Villamanín (León), un restaurante muy conocido a ambos lados de la cordillera. Y no como mal, pero me ofenden un poco esos sitios en los que te ponen delante cantidades disparatadamente abundantes de comida, y acaba sobrando como para alimentar a Andrés y otros tres. Hasta el sorbete de turrón que pedimos de postre resultó ser una cosa delirantemente copiosa y barroca: dos trozos grandes anegados en una lluvia de chocolate líquido, trozos de plátano y nueces, en un plato del diámetro —exagero solo un poco— de una rueda de tráiler. ¿Qué necesidad?
Lunes, 3/10/2022. En las elecciones brasileñas, gana Lula, pero por mucha menos distancia de la esperada sobre Bolsonaro, a quien han apoyado más del cuarenta por ciento de los votantes; casi cincuenta millones de brasileños de los que Xan López dice una verdad sobrecogedora: la persona que vota por segunda vez a Bolsonaro es infinitamente más terrorífica que la que le vota por primera vez. Lula ganará, seguramente, también en segunda vuelta, pero el país sigue partido en dos, de un modo que facilita que el bolsonarismo acabe perpetrando —como no se molesta en disimular que desea— un golpe de Estado (bueno, otro golpe de Estado).
Pienso también otra cosa. En los próximos años, tal vez la ultraderecha pierda fuelle, pero lo gane una tramposa «equidistancia entre extremos», siendo esos «extremos» la socialdemocracia y una gente que organiza zonas libres de LGTB. Entre el 4 y el 10, el 7: fascismo notable en lugar de sobresaliente. De modo tal, la extrema derecha seguirá ganando. El objetivo fue siempre, no tanto la supervivencia y la prosperidad de los partidos ultraderechistas propiamente dichos como ultraderechizar el espectro político entero; correr la ventana Overton. Aquello de Thatcher: «¿Mi mayor orgullo? Tony Blair».
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Una añagaza política que me molesta mucho: desentenderse de asuntos espinosos diciendo que tu postura es organizar un referéndum y que el pueblo decida. Tú tienes que tener una postura. Y puedes promover un referéndum sobre esa postura, pero tu postura tienes que decirla.
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Publica Xan López, al hilo del descalabro de Liz Truss en el Reino Unido, un artículo muy interesante sobre el —posible— «momento Mitterrand del neoliberalismo». Truss ha tenido que dar marcha atrás a su anunciada bajada masiva de impuestos; arranque thatcherista que ha descalabrado la libra esterlina y no ha contado con la aprobación de las grandes instituciones económicas. A López, ello le recuerda al viraje de Mitterrand en los años ochenta, cuando la coalición socialista-comunista que encabezaba tuvo que abandonar el programa keynesiano puesto en marcha al iniciar su mandato (nacionalización de 12 conglomerados industriales, 36 bancos y dos corporaciones financieras; reducción de la semana laboral; aumento de las vacaciones pagadas obligatorias; incremento del SMI…) debido al boicot de los grandes organismos de la ortodoxia neoliberal. Hoy son esos mismos organismos (OCDE, FMI, UE…) los que marcan distancias con las trussnomics. Con otros protagonistas, vuelve a asistirse al «fracaso estrepitoso de un gobierno que intentó revivir una política económica hasta hace no tanto ortodoxa, en un contexto internacional altamente desfavorable. El escarmiento ha sido tan duro que quizás de nuevo se cierre definitivamente la puerta a este tipo de políticas ultraneoliberales». Concluye López escribiendo que «un gobierno conservador está siendo vapuleado por la oposición de la clase capitalista mundial. Quizás termine cayendo una concepción del mundo, que ya está muriendo. Es algo que no se ve todos los días».
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Se cumplen cinco años del discurso televisado contra el independentismo catalán con el que Felipe VI quiso conseguir su 23-F. Hay en la izquierda quien dice que aquel día sentenció su reinado, pero yo no lo creo.No me parece que se enajenara ningún apoyo que la monarquía no hubiera perdido ya, y tampoco que la monarquía esté condenada sin esos apoyos. Lo estaría sin el del PSOE, pero ese no lo perdió. Por otro lado, tampoco creo que saliera reforzado, como dice en este caso la derecha. Los elogios que el discurso recibió venían de apoyos que el Rey ya tenía y ya eran entusiastas; no me parece que consiguiera ninguno nuevo. En conjunto, creo que se sobrevalora la relevancia del 3-O en una suerte de wishful thinking doble. Creo que lo curioso e interesante en él es justamente haber sido un acontecimiento inane, superfluo, que ni puso ni quitó nada. Felipe no tuvo su 23-F, pero tampoco su «Alfonso XIII apoyando a Primo de Rivera». No tuvo nada; mera continuidad de una institución que tal vez no vea pasar los mejores días en lo que respecta a su prestigio, pero, de momento, tiene poco de lo que preocuparse. En España habrá República, no cuando haya mayoría, siquiera abrumadora, de republicanos, sino cuando la haya (y no es lo mismo) de gente que entienda que el precio de tumbar la monarquía es menor que el de mantenerla, y esté realmente dispuesta a pagarlo, más allá de la retórica. Y eso todavía no sucede. Es importante entender una cosa: una institución puede sobrevivir mucho, muchísimo tiempo a su propia deslegitimación. Que no sobreviva pasa por ofrecer una alternativa seductora, pero sobre todo creíble, realista, por la que la gente esté dispuesta a asumir el coste del cambio de régimen. Es tarea de nosotros, los republicanos, pensarla. Pero me temo que no la estamos pensando, sino limitándonos a los improductivos juegos florales del folclore segundorrepublicano.

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).
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“En este, toca aliarse con repugnantes neoliberales contra el mal mayor del neozarismo putiniano. En el de 1939, tocó aliarse con Churchill; en el de 1936, con el clericalismo del PNV”
Resulta curioso que el autor, que lleva tiempo señalando las similitudes de esta época no con la SGM sino con la PGM, se olvide siempre de este punto cuando cita este tipo de ejemplos. En mi opinión, habría que ser consecuente con ello y pensar que el movimiento contra la guerra de ahora se opone a esta con parecidos argumentos que aquellos con los que se oponía lenin, Luxembourg y demás en 1914.
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